21 de enero de 2010

Salta, la linda (con muchas curvas y desvíos...)

Y bien, queridos leyentes, he vuelto de mi aventura salteña. 
He vuelto maravillada, encantada, enamorada. "Llena de revelaciones", como me dijo hace un rato mi amigo Leo Mercado (una vez más les sugiero vivamente que visiten su blog, aquí). He vuelto hechizada por los paisajes, por la ciudad, por la gente, por la energía que desprenden esos maravillosos cerros, esas imponentes montañas. Desde la ventana de mi hotel, podía ver el cerro San Bernardo en su totalidad (ver foto debajo). Pero desde cualquier punto en el que uno se hallase siempre había un cerro en el horizonte. Acostumbrada a la planicie bonaerense no dejaba de sorprenderme cada vez que miraba allende los límites de la pequeña y acogedora ciudad, rodeada en su totalidad por montañas, al encontrarse en el fondo de un valle (el valle de Lerma). 
Un valle. Hasta la palabra es hermosa, poéticamente sonora, breve, sincopada. Sí, por cierto que quisiera vivir en un valle, rodeada de montañas y verde, olvidada para siempre del caos porteño, del caos platense y transformada para siempre también por el tiempo de Salta. Porque quiero vivir en "tiempo de Salta" a lo largo de todo este año, hasta que pueda volver. Porque voy a volver. Lo sabía antes de irme y ahora ya estoy segura: el amor -o algo muy parecido e igual de lindo- se asomó por allí y ya tengo tres razones tres para volver a Salta, la linda: 


1) volver a ver a mi amigo Leo y compartir nuevamente largas charlas en un bar, en "Farito" (donde venden las mejores empanadas salteñas!), en el dique Campo Alegre (ver debajo foto) o en cualquier otro lugar que se presente; 


2) visitar Cachi, ya que sólo visité Cafayate (ver fotos debajo también) y un montón de ciudades más (y no, no fui a Humahuaca, no fui a Tilcara, no fui a Iruya, no fui a las salinas...); 


3) volver a ver a un salteñito que me robó el corazón regalándome una rosa y dándome los besos más lindos que me dieron en mucho mucho tiempo...


Así que ya ven, razones para volver, me sobran. Claro que aquí también hay razones para quedarse, pero parecen tan débiles e insustanciales que si no fuera por estrictas razones materiales (léase $$$) ¡me volvería ya mismo para allá!
Estaba segura de que iba a ser un viaje de descubrimiento interior y así fue. No tuve ni treinta segundos de malestar mientras estuve en Salta, no hubo nada, pero nada, que me incomodara o me hiciera sentir mal o me produjera el menor sobresalto. Todo belleza, todo paz, todo calma y tranquilidad: pude notar enseguida el desacelere mental y corporal y así quiero seguir en lo que resta de 2010. 
Ya vendrán los proyectos, las escrituras, las novedades, los ciclos de poesía, los poemas, las novelas, los cuentos. Ahora, ¡a seguir disfrutando de las vacaciones! Y, si ustedes pueden regalarse a sí mismos un viaje como éste (no es necesario irse a 1600 kilométros de Buenos Aires, eso sí), les aseguro que nunca se arrepentirán de emprender una aventura como ésta. Los dejo con algunas fotos (saqué cientos, que pronto subiré a Facebook, por ahora les dejo las más impactantes aquí): 





Salta, de noche (vista de la catedral)





Vista del cerro San Bernardo, desde la ventana de mi hotel





Camino a Cafayate, El Anfiteatro





La Caldera, dique Campo Alegre





Salta de noche, vista desde el cerro San Bernardo

12 de enero de 2010

200 entradas, antes de partir

Celebro la entrada número 200 de este blog presentándoles mi nuevo chiche (ver más abajo) y anunciándoles mi inminente partida hacia tierras norteñas... No, no me voy a la patria de Bart Simpson y Frank Zappa (aunque alguna vez me gustaría...) sino que me voy a pasar mis más que merecidas vacaciones, ja ja, al Norte de nuestro país, más exactamente a Salta, donde mi amigo personal Leo Mercado me está esperando con asado y vinitos varios, según me ha comentado. 
Después de una odisea digna de figurar en el libro de la Gran Burocracia Argentina pude al fin conseguir mi primera cámara digital. No era la que yo pensaba comprarme en un primer momento, tampoco la que estuve a un trís de comprarme en un segundo momento sino que fue amor a primera vista y crédito Garbarino mediante que logré hacerme con ella. Ya desde lo estético (¡observése el color...!) era evidente que era la cámara para mí. Y, tal como me habían dicho mis amigos fotográfos, era de una marca de cámaras de fotos y no de otros ochocientos artículos electrónicos más... Así que aunque el precio estuviera salado, decidí comprarla igual. Hela aquí: 



