31 de marzo de 2009

Vuelta a las imágenes

A pesar de que no le he hecho publicidad expresa (salvo por el anuncio aquí al costado), como muchos de ustedes ya sabrán, hace pocos días he estrenado nuevo blog: "Poemas sobre Imagen"
Como su nombre lo indica, no hay misterio alguno al respecto: son poemas nacidos a partir de la observación de una imagen en particular. Esta práctica, que recomiendo a todos los poetas sin vacilar (y a los narradores también...!), nació como una consigna de uno de los grupos de poesía que con más cariño recuerdo de mis primeras épocas internéticas: Poetas en el Zaguán. Allí, todos los días había una consigna diferente para jugarescribir y los jueves era el día del "click". Mi amiga y musa Liliana Muente enviaba cada jueves sus imágenes para que los zaguaneros no sólo nos deleitáramos con ellas sino para que crearáramos a nuestra vez. Esta hermosa rutina duró varios años (comenzó en el 2003) y no sé si aún se mantiene (sigo suscripta al Zaguán pero estoy algo remolona para leer los mensajes). 
En mi caso particular hizo nacer siempre poesía completamente insospechada y por eso decidí aplicar la misma técnica con otros fotográfos e incluso con otros artistas plásticos (¡Lili también lo es!), como la maravillosa portuguesa Margarida Cepeda, de quien creo haberles hablado en una ocasión en este rinconcito. El caso es que después de mucho vacilar y de algunos intentos que no funcionaron (como la primera versión de Rumiante en Wordpress -no lo busquéis, inútil será, puesto que lo he borrado), finalmente dí con un formato acorde a lo que quería expresar y he empezado a publicar aquellos viejos (y no tanto) poemas sobre imagen, con el agregado de algunos nuevos, a ver si así las musas vuelven a mí y la poesía se reconcilia conmigo (o yo con ella, tal vez sea mejor decir). 
En apenas una semana de existencia ya he recibido numerosas visitas y comentarios, que agradezco enormemente (de hecho, termino de postear aquí y me voy a postear y comentar allí) y también he recibido una gratísima sorpresa de parte de alguien que, en los últimos tiempos, adquiere un relieve cada vez más y más especial para mí... Pero no diré nada más al respecto, es un secreto, shhh (y no es músico!). Lo que quiero sí decir es que hoy, gracias al bendito Facebook, he conocido a otra notable fotográfa de la que no tenía ni idea y que quiero compartir con ustedes ya mismo. Se trata de Ruth Bernhard y la conocí gracias al hermosísimo blog de Patricia Damiano, zoopat, que les recomiendo sin duda alguna. 
Leo que Bernhard vivió nada menos que 101 años (¡casi tantos como un Magiclik!), que nació en Berlín y que en los años veinte se mudó a Nueva York; que en California conoció a Edward Weston (otro monstruo de la fotografía) y que luego se trasladó a San Francisco; que fue asistente de cuarto oscuro (leo y traduzco al mismo tiempo, sabrán disculpar las desprolijidades) en una revista neoyorkina, pero que ese trabajo no la conformaba y con la indemnización se compró una cámara con la que empezó por fotografiar a su padre y sus amigos ("un círculo de artistas y diseñadores"... ohhhhh!!!) y terminó convirtiéndose en una fotográfa free-lance, capaz de generar bellezas como las que verán debajo y de decir cosas como: 

"For me, the creation of a photograph is experienced as a heightened emotional response, most akin to poetry and music, each image the culmination of a compelling impulse I cannot deny. Whether working with a human figure or a still life, I am deeply aware of my spiritual connection with it. In my life, as in my work, I am motivated by a great yearning for balance and harmony beyond the realm of human experience, reaching for the essence of oneness with the Universe." 

(traducción casera y ligerita: "Para mí, la creación de una fotografía es experimentada como una elevada respuesta emocional, mucho más cercana a la poesía y a la música; cada imagen es la culminación de un apremiante impulso que no puedo negar. Ya sea que trabaje con una figura humana o con una naturaleza muerta, estoy profundamente conciente de mi conexión espiritual con ellas. En mi vida, como en mi trabajo, me motiva un gran anhelo de equilibrio y armonía más allá del reino de la experiencia humana, intentando alcanzar la esencia de la unidad con el Universo.")


Ruth Bernhard - "Early nude"


Ruth Bernhard - "Life savers"

Ruth Bernhard - "Drapped torso"

29 de marzo de 2009

¿El medio es el mensaje? Un desvío por la publicidad callejera

Ayer, mientras esperaba el colectivo para retornar a mi hogar luego de haber ido al taller literario y de haber pasado unas tres horas aprox parloteando con otras dos compañeras escritoras en un Havanna, un cartel pegado en la primera parada del 159 -una vez que sale del Correo Central- llamó poderosamente mi atención. 
Tanto, que tuve que sacarle una foto (bueno, dos): 

Lo que me llamó tanto la atención fue el desparpajo con el que se usó una frase ¿urticante? ¿provocativa? ¿filosa? o algo así en momentos en los que tanto se discurre sobre matar o morir o ambas. 
No sé qué tan efectiva pueda ser publicitariamente la frase, lo que sí es innegable es que llama la atención de inmediato. 
Matar se ha convertido en algo tan común que ya estamos en condiciones de usarlo impunemente para una publicidad...? No es para sorprenderse tanto o acaso sí? Para mí, sí. 

