26 de septiembre de 2016

No se cierra nunca

De como se puede perder el tiempo mirando la nada o el todo mismo, el aleph infatigable del Facebook y su esfera no tan mágica ni tan portentosa... Hace casi dos horas que me senté a la compu con el ¿firme? propósito de escribir un posteo en este siempre abandonado y siempre retomado blog. En lugar de eso, como es público y notorio, me la pasé scrolleando cual posesa en Facebook, justamente para evitar este momento. Los escritores somos expertos en este tipo de patrañas y triquiñuelas. Nos encanta escribir pero cuando intuimos que la mano viene pesada hacemos todo lo posible por esquivar el momento. Nadie quiere sentarse a escarbar en sus miserias y encima después mostrarlas al mundo. 
Mejor escribir una boludez cualquiera, un estado ingenioso en el muro, mejor leer un cuento de O. Henry (bueno, eso es saludable sin duda alguna), mejor poner un corazoncito o una carita de enojo, mejor volver a putear al gobierno porque x o z... Mejor lo que sea con tal de no escribir. De no decir lo que quema y corroe como ácido las entrañas, el omento. Mejor huir. Mejor dejarlo para la próxima, total siempre habrá una próxima. Mejor guardarlo para después, pero después la miserabilia se pone putrefacta y huele peor. Mejor no escribir nada. Mejor mandar todo a la mierda. Mejor reír como oligofrénico con cualquier pelotudez. Mejor hacer un test de Facebook. Mejor mirar otro video de gatitos. Mejor criticar lo que hacen/escriben los otros. Mejor compartir una foto de Sandro. Mejor, mejor, mejor... Mejor no hacer nada, mejor no ocuparse de la propia obra que clama con gritos angustiantes y desesperados, mejor dejarlo para el próximo feriado (¿cuándo?), mejor dejarlo para las vacaciones (¿cuáles?), mejor... Y mejor nada. Porque no hay nada mejor que escribir, aunque lo que se tenga para decir sea una bosta, o sea intrascendente o le importe un pepino a nadie. Que se pudran todos, incluido Flanders. Mejor decir lo que nos pasa que no decirlo (después sí veremos si con eso podemos hacer literatura o no). Mejor que escribir no hay nada, así sea una larga e ignominiosa puteada, así sea una novela sublime, un cuento electrizante o un poema que desemboque en el llanto. Mejor que escribir (léase hacer lo que nos nace desde lo más hondo), no hay nada. Pero no alcanza una vida para entenderlo y siempre creemos que después habrá tiempo, que mañana, que la semana que viene, que cuando termine con esto o con aquello podremos hacerlo, podremos al fin sentarnos a escribir, ahora sí. Mentira. No hay nada mejor que escribir ahora, cuando nace, cuando pide, cuando grita, cuando surge. Así sea pura bosta catártica, así sea lamento de mina herida, de poeta doliente, así sea sarasa mugrienta, no importa. No hay nada mejor que escribir cuando todo lo pide, donde sea y como sea. 

Imagen: Analía Pinto (2016)

Sirva todo este preámbulo idiota para decir lo que en un principio quería decir o al menos empezar a rasguñar su superficie, dejar una mínima huella. Hace meses que me invade el desánimo, la falta de entusiasmo, una enorme desazón. Hace mucho tiempo que el optimismo me viene en oleadas escasas, cada vez más exiguas y débiles. Hace bastante ya que levantarme cada día es un triunfo luego de una ardua batalla en mi interior. Hace rato que no me río de verdad, que no me alegro a fondo, que no sé lo que es andar con el corazón estallado de amor y ternura. Y es ridículo. Todos los elementos indican que no hay razón valedera para sentir este agobio, esta opresión. Ayer lo hablaba con una amiga muy querida, que parece andar transitando un desarreglo similar (¿será la edá?). Hicimos el mismo recuento: tenemos trabajo, tenemos salud, tenemos un techo sobre nuestra cabeza y comida en la heladera, no tenemos grandes deudas y tenemos una serie de amigos maravillosos que saldrían corriendo en nuestra ayuda ante cualquier situación. ¿Cómo es posible que nos sintamos así, tan desganadas, tan desmotivadas? Personas llenas de proyectos, de intereses, de curiosidad, de impetu y por momentos no damos, no doy, pie con bola. 
Hoy pensaba en el irrefrenable y magnífico optimismo que me envolvió cuando me vine a vivir sola. Había todo un horizonte, toda una vida nueva que se extendía frente a mí y eso me maravillaba sin fin. Todo era un bello desafío, todo era nuevo, todo era mío y para mí. Veía todo con los ojos del asombro, con los ojos de la novedad, con los ojos de la inocencia. Todo me parecía fabuloso. No sé dónde quedaron esos ojos ni esas munificiencias. Hace meses que me debato en rutinas que por momentos me sacan de quicio, que no paro de correr para nunca ir a ningún lado, que todo es lo mismo, que nada me sorprende, que todo me aburre o me resulta anodino muy rápidamente, más rápidamente de lo aconsejable quizás. Hace mucho que no me visita la gracia del amor, hace demasiado ya que todo es gris y oprobioso, hace mucho que el único ser que recibe mis caricias es Catina y que ella misma es mi única fuente de ternura. Tedio vital, le decían en el siglo XIX, pero sospecho que es algo más, mucho más profundo. El mundo exterior me parece cada vez más estúpido y espantoso y quitando los maravillosos remansos de la literatura, la poesía, la música y los amigos, está plagado de monstruos grotescos, deleznables y sumamente peligrosos que no quiero ver ni de casualidad. A veces pienso que nada de esto me ocurriría si fuera un ama de casa del conurbano como debía haber sido mi supuesto destino social; nada de esto acontecería por mi cabeza si yo fuera una ignara que no sabe nada de nada, que sólo mira telenovelas y cuya mayor preocupación es la correcta preparación de las milanesas para su marido. Pero entonces pienso en sor Juana, en Alfonsina, en Alejandra, en Olga y en todas las que escriben y escribieron y pasaron por rachas similares y se me pasa. Aunque la herida primordial no se cierra nunca.

