Como ya saben (y si no les cuento) odio el invierno. Desde ayer que he comenzado a sentir las rigurosidades del frío con una pertinacia que me desagrada en extremo. Acaso porque no supe elegir mi guardarropas adecuadamente (¿por coquetería femenina?) o porque no supe calcular mejor la temperatura externa (entre las tantas cosas que soy, meteórologa no se cuenta entre ellas) tuve que aguantarme la fresca y refunfuñar embravecida cada vez que el viento osaba recordarme que sí, que ya llega, que ya empieza el fuckin' invierno.
Pero probemos un nuevo antídoto esta vez. En vez de refunfuñar, cosa que hago muy seguido, escribamos. Hagamos arte. O algo que se le acerque bastante. O mejor, que se le acerque mucho. Que casi no se note la diferencia entre "escrito terapéutico" y "escrito artístico" (en mi caso suelen ser lo mismo, pero no siempre...). Quizás una foto pueda ayudarnos. Estaba mirando fotos de mi amigo, confesor y padre espiritual, señor Daniel Medina, y la foto que aquí les comparto me envió, sin escalas, a una escena de película.
Una de Humphrey Bogart, claro, en riguroso blanco y negro, con hombres trajeados y mujeres de cintura de avispa (ay, quién pudiera). Nueva York, la ciudad de los ocho millones de historias, se agita por detrás de esa hipotética ventana que no vemos pero intuímos en los chorros de luz que atraviesan las aspas del ventilador. Nueva York, Hell's Kitchen, un verano abrasador, imposible, inaguantable. Pero. Pero tenemos la dicha de estar en una fresca habitación de hotel, con este ventilador despeinándonos apenas mientras siesteamos que da gusto. El mismo sopor nos obliga a la horizontalidad más profunda, nos insta a apagar todos los motores y dejarnos arrullar por el monocorde sonido de las aspas que giran y giran... ¿Quién nos acompaña? Nos acompaña quien nosotros querramos, que para algo estamos soñando y soñando en grande. A mí me acompaña un morocho parecido a Georges Corraface, un poco más alto (me gustan altos) y un poco más grandote (me gustan grandotes, anoten), que apenas se tapa con una de esas hospitalarias sábanas blancas... Seguramente duerme boca abajo y deja al descubierto una espalda que más tarde llenaré de besos y caricias, su pelo es un regalo del cielo y sus manos se pierden en alguna de las "blancas colinas" que mi cuerpo ofrece impúdicamente al mundo cada día. Oh, sí... ¿Qué estuvimos haciendo antes de esto? Eso lo dejo librado a vuestra imaginación.
No sé a ustedes, pero a mí se me pasó bastante el frío...
No hay comentarios:
Publicar un comentario