Hasta ahora he hecho algunas tomas de prueba, pero nada digno de ser expuesto aún. Tengo la experanza de que Salta me regale fotos increíbles que disparen a su vez poemas (no sé si increíbles pero poemas al menos...!) y que evoquen momentos, seguramente, inolvidables
¡Nos vemos a la vuelta!

8 de enero de 2010

¡Al fin!



¡Sí! ¡Al fin! Desde hace algunas horas que yo, Analía Verónica Pinto, me he declarado en ¡¡¡VACACIONES!!! Y a diferencia del año pasado, no pienso dejar de postear aquí sino todo lo contrario. Aunque es posible que mientras esté de viaje (pronto se enterarán hacia dónde me voy) no me vean el pelo por acá, pero mi idea es seguir posteando a lo largo de todo el verano (y luego de todo el año) para no perder ritmo y retomar también mis otros blogs abandonados o dejados a medio camino... Por no mencionar los nuevos en los que ya estoy pensando...
Pero dejemos eso ahí... ¡Ha llegado el merecido descanso, el bienvenido ocio, el reparador dolce far niente! Fue un año trajinado, por momentos duro, por momentos desesperante, por momentos maravilloso. Pero fue un año de mucho trabajo y realmente ¡no veía la hora de que llegara este momento! ¡Y al fin llegó!
Por hoy no los incordio más. Como ayer y antes de ayer escribí bastante, creo que tienen para entretenerse con los desvíos por los que se suele evadir mi curvilínea mente. 
Que tengan un fin de semana inolvidable!!!

7 de enero de 2010

Y usted, ¿cómo empezó el año?