23 de noviembre de 2015

Dejenmé putear tranquila, carajo

Eso. Eso mismo. Porque tengo mucha bronca y siento mucho asco y me rebela e indigna desde la más absoluta visceralidad el resultado de ayer. Y me importa un rábano que "así sea la democracia" y todos esos cuentitos que nos contamos para que la sociedad civil siga subsistiendo sin que tengamos que volver a las cavernas. Me importa un pepino ser una "mala perdedora" porque ojalá hubiera perdido yo sola. Perdimos todos, manga de pelotudos. Sí, los (y nos) llamo manga de pelotudos, a todos, pero muy especialmente a los que votaron a esta basura que ni siquiera pienso nombrar. Los llamo pelotudos porque no se puede creer que personas que yo creía inteligentes o con un cierto grado de discernimiento puedan creer que este tipo es la solución a problemas tan graves como la corrupción (¡ja! hola, Niembraaaa), la inflación o la inseguridad, por citar sólo tres. Yo soy alta ingenua pero los votantes del niño bien me ganan por afano. No me entra en la cabeza y no me entrará jamás (tengo ascendente en Tauro, recuerden, así que es completamente inútil que traten de convencerme de nada) que alguien con dos dedos de frente pueda ni tan siquiera considerar que MM es la solución para algo. No entiendo, no lo entenderé jamás, cómo alguien puede suponer algo tan demencial. Y sin embargo, el 51% de los pelotudos lo cree posible. Y lo votaron, pero en el fondo, y como decía hoy una de mis alumnas, no lo hicieron porque crean eso. Lo hicieron por el famoso voto castigo. Que, como quedará demostrado dentro de poco (ojalá que no, pero soy muy pesimista), no sirve porque ¡oh sorpresa! se vuelve contra el propio votante. El voto castigo servía el 25 de octubre, papanatas, cuando había varias opciones en danza si tanto te desagradaba la cadena nacional y demás. En el ballotage se jugaba otra cosa, pero no la entendieron. No la quisieron entender. Son como esas minitas que el novio les dice "te acabé adentro pero no va a pasar nada, tonta" y a los nueve meses llega una criaturita al mundo. En este caso, a pesar de que se les explicó y machacó y hasta ¡bendito sea Dios! los mismos macristas dejaron entrever qué pensaban hacer, el votante medio pelo y pelotudo del todo hizo caso omiso a todas las señales y nos despeñó, tan alegremente, en el abismo. Bien por vos, pedazo de hijo de mil puta. No tenés perdón. No vengas a llorar cuando este nuevo gobierno sin ideas, sin carisma y sin nada más que ofrecer que puro oprobio te deje en la calle o te dé de palos por osar protestar ante alguna medida un poquito desagradable. No quiero escuchar ni una queja cuando recorten el presupuesto de salud, de educación o el que fuera. No quiero que nadie diga nada porque te lo avisamos, te lo dijimos, te lo explicamos, pero vos, forro, te quedaste con tu "quiero un cambio, quiero un cambio" y cuando se te preguntó qué querías cambiar nunca respondiste nada coherente, porque estos hijos de puta hasta vaciaron a las palabras de contenido. Es puro marketing y humo, pero se ve que al argentino tilingo le encanta que le vendan cualquier mierda, con tal de no tener que ponerse a pensar. Y lo peor no es eso: lo peor es que perdimos todos. Y ganó solamente Magnetto, la Sociedad Rural y las mismas corporaciones de siempre. La grieta existe desde 1810 y es cada vez más difícil achicarla. Yo no quiero compartir nada con gente que cree que una lacra servil y asquerosa como MM puede ser la solución a nuestros problemas. ¿No viviste el 89, no viviste el 2001? Si no lo viviste, ¿no te los contaron, aunque sea? ¿Vos tenés idea de lo que se puede llegar a venir? Y no me vengan con esa gilada de "ay, no hagas futurología": no hago futurología, gil, veo, pienso, escucho y, sobre todo, me acuerdo de lo que ya pasamos. No me olvido de cómo se vivió en esos años y no tengo la menor gana de volver a vivirlos. Pero parece que hay gente emperrada en que volvamos a eso, o a algo todavía peor (cfr. el editorial de La Nazión de hoy), porque se cansaron de la "corrupción" (si conocés un lugar donde no haya corrupción, avisanos, por favor, así vamos a ver cómo es), de la "soberbia" (¿sabés que podés apagar la tele de vez en cuando, no?), y de tantas forradas más. Pero seguro que no te cansás de cobrar el primero de cada mes, de tener tu trabajo en blanco, de comprarte tu auto, de tener tu casa nueva o remodelada, de irte de vacaciones cada verano y en cada puto fin de semana largo que hubiera, no te cansás de ir a comer afuera, no te cansás de comprarte cuanto artifundio electrónico se te cruza... ¿y no se te ocurrió pensar que todo eso era posible porque había un Estado decidiendo y protegiendo ciertas cosas para fomentarlo? ¿No se te ocurrió pensar, pedazo de infeliz, que todo eso se puede ir a la mismísima mierda el 11 de diciembre? ¿Qué película están viendo estas personas para dejarse llevar por los inmundos globos amarillos y un mensaje tan ñoño que hasta avergonzaría a Paulo Coelho? Yo no quiero cambiar, yo quiero mantener y profundizar lo que está bien y corregir lo que está mal. Si no me equivoco (y reitero: ojalá me equivoque y mucho), lo que estaba más o menos bien pasará a estar mal y lo que estaba mal estará cien mil veces peor. Y, antes de que los bienpensantes salgan con los boludeos de siempre, aclaro algunas cosas: 1) no soy K, nunca lo fui, nunca lo seré; voté a Scioli en todas las instancias porque mi límite es M*cri y lo será siempre; 2) no soy peronista, nunca lo fui, nunca lo seré; no obstante, grito "Viva Perón, carajo" de vez en cuando; 3) si algo he sido políticamente hablando es radical, pero hoy el radicalismo, con excepción de Leopoldo Moreau, es poco menos que un chiste, y muy malo; 4) por supuesto que condeno la corrupción, la inseguridad y blah blah, no soy tan necia, pero si de algo estoy segura es de que MM no es la solución para ninguno de esos males; 5) sigo absolutamente convencida de que el único camino es el de la educación, pero es un camino largo y arduo, y los frutos se verán dentro de varios años; no obstante, los frutos que estamos viendo ahora mismo deberían hacernos replantear muchas cuestiones educativas que no pienso enumerar ahora, pero destaco, entre todas, la capacidad de discernir y discriminar que toda institución educativa debiera fomentar y que sólo puede hacerse si los alumnos manejan bien el lenguaje; lamentablemente, me consta con creces que esto no sucede y no creo, de nuevo, que un gobierno de este corte neoliberal lo pueda solucionar (por el contrario, en la campaña quedó claramente demostrado que vaciar de contenido los significantes es la mejor estrategia para conseguir votos); 6) no vengan a bardear ni a decirme nada, ni acá ni en Facebook, no quiero discutir, solamente quería expresar lo que siento en un medio público; si querés debatir, debatí en tu propio blog o en tu propio muro, yo estoy sumamente enojada conmigo, con vos y con todos en este momento y no respondo de mí; tampoco me vengan a decir que el gobierno todavía no empezó (empezó el 25 de octubre, por si no te diste cuenta); hablo por lo que veo y lo siento y lo que veo y siento ya me revuelve las tripas y no pienso callarme; ah, y tampoco me vengan con que es una estupidez eso de estar en la "resistencia": yo nunca estuve en otro lado porque la poesía, que es mi oficio, es precisamente eso, resistir la miseria y la estulticia de este mundo y todas sus maquinaciones; 7) vuelvo a decir, por las dudas y por si no quedó claro, que lo que más quiero es estar sumamente equivocada, recontraremil equivocada y que nada de lo que yo creo que va a pasar suceda o suceda en su versión más piadosa. 
Hoy, dejenmé putear tranquila, carajo.

26 de agosto de 2015

Cinco años y contando

Días pasados, el 23 de agosto, se cumplieron cinco años desde que me vine a vivir sola. Esta ardua empresa, que para otros puede ser una situación de lo más normal y anodina, para mí, en su momento, fue una auténtica quijotada, algo que no estaba muy segura de lograr, algo que ni siquiera sabía cómo encarar. Había vivido siempre con mi padre: independientemente de que en algún momento haya tenido lo que se dice "una familia normal", lo cierto es que siempre viví con él. Irme de esa casa, con la que esta mañana he vuelto a soñar, fue el acto más heroico y de mayor valentía que enfrenté, hasta el momento, en mi vida. Fue un verdadero acto de arrojo, fue mi epopeya del coraje.
Puede sonar exagerado, pero no lo es. Viví siempre entre libros y algodones. Mi padre no permitió que me molestara ni la más mínima brisa nunca. Por miedo, por creer que era lo mejor, porque fue lo que le salió, ya no importa, el caso es que así como él no me soltaba por nada del mundo (siempre decía que yo era, valga la frase hecha, "la luz de sus ojos"), yo tampoco dejaba de aferrarme a las incómodas comodidades que me ofrecía aquella vida, tan pegada a él, tan pendientes (los dos) uno del otro, tan encima, molestándonos incluso. 
Hace cinco años llegué con la mitad de mis libros, mi cama casi a estrenar, mis cosas de cocina recogidas de por aquí y por allá y mi ropa a este departamento, cuyas estanterías se vieron rápidamente desbordadas y cuya cocina se llenó de inmediato de los olores y los sabores de la cocina casera, valga de nuevo la frase hecha. Hace cinco años que la vista de mi balcón no deja de sobrecogerme, con su cambiante cielo y su perpetua llama a lo lejos, vacilante a veces, fogosa otras, salvaje en algunas ocasiones. Hace cinco años que no dependo de nada ni de nadie que no sea mi propia persona, una utopía que nunca creí posible alcanzar (ni sobrevivir). 
Hace cinco años que me ocupo de todo lo que me tengo que ocupar, de todo lo que antes se ocupaba mi padre santo. Hace cinco años que dejé de decir cosas como "me pasás a buscar?", "me traés?", "me llevás?", "me comprás esto...?". Hace cinco años, también, que dejé de dar explicaciones, que dejé de avisar mi paradero y que me reporto sólo con ciertas personas en ciertos momentos y nada más. Hace cinco años que no negocio nada si no es conmigo misma y que me pliego a los planes ajenos sólo si coinciden con los míos y con mis ganas. 
Hace cinco años que soy, de algún modo, feliz. Salvo en esos momentos en los que pienso en todo lo que podríamos hacer y disfrutar mi padre y yo ahora, cada uno en su casa, cada uno en su lugar, cada uno independiente del otro, sano, contento y hasta optimista, como yo cuando arribé a este, mi pequeño hogar, hace ya cinco años.