24 de marzo de 2009

La curva de la mejilla

Hoy es un día raro. Hace exactamente 33 años que hoy es un día raro. Pero, a decir verdad, y a diferencia del año pasado, hoy no tengo ganas de plegarme a la medianía nacional y decir algo al respecto. O bien creo que lo diré, pero no aquí. Estoy soberanamente podrida de debates, de foros, de conferencias y de parloteos varios que nunca llevan a nada. Estoy más interesada en los debates de mi alma, en las conferencias que celebran sin mi consentimiento mis sentidos y en los ayes, gemidos y bravuconadas de mi corazón. Y como dijera Rubén Darío y refrendara mi amado Arlt, si a alguien esto le parece un sacrilegio o una herejía en medio de los terribles-momentos-que-estamos-viviendo, catullianamente digo que me importa un bledo y que bufen los eunucos. 
Finalmente, para no dejarlos con la intriga de mi folletín-culebrón telenovelesco y virtual, me despedí de mi hermoso musiquito. Por mail, desde luego, atendiendo a la virtualidad de la cosa, no podía ser de otra manera. Bueno, pudiera haber sido por el chat, pero, ¡oh, condenada!, fiel a mis malos hábitos no me animé. Comprendió la situación, dijo que conmigo había aprendido un montón de cosas, desde toda esa música extrañísima y maravillosa de la que tanto hablamos y escuchamos (aunque cada cual detrás de su pantalla, ¡maldito mundo conectado y desconectado a la vez!) hasta cómo ir a Hurlingham... y que nunca se iba a olvidar de todos los buenos momentos que vivimos on-line... Nunca mejor expresado. Me deseó que fuera "más que feliz" y que siguiera siempre por los senderos del arte. Bendito. Estoy segura de que si nos hubiéramos cruzado en otra circunstancia o si hubiéramos concretado el encuentro, habríamos vivido una hermosa historia de amor. 
Pero... ¿estoy realmente tan segura de eso? ¿O es lo que hubiera deseado y ante la desilusión transformo ese deseo en un anhelo aún más elevado e inalcanzable? Hum... menuda cuestión. He seguido cavilando acerca de estas cosas y me he ayudado con la lectura de un libro del psiquiatra y escritor Irvin Yalom, autor de la novela El día que Nietzsche lloró, cuya adaptación teatral en Buenos Aires he reseñado aquí. El libro se llama Remedios de amor (oh, sí, un guiño al licencioso Ovidio), pero en verdad, su título en inglés es Love's executioner. Es decir: el verdugo del amor. Dice Yalom que detesta ser el verdugo del amor pero que tiene que serlo: "El buen terapeuta combate la oscuridad y busca la iluminación, mientras que el amor romántico se sostiene por el misterio y se pulveriza al ser examinado."
No era exactamente esa la cita que quería traer a colación, pero igual viene bien. Acaso esta ¿inquietud?, este ¿encanto?, este ¿atisbo de algo que no sé bien qué es y que pudo o no ser amor?, que me produjo este bebote no resistiera el menor análisis ni la menor luz sobre él. Pero es bien cierto que, desde que las cosas se terminaron con el otro amor musical, él -y acaso nadie más, pero no es cierto, shh, hay alguien más, y muy cercano pero muy lejano a la vez- me produjo nuevamente esta clase de estrecimiento, de sensaciones, de galopes tiernos y desesperados en el corazón. Sólo por eso he decidido guardar su bello recuerdo y evitar que caiga en ese pozo negro donde cayeron, de inmediato, todos los demás esperpentos y payasos que he conocido en este tiempo. 
La cita que quería traer a colación pertenece a Proust. Proust no es autor de mi agrado, aun cuando como sabéis (y si no, os lo digo ahora), el siglo XIX en general y especialmente el francés ejerce sobre mí una fascinación inusitada e inquebrantable (ahora estoy leyendo a Guy de Maupassant, por ejemplo). No le pude entrar a Proust. Dios sabe que lo intenté. Tenía que leerlo para la facultad, no podía andar con vueltas ni remilgos. Pero no pude. Justamente porque él, al menos en lo poco que leí, se la pasaba en vueltas y remilgos. Pienso también que mi estado mental de aquel entonces no contribuyó demasiado a hacérmelo fácil; estaba en las antípodas del bueno de Marcel, y no soportaba la morosidad, el detenimiento azorado y premeditado en el detalle, la terrible banalidad de la experiencia, el goce con la minucia y con lo mínino. Quizá ahora fuera distinto, si probara a leerlo de nuevo. No lo sé. 
El caso es que es un manantial de citas para todo tiempo, evento y lugar. He comprobado que cada vez que se lo cita, queda uno no solamente bien sino con una enseñanza bajo el brazo (razón de más para leerlo, me digo, pero ¿por qué yo nunca encuentro estas citas tan vivificantes?). Y este es el caso del fragmento de Proust citado por Yalom que quiero compartir con uds.: 

"Llenamos el perfil físico de la criatura que vemos con todas las ideas que ya nos hemos formado de ella, y en la imagen completa de ella que nos hacemos en la mente, aquellas ideas tienen con seguridad el principal papel. Al final llegan a cubrir tan completamente la curva de las mejillas, a seguir tan exactamente la línea de su nariz, se funden tan armoniosamente con el sonido de su voz que éstas no parecen ser más que un envoltorio transparente, con lo que cada vez que vemos la cara u oímos la voz de esa persona son nuestras propias ideas de ella lo que reconocemos y escuchamos."

¿De quién nos enamoramos entonces? ¿De los otros o de nosotros mismos? ¿De lo bueno que no podemos ver en nosotros mismos y que proyectamos en un otro que calza justo en nuestro engarce? ¿Y por qué a veces no podemos deshacernos de la gema que con tanta justeza y presteza calzó en nosotros para que una nueva joya venga a ocupar ese lugar? ¿Por qué hacemos todo lo posible por evitar el cambio de gemas? ¿Por qué un rostro, una voz, una forma de decir 'hola' se quedan grabadas a fuego en la mente y no hay forma de arrancar esos vestigios? Si todos somos un accidente ¿por qué este aferrarnos a otros accidentes, a otros objetos contingentes?
No lo sé. Son las cosas que me pregunto después de terapia, después de leer a Proust vía Yalom y después de sepultar una nueva ilusión que parecía prometer tanto y que, como tantas, quedó en la más absoluta ¿y curva y desviada? nada.

22 de marzo de 2009

Un desvío por las relaciones virtuales

Robo de un blog hermosísimo esta cita para reflexionar acerca de algo en lo que he venido pensando estos últimos días: 