Yo empecé el año ordenando la biblioteca. Posiblemente este sea un posteo más adecuado para Fauna, pero dejémoslo correr aquí, ya que no hablaré ni reseñaré ningún libro, sino que hablaré de la experiencia de ordenar una biblioteca. "Ordenar", bueno, en fin, qué presunción la de ciertos verbos, ¿verdad? En puridad, no se ordena nada: se asigna una cierta ubicación a ciertos objetos que, en breve tiempo, muy breve, se desordenarán y volverán a rodar por donde ellos quieran. Se asigna un criterio de ordenación que, nuevamente en puridad, puede ser cualquier otro porque ¿quién me impide ordenar los libros por color, si así lo quisiera? Nadie. Y aunque jamás haría tal cosa, no siempre he ordenado la biblioteca tal como ahora. 
Antes, cuando con dos estantes de un escritorio era suficiente para albergarla toda, usaba el criterio "orden de adquisición". Era lo más práctico y expedito. Sencillamente usted va poniendo un libro detrás de otro, según su fecha de adquisición. Y listo. Eso sí, siempre y cuando tenga el cuidado de anotar algo en apariencia tan trivial como la fecha en que se compra un libro. Pero para mí no tiene nada de trivial, porque cada vez que agarro un libro mío y veo la fecha recuerdo exactamente qué momento de mi vida era ese (¿estaba en el secundario? ¿ya estaba en la facultad? ¿estaba con él? ¿era la primera separación? ¿la segunda? ¿era el momento en el que nos reencontramos? ¿fue después de la debacle? ¿antes?) y en ocasiones recuerdo también qué me llevó a comprar ese libro en ese momento y qué otras cosas acontecían en mi vida y en el mundo también. 
Pero la fecha de adquisición es un criterio que sólo sirve para unas pocas decenas de libros. Cuando se empiezan a acumular centenas y no ya decenas, en mi opinión no queda otra opción que el orden alfábetico. Pero cuando ya se acumulan tantas centenas que se transforman en miles, entonces la amenaza del caos está siempre allí, acechando, y hay que apelar a otras tácticas. En mi caso, a una mixtura de criterios, que podríamos denominar el criterio "genérico-alfabético", complementado con el criterio de origen. Así, para mí la poesía va siempre primero y aparte de todos los demás libros. Por otra parte, el criterio de origen refiere a qué literatura pertenecen los susodichos libros. Se podría hilar muy fino y tener tantas literaturas como seres humanos tiene el mundo pero yo, para simplificar, escogí dividir mi biblioteca en cuatro grandes grupos: literatura argentina, literatura española, literatura latinoamericana y literatura universal. De los cuatro, el sector latinoamericano ocupa apenas dos estantes, contra los doce o trece de literatura universal, los siete de española y los ya perdí la cuenta cuántos de literatura argentina. 
Entonces, dijimos, la poesía primero. Después, dependerá del grupo en cuestión: puede haber más o menos crítica literaria, algunas antologías específicas, el resto seguramente será todo mayormente narrativa (también se podría separar el teatro). Pero a medida que voy escribiendo esto me doy cuenta de que la cosa no es tan así. Aquí mismo, donde tengo la PC, hay, por supuesto, estantes. ¿Y qué hay en esos estantes? Veamos: enciclopedias y diccionarios de toda clase (incluido el que redacté y corregí); libros de gramática castellana y otros textos de lingüística (ahhh, dónde quedaron mis ganas de convertirme en la nueva Chomsky...); libros de crítica literaria de variada especie (léase un Vladimir Propp junto con un Umberto Eco junto con Pierre Bourdieu junto con un Alfonso Reyes); una guía de viaje sobre Europa (ahhh, qué ganas que tenía de irme a Europa en un momento... ¿dónde habrán quedado?); una enciclopedia (desarmada) de literatura argentina (pero, momento, ¿qué hace aquí? ¿No debería estar en el sector de literatura argentina? Hum...); un hermosísimo libro sobre la película "Moulin Rouge", que viene con una sobrecubierta de raso amarillo bordada con canutillos rojos formando el famoso molino de marras; algunos libros fotocopiados (¡oh, sí, sacrílega de mí!); una historia de la literatura publicada en 1902 (con seguridad, el libro más antiguo de toda mi biblioteca); un "almanaque de lo insólito"... ¿Qué criterio impera aquí entonces?
Pero eso no es todo. En mi mesa de trabajo, hay más libros. ¿Y qué tenemos allí? Todos los libros tallerísticos de mi maestro, Marcelo di Marco, junto con el libro de Stephen King Mientras escribo y el maravilloso Qué es ser un escritor de Abelardo Castillo; también se encuentran El camino del artista y El camino del artista en acción, el primero uno de los libros que más me ayudado en toda mi existencia; Cómo se escribe un poema, en sus dos versiones (poetas en lengua inglesa y poetas en lengua castellana y portuguesa); Cómo se escribe un diario; otros libros sobre poesía; otros libros curiosos e inclasificables... De nuevo, ¿qué criterio he aplicado allí? Vaya uno a saber. ¿Libros que quiero/necesito tener cerca? Tal vez.
Pero volviendo a la primera gran clasificación, dentro de cada grupo hay subdivisiones, por así decirlo. Todavía no he terminado de ordenar tooooodaaaaa la biblioteca: falta el grupo más controversial, el de la literatura argentina. ¿Por qué digo "controversial"? Porque ese sector creció en forma desmesurada a partir del 2006, momento en el que empecé a trabajar en el bendito diccionario. Con esa formidable excusa, entonces, compré auténticas carradas, paletadas, paladas de libros que, de un modo u otro, sirvieran para tamaña empresa y así aparecen cosas inimaginables como los Estudios histórico-literarios de Juan María Gutiérrez, las biografías de Arlt, Mujica Lainez, Martínez Estrada, Lucio V. Mansilla, Alejandra Pizarnik y un gran etcétera; la Breve historia de la literatura argentina de Martín Prieto, comprada ni bien salió a la venta; toneladas y toneladas de poesía, a las que se agregan todos los libros de poesía que me regalaron el año pasado sus propios autores; ediciones raras o extrañas de viejos clásicos; las Páginas de Lord Kendal; el Manual de la lengua pampa del coronel Federico Barbará; libros sobre Rosas y Sarmiento; libros de historia; antologías de las más variadas especies y calañas... Todo esto sin contar los estantes ya superpoblados de poesía, crítica y narrativa que existían pre-diccionario (y que nos salvaron las papas en más de una ocasión). 
Como Borges dijera, ordenar una biblioteca es como ordenar un universo y cualquiera sea el orden que establezcamos, rápidamente quedan en claro dos cosas: 1) cualquier orden que se aplique es absolutamente arbitrario y azaroso; 2) establecer ese orden, por simple y nimio que parezca, exige complicadas elucubraciones acerca de sus ventajas y desventajas frente a otros posibles ordenamientos de la materia. Lo que nos lleva a pensar qué complicado debe ser Dios y decidir qué cosa crear y cuál descartar. O más modestamente, nos ilumina acerca de nuestra tarea como artistas: encontrar lo que está de más, saber cuándo hay materia de menos, embellecer sólo hasta alcanzar el punto justo y no más. Saber diagnosticar, como dice mi maestro. Saber discernir, más aún: cuándo parar. 


