Iba a permanecer en silencio frente a los hechos de público conocimiento pero me parece que eso es precisamente lo que muchos están buscando o lo a que otros tantos les gustaría que suceda y no se me da la gana darles el gusto. Iba a permanecer en silencio, básicamente, porque sospechaba que no tenía nada que decir o que era muy poco lo que podía llegar a aportar. Pero hoy estaba chateando con una amiga y entendí algo que puede parecer muy simple (hasta perogrullesco), pero que puede ser también una herramienta insustituible para eso que se denomina "el cambio" o bien "la transformación".
Lo que entendí (y se me ratificó aún más al ver las fotos que ilustran este post) es que hay diferentes modos de luchar y de hacer algo. Hay quienes salen a la calle, llevan una ofrenda de flores o un mensaje a las rejas de la Casa Rosada o rezan. Hay quienes se envuelven en una bandera, a falta del abrazo paternal y simbólico que se fue. Hay quienes lloran, gritan, cantan, aclaman o están absolutamente desolados. Hay quienes no salen de su asombro y su consternación. Y están los que se indignan, los que putean, los que quisieran volver el tiempo atrás. Están los que ya vieron funerales como éstos y están los que no los vieron nunca. Están los que, como yo, argumentan siempre, cada vez que hablan de política, oponiendo un "pero" a sus razonamientos, como un modo de ¿resguardarse? ¿defenderse? ¿no quedar pegados en algo que nos está pasando lo queramos o no? Están los que no son ni fueron K y lloran igual. Están los que son y fueron y serán K y lloran aún más. Están los que se arrepienten de posturas extremistas en el pasado. Están también los que se arrepienten de no haberse involucrado más o de no haber salido a la calle antes. Están también ellos, no hace falta nombrarlos, su sombra es tan evidente y su morbo tan mortífero que es mejor apartarse de ellos con algún amuleto contra el mal de ojo o algo similar. Están los que observan, los que no saben qué partido tomar, los que, quizás, como yo, lamentaron más la muerte de Alfonsín, quizá por haber vivido el 83 como una verdadera fiesta, aunque después vinieran nubarrones muy negros y muy feos. Están también los que no olvidan y los que se acuerdan de algunas cosas, pero no de otras. Están los que directamente no se acuerdan de nada y los que recién hoy se acuerdan de algo. Están las madres, las abuelas (lo pongo así a próposito), esas otras viudas.
Porque este es un país de viudas, ya va siendo hora de que nos demos cuenta. Y no es una vulgar reivindicación feminista. Nada más lejos de mí. Es una constatación palpable. Las viudas no son, como muchos ilusos creen, mujeres frágiles o incapacitadas que hay que proteger. Las viudas son las más fuertes porque sobrevivieron a la muerte, terrible, injusta, afrentosa, etc., de sus compañeros elegidos, del padre de sus hijos, de su amante, de su proveedor (sí, no nos hagamos los distraídos: la naturaleza ha dictaminado que sea así). Pero no es mi propósito hacer el panegírico de las viudas ni mucho menos.
Lo cierto es que entre todas esas personas también está ella: esta mujer que, nos guste o no, gobierna, dirige y capitanea el país. Esta mujer, y lo enfatizo, y no ya "esa mujer", con el mismo tono despectivo con el que hasta hace dos días muchos (muchísimos) la llamaban "yegua" y otras lindezas por el estilo. Pasó de eso a ser, ahora sí, "la señora presidenta". ¿Qué pasó ahí? ¿Tenía que tener la investidura de viuda también para que se la empezara a respetar? ¿Tenía que pasar por una tragedia semejante para que se la trate como es debido, más allá de las opiniones políticas que se tengan? ¿Qué corrimiento de sentidos hubo ahí, qué pasó para que se pasara de los insultos más degradantes y groseros al trato debido? No lo sé, pero siempre me pareció repugnante la falta de respeto a la investidura (insisto) que hubo con CFK, algo que personalmente nunca había visto. Y todo, claro, porque es mujer y ser mujer se presta fácilmente, por desgracia, a este tipo de conductas deleznables.
Entonces, vuelvo a lo que decía al comienzo. Hay distintos modos de estar en el mundo y de hacer cosas en ese mismo mundo. Yo elegí la poesía, la literatura, la creación con la palabra. Y desde ahí, doy mi batalla. Ya se sabe que la poesía es una actividad claramente subversiva (¿o por qué creen que tenemos tantos -y tan maravillosos- poetas desaparecidos por la dictadura?). Pero hay otros modos de ejercer esa misma subversión que no es más, en mi opinión, que una lisa y llana apertura de cabezas para que esas cabezas puedan luego tomar sus propias decisiones sin que ningún medio les tenga que estar diciendo qué hacer frente al terrible cuco del censista (no recuerdo que en el censo del 2000 alguien haya salido a decir ¡no le vayan a abrir la puerta al censista porque seguro que es un chorro!). Entre esos otros modos, encuentro, para mí, mis clases en el taller de escritura del Pasaje Dardo Rocha, donde no me canso de repetir que Tinelli no es lo único que existe, entre otras cosas, y también este y todos mis demás blogs: espacios para el pensamiento, para la reflexión, para lo más parecido que se me ocurre a la lucha que otros libran en la calle, en las escuelas, en los barrios y en donde sea.
Por eso decidí no quedarme en silencio mientras la Historia me pasaba por al lado. Y porque esta mujer, la que ahora tiene que hacer el duelo mientras sigue gobernando, no merece -se piense de ella lo que se piense- que se la deje tan sola con su dolor. No merece, tampoco, que se la deje al acecho de los buitres carroñeros y necrófilos que ya andan rondando, no tanto por ella misma, sino por el país (esa "entelequia" que, en ocasiones como ésta, deja de serlo y se trasluce en toda su feroz cristalinidad, y hasta se puede tocar).
3 comentarios:
Gracias, Analía. De lo mejor que he leído en estos días. No puedo sentirme más identificado con tu manera de ver este Momento.
Saludos,
Me Hace muy felìz que en mi pais haya mentes tan brillantes como la tuya,me encantò leerte.
Estuvimos tanto tiempo callados, que lo mejor es hablar.
Lo tuyo me llena de orgullo.
Un abrazo,
Alicia Márquez
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