¿Por qué será que, tanto los hombres como las mujeres, pero sobre todo los hombres, estamos dispuestos a aceptar los impedimentos y los rechazos de las relaciones reales, cada vez más rechazos a medida que transcurre el tiempo, cada vez más humillantes y, sin embargo, seguimos intentándolo? La respuesta: porque no podemos prescindir de la relación auténtica real; porque sin lo real perecemos, como si muriésemos de sed.
La cita es de J. M. Coetzee, a quien no he leído (y quien también ha dicho: "Amor: eso que el corazón ansía dolorosamente",  -!!!-), pero a quien ya mismo me gustaría estar leyendo (ya saben qué regalarme para mi cumpleaños!). Dice allí que "sin lo real perecemos" y yo me atrevería a afirmar que sin lo ilusorio también. Mejor dicho, sin la ilusión, sin la fantasía, sin la ensoñación que, en muchas ocasiones, nos impide (o usamos como excusa para no) ponernos en acción e ir hacia aquello que deseamos. 
Ya he hablado en muchas ocasiones de mi vida amorosa aquí, así que volveré a hacerlo una vez más, porque tiene que ver con lo que plantea Coetzee y con lo que me interesa plantear en este primer domingo de otoño. Los músicos me pueden. No es que habiendo estado mucho tiempo con uno, ahora quiera reeditar todo aquello estando con otro. No, señor Freud, no se adelante. Los músicos me pueden desde que tengo uso de razón, e incluso quizá antes. La primera vez que me enamoré perdidamente de alguien fue, desde luego, de un músico. Un músico en ciernes, bueno, porque tenía la misma edad que yo (quince, diéciseis años), pero ya se veía que era capaz de sacarle sonidos, sonidos ármonicos y melodiosos, desde luego, a cualquier cosa (a una mesa, a las piedras, a mi corazón). No sé qué habrá sido de él, dejé de verlo hace muchísimos años y aunque cada tanto googleo su nombre, nunca aparece nada suyo en la red. Cosa por demás extraña: ¿quién no está hoy en la red? 
Más allá de eso, el caso es que tengo un olfato especial para detectar a un músico a varios kilómetros de distancia y además de ese primer amor adolescente, luego tuve muchos otros entuertos fugaces y no tanto con otros músicos hasta el encuentro, fatal y decisivo, con quien aún es (pero ya debería dejar de serlo, se sabe) "el amor de mi vida". Como ya he hablado de él bastante más de lo aconsejable en estas y en otras páginas, juzgo interesante no agregar nada más al respecto. Acaso sólo podría agregar que es el día de hoy que su música me sigue conmoviendo como siempre, que eso no ha variado ni un ápice y que no creo que vaya a cambiar nunca, y que, como le dije una vez, "ojalá no me gustara tu música", pero, dios, me gusta y me gusta porque es la mejor representación de lo mejor que hay en él, de eso que muy pocas, pero realmente pocas, veces deja salir. 
El caso es que acordamos dejarnos en paz hace ya casi dos años, paz que sólo se vio perturbada por una increíble (o no tanto) invitación suya a su hi5, sitio del que prudentemente me borré luego de un tiempo, y por esos dos fugaces avistajes el año pasado por la calle... Lamentablemente para mi espíritu y para mi psique, aún (sí, aún) aguardo el tercer y definitivo avistaje, aquel que nos permita al menos decirnos "hola, cómo estás" y después sí, seguir como si nada hubiera sucedido (pero nunca se puede seguir así después de reencontrarse con alguien a quien se ha amado hasta la inconsciencia más absoluta y dañina). 
El caso es, decía, que ya debería haberlo superado o por lo menos haber aceptado el hecho de que no estamos juntos y no lo volveremos a estar, sencillamente porque nos hacemos mal. No porque técnica y fácticamente no sea posible, que lo es, las cosas cambian, nada es para siempre, se pudo haber separado ayer mismo incluso, si no porque ha sido fehacientemente probado que, por nuestras características psíquicas y emocionales actuamos en el otro como un verdadero pharmakón: un lento envenenamiento, una narcotización sinuosa y ondulante, que empieza primero con una terrible y maravillosa e insuperable euforia, con la sensación más entusiástica y orgiástica que imaginarse puedan y que termina, siempre, invariablemente, en los abismos más profundos de la desesperación, de la miseria y de la desolación. ¿Exagerado? En absoluto. Cualquiera que sepa lo que es una verdadera pasión, comprenderá que estas palabras apenas si descubren-describen una mínima parte de ella.
En este contexto, desde que me he separado de él, y por otras circunstancias que no viene al caso enumerar aquí, he procurado conocer a otros hombres y he elegido, quizá equivocadamente, este medio como un modo ¿más expedito? ¿más seguro? ¿más cómodo? de hacerlo. Y así me he visto envuelta en historias francamente risibles, rídiculas, estúpidas y hasta malsanas. Me he llevado numerosos chascos (en todos los sentidos del término), he conocido monigotes y fantoches que ni salidos de un bestiario medieval, he gastado mis mejores armas de seducción (la verba pero también las curvas, claro) en chimangos y otras aves despreciables, he perdido tiempo, energías y horas de escritura por sólo intentar conocer a alguien y estar relativamente bien. Pero, si he de ser justa, también tengo que decir que a pesar de todo eso también conocí algún que otro hombre interesante (a tal punto que estoy en un proyecto artístico muy copado con uno de ellos) y que, como dice Coetzee, he seguido intentándolo a pesar del evidente fracaso que ha sido todo esto. 
¿Por qué he seguido intentándolo? es lo que me pregunto a partir de la cita de Coetzee.
Porque aquí no puede hablarse de una "relación real" sino meramente virtual, fantasiosa, ilusoria. Y aquí viene la última parte de este largo rodeo. Dije que los músicos me pueden. Bien, en consonancia con ese hecho casi fisiológico, diría yo, siempre procuro que mis candidatos lo sean. Si no lo son, al menos tienen que estar vinculados, de una forma u otra, al arte. De otro modo, me parecen irremediablemente (y lo son, qué quieren que les diga) insulsos, aburridos, esquemáticos, sin gracia, etc. Mi último candidato virtual era músico. Lindo hasta decir basta. Divertido. Al parecer alto (otro requisito fundamental). Al parecer interesado (muy) en mí. Teníamos charlas diferentes a las que suelo mantener por el MSN. Hablábamos mucho de música. Saqué a relucir mi sapiencia musical en más de una ocasión. Le hablé de la música contemporánea, de Stockhausen, de Ligeti, de Luigi Nono, de John Cage (ya se puede ver qué culta soy). Del cuarteto de helicópteros de Stockhausen, de "4' 33''" de Cage. Le pasé temas de Ritchie Kotzen, de Jaco Pastorius, de John Zorn (no cualquiera, ¿eh?). Le hablé hasta el cansancio de Zappa, claro. ¡Incluso le pasé música de mi ex! Oh, sí, hasta ese sacrilegio cometí, tanto me gustaba este muchachito. Porque encima le llevo diez años. Y hablabámos casi todas las noches, casi siempre cuando él estaba cenando y siempre me decía que yo le hacía compañía. Y otras cosas por el estilo. Esas dulces melosidades que le entibian el corazón a cualquiera. Y me dejaba notitas en mi muro de FB o comentarios en mis fotos de Tagged. Y yo lo mismo. Y así se construyó una auténtica relación virtual, con oxímoron y contradictio in adjecto incluidos. 
Sin embargo, había algo que a mí me llamaba la atención: siempre que yo mencionaba la posibilidad de conocernos, él decía "sí, sí, claro", pero no concretaba nada. Lo invité a ver a Manuel Ochoa, pianista de jazz del carajo y no me respondió. Lo invité a ver alguna peli en el Festival In-Edit Cinzano y tampoco. ¿Debería haber sospechado antes? Quizás. Pero los seres humanos somos especialistas en no ver aquello que no queremos ver. Todo venía más o menos bien hasta que en un momento, desapareció. Literalmente. Es decir, desapareció del mundo virtual. Su perfil de Tagged ostentó la tétrica leyenda "no longer exists" y se esfumó también de FB. Me preocupé. No entendía qué sucedía. Pero en el fondo lo sospechaba, claro que sí, pero me hubiera matado antes de admitir tal cosa. Yo siempre me había apoyado en su declaración de que no estaba con nadie en este momento, de que su corazón estaba libre. Tomada de esa creencia, desplegué con él también mis artes seductrices, a las que agregué el condimento extra que nos unía, la música. ¿Dónde va a encontrar otra mina que conozca a Jeff Beck, a John Scoffield, a Stanley Jordan? pensaba yo con ingenuidad digna de mejor causa. Y además escritora. Y además curvilínea. Y además... tarada de remate
Pero bueno, sigamos, que ya se está haciendo muy largo. Hace unos días reapareció. Oh, sí. Su fotito volvió a aparecer entre mis contactos del FB. Y se conectó al fin al MSN y me habló. Me pidió disculpas por su "desaparición", proclamó haber tenido muchos quilombos pero "ahora ya estoy bien". Qué bueno, pensé yo, pero algo no cerraba en la ecuación. Me alegré, de todos modos, y se lo dije. Y le dije también cuánto me había preocupado por él. "¿Tanto se me extrañó por esos lados". "Por acá sí" fue mi respuesta. Y entonces aconteció el baldazo de agua fría que ya todos deben estar sospechando: su mensaje siguiente fue "te presento a mi gordita", seguido de la aparición de una foto suya con una fémina en actitud amorosa. Lindo melodrama, ¿no? Lo peor del caso no es eso, que era obvio desde el vamos, si se quiere, si no que me haya producido tanto malestar (por ponerle algún nombre) algo que proviene de alguien ¡a quien ni siquiera conozco personalmente!
Por eso me atrevo a reformular lo dicho por Coetzee. En los tiempos que corren, no sólo estamos hambrientos de realidad, también de ilusión. Y cuando encontramos una nos agarramos con todas nuestras fuerzas a ella y cuando se rompe nos lamentamos, pataleamos, fingimos que está todo bien (él: "¿no te alegrás por mí?"; yo: "sí, me alegro un montón"), fingimos que no nos duele, seguimos incluso insistiendo (yo: "¿o sea que ya no tengo chances contigo...? malo"), pretendemos que todo sigue igual que antes y decimos "bueno, lindo, que estés bien, me voy a ocupar de mis blogs" y recordamos que esa misma mañana habíamos soñado con nuestro ex y en el sueño habíamos llorado como niños arrancados a la fuerza de los brazos de su madre y seguimos pretendiendo que todo está bien, que ya pasará, que el amor estará en alguna otra parte (pero dónde, dóndeeeeeee), que quizá sea mejor dejarnos de joder con esta pelotudez de Tagged, del MSN, del FB y salir a la calle (si tan sólo no nos diera tanto miedo hacer eso) y de nuevo contemplamos el altar sagrado donde reposa la imagen de nuestro amado/odiado ex y volvemos a pensar que sólo con él podríamos ser felices, que sólo él, aunque fuera un hijo de puta desalmado, nos merecía, que todos los demás son unos imbéciles redomados, que el único genial y hermoso era él, que con él éramos más felices aunque se pasara MESES enteros sin dirigirnos siquiera una paloma mensajera o aunque nos dijera "no sé si te amo" después de habernos dicho que sí nos amaba, y con locura, y que no quería morirse sin casarse con nosotras (como soy geminiana puedo decir tranquilamente nosotras) y que quería tener una hija con nosotras, que se iba a llamar Ariadna, y que siempre nos había amado, a nosotras, no a ella, y así por el estilo. 
¿Por qué la ilusión tiene esta fuerza? ¿Por qué sigo eligiendo colgarme de la ilusión, cualquiera sea? ¿Por qué es más real para mí lo que leo o lo que imagino que lo que realmente "pasa"? Pero, sobre todo, ¿por qué sigo insistiendo con lo que evidentemente me hace mal? Aunque ya sé, otros pensarán que no es ese el problema sino por qué me sigo enganchando con músicos y no pruebo con otras ramas del arte o del saber... porque soy una groupie en cuerpo y alma y porque alguien capaz de hacer belleza con los sonidos como quien estoy escuchando ahora mismo (Zappa, obvio) siempre va a poder obtener de mí lo quiera.
Acaso allí resida el problema. En que no sé ser una perra. Una auténtica yegua, una verdadera hija de puta que se caga en todo y en todos. Tal vez haya llegado el momento de aprenderlo.  