Addenda: mi teoría de los criterios de ordenación se viene abajo estrepitosamente cuando me doy cuenta de que además de todo lo que enuncié existe un por ahora inexistente estante que albergaría mi colección de literatura erótica junto con otro igualmente inexistente por el momento (hasta que encuentre dónde ubicarlos) con los libros de filosofía y algo que vagamente podríamos denominar "antropología" o "psicobiología" o algo así (donde se incluyen libros como El zoo humano o una Historia de la locura). Sin contar tampoco las dos pequeñas columnatas de libros de romani y de aqueos que sostienen uno de los estantes que siempre amenaza con venirse abajo. Como por ahora los libros en latín y las tragedias griegas no los frecuento, me parecieron los ideales para oficiar de pilares. Después de todo, Grecia y Roma son la cuna de la ¿sabiduría? occidental, ¿no? 


Segunda addenda: Peor aún, ahora me doy cuenta de que también hay un sector no oficialmente reconocido aún con libros de humor (como, por ejemplo, Cómo ser una idische mame de Dan Greenburg o Dónde están los hombres de Serena Gray) que se complementa con algunos libros de astrología, uno de Maitena, otros de simil cómic y un par de cosas más "por el estilo"... pero sabrá Dios qué estilo es ese... Algún día les hablaré de mi colección de revistas de historietas también. ¿Forman o no parte de la biblioteca? Hum... en qué berenjenal me metí, mejor ¿lo dejamos ahí?