Imagen: Analía Pinto (2010)

(Este texto es lo que mi gurú Julia Cameron denomina una "copa" y por eso quise compartirlo acá)

9 de agosto de 2015

Dormir tranquila

Domingo de elecciones, voto pantufla triste y crispado como dije en Facebook. Llegué como a la una y pico, casi dos, a mi casa, momento en el que almorcé, boludeé reglamentariamente en Facebook y al ver el tiempo tan espantoso que se ha ensañado con la ciudad de las diagonales, me fui a dormir la siesta, a pesar de que sé que eso luego incide en que a la noche me cueste dormir y mañana sea literalmente un parto levantarme a una hora más o menos decente. No importó. Me acosté igual. Hasta Catina vino a dormir la siesta conmigo.
Entonces soñé. Soñé con mi viejo. Será que ayer lo estuve recordando cuando fui a Buenos Aires, será que hoy también lo recordé mientras estaba en la cola más lenta del planeta... me acordaba de que en otras votaciones las mesas estaban divididas en mesas para hombres y mesas para mujeres y que yo siempre hacía rápido y él tardaba más... qué sé yo, esas cosas que piensa uno cuando no llevó un libro y su teléfono no es Facebook-friendly. En el sueño, yo estaba, al parecer, en mi vieja casa y él no llegaba. Tardaba. Tardaba y tardaba. Esta situación la debo haber vivido cientos de veces. Todas las noches él salía y volvía alrededor de las doce o así. Siempre lo mismo: yo escuchaba el ruido de su auto, un ruido que podía identificar entre los cientos de ruidos de autos que hay en una avenida importante como Calchaquí, luego escuchaba el ruido del portón y sabía que, a partir de entonces, todo estaba bien, porque él había llegado y entonces sí yo me podía ir a dormir tranquila, confiada, segura. Pero en el sueño él no llegaba y alguna parte de mí quería decirle a la parte que lo esperaba que ya no lo esperara, que él no iba a venir, que me fuera a dormir o hacer lo que estuviera por hacer porque era inútil esperarlo. Pero esto tampoco era posible y yo seguía esperando, con esa horrible sensación de angustia, inquietud, con el ánimo intranquilo y nervioso... Él no llegaba y yo no podía decirme a mí misma que tampoco iba a llegar. Así me desperté. Con esa sensación tan insidiosa de creer en el sueño que él todavía está y que va a llegar y que entonces yo me voy a poder ir a dormir tranquila. 

Imagen: Analía Pinto (2008)

1 de agosto de 2015

Tribulaciones de una bloguera

Desde hace unos días que me estoy preguntando por el destino de mis blogs. Es decir, ¿qué hacer con ellos? ¿Cuál es el sentido de tener tantos si al final no escribo en ninguno o sólo lo hago muy esporádicamente? 
Una vez más, volví a reflotar Poemas sobre Imagen, porque tiene un objetivo claro y es claro también lo que debo subir allí: un poema escrito a partir de una imagen, nada más, nada menos. Me he propuesto que el día de publicación sea el jueves y por si acaso me arrepiento dejé dos posteos programados. Bien, con Poemas... entonces no habría mayores problemas. El único problema, claro, es producir contenidos, pero dejando eso de lado, su función y su objetivo están claros y se cumplen. 
Ahora bien... ¿qué pasa con el resto? Dejé de publicar en Fauna Abisal sabe Dios por qué. Por la misma razón por la que dejamos de hacer cosas que nos gustaban de golpe y porrazo, imagino. No obstante, hay una razón para no retomarlo y es la siguiente: estoy trabajando en la corrección de todos sus posteos para transformarlos en un e-book. Mi idea es que esas reseñas circulen en un e-book que se pueda descargar y leer en cualquier momento. Cuando ello ocurra, le daré de baja para que sólo quede disponible el e-book (es decir, las versiones mejoradas y corregidas, claro). Si alguna editorial digital está leyendo esto y le interesa dicho material, que me contacte y lo charlamos (este es un posteo multipropósito, como puede observarse). 
Dejé de publicar en Nulla die sine linea tampoco sé por qué. A veces me gustaría retomarlo, a veces no. Creo que el problema allí es que ni yo misma supe muy bien qué quería hacer. Ese es el quid de la cuestión con los blogs, en mi opinión: si no se tiene un objetivo bien claro y delimitado el entusiasmo inicial decae y después es muy difícil sostener el proyecto. 
Dejé de publicar en The Violet Press porque ya no me dedico a la crítica teatral. Fue una linda etapa y también he pensado hacer un e-book con las críticas y quizás subirlo a Issuu. En ese caso, también daría de baja el blog o bien lo mantendría, para que no se caigan los enlaces... Esta puede ser una buena idea para que esas críticas también circulen un poco. 
Dejé de publicar en Rumiante porque... qué sé yo. Debería retomarlo: darle una lavada de cara, cambiarle el fondo, las fuentes y todas esas boludeces con las que tanto me gusta perder el tiempo y volver a mi faz combativa. Pensé esto cuando vi que alguien citó, en un paper presentado en un congreso, una de mis diatribas. Todavía tengo mucho para decir al respecto, pero en vez de ir y decirlo me lo guardo o lo digo fragmentariamente en Facebook. Ah, la Facebook-dependencia es terrible. Cuesta mucho redirigir los esfuerzos hacia otra parte cuando el gigante cara-libro nos ha atrapado. Debería aprovecharlo justamente para hacer bambolla de los posteos y no para encolerizarme fragmentariamente por allí. 
Dejé de publicar en Poematriz porque también fue una etapa. No me siento ahora en esa posición. No lo reflotaría. De hecho, creo que a este sí le daría de baja sin más.

Imagen: Analía Pinto (2015)

Y entonces llegamos a Curvas y Desvíos, donde precisamente estoy escribiendo esto. Éste es el blog que más me preocupa: quisiera remozarlo y a la vez quisiera fundar uno nuevo, uno que tenga más que ver con mi "realidad actual", sea esto lo que sea, pero a la vez me pregunto por qué fundar uno nuevo si, en realidad, todavía hay montones de cosas que me identifican en este blog y que sigo sosteniendo. ¿Quiero tirarlo porque lo fundé en una época ya muy lejana de mi vida, a la que no quiero volver? Es posible, pero ¿no es un poco drástico? ¿Y por qué no mejor, me digo, cambiarle un poco la onda visual y seguir poniendo todo lo que se me antoje acá? ¿Y por qué no, me digo también, volver a los posteos diarios o, por lo menos, establecer algún ritmo de posteos que permita cierta fluidez y continuidad? 
Tribulaciones de una bloguera: seguir o no seguir, remozar o no remozar, reiniciar o no reiniciar...