21 de marzo de 2009

El otoño y sus desvíos

Hoy comienza el otoño y esta es la entrada número 150 de este blog. 
Recuerdo que el año pasado, para esta misma fecha, hice un posteo meláncolico y un poco apagado, con un poema que había escrito no hacía mucho, en el que por supuesto hablaba de lo mismo de siempre (de mí y de mi amorosa circunstancia). Estuve a punto de hacer algo parecido hoy también, porque de nuevo el otoño me encuentra sola (¿y desesperada...? tal vez), porque de nuevo sus gatos amarillos maúllan muy lejos de mí y sus hojas caedizas no golpean ya a mi puerta y sus yeguas doradas no galopan sobre mis lomos y yo soy, de nuevo, la que mira pasar el espectáculo de eso que algunos se empeñan en llamar la vida, mientras otros son los que, de nuevo, actúan en ella. Pero ¡basta de poesía conmiserativa!, que era exactamente lo que no quería hacer hoy. 
Ayer tuve un mal día, es cierto, y hoy sólo mejoró en cuanto pude ocuparme de lo único que tengo que ocuparme, es decir, mi escritura. En cuanto me zambullí en ella, el mundo y todos sus estúpidos avatares, y todos sus habitantes, especialmente ciertos músicos, actuales y pasados, desaparecieron del horizonte y ante mí se extendió, soberana, la pantalla despojada con sólo la página que estaba escribiendo y lo que en ella se estaba creando, lo que en ella yo voy creando a medida que lo escribo, a medida que lo saco de mi cabeza y lo pongo ahí. Si eso no es la felicidad, se le parece bastante. 
Pero desde ayer que estaba pensando en hacer algún posteo especial el día de hoy y, reitero, antes de caer en la poesía del hoyo, en el amor que me desaira de nuevo, en la repetición insoportable e impepinable de conductas cuyos resultados son obvios y predecibles y malos para mí (pero aún así insisto... he concluido que la misión del inconsciente es insistir, amigos), antes de volver a ser la unhappy girl que era cuando moría de amor por Jim Morrison, he preferido apostar a los colores. El mundo (es decir, no el planeta y sus maravillas, sino lo que nosotros, especie humana, hacemos con él) ya es lo suficientemente oscuro como para agregarle más oscuridad, ya sea desde el poema, la vestimenta o incluso la actitud. No more black. No more tears. And no more procrastination, como he puesto por ahí. No more hablar y no hacer. No more engendrar deseos que no se cumplirán, la peor de las pestes en palabras de William Blake. No more pesimism. No more ugly vibrations. No more half-empty glasses. Pero sobre todo no more black and grey. 
Desde hace ya bastante tiempo que vivo sobrecogida y fascinada por el color. Prueba de ello son los mandalas que vengo pintando desde, exactamente, el comienzo de la primavera pasada. También lo es la decoración de mi estudio, que ha cambiado radicalmente en los últimos tiempos. Y mis ropas. Amarillo, fucsia, rojo, se han sumado al sempiterno violeta en todos sus matices. Quiero, deseo y necesito ver mucho color a mi alrededor. Y todo esto viene a cuento por no sólo las fotos que ilustran este post ("flores otoñales", podríamos llamarlas), sino por la herramienta que me permitió dar con tan bellas creaciones: se llama Multicolr Search Lab y lo pueden ver en acción aquí. Se trata de un motor de búsqueda de imágenes por colores, en el que se puede armar una paleta de hasta diez colores, pero con poner un solo color ya es suficiente para quedarse boquiabierto ante los resultados.
Y así, poniendo un tono de amarillo, otro de naranja, luego un ocre y finalmente un rojo, di con estas bellezas de la Naturaleza con las que quiero celebrar el comienzo del otoño, una de mis estaciones favoritas, aunque no pueda, este año tampoco, empezarla enamorada y en los brazos de mi amor como sí pude hacerlo en un otoño ya mítico, ya tan lejano y ajeno que parece (¿que es?)  irreal. Y para que la celebración sea tal, en lugar de hojas muertas, vencidas ya por el ciclo de la creación, elegí flores, flores vivas y cimbreantes, frágiles pero fuertes, enteras, dignas, fluyentes y majestuosas, como quiero pensarme yo, como quiero ser de una vez por todas. 
Frágil pero entera. Fuerte pero tierna. Viva, cimbreante, cálida y voluptuosa, una fiesta para el espíritu y para los sentidos. Como ellas: 









20 de marzo de 2009

La curva circunferencia del mundo (no su ombligo)

