Sí, hay un tema que estaba deliberadamente obviando en estas páginas: el Mundial. Ahora que todo terminó (al menos para nosotros), puedo explicitar un poco por qué me abstuve de hablar de lo único que se hablaba en el último mes por estas pampas.
Lo cierto es que la designación de Diego Armando Maradona como director de la selección nunca me pareció una decisión atinada. Se me objetará que nadie como él para conocer desde adentro un mundial y todo lo que eso conlleva, pero él ya no iba a estar adentro de la cancha y por mucho entusiasmo que pudiera transmitir a sus jugadores si éstos no sabían qué hacer dentro de ella... daba lo mismo que los dirigiera él, Mongo Aurelio o yo. No obstante todo esto, me alegró que el equipo llegara a clasificar y que la ilusión mundialista se renovara, después de las sucesivas derrotas y los enojosos fracasos que venimos padeciendo desde Italia 90.
Así y todo, consideré prudente mantenerme al margen de la algarabía general, cosa que se complicó bastante ya que el bombardeo publicitario fue poco menos que feroz, y para muchos ya éramos campeones antes de que, siquiera, el mundial hubiera oficialmente comenzado. Tampoco fue fácil mantener un estoico silencio o un mesurado escepticismo cuando por todas partes no se hacía otra cosa que hablar de fútbol, de Messi, de Tévez, de Palermo, de unos y otros, de vuvuzelas y jabulanis varias; cuando todas las publicidades alentaban nuestro más acendrado, recalcitrante y conveniente patriotismo; cuando hasta el propio Dios nos decía que sí, que en el 86 aquella gloriosa mano había sido la de él, pero que no había sido la que había atajado aquellos inolvidables penales en el 90...
De todos modos, mi política fue no mirar los partidos y en lo posible no involucrarme. ¿Por qué? ¿Por qué me privé de lo que primero fue un imparable in crescendo de esperanzas y festejos hasta que nos barrió el tanque alemán por 4 a 0? Porque me la veía venir. Porque no quería sufrir. Porque ya conozco las glorias de salir a festejar un mundial. Porque el fútbol se convirtió en un asqueroso negocio, donde los jugadores ya no juegan "como si defendieran sus vidas de las fieras", en palabras del acerbo Ezequiel Martínez Estrada. Porque todo está desvirtuado, descontextualizado, exagerado y magnificado hasta la más absoluta hipertrofia de los sentidos. Porque ya no hay hinchas verdaderos si no animales salvajes capaces de agarrarse a tiros en plena estación de tren de La Plata (nadie me lo contó, estuve ahí). Porque los pocos hinchas verdaderos que quedan rumian sus desdichas como pueden y se ilusionan con el mundial y van... Porque no le tenía fe a Maradona, qué quieren que les diga. Porque no veía un equipo si no una sobresaliente suma de individualidades que, aunque le pese a la mayoría, no es suficiente para armar un equipo, un equipo que juegue y se comporte como tal. Porque no veía un capitán (creo que nunca lo hubo). Porque sin un conductor, sin un hegemón, un líder, aquel al que la mayoría sigue y respeta, tampoco hay equipo posible. Y así.
Y también porque vi el gol de Maradona a los ingleses en el momento de ser hecho (el de la mano de Dios también), y aquel otro inolvidable gol de Cannigia nada menos que a Brasil, y porque vi las atajadas del Goyco y porque salí a festejar tras los partidos clave de Italia 90 y porque después lloré y puteé cuando ese árbitro mal parido nos dejó con ese horrendo sabor amargo en la final con Alemania y...
Claro que me hubiera gustado ver de nuevo a Argentina campeón, no vayan a creer. No pudo ser y está bien: por ahí para el próximo mundial compredemos que aunque tengamos a los mejores jugadores del universo no sirve de nada si no conforman un auténtico equipo y juegan como tal, y con un único objetivo: no ganar, no dejar afuera a Brasil, Alemania o Inglaterra, si no jugar cada vez mejor, ir siempre por más, con valentía, con garra pero también con humildad y hasta darse el lujo, por ahí, de gambetear a unos cuantos y dejarlos de nuevo por el camino como aquel inolvidable barrilete cósmico...
La imagen que ilustra este post fue tomada de esta página.
1 comentario:
Muy buen trabajo Ana. No te imaginaba tan conocedora del tema. un gusto haberte leído.
María Rosa
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