La protagonista de mi novela autobiográfica Nunca, nadie, jamás (que soy y no soy yo), un día se dijo: "Amo a un hombre que siempre ama a otra. Mejor dicho, que siempre elige a otra". Un hombre del que se ha hablado mucho aquí mismo (hasta tiene una etiqueta que lo identifica, que hoy no he usado adrede, pues, después de todo, él también es un personaje de mi ficción). Eso desató, como era de esperar, la catarata de los porqués (¡y seguimos!): ¿por qué me obstino en querer a alguien que no me quiere como yo quiero que me quieran -ni nunca lo hará? ¿por qué pretendo siempre lo imposible? ¿por qué no me conformo? ¿por qué él siempre siente la necesidad de hacérmelo saber? ¿por qué siempre otras y no yo? ¿por qué vuelve, entonces, cuando todas las otras se hartan o lo envían de una patada en el orto hasta mi casa? ¿por qué lo acepto, cada vez que vuelve, y sonrío como un gato de Cheshire cada vez que dice que no va a volver?
Imagen: Analía Pinto (2009) |
Y los porqués siguen, inexorables. La protagonista de mi novela es muy cabeza dura. Ella siempre dice que es su ascendente en Tauro, pero yo comienzo a sospechar que es pura necedad, ya ni siquiera obstinación ni tampoco ofuscación (en el sentido griego del término), como pudo haber sido en el pasado. Es necia, por no decir que es estúpida. Es necia porque sabe, desde tiempos inmemoriales, que esto es así. Siempre fue así. Desde el comienzo mismo (la novela así lo describe). ¿Por qué cree esta tonta que eso puede cambiar? ¿Por qué es tan ingenua? (y los porqués vuelven y vuelven). Es necia porque supone que alguna vez esto va a ser distinto. Porque un día él le dijo que. Porque una noche de verano él sostuvo aquello otro. O porque la miró así o porque le acarició asá o porque no sé qué. Ella cree. Ella sigue creyendo. Persiste. Ni una horda de psicoanalistas podría convencerla de lo contrario.
Pero tal vez yo sí pueda. Después de todo, A, la protagonista de mi novela autobiográfica aún inédita, es un personaje de mi creación. Yo podría hacer que A, al fin, se rindiera. Que tirara la toalla de una vez y dijera: ¿sabés qué? me tenés harta vos y todas tus "otras", vos y todas tus payasadas, vos y todas tus idioteces, vos y todas las veces que me dijiste lo que yo quiero escuchar con el único objeto de pasar el rato, no porque lo sintieras verdaderamente, vos y la reputa madre que te remil parió, vos y... Vos, vos, vos, él, él, él, siempre él, ¿no? El malo de la película. El que dice lo que ella quiere escuchar con fines espúreos. El que dice, hace y deshace, como si ella no tuviera vida ni voluntad. Siempre él. El hijo de puta, el conchudo más bello, como lo llamó en algún poema (en este poema). Y, oh sagrado corazón de la psiquis, ¿no sería tiempo, quizás, pequeña A, de empezar a pensar las cosas de otra manera?
¿Qué tal si nos preguntamos, incluso en un día tan bello como éste, qué pasa con nosotras? ¿Quién es el malo o la mala de la película acá? ¿Qué tal si dejamos de ponernos en el lugar de las pobrecitas y relegadas víctimas por un rato? (un ratito nomás, para probar, ¿dale?). ¿Qué tal si dejamos de fijarnos en lo que esta persona en particular hace y nos fijamos en lo que hacemos aquí dentro? ¿Qué tal si nos fijamos en los aleteos contumaces de este corazón, en la sublime efervescencia de este espíritu, en los tiernos arrebatos que todavía alberga esta piel? Mirá si, por una de esas casualidades nada casuales que tiene la vida, descubrimos que ¡oh! no siempre era él el culpable de tus tormentos ni la causa de tus sinrazones, ni siquiera la musa inspiradora de todos tus poemas... ¡chan! (caída estrepitosa de paradigmas varios). Mirá si, por el mero hecho de aventurarse a pensar un poquito como lo haría tu psicoanalista (guiño guiño), descubrimos que él "no te elige" por la sencilla razón de que sos vos la que nunca se eligió para ocupar ese lugar... ¡lluvia de chanes! (todas las estructuras psíquicas de A estallaron de rabiosa claridad esta mañana cuando al regresar del gimnasio pensó precisamente esto).
La catarata de los porqués tiene su razón de ser cuando lleva a revelaciones de esta especie, no cuando se queda dando vueltas como un perro queriéndose morder la cola. Sucede que para ello es necesaria una dosis de sereno coraje que no creía poseer hasta ahora. Bienvenidos, pues, los porqués.
1 comentario:
Analia: La que elegis sos vos. No hay porque. El nunca elige; sabe que debe ser elegido para entregarse. HAsta que no lo sepa, creera que tiene el poder. SAludos! GUillermo.
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