Afortunadamente, soy muy curiosa. Todo (o casi todo) me interesa. Parte de eso es lo que intento reflejar en este blog. De la vastedad de cosas que componen el mundo, el universo y alrededores, elegí dos vectores, por así decirlo, que ejemplo pueden ser de todos los demás. Las curvas, los desvíos. Ya se sabe, pero no está de más aclararlo, ya que como dice la Señora, "el público siempre se renueva". 
Pero nunca imaginé, al fundar este blog, que iba a darme el lujo de reflejar noticias, sucedidos y otras yerbas de disciplinas tan lejanas (al parecer) de la poesía y la literatura como, en el caso que hoy nos ocupa, la astronomía. Remarco el "al parecer". 
Hubo un tiempo que fue hermoso y los saberes estaban hermanados entre sí; sólo la filosofía era la reina de todos ellos y todos ellos tributaban a ella como los ríos que siempre van a dar a la mar (como nosotros). Los hombres de aquel tiempo y aquella tierra (la Magna Grecia, la lasciva Roma) eran hombres orquesta. No sólo sabían de astronomía, como Eratóstenes, sino que también dominaban otras ramas de saber con la misma prestancia y destreza. ¿Por qué hemos perdido ese don? ¿Por qué seguimos tributando al negativo positivismo del siglo XIX y sus compartimientos estancos? ¿Por qué no nos rendimos a la evidencia de que todo tiene que ver todo, más allá del chiste que la frase propulsa?
Y digo esto porque a través de esta alerta de Google, una vez más, me entero de varias cosas. Que el 2009 es el año de la Astronomía. Que se recreó el experimento que el astrónomo -pero también poeta, orador, matemático, filosófo, etc.- Eratóstenes realizó hace varios siglos para determinar el perímetro y el diámetro aproximado de la tierra. No de una bolita lechera sino de la Tierra... Y me entero de que el experimento se recreó con chicos de escuelas de diferentes ciudades argentinas; es decir que, por una vez, la física, la geometría, la matemática, la trigonometría no fueron fríos números y fórmulas imposibles de recordar anotados en un papel sino que fueron descubrimiento, asombro y experiencia en acción. 
Cuánto me hubiera gustado participar en algo así cuando yo iba al colegio y sufría -el verbo no es exagerado- en las clases de Matemática o Física, sin haber comprendido jamás ni una palabra -de las pocas que se decían, claro- y siempre preguntándome para qué corno me iba a servir eso en la vida... Bien, cosas como éstas demuestran para qué sirve y cómo, una vez más, no hay nada que venga de la nada ni hay estuches que lo separen todo sino vasos comunicantes, sistemas vasculares y linfáticos, ríos subterráneos, corrientes de agua dulce y fresquísima que, como nuestros impulsos nerviosos, viajan por todo el mundo y se interconectan... exactamente igual que "la red" y sin necesidad de ningún cable. No es casual, entonces, que a este mundo cibernético lo llamemos red, ¿no es cierto?
Agradezco, entonces, no haber perdido ni un ápice de la misma curiosidad que tenía cuando era niña y quería comprenderlo todo. Todavía quiero hacerlo. Sólo que ahora pretendo también compartirlo con otros, hasta donde me sea posible.

17 de marzo de 2009

Una única imagen curva (y una invitación subsecuente)

¿Alguna vez podré decir con toda precisión y claridad el encantamiento que las imágenes ejercen sobre mí? Algo similar me ocurre con la música y jamás he logrado ni acercarme a describir un mínimo porcentaje de lo que ella produce en mí.  Intuyo que lo mismo me sucede (y sucederá) con las imágenes. 
Me debo y les debo un blog dedicado exclusivamente a mis poemas sobre imagen, que no son pocos y que la mayoría están hechos sobre imágenes de mi amiga y diosa fotográfa Liliana Muente, aunque también me he atrevido a escribir sobre imágenes de monstruos como Robert Mapplethorpe o Joel-Peter Witkin... A decir verdad estaba pergeñando algo así en wordpress pero una vez más desistí de ello y una vez más creo que lo fundaré aquí mismito muy pronto. Sería una buena gimnasia no sólo publicar los poemas que ya tengo sino volver a escribir poesía de ese modo, a partir de una imagen dada. 
De una imagen como esta que les pongo aquí debajo, que me llegó gracias a las alertas de Google, y a partir de la cual los invito también a visitar el blog donde está publicada originalmente, del que me hice follower (o seguidora) en un trís, al ver qué bellas fotos postea este muchacho cada día. ¡Ah, la tecnología! O tempora, o mores!
Disfruten. Que a eso hemos venido a este mundo y nada más.