6 de enero de 2010

Las imágenes de la curvilínea

Finalmente, he decidido hacerles caso a mis dos amigos fotógrafos (ella y él) y dedicarme, si no profesionalmente, al menos seriamente a la fotografía. Como es repetido testigo este blog (y, desde luego, este) la fotografía y yo no somos extranjeras. De hecho, siempre me gustó sacar fotos. Y, cosa curiosa, otra cuestión interesante para anotar acerca del 2009 es que ha sido el año en el que más fotos me han sacado, ever. Creo que ni cuando era chica fui objeto de tantos flashes y teleobjetivos. No sé bien a qué se debió esto. O, mejor dicho, sí. 
En mi familia, tanto de un lado como de otro, siempre se usó mucho sacar fotos y guardar imágenes varias como recuerdo. Pero, como también he dicho por algún lado, mi familia un día se rompió y ya no hubo momentos Kodak que inmortalizar. No había habido tampoco muchos antes, pero después de eso fueron aún menos. Las pocas fotos que hay, entonces, de mi adolescencia y juventud existieron gracias a la cámara de mi hace ya diez años (¡oh, tanto tiempo ha pasado, tanta agua bajo el puente, tanto lodo por la espalda!) ex mejor amiga. Y ni siquiera las tengo escaneadas. He prometido escanearlas alguna vez para que todos vean mi orgulloso pasado metalero, pero no será hoy el día. Luego, aparecieron algunas fotos más. De la facultad,  de mi nueva mejor amiga. Del casamiento donde firmé como testigo (la única vez que un registro civil tuvo -¿tendrá?- mi firma). Luego, nada. Hasta el 2009, reitero. Si pasan por mi perfil de Facebook y revisan todas las fotos en las que estoy etiquetada, verán que llegan al centenar. ¡Yo, etiquetada en un centenar de fotos! ¡Yo, que me creía nada fotogénica, que siempre estaba acomplejada por mis caras o mi sonrisa o mi pelo o vaya Dios a saber qué, que tan tremendo pavor me daba antes salir en una foto...! Fue precisamente en el 2009 que descubrí la gran falacia que se escondía detrás de ese horrible (y tonto) cuco: no era cierto que no fuera fotogénica y no tenía nada de qué avergonzarme, tal como todas mis caras sonrientes y payasas (en el buen sentido) así lo atestiguan. 
Y confieso que me sorprendí la primera vez que descubrí que salían tan bien las fotos. Es decir, lo que me sorprendió no fue la calidad fotográfica de las imágenes sino lo radiante que yo salía (¡que yo salgo!). ¿De dónde venía esa risa diafána y sin complejos? ¿Cómo podía ser? ¿Acaso no era yo la poeta atormentada, el alma en pena, la supliciada pizarnikiana incapaz de esbozar ni una sonrisa irónica siquiera? ¿Dónde estaba la de la triste figura? ¿Quién era esta mujer que me sonreía con mi propia cara, rodeada de un montón de gente igualmente feliz y descontracturada? ¿Qué pasó allí?
Y allí pasó lo que tenía que pasar tarde o temprano. La metalera y su costado gothic-dark quedó en el pasado, la pizarnikiana decidió abrazar estros poéticos más sustanciosos y nutritivos, el aura de negrura desapareció por completo. La tipa creció, en definitiva. Y se animó a sonreír, a pesar de los tropiezos y los estropicios varios cometidos por su corazón. Se animó a posar para las fotos, pero paradójicamente ese posar era mucho más verdadero y auténtico que las anteriores poses de "qué tragedia es mi pobre vida", "qué sufrimiento tengo", "cuánto falta para la hora final" y "qué bien que escribo cuando agarro mi maquinita pizarnikiana y escribo poesía desde el hoyo". Hacer morisquetas, reír a mandíbula batiente, no estar pendiente de las voces del Censor y del Crítico internos dieron por resultado todas esas fotos en las que se me ve, ¡oh, sí, dilo de una vez!, feliz. Y tengo que aclarar: feliz sin él (ya saben quién es él). 
Bueno, mi idea para este posteo era otra, pero como he dicho más de una vez, la escritura es así, uno quería un perro violeta y le sale un ornitorrinco púrpura (o al revés), así que dejo las imágenes que iba a postear para otro momento, y declaro entonces que estoy a punto de comprarme mi primera cámara digital, desde luego no profesional, pero sí lo más completa y copada que pueda. Y una vez que la tenga... ¡agarrénse! Voy a llenar todo de fotos! 
Ahora los dejo con algunas curvas que capturé con mi telefonito:





Cúpula interior del edificio donde funciona la SEA (estación de trenes de Once)








 La horrible pero bella flor de acero en la avenida Figueroa Alcorta







Interior del anfiteatro de la Manzana de las Luces

5 de enero de 2010

¿Dejaron los zapatitos?


Todavía conmocionada por la desaparición física de Sandro, igualmente quería venir y dejar una pequeña reflexión acerca de la noche de hoy. 
Es la noche en que todos, grandes y chicos, deberíamos dejar nuestros zapatos en un rincón escogido de la casa ya que vendrán los Reyes Magos. ¡Y no hay que olvidarse del agua y el pasto para los camellos...! Comentando jocosamente  esto mismo en el trabajo, nos dimos cuenta de que la tradición no indica que se les deje nada a los pobres reyes... ¿Es que ellos no vienen también cansados del fugaz y fantasmágorico desierto? ¿Es que no van a tener hambre o sed por ser reyes o por ser magos u sabihondos hombres de ciencia y misterio? ¿Por qué no dejamos nada para ellos, ya que estamos? Un pequeño refrigerio, alguna bebida espumante, por qué no, o el pedacito de budín o pan dulce que sobró de las fiestas pasadas aunque sea... ¡Justicia para los Reyes Magos! ¡Ellos también merecen su porción! ¿O acaso vamos a creer que se alimentan del oro, la mirra y el incienso que le trajeron al Niño Jesús? No, señor... ¡eran hombres como cualesquiera otros...! 
Pero nunca dejo de pensar en la ternura que implicaba el gesto de dejar el balde con agua y un poco de pasto a un costado de los zapatos, junto con la carta que declaraba puntillosamente no sólo lo bien que me había portado el año anterior sino lo que deseaba que los susodichos reyes me trajeran. ¡Con qué afán, denuedo y cuidado seleccionaba el mejor pasto para esos imaginarios e improbables camellos que vendrían, seguramente, volando por los cielos! (¿Quién dijo que los camellos no vuelan? Nos engañan con esas cómicas jorobas...). ¡Con qué preocupación juntaba el agua en el mejor balde de la casa para esos igualmente maravillosos e improbabilísimos camellos! Y lo mejor de todo: ¡con qué ilusión me iba a dormir esa noche! Y todo porque estaba absolutamente convencida de que al día siguiente el balde iba a estar vacío, del pasto iban a quedar apenas una o dos briznas y los zapatos iban a estar rebosantes de regalos, regalos que ya no importaba si concordaban con los de la carta o no...! No sé si alguna vez volví a estar tan segura y convencida de algo en toda mi vida.
Lo cierto es que, en momentos como los actuales, me encantaría recuperar tan siquiera una pizca de esa seguridad, esa bravura incontestable de la inocencia plena. 