1 de julio de 2015

¿¡Todavía!?

No debería hacer esto. Debería hacer lo único que sé más o menos hacer: abrir un nuevo documento y escribir lo que, entre sueño y vigilia, pensé esta tarde después de releer la novela Engaño, de Philip Roth. Pero si hago esto y no aquello es porque vuelvo a preguntarme, por mil millón vez, ¿es posible que todavía pueda (y quiera) seguir escribiendo sobre esto? Y esto es, desde luego, lo mismo de lo que trata El depredador y su sonrisa y los quichicientos mil horrorosos poemas y las pequeñas prosas y prácticamente todo lo que he escrito: él. Siempre él. Una vez más, él. 
No es extraño, de todos modos, que la novela de Philip Roth, un escritor a quien amo, haya producido estos obscenos pensamientos: la novela consiste en la transcripción, sin intervención alguna del narrador, de conversaciones entre dos amantes (y algunas otras conversaciones conexas). Fue imposible (realmente im-po-si-ble) no recordar, no pensar, no añorar las conversaciones que tenía con él, en tonos muy parecidos a los del libro. ¿No es cierto que daría cualquier cosa por tener siquiera una de esas conversaciones de nuevo? Oh, sí, claro que sí. Aun sabiendo que no debo, que no es bueno, que para qué, etc. ¿No es cierto que el páramo sentimental en el que me encuentro propicia el viaje hacia el pasado más que cualquier otra cosa? Sí, lo es. 
¿Por qué, entonces, me pregunto, negarse a ello? ¿Qué gano evitándolo? ¿No sería mejor abrir ese documento y escribir lo que pensé hoy? Que, por supuesto, y en el colmo de la originalidad, no es otra cosa que hacer lo mismo que Roth: transcribir aquellas conversaciones que teníamos. Con mínima (o nula o muy sesgada) intervención del narrador. Por lo menos estaría escribiendo algo, no como ahora, me dice una voz no muy amistosa. Puede ser, replico, pero ¿de nuevo lo mismo? ¿Tengo más para decir? ¡Todavía! ¿No es como mucho ya? ¿No se suponía que con la novela esto quedaba zanjado? Y no, esto nunca estará zanjado, ya lo sabemos. 
Después de mucho buscarla, en el lugar menos pensado encontré la foto de la guitarra "con ojitos" y nuevamente supe que esto no se terminará nunca, ni siquiera en la tumba, como dice el bolero.


21 de mayo de 2015

Entrañas agitadas

Sí, otra vez. De nuevo. Esto que nunca sé cómo se llama y que sin embargo se ha esparcido en siete poemarios, innumerables poemas sueltos y una novela reescrita más veces de las tolerables, sigue insistiendo. Esto que aún no se calma y que ya debiera estar muerto. Muerto y enterrado y vuelto a morir y vuelto a enterrar, por las dudas. El amor Frankenstein, el amor perdición, el amor imposible, insensato e inaudito. El amor que no es amor, insiste. De algún modo, siempre logra infiltrarse y volver a poner frente a mis ojos la figura del único, del nunca nadie jamás, del hijo de puta más grande, del que ya ni siquiera necesita aparecer, decirme estupideces en un mail o provocarme en Facebook, para continuar con su santa tarea de destrucción. Esto, como la poesía, como la literatura, como la creación, insiste. Ya debería pertenecer a ese innominado sitio que, a falta de mejor nombre, llamamos "pasado", pero no hay caso. Se resiste a ser colocado allí (o en cualquier otro lugar). Se resiste a todo lo que no sea la consabida pleitesía. Se resiste a dejarme paz, como nos pedimos alguna vez. Esto que tendría que ser el fugaz recuerdo de algunos bellos momentos, se las arregla para ser siempre lo que viene a desestabilizar y revolver y agitar todo. En palabras de Safo, esto, una vez más, "ha agitado mis entrañas como el huracán que sacude monte abajo las encinas". 

Imagen: Analía Pinto (2015)
Y lo consigno porque no puedo creer que aún me suceda, que aún no sepa cómo manejarlo, que aún no pueda nada contra él, contra esto, contra la roca ígnea que acarreo en la psiquis, contra mi propia piedra de Sísifo, para seguir helénica. No puedo creer, no logro concebir que habiendo pasado tanto y tanto tiempo y tantos poemas y tantas páginas reescritas y tachadas y vueltas a escribir, esto siga apareciendo. Y así, en los momentos más vulnerables, desde luego, cuando la guardia está baja, cuando los vigías se distrajeron oteando el océano dorado e infinito y no hay nadie que me defienda. No tengo más remedio que entregarme, como me entregaba a él, cuando me decía aquellas hermosas novelerías que, yo sé, mi corazón (ese músculo rojo e idiota), todavía sigue creyendo ("no quiero morirme sin haberme casado con vos", "quiero tener una hija tuya", "nadie me quiere como vos"). Novelerías que ni yo misma me hubiera atrevido nunca a pensar, mucho menos a decir. Y sin embargo... Sin embargo, esto que debiera estar muerto y recontramuerto insiste. Persiste con afán y sin sosiego. Porfía, procura, brama. O es que no tiene morir o es que nunca podré matarlo.
O, más bien, que nunca querré matarlo.