11 de marzo de 2009

Castillo, un grande

Ayer pasé una tarde espléndida.
Hace poco cambié ligeramente mis horarios de trabajo y esto me permite asistir a eventos a los que antes, por cuestiones horarias y geográficas, me era imposible asistir. De este modo, los martes se han convertido (o es mi deseo que se conviertan) en mis días "para mí". Tengo ya un día de esos a la semana, aunque más adecuado sería llamarlo un día "para mi escritura", que es el sábado, día al que asisto religiosamente (y el adverbio no es exagerado ni irónico) al taller de mi maestro Marcelo di Marco.
A partir de mis nuevos horarios platenses, entonces, el martes es el día "para mí", día en el que indistintamente puedo ir a un evento como el que fui ayer o hacer cualquier otra cosa que me apetezca (verbo castizo que nosotros no solemos usar, pero que uds. me dispensarán, porque me gusta mucho) mientras la haga conmigo misma. ¡Oh, supremo egoísmo! ¡Sublime, magnífico egoísmo! Sí, soy una defensora del egoísmo, del egoísmo bien entendido, aquel que susurra que este ratito es sólo para nosotros, que este blog puede contener lo que se nos cante, que está bien malcriarnos y comprarnos varios juegos de lápices para pintar nuestros mandalas, que está perfecto comprarse ropa, no necesariamente de marca, pero sí linda y vistosa, y que está aún más perfecto perderse toda una tarde en Palermo Hollywood para ir a ver a un grande, como Abelardo Castillo.
La cita era en esa hermosa librería poéticamente llamada "Eterna Cadencia" (Honduras y Fitz Roy, para los que aún no la conocen). Ahora canchereo, pero hasta hace veinticuatro horas yo tampoco la conocía. La conocía sólo de nombre, y siempre había querido ir, pero nunca se presentaba la oportunidad y... ayer se presentó, gracias al ciclo "Los martes de Eterna Cadencia", ciclo en el que irán aconteciendo charlas y encuentros diversos según pude vislumbrar ¿de aquí a fin de año? Ojalá. Se me hace que los martes es un día ideal para este tipo de eventos: la locura porteña está bastante atenuada (bueno, es un decir... o una expresión de deseos); la mala onda del lunes ya está ausente, porque es martes; todavía se tiene la cabeza bastante despejada, puesto que aún no promedia la semana... En fin, ideal decía y así lo creo, porque ayer lo comprobé con creces.
Salí, rauda, de mi trabajo en La Plata y me trepé a uno de esos largos y blancos, decorados con una poética rosa en sus costados, micros que van de la ciudad de las diagonales a la ciudad de la furia por la autopista... Y en menos de una hora o casi ya me encontraba adosada al asfalto porteño. Ayer hizo un día espléndido (qué bueno recordarlo, porque la lluvia que viene cayendo desde esta madrugada ya me tiene los pelos de punta -y totalmente frizzados, lo que es aún peor!- y no veo la hora de que pare al fin) y estaba ideal para caminar, para pasear, para mirar vidrieras... Me bajé en Plaza de Mayo y allí descendí hasta las catacumbas del subte, de las que emergí en otra plaza, Plaza Italia, la misma en la que emerjo cada sábado cuando voy al "yerta".
Una vez allí, consulté mi maravillosa guía T (debería llamarse "Acme"), chequeé nuevamente la dirección de Eterna Cadencia, y caminando muy contenta, bajo las hojas todavía verdes de los árboles palermitanos y mecida por el solcito todavía fuerte de estos días de marzo, me encaminé hacia mi destino. Llegué y cometí el error de no entrar inmediatamente a Eterna Cadencia, acaso por timidez, por pajueranismo o no sé qué rayos, pero siendo las 18:30 y sabiendo que Castillo iba a convocar a una linda porción de gente, debería haber entrado y punto (el evento empezaba a las 19). Pero no. Seguí caminando un poco más por esa parte del barrio que no conocía y me senté en un bar, en una mesa a la calle, donde me comí una linda porción de cheese-cake mientras me asombraba de lo fácil que es pasarla bien con uno mismo, sin necesitar a nada ni a nadie más...
Cinco minutos antes de las siete hice mi entrada en la librería. Quedé subyugada por los techos de oscura madera, por la terraza (aunque apenas la entreví), por las estanterías hasta el techo llenas de libros, por las mesas llenas de ídem, y quedé también apenada por las mesitas del barcito a las que ni siquiera pude acercarme porque ya estaban, desde luego, ocupadas y recontraocupadas. En un lugar destacado, una mesa más grande, dos micrófonos dispuestos, copas y una máquina de escribir Olivetti (una obviedad, pero efectiva). Rápidamente deduje que allí se sentaría Castillo y quien conduciría la charla y procuré apostarme lo más cerca posible, pero las entradas al bar-patio de la librería también estaban ya copadas por otras tantas personas. De cualquier modo, logré quedarme en la que más cerca estaba de esa mesa y así lo vi llegar a Castillo y pasar por allí mismo junto con su mujer (Sylvia Iparraguirre) y con el presentador y con quienes parecían los dueños de la librería y demás.
A diferencia de otras ocasiones, no saqué fotos. No las saqué por la sencilla razón de que mi telefonito estaba con muy poca batería y hubiera bastado sacar un par de fotos para terminar de agotarla. Pero no hizo falta tampoco, porque había allí un presto fotográfo que hizo lo que debía hacer (aunque le sonó el celular en medio de la charla, ay!) y aquí se puede ver el resultado.
La charla fue breve y quien la conducía fue, literalmente, sopapeado por Castillo (quien, para más datos, fue boxeador en su juventud) desde el comienzo. No sé cómo se llama este muchacho pero es quien firma el post ya linkeado y me pareció que no solamente fue ganado por los nervios sino que también fue ganado por la desinformación. O, por lo menos, por una fuente de información poco fidedigna. Las tres primeras preguntas que le hizo a Castillo contenían información errónea, por lo que la primera palabra con que Castillo las respondió fue "no". El resto de las preguntas seguían más o menos en la misma tónica, entre la información "espúrea", por así decirlo, y la obviedad más flagrante.
Ya sé, ya sé: no es fácil pensar preguntas interesantes para hacerle a un escritor, sobre todo a alguien que uno admira mucho. El propio Castillo dijo que tal vez sea mejor no conocer nunca a los escritores y limitarnos a leerlos y disfrutarlos en sus libros, que es lo que realmente hay que hacer. Aún así, ya que se tenía la oportunidad de dialogar abiertamente con uno de los últimos grandes de nuestra literatura, no hubiera estado mal romperse un poquito el coco y preguntarle algo más interesante...? más profundo...? más relacionado con el quehacer intrínseco del escritor...? No sé, algo menos previsible, en todo caso.
Escucho una vocecita maligna que me dice: "y vos qué tanto hablás, ¿qué le hubieras preguntado?" No conforme con ese dardo, la vocecita sigue: "y ya que tanto hablás de preguntas interesantes, ¿por qué no le preguntaste algo cuando se abrió el diálogo al público?" Ay, uy. ¡Estas voces que uno tiene en la cabeza suelen meter siempre el dedo en la llaga, caramba! No sé qué le hubiera preguntado, pero si hubiera tenido tiempo de preparar un poquito las cosas le hubiera dicho, al menos, que la sección "Irreverencias" de su libro Ser escritor (reseñado aquí) me pareció una de las mejores de todo el libro, sobre todo por su carácter desacralizador.
La literatura argentina tiene (o tenía, habría que ver) la horrenda manía de la sacralización, de la casi necrofilia con sus ilustres mamotretos y son muy pocos los autores que se atreven a decir cosas como las que Castillo asevera allí. Tendemos siempre al panegírico, al amiguismo, a hablar mal sólo de los enemigos acérrimos, pero nunca a decir verdades irrefutables como que Mallea o Gálvez son infumables, o que a Echeverría debería considerárselo el fundador de nuestra literatura o que nada iguala la salvaje potencia de Sarmiento (más allá de que se esté de acuerdo o no con sus ideales), etc. Algo de eso le hubiera dicho, seguramente, si hubiera tenido tiempo de prepararlo un poco. Y le hubiera preguntado, tal vez, cuál era su método de corrección, o qué diferencia veía él entre la corrección y la reescritura, porque me consta, por mi maestro, que para Castillo una cosa es corregir y otra reescribir.
Y ahora me pregunto, como una boba, por qué catzo no le pregunté eso ayer, ya que al final casi nadie se atrevió a preguntar nada y lo más jugoso estuvo, como siempre suele suceder, en el después, con el grueso de la gente ya ida, en una charla más íntima y suelta, que yo me perdí también, revoloteando como una luciérnaga entre las estanterías abarrotadas de Eterna Cadencia, lectora y bibliomána sin remedio al fin.

8 de marzo de 2009

The power of the cunt o Querido tajito

Luego de un fin de semana bellamente agitado (al ritmo de BOOM BOOM CHA, BOOM BOOM CHA) y a pesar de que no creo mucho en el concepto "día de", quiero compartir con uds. algunos fragmentos de un libro algo desparejo pero interesante, intrigantemente titulado El origen del mundo... El autor es el sexólogo holandés Jelto Drenth. Cuando vean la tapa comprenderán a qué se refiere con ello (es una reproducción de un famoso cuadro de Gustave Courbet). Aquí encontrarán una reseña del libro de mi colega ansudeña Gabriela Puente y aquí algunos otros fragmentos que no incluí aquí adrede. 
Feliz día, mujeres. Y como dije aquí: THIS YEAR, MORE FUN, LESS FEAR!!!

"El hecho de que las palabras 'fuertes' hayan seguido siendo tabú quizá se deba a su empleo como insultos. Los genitales femeninos, no menos que los masculinos, se utilizan bastante con tal fin. A mi juicio, las palabrotas referidas a la mujer son bastante más groseras que las referidas al hombre: '¡Cojones!' es una expresión menos áspera que 'La puta que te parió'. En los países donde la clitoridectomía constituye una práctica tradicional, la palabra que designa el clítoris forma parte de las maldiciones más inmundas. Los fundamentalistas musulmanes de Egipto utilizan "madre del clítoris" como insulto dirigido a los turistas blancos; y el peor agravio que se puede inflingir a un hombre es llamarlo 'hijo de madre no circuncidada'.
Japón representa una excepción. Allí los padres y las madres explican a sus hijas acerca de su odaiji-no-tokoro, su 'lugar augusto e importante'. A los varones se les habla de su odaiji-no-mono, su 'cosa augusta e importante'. Para los varones hay también un sinónimo consagrado por la tradición: el ochinchin ('honorable pitilín'). En la década de 1980 las feministas japonesas protestaron contra este tratamiento desigual y abogaron por la introducción del término waremechan ('querido tajito')."

