Resignada ya a que nunca recuperaré los cuadernos que estaban dentro del bolso que me robaron (a menos que ocurra un milagro), la cosa que más extraño de todas cuantas allí había es mi telefonito. Pero no por el hecho de "estar comunicada" ni ninguna de esas paparruchas. Lo extraño porque allí llevaba yo mi música, mi música particular, singular, adaptable a todas las circunstancias, a todos los estados de ánimo, a todos los fluctuantes histerismos de mi mente loca y apasionada. Sin mi música personal ando perdida. Desajustada. Me falta algo. Y me falta precisamente esa magia portátil, esa maravillosa taumaturgia que se opera cada vez que uno escucha su música favorita, esa que le revuelve el alma, que le alborota el pelo y el corazón, que se le sube a la cara, que hace mover piecitos y manos, que nunca, jamás, nos deja indiferentes.
¿En qué consiste este verdadero encantamiento que ejerce la música sobre nosotros? No sé ustedes, pero a mí la música me abraza desde mi más tierna infancia. Creo que en el fondo siempre quise ser una cantante de rock pero ni la naturaleza ni la genética me han bendecido con el don del canto (por momentos logro creer que sí con el del cántico, es decir, el de la poesía). Soy positivamente mala cantando, no sólo mala sino desastrosa, penosa y lamentable. Aún así, me encanta cantar, con perdón de la tremenda aliteración, pero es que precisamente así es. Uno canta y se encanta a sí mismo, espanta los miedos, se llena de aire y poder, y si los dioses le fueron favorables, puede encantar -y seducir a rabiar- también a los demás. Amé siempre la música (y a los músicos, ya se sabe); más allá de estilos o bandas favoritas, siempre la música estuvo presente en mi vida. Y ahora que no la tengo, que tengo que aguardar a que se den ciertas circunstancias para que se puedan dar otras y así recuperar mi telefonito (o uno parecido) me doy cuenta del espacio que ocupa en mi vida y de la falta que me hace ese poder enchufarme a lo que tanto me gusta y disfruto.
Por eso hoy les quiero compartir una página que encontré vía otro blog vía las alertas de Google. El otro blog tiene un nombre que lo vuelve primo o pariente no tan lejano de este: espaciocurvo y de lo que se trata es del World Science Festival del 2009, en el que se trató el tema "Notes & neurons: in search of the common chorus" (Notas y neuronas: en busca del coro común). La hipótesis es que ciertas escalas musicales, más específicamente las pentatónicas, ya vienen "pre-moldeadas" en nuestros cerebros y podemos reconocerlas siempre, aún cuando no sepamos ni papa de música. Aquí el posteo original de espaciocurvo donde se menciona esto y aquí todos los videos de los conferencistas y la cabal demostración de Bobby McFerrin de que dicha hipótesis no es en absoluto desacertada...
Enjoy it!
1 comentario:
¡Sin música no existimos!Es perfectamente comprensible tu contrariedad así como tu hermoso elogio al empapamiento de la música en nuestras vidas. Y más que interesante esa teoría del innatismo de ciertas escalas, uno ahora entiende cómo el Papacho toca tan bien el charango y la zampoña; voy a ver el sitio que citás.
Y hasta que consigas otro telefonito...enjoy the silence.
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