26 de febrero de 2015

La génesis de una novela aún no terminada

Es de rigor aclarar que escribo esto más para mí que para los amables lectores, por lo que están dispensados de retirarse ahora mismo de este post, sin perjuicio alguno. Sin embargo, si alguien quiere saber cómo se gesta, cómo se escribe, cómo se vive una novela desde adentro, tal vez le interese quedarse y leer un poco. Desde luego, escribo todo esto acá porque tal vez, quizás, acaso, quién sabe, también termine utilizándolo para la novela, a su debido momento. 
La intención de este posteo es ordenar un poco el caos que es el cosmos en el cual se mueve todo escritor. Hay ideas que bullen y nunca se llevan a cabo. Hay ideas que surgen de golpe y en menos tiempo del que se necesita para enunciarlas ya fueron ejecutadas. Hay ideas que dan vueltas y vueltas y nunca cristalizan, quedan en esa eterna suspensión de lo no dicho o insinuado. Y hay ideas que nacen junto con la experiencia, con el pathos por el cual se está transcurriendo y se llevan a cabo no una ni dos sino varias veces, sin que su autor esté nunca satisfecho. Eso es lo que pasa con mi novela. 
Su primera versión o, por mejor decir, la protoversión de todo esto, nació hace 20 años al igual que la historia de la que trata de ser vehículo. 20 años atrás conocí al depredador, al músico lisérgico y fantasmal, al hombre fauno, al que me miraba con el catalejo de su invención y otros tantos apelativos que fueron jalonando mi poesía (y la propia novela) en todo este tiempo. Aquella tímida, insulsa e inoperante protoversión no era más que una apenas disimulada ficcionalización de lo que estaba viviendo entonces, llámese el deslumbramiento (y la decepción) más grande. Su título probable era Cebolla y ají y no pasó de unas dos o tres páginas escritas a mano con lapicera-fuente y tinta negra (he sido siempre una fetichista de la escritura). Era obvio que esa protoversión no iba a prosperar: no sólo los acontecimientos que narraba estaban sucediendo al tiempo que se escribían sino que su autora, vale decir, aquella yo de entonces, tenía apenas 20 años y muy poca idea acerca de cómo escribir nada, mucho menos una novela. No obstante, lo intentaba.
El tiempo pasó. Mi camino y el de mi depredador se bifurcaron y luego de algunos años de atisbarnos en las sombras, nuestros caminos se intersectaron de tal modo que ya nunca (o eso creía yo entonces) habrían de separarse. Se sucedieron escenas memorables, dignas de una película de Almodóvar, como siempre digo, y seis años después de aquel primer tímido intento sobrevino el segundo. Las cosas eran distintas ahora: lo que antes había sido sólo un anhelo, una fantasía, una fábula de mi imaginación inquieta basada en dos o tres signos equívocos ahora era una vibrante realidad (y resultaba que nunca había sido sólo producto de mi imaginación y que los signos equívocos eran bien elocuentes y yo los había decodificado correctamente). No sólo eso, el depredador y yo ya nos habíamos conocido carnalmente y seguiríamos haciéndolo durante tantísimo tiempo. 
Más aún, fue la lectura de una novela maravillosa, Nubosidad variable, la que me empujó a reintentar la empresa de escribir la novela de mis días o, parafraseando a Philip Roth, a escribir la novela de "mi vida como mujer". Animada por esa y otras tantas novelas amadas (como Miedo a volar de Erica Jong), aplomada en mi escritura por el paso de los años, la práctica asidua y mi paso por la universidad, me largué a escribir con todo y a punto tal que aparecieron personajes realmente ficticios, no basados en la trastornante carne de mi músico favorito, sino basados en la más pura nada de dónde salen todas las ficciones (esa nada que está hecha, desde luego, de vastas series culturales, lecturas, influencias, determinaciones, y nuestra propia psique). Los personajes ficticios de aquel nuevo intento, titulado Lía Daussen desaparece, cobraron vida y exigieron más protagonismo. La historia principal, la que yo tanto quería contar, la de ser la otra, la amante del marido de mi ex mejor amiga, seguía escurriéndoseme, negándoseme. No había caso, terminaba siempre tomando otros derroteros. Pero al menos comprendí que, si quería, podía crear personajes ficticios verosímiles y hacer algo con ellos.
El tiempo volvió a pasar y la idea de la novela nunca cejaba. Estaba siempre presente en algún cuarto de mi cabeza y mientras yo escribía cientos de poemas, relatos eróticos, editoriales, críticas teatrales, trabajos para la facultad, ejercicios narrativos de toda laya, ensayos y reseñas críticas, la idea de la novela estaba siempre ahí susurrando, despeinándome levemente con su brisa. Hubo entonces un momento decisivo, del que este blog fue testigo: me fui a vivir sola. Y una de las maravillosas cosas que trajo aparejado esto fue que, entonces sí, pude sentarme a escribir la novela. La novela que yo quería. La novela definitiva sobre mi historia con él, con el hombre fauno, con el músico lisérgico y fantasmal, etc. Todas las tardes, al volver del trabajo, prendía la compu y me ponía a teclear como loca. No sabía cómo hacerlo, no tenía mucha idea de cómo arrancar, menos de cómo seguir, pero sabía que todo lo que tenía que hacer era sentarme y escribir. Ya vendrían las aclaraciones, las iluminaciones, los súbitos cambios de rumbo, las decisiones de última hora, el título, la disposición de los capítulos, la existencia o no de capítulos, la apuesta por los diarios íntimos, las cosas que había escrito en otras circunstancias y con otros fines que ahora podían servir y tanto más.
Imagen: Analía Pinto (2015)
Así fue. A medida que escribía la novela se iba armando y desarmando, cambiando y transformando sola. Hubo momentos de risa al recordar cosas que ya había olvidado, hubo lágrimas en certeros y determinados momentos (pero se sabía que iba a ser así); volvió el ingente deseo, volvió el anhelo, quise volver el tiempo atrás y que todo fuera mágico como cuando él y yo... y tanto lo deseé y tanto lo profeticé y tanto lo escribí que en medio de la redacción él reapareció y yo me preguntaba, alelada, qué final iría a darle a la novela ahora y volvía a vivir en vilo y a sentir aquellos amados colmeneos y... pero, desde luego, no funcionó. Y la novela se siguió escribiendo, como pude, porque en medio de todo esto tan intrascendente sucedió lo impensado, lo que nunca creí que fuera a pasar ni yo estar lista para sobrellevarlo: mientras yo escribía la novela de mis días, el autor de mis días, el que me cuidó siempre como a una princesa, el que no soportó que me fuera lejos, mi fan número uno aunque nunca me hubiera leído, es decir, mi padre, falleció. Pero la novela, tras el duelo, tras el dolor, salió. Hubo una primera versión de Nunca nadie jamás, tal su pomposo título original.
Por entonces conocí a un escritor con el que nos intercambiamos textos para leerlos y comentarlos recíprocamente. Su lectura de la novela fue extremadamente detallada y extremadamente útil. Marcó todos los errores (y todos los aciertos), destacó las audacias, condenó los clichés, me hizo ver lo ridículo de algunas posturas, y, sobre todo, creyó en mi proyecto creativo. El verano siguiente tomé el ejemplar anillado de la novela que le había dado y leí detenidamente todas sus observaciones. Comencé a corregir con rigor, pues, como dice Abelardo Castillo vía Valery, corregir un texto es "una empresa de corrección espiritual" más que ninguna otra cosa. De esa corrección nació la segunda versión de Nunca nadie jamás, título al que estaba aferrada cual lapa al casco del Pequod y que, fiel a mi ascendente en Tauro, no pensaba abandonar jamás (pero lo abandoné, ya ven). 
Esta segunda versión fue leída por varias personas, incluido el principal protagonista masculino, aunque bien se guardó de ofrecerme su opinión. También fue leída por mi psicoanalista, a quien le estaba dedicada, pues sin ella nunca hubiera llegado a escribirla. Y asimismo fue leída por otro escritor amigo, con quien me une una profunda amistad y cuya opinión respeto sin reparos. Su lectura también fue extremadamente detallada y extremadamente útil. Pero pasó un año o quizás más hasta que me senté con la novela en el hermoso Big Sur y decidí cuál sería el próximo paso. El próximo paso fue, como bien saben, la reescritura total.
A ello estuve abocada buena parte del año pasado, dando por finalizada la nueva versión (ya la tercera de Nunca nadie...) en octubre. Había que dejarla reposar por lo menos tres meses, incluso más. Pero, como vi rápidamente, no hacía falta tanto tiempo porque esta nueva versión, que quiso mostrar otras cosas aparte de lo que se mostraba en todas las encarnaciones, no salió bien. Ni siquiera la salvó el cambio de título, nada. Al leerla este verano descubrí, con horror, que eso NO era lo que yo había querido hacer. Estos accidentes son frecuentes en la escritura y todo escritor debe esperarlos y estar preparado. No debe desanimarse, aunque es muy frustrante, y debe ingeniárselas para rehacer lo necesario o directamente hacer todo de nuevo... como estoy haciendo ahora.
No puedo asegurar que esta vaya a ser la versión definitiva de El depredador y su sonrisa pero sí puedo asegurar que estoy disfrutando enormemente, a pesar de ocasionales remembranzas y nostalgias de su risa loca, con su escritura. Estimo que siendo así, no puede fallar. Esta vez algo (y espero que algo hermoso) saldrá.