"¿Qué se hace con una mujer incapaz de experimentar un orgasmo durante el coito, pero que responde con pasión a la estimulación del clítoris? Para Freud, la respuesta era obvia: ella no ha conseguido aceptar su femineidad, insiste en desempeñar un papel activo y no ha logrado superar sus celos de la primacía de la sexualidad masculina. En breve, sufre de un complejo de masculinidad. Marie Bonaparte emitió esta opinión sobre el tema en 1933: 

... las mujeres, al parecer, pueden dividirse en tres tipos principales, cada uno de los cuales responde, a su propio modo, al shock traumático que experimenta cada niña al darse cuenta por primera vez de la diferencia entre los sexos. Las del primer tipo pronto logran reemplazar el deseo del pene por el deseo de un hijo, y se vuelven verdaderas mujeres: normales, vaginales, maternales. Las siguientes abandonan toda competencia con los hombres al sentirse demasiado desiguales, renuncian a toda esperanza de obtener un objeto de amor externo y, en lo social y lo psíquico, ocupan entre los humanos un nivel comparable al de las obreras en un hormiguero o una colmena. Por último, están las que niegan la realidad y no lo aceptan nunca: éstas se aferran con desesperación a los elementos masculinos psíquicos y órganicos innatos a todas las mujeres: el complejo de masculinidad y el clítoris."

"... cuando es la mujer la que desea más sexo, y su pareja la frustra, lo pasa mucho peor, porque su situación es anormal; de hecho, socava los cimientos de nuestras creencias básicas. Ella sentirá por instinto que no le conviene hablar del tema con nadie, pues de lo contrario se arriesga al ostracismo. La situación requiere una explicación, pero las respuestas parecen bastante negativas. Tal vez sea todo culpa de ella. ¿No es atractiva? ¿Dice siempre lo que no debería? ¿Tiene mal olor? ¿El rechazo de su pareja se debe a su flujo vaginal (aunque en la última revisión el médico le dijo que era normal...)? ¿O él está enamorado de otra? ¿O será gay? ¿Quizás ella sea demasiado directa en la manera de transmitirle qué es lo que desea?"

"La operación más violenta se practica en Somalia y Sudán: se cortan el clítoris y los labios menores, y luego se unen con una costura los labios mayores y los labios menores, de modo de dejar sólo una pequeña abertura algo más arriba del ano. Esta forma de intervención se denomina 'infibulación'.
(...)
Las mujeres de los países en los cuales rige la circuncisión consideran 'limpia' la vagina circuncidada, en flagrante contradicción con la realidad.
(...)
Otra de las 'ventajas' de la circunsición consiste en que la mujer pierde la mayoría de sus órganos de sensibilidad sexual, lo cual -según la creencia generalizada- brinda protección contra una sexualidad desenfrenada. También aquí encontramos el miedo, muy arraigado, a la concuspicencia ilimitada de la mujer."

"El primer aviso de vibrador para uso personal, el Vibrátil, data de 1899. En los anuncios publicados en ese entonces, el vibrador comparte honores con la máquina de coser, el ventilador, la pava eléctrica y la tostadora. Las amas de casa deberían esperar unos diez años más la llegada de la apiradora o la plancha eléctrica. En el aviso del primer vibrador se nombraban la neuralgia, los dolores de cabeza y las arrugas como enfermedades factibles de curar con este tratamiento. La salud y la belleza se mencionaban siempre, mientras que las posibilidades sexuales apenas si se insinuaban con frases como: 

Dirijo mi mensaje de salud y belleza A LAS MUJERES.
Suave, relajante, estimulante y refrescante. Inventado por una mujer que conoce las necesidades femeninas. Toda la naturaleza pulsa y vibra de vida.
La mujer más perfecta es aquella cuya sangre late con la ley natural del ser."

"Los fabricantes de toallitas higiénicas y protectores diarios explotan a conciencia la revulsión por los genitales femeninos. Casi no logramos concebir que hace menos de un siglo las mujeres menstruaran directamente en la ropa que vestían, pues creían que de lo contrario se impedía el vital efecto purificador del flujo menstrual."

"Para algunos hombres y mujeres , un monte de Venus sin pelos resulta más atractivo y excitante que el 'origen del mundo' natural. Tanto en anuncios personales como en sitios de Internet se ha generalizado esta preferencia, que se muestra de modo explícito, y en el 2003, los adictos al porno que prefieren las 'matas peludas' fueron diferenciados como un grupo aparte, un blanco comercial diferente." 

4 de marzo de 2009

Poesía botánica para los días de lluvia

La poesía, al igual que la literatura, sucede. Y al igual que la literatura, suele encontrarse en los lugares más inesperados. No reposa, como creen los poeñoños en las manidas imágenes de la primavera, de la paloma de la paz o de los Cupiditos enviando imprecisas flechas al éter... La poesía, al igual que la literatura en palabras de Barthes, suele estar fuera de eso que la convención llama "Poesía". Y así es como podemos encontrarla en la prosa alucinada de Roberto Arlt (como lo demostré aquí) o en un texto científico como el que voy a reproducirles a continuación.
Mi trabajo aquí no guarda demasiados secretos. Se trata de digitalizar y catalogar los textos para subirlos al portal y que puedan así  ser accedidos por cualquiera que lo desee. Nuestro objetivo principal es la producción científica e intelectual de la Universidad, pero en ocasiones extendemos nuestros servicios más allá, como en el caso de la tarea que tengo asignada desde fin de año. Se trata de digitalizar la revista del Colegio de Farmacéuticos de la Provincia de Buenos Aires. En ocasiones, entre escaneo y escaneo, me detengo a leer fugazmente algún párrafo de algún paper, del que por supuesto no comprendo ni papa, llenos de fórmulas químicas, tablas, gráficos... 
Pero hoy me asaltó la poesía en plena cara cuando leí las descripciones botánicas de algunas plantas y no quería dejar de compartirlo con uds., aunque éste sea quizá un post más apropiado para este blog o para este (estrenado y abandonado, lo sé, ya lo retomaré...!). Y cuando hablo de poesía hablo básicamente del lenguaje, porque no de otra cosa está hecha la poesía, pero también hablo de la musicalidad que emana de las palabras, de algo que va mucho más allá de la mera significación. Hablo de todas las cosas que los poetas internéticos, que son legión, se rehúsan a entender, pues estas cuestiones atacan directamente los cimientos de sus débiles edificios pseudopoéticos. 
Hablo de que la poesía sucede (it happens) y no necesita, siquiera, estar en verso o dentro de un libro de poemas. Y, si no, a las pruebas me remito: 

Del artículo: "Endulzantes de Origen Vegetal. 1. Taumatina, Monellina, Miraculina, Glicirricina, Esteviósido y Hernandulcina" [no me digan que "miraculina" no es una maravilla!!!]

En: Acta Farmacéutica Bonaerense 7 ( 2 ): 117-29 (1988).

Autores: Mandrile, E.; Bongiorno de Pfirter, G. y Cortella, A

Taumatina

"Es una hierba perenne y rizomatosa. Las hojas son grandes, soportadas por un pecíolo muy largo e inflexiblemente erecto. Limbo ampliamente oblongo, moderadamente firme, glabro, redondeado en la base. Bracteas naviculares, oblongas, caedizas, muy cortas. Flores púrpura pálido tan largas como las brácteas; sépalos de 8 cm de largo. Frutos marcadamente trigonos, rojo oscuro, pardos al madurar, brillantes..."

