A pedido del amable público, al que sin duda uno se debe, vengo a dejar unas líneas por aquí. Como comenté en Facebook, he estado toda la semana con un resfrío de lo más molesto, que me obligó a faltar un día al trabajo y a retirarme más temprano dos días seguidos e incluso (¡horror y espanto!) faltar a Lights (eso es totalmente imperdonable e inaceptable). Pero si no vine por estos lares también fue porque luego del último posteo (el del capuchino), comencé, luego de dar las vueltas reglamentarias, a reescribir mi novela. Y, tal como preveía, ya se convirtió en otra cosa, no insospechada, pero sí temida. Antes, era simplemente la historia de cierto triángulo amoroso en el cual estuve largamente involucrada, como puede apreciarse en varios de los posteos antiguos de este blog. Había otros elementos, desde luego, porque el periplo de aquel triángulo se inició mucho antes de que yo supiera, siquiera, qué era un "triángulo amoroso", y continuó cuando ya todo aquello no era triángulo ni amoroso ni nada, a lo que se sumaban, desde luego, algunas otras historias paralelas. Pero hasta ahí. Y nada más. En la primera primerísima versión, la que sólo leyó un escritor platense, yo había puesto de todo, cosas que tenían que ver y cosas que no, y muchos de sus comentarios me sirvieron para perfilar mejor lo que quería decir. En las versiones siguientes, que fueron ya leídas por varias personas y escritores amigos, platenses y no platenses, estaba mucho más claro y definido a qué quería apuntar, pero evidentemente faltaba.
El triángulo amoroso siempre fue una excusa para otra cosa (como todo en la literatura, cabría agregar). Esa otra cosa ha aparecido en toda su magnitud ahora, justo en este momento, en el que los 40, esa edad traumática para cualquier ser humano, pero más para cualquier mujer, están ya ahícito nomás. Esa otra cosa no es más que la infancia revisitada, ciertas relaciones revisitadas y, luego, más adelante, sí, el triángulo y blah blah. No es que yo crea que mi infancia sea mejor o peor que la de nadie, pero sí creo que hay cosas que quiero rescatar, antes de que se fundan en el olvido o se distorsionen para siempre, si es que no se distorsionaron ya. Son los efectos, estimo, de estar sola en el mundo (dicho esto sin ningún aire victimizante, válame Dios), de no tener ningún férreo apego familiar, más que mis tíos y primos en España (justo los que más quiero y extraño son los que están más lejos), otros primos esparcidos por aquí y por allá, y nada más. De hecho, Catina es mi familia ahora, junto con lo que siempre gusto en llamar la "familia elegida", que son mis amigos.
Entonces... encarar por esos rumbos no es fácil. La lágrima, la sorda emoción, el arrepentimiento (aunque no creo en él), la estúpida y tardía noción de que podría haber dicho o hecho esto o aquello acechan en cada palabra puesta en el papel. Se esperan tormentas y probables lluvias, nubosidad variable, alguna nevizca y fuertes aguaceros de aquí a que esto se termine. Se esperan revelaciones tan memorables como las que cundían en terapia, ahora sin la confortable red del diván ni las sabias palabras de mi psicoanalista. Se auguran borrascas y momentáneas pérdidas del norte, pero no importa. Se seguirá adelante, porque del otro lado habrá algo muy bello esperándome: el misterio y el asombro de un nuevo comienzo, como el que me espera pasado mañana.
Catina y yo (2014) |
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