5 de febrero de 2015

Es extraño escribir

En el último posteo, el gran Abelardo Castillo nos decía: "Corregir, corregir mucho. Hasta poder decir: esto es lo que yo intentaba". Hoy, tras haber dejado pasar unos días desde que terminé la primera corrección de la novela, debo decir que el resultado todavía ni se acerca a ese "esto es lo que yo intentaba". No, definitivamente no, esto NO es lo que yo intentaba. Me encuentro en un estado de inquietud y desasosiego pronunciados. No veo de qué forma resolver todo lo que me resultó molesto, excesivo, escaso, no logrado, aburrido, esquemático (y un enorme etcétera que les ahorro) de la novela que no sea escribiéndola de nuevo. ¡Otra vez! ¿Te parece? dicen algunas voces por allí. 
Sí, me parece. Por lo que dice Castillo. Porque lo que yo quería mostrar (que ser una amante al comienzo puede parecer idílico, maravilloso y hasta encantador pero que al final resulta ser una verdadera mierda), con mi alma romántica y decimonónica siempre a cuestas, no se mostró. O no llegó a mostrarse. O apenas aparecieron unos tímidos atisbos por aquí y por allá. Porque lo que yo quería hacer, que era expresar vivamente ese tremendo contraste entre la realidad y la fantasía (hola, sí, ¿se encuentra madame Bovary?), ese estupor y desencanto provocados cada vez que la realidad hacía su hórrida aparición en el mundo de mi fantasía (hola, qué tal, quisiera hablar con Alonso Quijano), no fue logrado. No está o está muy levemente o quedó demasiado difuminado entre vaguedades diversas y otros condimentos que agregué pensando que así funcionaría. Lo triste es que no funciona. 
Alguien me podría decir que exagero, que no debe ser taaaan así, que seguramente mi terrible autoexigencia, mi sentido del deber, mis ganas de escribir como mis tótems literarios hacen que no pueda ver las cosas como son. También me podrían decir que en vez de angustiarme tanto podría darle a leer el borrador a alguien (de hecho, ya me lo han dicho), a un lector idóneo, para que opine incontaminado y con eso que yo no puedo lograr, la escurridiza objetividad (suponiendo que exista). Lo he pensado y no es una mala idea, pero como estoy tan disconforme con lo obtenido (en el crisol no encontré ni el oro ni la piedra filosofal, apenas los resabios de turbias sustancias) me da hasta vergüenza dar a leer algo que yo no considero medianamente terminado o cercano a lo que pretendía lograr. 

Imagen: Analía Pinto (2015) 

"Es extraño escribir" dijo una de mis escritoras francesas preferidas, Christiane Rochefort, y es cierto. Mientras escribía esta nueva versión de lo mismo y lo mismo (oops, qué buen título) estaba muy contenta con lo que iba saliendo, las cosas que se me ocurrían, la nueva disposición de las partes en pequeños capítulos, el hecho de haberles puesto nombre a los personajes, y mucho más (como puede leerse aquí mismo, algunos posteos atrás). Ahora, todo eso que parecían golazos se transformó en pelotazos en contra, uno atrás de otro, sin solución de continuidad. ¿De verdad soy muy hinchapelota o esto aún no ha hallado su manera de contarse? ¿Hay otro depredador y no logro ubicarlo? ¿Un nuevo intento será la solución o será mejor encarar otros proyectos de escritura y volver cuando las aguas de éste se hayan serenado un poco? No tengo idea. Pero seguiré buscando el sendero que me lleve a lo que yo quería lograr. Si para algo me sirve tener ascendente en Tauro es precisamente para insistir y perseverar hasta el final y más allá. Como aquel amor, o lo que demonios fuera.

17 de noviembre de 2014

¿Décadas ganadas?

Como es de público conocimiento, he comenzado a leer los Diarios de Abelardo Castillo. Esta maravilla de un maravilloso escritor me hizo, ni bien comencé a leerlos, reflexionar en si ya no era hora de pasar, aunque sea, mis diarios a la PC. No para publicarlos ahora, ¡Dios nos libre!, sino para emprender esa empresa en algún lejano futuro... o algo así. Recordaba que ya había tenido este impulso ¿narcisístico? ¿hedonista? ¿ególatra? alguna vez y así era: en mis archivos de la PC hay una carpeta llamada "Diarios" con un único documento, que consta de una página, en el cual había comenzado a pasar el diario que llevaba a los 20 años, esto es, en 1994... ese documento, con su sola página que narra los acontecimientos del 1º de enero de 1994, fue pasada a la PC en el 2004. Nunca más lo toqué, hasta hoy, noviembre de 2014. Se ve que las décadas me hacen algún tipo de clic -o de ruido menos amigable-, porque a los 30 emprendí (y abandoné) la tarea de empezar a pasar lo vivido a los 20 y la retomo ahora, a los 40... No sé si no la abandonaré ya mismo, pero al menos la he retomado. Cierto que ya he trabajado mucho con mis diarios para las sucesivas versiones de la novela, pero ahora se trata, justamente, de reparar en los otros momentos, en los momentos en los que aparentemente "no pasa nada". 
Imagen: Analía Pinto (2014)
Y la gran pregunta es: ¿qué pasar? ¿pasar todo? ¿pasar sólo "lo importante"? Pero, ¿qué es "lo importante"? ¿es lo que ahora a mí me parece importante? Porque si lo puse por escrito entonces, quiere decir que, entonces, era importante: ¿por qué, pues, cercenarlo? Y las preguntas siguen: ¿corregir todo o no corregir nada? El estilo es espantoso, recargado, amanerado, pomposo, barroco, horrible. ¿Dejarlo tal cual? ¿No quitar ni una coma ni un acento? Imposible. La tentación de guadañar toda esa hojarasca es invencible, pero esa hojarasca me trajo hasta aquí... ¿entonces? No sé.
No sé qué método habrá seguido Castillo que, aún jovencísimo, no era ni barroco ni pomposo ni horrible, sino que ya era acerado, preciso, demoledor, aunque se quejara constantemente de ser inculto y de que todo lo que escribía le parecía horrible, pero ¿a qué escritor que se precie de tal no le parece horrible todo lo que escribe, tarde o temprano? Y más vale que sea temprano, así comienza a corregir desde el vamos, que es lo que todo escritor que se precie debe hacer. Corregir encarnizadamente. Y escribir, de la misma forma.
Castillo, en 1957, lo dice mejor: 
"Aprender a escribir. Tal vez sea imposible pretender ser escritor como se pretende ser abogado, es decir, siguiendo un curso preparatorio, pero es cierto que luego de haber sentido la necesidad de escribir, luego de haber escrito -mal o bien, o medianamente bien-, es necesario aprender. Doblegar el idioma es fundamental, porque nadie expresar nada, ni siquiera la idea más notable, si no consigue antes servirse del idioma.
Corregir, corregir mucho. Hasta poder decir: esto es lo que yo intentaba." (p. 101)