4 de enero de 2010

Como a la misma felicidad

Uno de mis tantos propósitos (no declarados) para el 2010 era volver a los posteos diarios (o lo más daily posible) en Curvas y Desvíos. Pero, sinceramente, no me gusta para nada tener que retomar esta sana costumbre en un día como hoy. Pero, bis, ¿de qué otra cosa hablar? 
Se murió Sandro. No hay nada más que decir. O sí, pero no parece tener demasiada importancia. ¿Qué podría decir que ya no se haya dicho sobre el Gitano? Y sí, es hora de que lo sepan: a pesar de mi pasado metalero (del cual estoy más que orgullosa) y de mi locura infinita por Frank Zappa (de la que estoy más orgullosa aún, si cabe), Sandro es uno de mis músicos favoritos. Lo escucho desde chica y desde chica también lo amo. Creo que si alguna vez hubiera ido a verlo a un recital, cosa que no he hecho y ahora me arrepiento, sin ninguna duda yo hubiera sido una de las tantas que le revoleaban las bombachas o el corpiño al escenario, como una gráfica muestra no sólo de amor y fanatismo sino de la terrible -inquietante, magnética, descontrolada- sensualidad que emanaba todo su ser.
Está bien: hace ya tiempo que estaba hecho pelota y que restaba muy poco de esa aura animal, salvaje, rebosante de feromonas y vaya uno a saber qué otros neurotrasmisores capaces de disparar las fantasías más arrebatadas en las entrepiernas de todas sus "nenas" (¡ay, Loli, qué hacemos ahora con tu cuento!). Ya no era el mismo, de acuerdo. Pero un cachito de esa animalidad subsistía aún en su mirada, en su voz, en su forma de cantar... 
Recién estaba mirando un video, que les dejo más abajo, y pensaba: ¡qué hombre más lindo, qué hombre más hermoso...! El típico morocho argentino, de rasgos fuertes pero suaves a la vez, de piel tirante, de pelo en pecho...! ¿Queda algún macho -¡no hay palabra que lo describa mejor!- de esos todavía? ¿Hay alguno dando vueltas por ahí? ¿Un morocho recio, cantor, de gesto adusto y voz dulce...? En fin, por si no quedó claro: amo a Sandro y lo amé siempre, y me apenó mucho saber hoy que se había muerto.
Pero los artistas no mueren. Sólo se evapora su sustancia física, pero queda lo único que de veras importa, su obra. Quedan todas sus canciones, queda su voz grabada a fuego en miles de discos, casettes, cds y corazones. Quedan sus imágenes, sus palabras, sus pensamientos. Queda su incontenible humor. Queda viva por siempre esa aura tan magnífica, ese destello felino en la mirada, esa boca terrible, sensual y peligrosa, y quedan, a Dios gracias, las maravillosas letras de sus canciones, producto de su amigo y productor Oscar Anderle. Las letras de las canciones de Sandro son auténticos poemas, jamás tuve una sola duda al respecto. Si alguien la tiene, preste mucha atención a las sutiles, imaginativas y poderosas metáforas con que se alude al pubis femenino (y más aún, al vello púbico) en "Trigal", el video que les dejo para recordar a un grande, al más grande, a Sandro de América: 





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