Un día, la casa se llena de sigilosos pasos. Suavísimos, inaudibles casi, seguros y desafiantes. En el aire se respira otra presencia y se llena de espíritus que danzan invisibles. La belleza sublime está con nosotros ahora.
Las pupilas recogen toda la luz y el pelaje todo el brillo de los metales preciosos. Pulcros, aseados seres ahora nos acompañan. Puros, prístinos, delicados, hieráticos y sagrados. Con el andar pausado y el boato de reyes olvidados. Con el elástico paso de las fieras que todavía merodean en lejanas selvas y antiguos bosques. Una miniatura de ferocidad se acurruca ahora a los pies de nuestra cama.
Nuestra mano se estira y encuentra el ovillo más perfecto, el que nunca se enreda. Hay un sonido nuevo y constante, que puebla nuestros días, y aprendemos un nuevo lenguaje, con la misma rapidez con que nos acostumbramos a la fantasmal y benéfica presencia. Jugueteamos con los arabescos de patas y uñas, con las cosquillas de los largos bigotes, con los dorados reflejos, con la destreza que, de pronto, nos mira fijo. Nuestro aliento se confunde con el otro aliento más dulce, la frente se nos llena de besos húmedos y ásperos. Hay tanta tibieza en nuestra vida ahora.
Nos topamos con ellos en todas partes y en todas partes ellos se dignan a prestarnos un momento de su siempre ocupada atención. Nos agachamos a acariciarlos y ellos se dejan acariciar, conscientes de nuestra humana necesidad de benevolencia. Condescienden a mirarnos desde su peludo alcázar y consienten en brindarnos, siempre distantes, su esquiva compañía, pues instintivamente saben que nuestra vida sin ellos sería un error o una terrible farsa.
Pero un día, de improviso, nuestra casa queda huérfana de los sigilosos pasos, se queda sin el aire de esa otra presencia, sin la danza invisible de los espíritus e, impotentes, lloramos.
Entonces, alguna potencia cósmica que aún desconocemos, nos envía la felicidad de nuevo en la felina encarnadura de otro Gato.
A partir de hoy (y cuando salga de su escondite), la felicidad felina está de nuevo conmigo, después de cuatro largos y penosos años sin gato propio, abusando siempre de la amabilidad de los gatos ajenos y extraños. Pero ya no más. Habrá fotos en cuanto Catina y yo nos hayamos conquistado mutuamente.
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