7 de octubre de 2014

Bronca, furia, tristeza

Uno de esos momentos en los que todo pierde sentido. Todo se vuelve una burla feroz y despiadada, un chiste del peor gusto, una ironía alevosa y repugnante. Uno de esos momentos en los que romperíamos todo lo que se ponga a nuestro paso, sólo para restaurar un ápice de la justicia que reclama nuestro ego. Uno de esos momentos donde no alcanzan todas las frases motivacionales del mundo ni todos los libros de autosuperación ni nada por el estilo porque lo único que se quiere es estallar. Uno de esos momentos donde no sirve hacer yoga, entrenar o creer en las buenas intenciones de nada o de nadie porque lo único que hay es enojo. 
Bronca, furia, tristeza.
No es Catina que obstinadamente juega con los cables de la computadora o se trepa donde no debe treparse. No es la inflación ni el engaño horroroso del clima, la falsedad de otra primavera que no trajo ni una mísera flor de plástico bajo su brazo. No es la falta de inspiración o haber dejado la novela colgando de un hilo (el hilo aún se sostiene, como todo buen hilo). No es que el trabajo de pronto se haya puesto histérico y casi insoportable (siempre se pone histérico en algún momento del año y consecuentemente insoportable), no es que el búnker esté desordenado y revuelto. No es que ya no pueda ir a percusión, que haya tenido que dejar (¡otra vez!) danzas árabes, que el mes pasado no haya podido ahorrar ni un peso (ni uno, lo juro). No es nada de eso, aunque de algún modo también lo sea.
Imagen: Analía Pinto (2014)
Es otra cosa, más profunda, más tremenda, más horrible. Es haberlo olvidado. Es ya no pensar en él. Ni soñarlo ni, mucho menos, desearlo. Es saber que se fue, posiblemente para siempre, pero no porque se haya efectivamente ido sino porque entre medio de tantas cosas como las descriptas y muchas otras más, sin darme cuenta, lo dejé ir. No fue consciente. No fue algo dado ni estipulado. Pasó y no sé cuándo. Pasó y mi mente loca no puede creerlo. Exige el regreso, la vuelta, el reinicio de los cantos tan amados. Pero nada regresa, pues nada hay. No puede ser, se dice, con el mismo tono airado con el que le gritaba a Catina hace un rato. No es cierto. Pero lo es. El corazón ha dejado de dar esos brincos trepidantes ante la sola mención de su nombre (o de su sobrenombre). La respiración ya no se corta, las yemas de los dedos no duelen, el aire se escurre diafáno entre los pulmones. Todo lo que antes se irisaba y encrespaba a su solo contacto, hoy permanece impasible, como si le estuvieran hablando de economía o de física cuántica. Y todos los poemas, y todas las diatribas, y todos los registros de este amor se funden en una sola palabra: adieu.
Pero entonces duele más, duele muy mucho, porque ya no tengo nada. Si no lo tengo a él, si no tengo este amor o lo que haya sido, entonces lo que queda es la nada y les cuento que es bien horrible. Que acaso fuera preferible el averno tan hermoso, el vértigo, los demonios, el peligro, la incertidumbre, todo lo que coronaba una existencia de otro modo salpicada sólo por el monótono mar de la rutina. Que es exactamente lo que pasa ahora. Todos los días más o menos lo mismo, más o menos igual. Siempre, salvo excepciones, benditas excepciones, un embole atómico. Nunca más que suene el teléfono y presentir (saber) que es él. Nunca más soñar con él y al día siguiente encontrarlo en mi mail. Nunca más desear verlo y verlo prácticamente al rato. ¿Nunca más decir su nombre y amarlo, aunque esté lejos, aunque no vuelva...? ¿Nunca más la conexión cósmica, eso que lo trascendía todo, que no se repetiría (que no se repetirá) jamás? 
Nunca más, decía el cuervo. Nunca más, parece decir tanto enojo, tanta bronca, tanta tristeza.

1 de agosto de 2014

Atracción fatal

Qué bronca. Último día de las vacaciones de invierno: la novela continúa su camino, ahora que ha sido rebautizada y es precisamente algo relacionado a ella lo que me da tanta bronca. Decidí ponerlo aquí porque el viejo (viejísimo) truco de hablar de la novela dentro de la novela ya no sorprende a nadie. Estaba leyendo cosas que escribí en mis diarios íntimos hace 12 años. Remarco la fecha: 12 años, año 2002, para mayor exactitud. Un tiempo. Bastante tiempo. Entre las tantas cosas que escribí hace 12 años, escribí uno de los tantos encuentros que tuve con El Depredador, con el protagonista de mi novela, claro. Nada notable, si se quiere. Tuvimos muchos encuentros en estos 12 años y en los años anteriores también. Lo notable, lo que me da tanta bronca, lo que hace que todavía esté escribiendo esta novela, más aún, que todavía siga hablando de él, es que al leer los detalles de aquel encuentro (insisto, en nada diferentes a otros, ni los detalles ni el encuentro) su imagen haya vuelto a mí con tanta nitidez y precisión, con tanta perfección que me fue absolutamente imposible no sustraerme ¡una vez más! a su encanto y encontrarlo, como siempre, inexorablemente deseable, perfecto, hermoso. ¡Maldición! Esto es lo que deploro. Ni siquiera los siete años de defenestración constante sobre su figura que ejerció sin pausa mi psicoanalista han podido hacer alguna mella en la estructura psíquica que siempre termina rindiéndose ante él. Estoy segura (¡y más bronca me da aún!) de que si en este preciso instante el teléfono sonara (como sonó tantas veces) y fuera él diciéndome que tiene ganas de verme, yo le diría, sin pensarlo siquiera, "vení". No importa que me haya borrado de Facebook sin siquiera anoticiarme de las razones, que no me hable desde hace unos meses por razones que tampoco me fueron comunicadas, que me mande fotos mías por mail que ya tenía sin explicación alguna, no importa nada. En el desmadre neuronal que debe residir en esa estructura psíquica dañada o defectuosa nunca importa nada. Supongo que por eso esta historia sigue y sigue, aun cuando parece que está terminada, que no tiene continuación posible o que seguirla es sencillamente suicida. Tantos años analizando y dándole vueltas a este bendito asunto y yo todavía no entiendo qué es lo que sucede allí. Por qué lo sigo encontrando atractivo. ¿Será que no tiene explicación, que es algo que simplemente "es" y que darle vueltas es rigurosamente al pedo, como diría Asís? Tal vez. Pero si le he dado tantas vueltas y revueltas es porque esto, siempre, de un modo u otro, termina haciéndome daño. Por eso quiero que se acabe, y pruebo todos los exorcismos posibles. Nunca ninguno parece dar resultado, la puta madre.

13 de julio de 2014

Depredador (o La literatura es así)

Quizás hoy no sea el mejor día para postear acá, pero fiel a mi costumbre y para no romper la cábala que le he prometido a un amigo muyyyyyyyyyyyyyyy futbolero, haré de cuenta que es un domingo como cualquier otro y escribiré lo que tengo ganas de escribir desde hoy. Me mantuve alejada de aquí porque mis múltiples ocupaciones más la escritura de la novela más la vida misma no me dieron demasiado respiro (y lo celebro). Desde mediados de mayo que vengo tiki tiki tiki dándole a las teclas y reescribiendo toda la novela que, como recordarán, ya ha sido comentada por aquí. El caso es que ya se ha convertido en otra cosa y que "la vida", "el destino", "el azar" (no sé) me siguen dando tela para cortar. La novela se convirtió en otra cosa porque donde antes me concentraba en contar únicamente las incidencias de mi amor Frankenstein, ahora he decidido concentrarme en muchas otras incidencias que también contribuyeron a que las cosas fueran como fueron con él (y con otros también). La novela se convirtió en otra cosa porque en todas las demás versiones yo usaba iniciales que si bien desdibujaban ligeramente a los personajes a mis ojos seguían siendo los mismos, pues eran sus iniciales verdaderas en casi todos los casos; en la nueva versión, los personajes tienen nombres. Nombres que no son sus nombres reales, nombres que los convierten, inmediatamente, en otras personas aunque sean tan parecidas a las reales y hasta digan las mismas cosas que ellas. La distancia que he logrado así es espeluznante. Pero la novela también se convirtió en otra cosa porque hoy decidí cambiarle el título (¡chan!). Ese título al que yo me apegaba casi como a un mantra (si se repite muchas veces seguidas creo que puede llegar a convertirse en uno) fue cambiado de buenas a primeras cuando releí uno de los epígrafes que había elegido para esta nueva versión (tampoco conservé ninguno de los que con tanto cuidado había elegido antes... ah, la literatura es así). No revelaré el nuevo título para seguir con las cábalas, pero una de las palabras que lo componen está presente en el título de este post. Eso también hace que la novela ya sea otra cosa. Y por si todo esto fuera poco, esta mañana, al despertarme y chequear los mails por el telefonito (esa horrible costumbre que debería erradicar de mi ser, pero que no creo posible ya) encontré que El Innombrable se hacía nuevamente presente en mi vida, esta vez para enviarme unas fotos que me sacara durante el verano y que yo ya tenía. ¿Para qué me mandó esas fotos? No sé. No las acompañaba texto alguno. Oh, siempre jugando al misterioso. Decidí no contestarle nada pero me ha costado mantener esta decisión, especialmente hace un rato, cuando yo encontré, además de las fotos esas, otras que yo le había sacado a él la última vez que nos vimos. ¡Ah, recursivos, iterativos, repetidos hasta el infinito como si nos estuviéramos reflejando en sendos espejos, Narcisos imposibles...! Qué manía. Y mi vida amorosa que es un páramo y en nada ayuda a mantener decisiones sabias y adultas como esta de NO contestarle. Porque si le contesto ya sé como sigue la cosa: empezamos con que por qué no nos vemos, "sólo para hablar" y después terminamos en la cama y después... qué importa del después, decía el tango. Sí, ya sé, pero acá importa, porque en el después yo siempre quedo igual: sola, extrañándolo y perdedora. No, gracias. Esa película ya la vi tantas veces que me aburre tanto como el Mundial (bueno, tal vez un poquito más). Tan sólo espero que esta nueva versión (ahora sí que es totalmente nueva...) de la novela me ayude a cerrarle el camino a la obsesión, a la adicción, a la maldición que él representa para mí. Estas páginas ya han dado cuenta de ello numerosas veces. Una vez más no creo que le moleste a nadie. Pero a veces creo que ni una arenga de Mascherano me saca a este tipo y su maldita sonrisa de la cabeza, del corazón y de otras partes del cuerpo donde aún sigue metido. Ufa.

