Siempre pensando en los finales, en las despedidas, en los momentos en que las cosas finiquitan o cierran sus ciclos. ¿Qué tal si empezamos (si empiezo) a pensar un poco en los comienzos?
Estos últimos días comenzaron muchas cosas, entre ellas el taller de lectura y escritura que doy en la UNLP, donde una vez más el maestro (vale decir, Jorge Luis Borges) demostró porqué es el maestro y porqué siempre es una excelente idea arrancar leyéndolo a él. Cada vez que doy un taller (ya es una cábala), arranco con él. Y todas las resistencias iniciales de mis alumnos, que siempre las hay y muchas, caen una vez que lo comprenden. Es lo que decía la otra vez: cuando uno aprende qué es lo que debe mirar en un texto y surgen las preguntas que descorren todos los velos, la magia de la literatura opera su taumaturgia y nos deslumbra, siempre.
Pero hubo otros comienzos también: se me dio por hacer un taller de percusión. Desde que tengo uso de razón que amo la música y que quiero tocar un instrumento. Siempre quise, más exactamente, tocar el bajo, pero por los imponderables de la existencia (y los de mi almita meditabunda) nunca lo hice. Si bien es cierto, y yo comulgo con esa idea, que nunca es tarde para hacerlo, antes que seguir esperando que el susodicho instrumento caiga desde el cielo a mis manos, decidí que quizás sería más interesante comenzar por otra parte y desde hace un tiempo (más precisamente desde que vi a La Bomba de Tiempo en vivo en 17 y 71) que tenía ganas de meterme en algo así. Y una vez más Facebook (¡amado y odiado como aquél que ya sabéis Facebook!) me dio la oportunidad de hacerlo.
¡Y qué maravillosa oportunidad!
La sala de ensayo donde se da el taller queda tan cerca de mi casa que es una risa. Pequeña y escondida en un enorme galpón oscuro y con un par de perros juguetones (imposible no pensar en aquel cuento de Fogwill del título largo que ahora no recuerdo con exactitud, pero que transcurre en los galpones de una fábrica), la sala de ensayo nos recibió y soportó nuestras (mis) torpezas a la hora de hacer algo tan simple como seguir el ritmo o, mejor dicho, "entrar en pulso". Lo que más me gustó fue volver a ser alumna y ser total y desprejuiciadamente principiante. Un baño de humildad muy necesario, siempre. Y la terrible concentración que exige eso de seguir el ritmo y lo fácil que uno se pierde en los hermosos y amados laberintos del sonido...
Comienzos, comienzos. Porque de finales ya está bien. Y lo mejor es que comienzos tenemos todos los días, como así lo muestra esta imagen, tomada ayer a las 7:46 de la mañana:
Imagen: Analía Pinto (2014) |
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