Ayer, mientras leía este maravilloso artículo/ensayo de Zadie Smith, me puse a pensar en mis novelas. Oh, sí, he escrito varias (por lo menos dos, digamos) y he vivido, quizás, siempre en la misma. Lo que disparó la reflexión fue esta ¿necesidad?, este ¿impulso?, esta ¿compulsión?, esta ¿fuerza? que me llevó siempre a escribir novelas que podrían llamarse "autobiográficas", es decir, basadas en los eventos consuetudinarios de mi vida. Más aún, mis novelas favoritas siempre han sido las novelas de este corte, especialmente las de mi madre literaria, Erica Jong, quien no vaciló nunca en "exponer" su vida en sus novelas. En todas y cada una de ellas, aun en las que no forman parte de la saga de Isadora Wing. Toda vez que me sentí compelida a escribir algo que pudiese cuajar bajo el rótulo de "novela" terminó siendo algo estrictamente autobiográfico, personal, efectivamente vivido. ¿Qué nos mueve entonces a contar nuestra propia historia? ¿Es cierto, como leí por allí, que si todos los hombres estuvieran dotados para la narración y contaran sus vidas leeríamos las novelas más maravillosas y tremendas? Tal vez.
Hoy quiero preguntarme qué es lo que me ha llevado a seguir este derrotero en una época que ya no es muy dada a la novela autobiográfica, ni siquiera a la novela "realista", tal vez ni siquiera a la novela per se. Pero como a mí siempre me gusta ir a contramano, eso no me preocupa demasiado; lo que me preocupa es que no sé qué hacer aún con la novela que escribí en el 2010 y de la que algo se habló en estas páginas: si reescribirla, si reestructurarla, si tirarla al diablo, si hacer caso de las correcciones y sugerencias que me hizo un amigo muy querido, si... qué sé yo. Me planteo todo esto porque, oh, oh, ahora que he vuelto a escribir, han renacido las ganas de escribir algo así como una novela. Pero, chan, no quiero que sea autobiográfica (aunque todas lo sean). Quisiera crear personajes independientes de mi experiencia personal y, a través de ellos, con un poco de suerte, quizás sí bucear en profundidades un tanto espeluznantes del uno mismo. Quisiera ver qué les pasa a esos personajes, en qué líos se meten y cómo salen (o no) de ellos. Quisiera escribir, como dice mamá Erica, la novela que me gustaría leer, llena de amor, romance, furia, lujuria, música y literatura... y chan, volvemos a caer en lo autobiográfico, una vez más.
Las dos novelas (si así puedo llamarlas; incluiría una tercera pero en verdad es una nouvelle) que escribí recrean mis dos únicos enamoramientos. Nunca se me ocurrió hablar de otra cosa, creo que no se me ocurrirá jamás, ni tampoco se me ocurrió nunca que esto pudiera no ser interesante o entretenido. Siempre es interesante y entretenido el romance, el amor, aún los más edulcorados, cursis y pedestres. Las relaciones entre hombres y mujeres me han obsesionado desde que comencé a usar eso que llaman la razón y mis novelas favoritas son siempre las que abordan este gran tema universal: cómo aman las mujeres, cómo aman los hombres, cómo aman los que no son amados, cómo no aman los que son amados... Nunca se me ocurrió pensar que a nadie le importaría lo sucedido en la vida de esta mujer a quien nunca eligen como la principal y siempre es la otra (aunque ya vimos que eso puede llegar a resolverse eventualmente), esta mujer que escribe y que se niega, desde el minuto cero, a ser como el resto, aunque este último bastión se le está cayendo a pedazos de un tiempo a esta parte, porque cuando ella dice "no quiero ser como el resto", piensa en cómo eran su mamá, su abuela, sus tías, sus primas y quizás algunas amigas que ya no frecuenta: amas de casa corrientes y molientes, "chicas de su casa", sirvientas sin sueldo, esposas de, ceros a la izquierda. Y, a decir verdad, hay cada vez menos de estas mujeres, a Dios gracias. Pero el mandato y el mito siguen operando en esta cabecita siempre desconcertada y ella sigue diciéndose, muy firme, "no quiero ser como el resto, no quiero ser como el resto". ¿Y qué pasaría si, oh, Dios no lo permita, fueras como el resto? Horror, espanto, desolación, ¿no es cierto? Claro, nunca se le ocurre pensar que NO es posible que eso pase pues claramente ella no es como el resto: es como es y punto.
Y aquí vuelvo al ensayo/artículo que tanto me gustó de Zadie Smith, ya que ella opina que el deber de un escritor es el siguiente (y yo aplaudo y estoy de acuerdo):
"Para los escritores, según lo veo yo, sólo hay un deber: el deber de expresar de modo exacto su modo de estar en el mundo. Pido perdón si esto suena genérico e impreciso. Escribir no es una ciencia y estoy hablando en los únicos términos que tengo para describir lo que intento una vez y otra (aunque falle en alcanzarlo) cuando me siento frente a la computadora.Cuando escribo lo que estoy intentando expresar es mi manera de estar en el mundo. Este es, principalmente, un proceso de eliminación: una vez que se han removido el lenguaje muerto, los dogmas de segunda mano, las verdades que no son propias sino de otros, los lemas, los slogans, las mentiras nacionales, los mitos de la propia época histórica, una vez que se ha removido todo lo que da forma a la experiencia pero uno no reconoce ni cree, lo que queda es algo que resulta ser más o menos la verdad de una convicción propia. Eso es lo que busco cuando leo una novela: la verdad de una persona, por lo menos la parte que puede ser transmitida mediante el lenguaje. Este único deber, propiamente perseguido, produce resultados complicados y diferentes. Esto no es una llamada a la autobiografía, aunque siempre haya escritores que confundan el deseo del lector de una verdad personal con su llamado a escribir un tratado o un discurso o unas memorias apenas disfrazadas en las que ellos mismos son los héroes. La verdad de la ficción es una cuestión de perspectiva, no de autobiografía. Es lo que no puedes evitar decir si escribes bien. Es la marca de agua que corre por todo lo que haces. Es el lenguaje como revelación de una conciencia."
Ojalá en mi próxima novela, sea del corte que sea, pueda mostrar mi modo de estar en el mundo. Y, por qué no, también en las anteriores.
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