(Atención: este posteo es un descarado autobombo y promoción del Taller de Poesía que está por comenzar. Ahora que ha sido advertido acerca de la modalidad de esta entrada, lea bajo su propio riesgo.)
Doy taller de poesía porque amo la poesía.
Porque no puedo vivir sin ella, aún cuando no la escriba o pase temporadas sin acercarme a un poema.
Porque creo que aún hay esperanza.
Porque me encanta derribar los ignominiosos mitos que la envuelven.
Porque deploro que la gente, que el ciudadano común, de a pie, pase su vida sin leer un solo poema (o con una vaga idea acerca de la poesía adquirida allá lejos y hace tiempo).
Porque poesía no eres tú.
Porque la poesía debe ser hecha por todos, como quería Lautreámont.
Porque me entusiasma leer y compartir poemas.
Porque me fascina tratar de desentrañar qué nos está diciendo ese artefacto verbal tan maravilloso y extraño.
Porque se me canta.
Porque la poesía está más allá (y más acá) de lo que comúnmente se conoce como "literatura".
Porque las veces que lo hice me sentí muy feliz.
Porque mis alumnos nunca dejan de sorprenderme.
Porque me emocionan muchísimos poemas y quiero que los demás también se emocionen (o algo).
Porque la poesía nos toca, nos habla, nos inquiere.
Porque hay poesía en todo.
Porque hay pocas cosas más gratificantes que compartir lo que a uno le gusta.
Porque soy una entusiasmadora profesional.
Porque me resisto "a acatar la orden / de ser tibia y cautelosa".
Porque la palabra sana.
Porque "hay que estar ebrio siempre, de vino, de poesía o de virtud".
Porque la poesía es infinita.
Porque la poesía es un modo de estar en el mundo (es mi modo de estar en el mundo).
Porque se trata siempre de "oponer una frase de basalto / al genio oscuro que nos desintegra".
Porque no me puedo guardar tantas maravillas para mí sola.
Porque sí.
Y porque tengo muchas ganas.
Así que, ya saben...
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