Hace muchos años que leí por primera vez a Idea Vilariño. Desde el primer instante quedé totalmente prendada. En versos de cautivadora simplicidad y de una sutil crudeza desgarrada, Idea fue plasmando los vaivenes de una existencia signada por un amor (prácticamente) imposible: el que tenía por el escritor Juan Carlos Onetti. Por lo que comentan unos y otros, se llevaban muy mal. Quizás porque ella era intimidante de tan bella; quizás porque él era un hombre que no sabía expresar sus sentimientos más profundos; quizás porque nunca encontraron otro idioma común que no fuera el de la carne.
Esta nota me recordó, una vez más, esos versos desgarrados y desgarradores y me recordó, cómo no, mi propia historia de amor, a la que siempre he comparado (con las salvedades del caso) con la de ellos. Al igual que Idea, yo también me he pasado meses, años enteros, sin saber nada de mi amado. Y de pronto, un día, el teléfono sonaba y, pum, era él y todo retornaba. Pero del mismo modo nos peleábamos y chau, no nos veíamos por quién sabe cuánto tiempo. O nos veíamos a cada rato. O estábamos viviendo prácticamente juntos. O... los mil y un avatares de los que se atraen tanto que se terminan repeliendo. Odi et amo, una vez más, y hasta el infinito.
Y estos días de nuevo he estado pensando en él, en el amadodiado, en el idiota que me borra del Facebook porque o bien es idiota o bien alguna otra idiota que se cree con derechos le llena la cabeza o le da órdenes (juro que yo nunca he podido ser esa, no está en mi naturaleza, no me sale), el imbécil que sigue llenando las páginas de mis cuadernos de poemas (oh sí) y las páginas de este blog (y van...), el protagonista masculino de mi nunca terminada ni corregida como se debe novela autobiográfica, el único (¿único?) zopenco que me ha hecho estremecer y desfallecer como nadie más y así podría seguir varios renglones más, pero para qué. Si ya no, como dice el poema de Idea. Ya no. ¿No?
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