Imagen: Analía Pinto (2014)

11 de junio de 2014

Transferencia

Padre santo, hoy estuve hablando mucho de vos. Hoy te recordé casi todo el día porque los coletazos de tu partida aún prosiguen y debo ocuparme de cosas de las que no tengo ni la menor idea, como cuando tuve que vender el Falcon. Hoy justamente recordé ese momento... ¡yo, vendiendo un auto! Cierto es que te había visto hacerlo innumerables veces y que más de una vez hasta te había ayudado a completar el boleto de compra-venta pero mi conocimiento en la materia se terminaba allí. Y sin embargo tuve que ingeniármelas para publicitar un auto que estaba tirado en un garage en el conurbano, arruinándose por la intemperie y la falta de uso, un auto en el que habías puesto un montón de tiempo, esfuerzo y, sobre todo, dinero para que terminara siendo vendido como "repuestos" por dos pesos con cincuenta. Todo porque ya no estás y nunca me dijiste qué hacer al respecto. Y hoy lo mismo. Nunca me llevaste al registro, yo no sabía ni dónde quedaba (no era tan lejos, al final) y nunca había hecho -ni sabía cómo se hacía- una transferencia. Por suerte, fue todo bastante rápido y consistió en, por mi parte, poner unas cuantas firmas por aquí y por allá y listo. Pero cada vez que tengo que enfrentarme con alguna de estas aristas que remueven en forma espeluznante la ausencia y hacen más evidente la falta, siento una especie de terror atávico, sólo quiero huir, que me dejen de hinchar, que no me rompan... pero el mundo no es así, ya sabemos. Quilmes está horrible, padre santo, y el día gris, ventoso y lluvioso, no ayudó mucho (o sí: ayudó a que hubiera poca gente en el registro); a decir verdad, todo tiene un tinte ligeramente horrible cuando percibo que no estás. La mayor parte del tiempo puedo soportarlo, pero hoy caí en la cuenta (malditos medios, maldito marketing) de que el domingo es el día del padre y no quiero que este año sea como en los anteriores. No quiero ponerme mal más allá de lo estrictamente necesario. No sé qué haré: tal vez obviar Facebook la mayor parte del día sea la mejor estrategia. Tal vez salir, estar lejos de cualquier cosa que pueda traer la consabida tristeza. Por eso vine también a escribir hoy, ahora, cuando estuve hablando tanto de vos y recordando tantos momentos, para adelantarme a ese oscuro pozo y, quizás, sortearlo. Bah, no sé si será posible. 
Mejor recordarte así:

Imagen: Analía Pinto (2010)

26 de mayo de 2014

Y llegaron nomás

Y llegaron los 40. Nada fue como esperaba, en el mejor sentido. No hubo crisis. No hubo escándalo. No hubo preguntas díficiles -sino imposibles- de responder ni momentos de zozobra ni mucho menos de dolor. Sólo hubo sorpresas, hermosas e inesperadas sorpresas, de las que, lo juro, no tenía ni la menor sospecha. Lo cierto era que yo no tenía muchas ganas de festejar este año. O, mejor dicho, de organizar, de pensar, de hacer toda la logística que implica un cumpleaños, aun uno pequeño como pensaba hacer yo... pero a veces lo que uno piensa y lo que finalmente pasa es diametralmente opuesto y bienvenido sea.
Recuerdo muchos cumpleaños y muchos "no-cumpleaños". Hay alguna foto por allí (deploro no tener mi impresora-escáner en momentos así) en la que aparezco junto a mi madre y frente a una torta bellamente decorada por ella (yo sostengo que ella era una artista en potencia y lo dejaba traslucir en esas cosas: las tortas decoradas, los sacos tejidos, las camisolas de bambula estampada...), cuando decorar tortas era empresa de valientes pues no existía nada de la parafernalia que existe hoy (sólo recuerdo las granas de colores y esas horribles pelotitas plateadas que no se podían comer).
Luego recuerdo, pues no hay foto, el cumpleaños en el que mi padre me hizo la torta que yo quería, es decir, la torta con forma de Sarah Kay: ya había algún que otro cotillón en el barrio y, por ejemplo, se podían alquilar los moldes. Recuerdo que él alquiló dos: el de Sarah Kay y uno con forma de casa (¡ah, simbolismos!), destinado a la torta de los "mayores" pues iba a ser una torta borrachita. Paradójicamente, recuerdo la decoración de esa torta pero no la decoración de la de Sarah Kay... Después, no sé, algún cumpleaños metalero, con muchos amigos del palo en casa, pizza y cerveza a morir y metal de fondo, obvio; luego nada, luego algún festejo con una amiga; luego otra vez nada; luego el cumpleaños que pasé trabajando, pues en el call-center (¡explotadores!) no existían los feriados (ni los domingos ni lo sábados...) y él, OH ÉL (ya saben quién), fue a esperarme a la salida y a darme su regalo y... pero eso mejor lo guardo para la novela. Después otra vez nada. Y, finalmente, cuando me mudé aquí, decidí que no iba a volver a pasar un cumpleaños sin festejarlo en regla. El primero fue arduo, increíble, durísimo y maravilloso: me encargué de todo (compras, logística, la torta, la comida, la atención) y no podía creer que yo era capaz de hacer algo semejante (pues de eso siempre se ocupaba mi padre quien, lamentablemente, ahora no estaba). Era la primera vez que recibía tanta gente (12 personas) en mi cajita de zapatos con balcón y estuvimos estupendamente. Se comió, se bebió y se rió sin tasa. Repetí la experiencia al año siguiente, ya canchera. Y el año pasado lo festejé en otro lugar, gracias a mi hada madrina. Y este año... como dije, no tenía muchas ganas de festejar ni de organizar nada. Entonces nos íbamos a reunir en Berlina, esa cervecería que tanto amo, unos pocos amigos. Uno de mis amigoscompañeros me pasó a buscar y me informó de un pequeño desvío que íbamos a tomar... juro y recontrajuro que no sospeché nada. Y al llegar al desvío... ¡SORPRESA! Todos mis compañeros de trabajo más algunos amigos ¡estaban allí! ¡Y con comida! ¡Y con cerveza artesanal! ¡Y esperándome a mí en la oscuridad! Creo que todavía no me repongo del shock y la emoción. Pero no terminó ahí: ayer disfruté de un asado y una tarde espectacular con otros amigos (hola, ¿les conté que tengo muchos amigos maravillosos, yo, que nunca me juntaba con la gente?) y, por si todo esto fuera poco, hoy llego al taller que doy en la UNLP y una de mis alumnas había hecho una riquérrima torta de chocolate coronada con una hermosa tarjeta por lo que, admito, no quepo en mí de la emoción y el asombro. Así que, a los 40 NO LES TENGO MIEDO!!!
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