Siguiendo con la veta astronómica, me entero hoy, siempre por el omnímodo Google y sus alertas, que ha sido descubierto un agujero negro "supermasivo" (o sea, enorme, gigantesco, ciclópeo, titánico, monstruo, tera-mega-hiper grande) justo en el centro de la Vía Láctea, como quien dijera "justo en el centro de mi corazón" (chan).
Ayer cumplí 35 años y el agujero negro todavía está ahí. Sigue atrayendo cosas a su ígneo centro, se siguen cayendo en él muchas otras, pero ahora yo lo miro desde otro lado, desde otro punto de la galaxia. He cumplido 35 años, estoy en la "plenitud" de la mujer, en el medio del camino de la vida más que nunca y me siento bien (gracias, Fontova, por ponerle música hace ya tanto!). Me siento bien conmigo misma, que es lo primordial. Hay aire fresco en esta ciudad, en la pequeña ciudadela -fortificada aún- de mi ser. Hay promisorias humedades que brotan en lo más mágico de la noche y que surgen también en los momentos más inesperados, provocando pequeños tembladerales de locura a su paso. Hay momentos dignos de ser atesorados en lo más querido e íntimo del corazón, en ese otro agujero negro a donde van a parar todos esos hermosos recuerdos que nadie quiere perder de vista. Hay fotos que atestiguan lo que antes era sólo un comentario al pasar entre amigas. Hay otras amigas, hay nuevos amigos, hay compañeros de trabajo que ya casi puede decirse que son una parte más de la familia, hay esperanzas, hay provocadoras, batalladoras y fabulosas esperanzas donde antes reinaba una sola esperanza obstinada e inútil (ver el post de mi cumpleaños anterior). Hay sorpresas, hay regalos completamente inesperados, hay personas que reaparecen, primos que me agregan en el FB y me alegran en un instante la existencia toda al saber que están bien, que están haciendo cosas, que siguen siendo tan hermosos y tan locos como los recordábamos siempre...
Hay nuevos espacios, hay nuevos blogs, hay nuevos proyectos y refundaciones de los proyectos que ya estaban en marcha, hay viajes para recordar y viajes por venir, hay novedades siempre, donde antes el agujero negro de la desidia y la desazón se tragaba todo, hasta la luz. Porque eso es lo que hacen los agujeros negros según acabo de enterarme aquí. Los temibles se tragan hasta la luz, porque ni siquiera ella puede escapar de su asfixiante y ubicua prisión.
Pero yo sí escapé. Al final, se conjuró y confabuló todo de forma tal que un exorcismo tan simple como cruzar algunas palabras por el chat de FB con él, con mi único "él", bastó para liberarme de una vez por todas (queremos creer que es de una vez por todas, pero conociéndolo a él y conociéndome a mí, uno nunca sabe muy bien a qué atenerse... pero pongamos así que queda mejor) de la ilusión más cruel y paralizante para mí. Que él volviera. Y volvió. Pero cuando volvió, ya no lo quise. Y no lo quise porque recordé, porque hubo algo que el agujero negro no se pudo tragar y fueron los recuerdos. Los buenos y los malos. Y los malos eran más, aunque los buenos fueran los más buenos de todos los buenos posibles o casi. Y así, ayer no me preocupé ni un instante por si el teléfono iba a sonar o no, y si iba a ser a él o no. Simplemente me dejé ir y me olvidé de que alguna vez mi vida dependió de si ese teléfono sonaba o si no. No es, claro, que reniegue de mi historia con él o que piense que esa increíble magia, que ese portento de sentimientos se pueda repetir con otra persona. Porque no se repetirá, estoy segura. Tamaña pasión no cabe dos veces en una vida. La pasión que venga -porque vendrá- será completamente otra. Será otro agujero negro entonces el que me atrape después, pero este ya no. Como una estrella, dejó de arder y su núcleo comenzó a enfriarse hace ya mucho tiempo. A veces destella aún y logra engañarme, pero son apenas unos segundos. Eso sí: cuando su música suena es como si nunca hubiera abandonado mi corazón. Pero eso es todo. Y entonces vivo mis 35 añitos más feliz aún que el año pasado, aunque todavía no haya aparecido el hombre dispuesto a robarse nuevamente todo mi amor.
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