En mi edificio hay un niño que llora. Qué novedad, dirán. En todos los edificios de todo el planeta hay niños que lloran, y madres que les gritan y platos que se rompen. Pero, por alguna razón que desconozco, éste no es un niño más. Llora de día. Llora de noche. Llora por la tarde. Cuando me voy a las 8 y algo de la mañana ya está llorando desde las 7 y media, quizás. Cuando llego alrededor de las 4 sigue llorando. Y más tarde, llora. Y a la noche, a las 10, a las 11, incluso a las 12, está llorando. Llora todo el día. Sus pulmones parece que no se gastan. Y su madre parece que no se cansa de gritarle, de insultarlo, de no sé, no puedo saberlo, si de pegarle. Pienso que algo le pasa. Pienso que no es normal, que un chico no puede llorar así. Que hay algo que está mal, más allá de esa madre imbécil que no para de gritarle. Porque ella le grita siempre. El chico hace algo que evidentemente a ella le molesta mucho y entonces viene el llanto. Siempre el llanto.
Esto, que puede parecer una anécdota idiota y nada más, en el fondo me preocupa mucho. Porque, bueno, cuando me harto de escucharlo llorar pongo música y listo. O me voy. O mientras estoy en el trabajo me olvido del chico que llora, lo mismo si estoy en el gimnasio, lo mismo si estoy en cualquier otro lado. Pero en cuanto llego, zas, el niño que llora está ahí y su llanto invade todo el edificio. ¿Y nadie hace nada?, me dirán. ¿Qué se puede hacer?, repregunto yo. Y no es esto lo que más me preocupa. Lo que me preocupa es no poder decodificar ese llanto. No entender qué le pasa, por qué llora tanto, por qué nadie le pone un freno a esa catarata de lágrimas y berreos. Cada vez que le presto atención (y es díficil no prestarle atención), me lo imagino desolado, aterrado, inmerso en un dolor inenarrable, en un sufrimiento inextinguible, porque así suena ese llanto. ¿Será entonces que le pegan?, me digo. No puede ser, pienso, porque entonces le estarían pegando todo el santo día. ¿Qué chico puede resistir eso? Entonces razono que el chico tal vez es muy caprichoso y tiene cero tolerancia a la frustración. Cada vez que le dicen que no, bum, viene el llanto. Pero entonces se la pasan diciéndole que no, sigo. ¿Y qué cosa tan estrafalaria puede estar pidiendo un chico que no debe tener más de 2 o 3 años, que apenas balbucea unas pocas palabras, entre medio de sus lloros? No sé, no sé, me devano los sesos pensando en esto y no hallo respuesta. Y el llanto sigue, les aseguro que sigue.
Ahora, milagrosamente, no se escucha. Hasta hace un rato el niño que llora estaba en el más pleno apogeo de su llantina. Se habrá calmado, se habrá dormido. Pero no va a durar. A las doce de la noche llora siempre. Y yo siempre pienso, ¿no tendría que estar dormido ese chico ya? ¿Cómo no va a llorar si a esta hora un chico de dos o tres años está despierto? Y sigo pensando: ¿qué le pasará a ese chico? ¿qué recordará cuando sea grande? ¿se acordará de que lo único que hacía era llorar y llorar? ¿se acordará de que su madre era una energúmena que sólo le decía "salí de ahí" y "nooo" todo el tiempo? ¿se acordará de que sufría y berreaba como si lo estuvieran torturando o matando o vaya uno a saber qué?
Ojalá que no se acuerde de nada. Yo díficilmente pueda olvidar su llanto.
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