Monellina

"Es una planta dioica, herbácea, perenne, con tallos sarmentosos, pubescentes. Hojas largamente pecioladas de aproximadamente 7,5 cm. de largo, cordadas y también cubiertas de pelos. Inflorescencia en racimos axilares: las flores masculinas con seis sépalos en doble vuelta un poco cóncavos, apétalas y con seis estambres unidos en sinandria sésiles, hemiesferófitos. Las flores femeninas con 6 sépalos y 3 a 6 carpelos libres, todos con un óvulo fijado por debajo de la mitad de la sutura vegetal; estigma grueso y oblicuo..."

Miraculina

"Es un pequeño árbol o arbusto de 1,8 a 4,5 m de alto, con hojas de 10 a 12 cm. de Iargo y 4 a 5 cm de ancho, abovado cuneadas, glabras, mebranosas y obtusas, que crecen al final de las ramas. Las flores, solitarias, pequeñas y numerosas, están originadas en las axilas de las hojas. El cáliz infundibuliforme presenta cinco lóbulos pubescentes y obtusos. La corola calicina es glabra y 5-dividida. Posee estaminodios ovado-lanceoladas, antera extrorsa elíptica-obtusa y filamento corto. El ovario subpiloso es glabro y unilocular; el estilo es filiforme y el estigma simple y puntiforme. El rojo fruto ovoide es monospermado y recuerda una pequeña ciruela, con una gran semilla incluida en una delgada y suave pulpa, donde se encuentra la peculiar propiedad eridulzante...".

Para aquellos que no hayan encontrado la poesía, puse en negrita las palabras y expresiones que más llamaron mi atención y aquí, algunos posibles versos que con la debida pulimentación podrán convertirse en un poema algún día: 

el rojo fruto ovoide
mora en su suave y delgada pulpa

sus flores púrpura pálido
me recuerdan pequeñas ciruelas
que hubiera atesorado antes en mis manos

el rojo fruto ovoide reposa
glabro, caedizo, pardo al madurar

inflexiblemente erecto se pasea
deja al descubierto
mi torpe sutura vegetal

el rojo fruto que me alimenta
a la vuelta cóncava de los días

el que tanto se parecía
a la oblonga permanencia
de sus estigmas

(04/03/09)

P. D.: Conozco un solo escritor que se atrevió (quizá sería mejor decir "osó") usar el término "infundibuliforme" (que quiere decir "con forma de embudo"): Eduardo Mallea. Huelga agregar nada más.

3 de marzo de 2009

Algunas reflexiones desviadas sobre la escritura de ficción

Leo en un comentario de D. al último posteo de este blog que "siempre escribiremos desde cero". 
No estoy de acuerdo. Es imposible escribir ex nihilo nihil. Es el deseo de lo que en otro lugar llamo los poeñoños y de todos aquellos escritores principiantes que creen que el mundo ha nacido con ellos y por ende les toca renombrarlo todo e inventar a cada paso el agua caliente. Cuando dije que estaba escribiendo algo "desde cero", quise decir que me había entregado al puro placer de la fabulación, acaso lo más placentero del oficio de escribir. Pero incluso en ese escribir desde cero hay siempre cosas que vienen de no se sabe qué insospechados rincones de nuestra psique, de nuestra experiencia y de nuestras influencias, por citar sólo tres instancias importantes. 
Escribir desde cero, en mi opinión, se diferencia radicalmente del tipo de escritura que puedo desplegar aquí o en otros sitios en lo siguiente: en un blog o en un reseña crítica hay muy poco lugar para la fabulación. Quizá en un blog haya más que en una crítica teatral, de acuerdo, pero la fabulación es patrimonio exclusivo de la ficción. Este tipo de escritos (aunque instauren una ficción, pues TODOS los textos lo hacen, y esto es algo que tampoco comprenden los novatos, los neófitos y los poeñoños) no pertenecen al género de la ficción, no al menos como yo lo entiendo. Aquí a veces puede haber textos que de lejos parezcan ficción, pero técnicamente no lo son. Se trata de reflexiones, de impresiones, de semblanzas, incluso de recuerdos y de vivencias, pero en modo alguno estamos aquí en el terreno de la ficción. Menos ficción, así entendida pues, puede haber en las críticas teatrales o en las reseñas de libros
Escribir desde cero significa empezar a contar una historia de la que nada o casi nada sabemos pero que se va gestando en nuestra cabeza al mismo tiempo que se va volcando sobre el papel. Eso es fabular. En la primera página sólo sé que hay determinado personaje y que le pasa (o no le pasa) tal cosa. A veces incluso sé menos que eso. Tal vez sólo tengo una frase. Una frase que por alguna razón insiste en mi cabeza hasta que la pongo en un papel. A partir de ahí no hago más que tirar de esa frase del mismo modo que tiraría de un hilito suelto en un pulover tejido a mano. El pulover se desteje, es cierto. Pero el texto se teje así justamente. En ese desovillarse es donde la historia se ovilla y finalmente nace. Si en la primera página sólo sabía que había un personaje es muy probable que si sigo tirando, si sigo el camino que esa frase me muestra, en la página veinte ya me encuentre con toda una situación en pleno proceso, una situación que todavía no tengo ni puta idea de cómo va a terminar, pero que si sigo tirando un poquito cada día voy a encontrar no sólo cómo termina sino un montón de sorpresas en el medio de ese camino.
A este momento maravilloso de la creación, el más explosivo, el más liberador, el más entusiasmante de todos, mi maestro lo llama la "etapa volcánica". En efecto, uno es como un volcán dormido que se ha despertado al tintinear de una frase o una idea. Surgen tremendas nubes pirocrásticas alrededor de uno (son esos momentos previos al sentarnos a escribir en el que todo nos molesta y no sabemos bien por qué: es porque la erupción está a punto de comenzar) y momentos después, si somos lo suficientemente inteligentes como para permitirnoslo, acontece la erupción: el texto brota, incontrolable, fluido, maravilloso. Nada importa. Y toda nuestra vida empieza a girar alrededor de él. Todo lo que antes estaba muerto, inerte, inconmovible, empieza a deshielarse, a desentumecerse gracias al enorme poder de la lava creativa. Todo se empieza a vivir en función de lo que estemos escribiendo, todo va a parar a esa molienda continua que es el estrujarnos la cabeza para seguir escribiendo nuestro texto. Stephen King, mi nuevo dios, recomienda escribir 3000 palabras por día (en todo caso, no menos de 1000) para no perder continuidad y estar en permanente contacto con aquello que pugna por ser contado. Aquello que se pare a través nuestro. En esta etapa no interesa si es bueno, malo, regular, original o decididamente tonto. Todo eso viene después (y a lo mejor es mucho más conveniente que ni venga).
Después, llega la etapa más crítica del proceso de creación. Una vez que todo ha salido (y nunca antes e incluso habiéndolo dejado leudar como un buen pan de campo) llega la etapa que muchos (la mayoría) evitan como si del diablo mismo se tratara: es el momento de la corrección, es "la etapa quirúrgica" siguiendo a di Marco, donde habremos de extirpar, modificar, reescribir y corregir nuestro texto para que alcance su mejor versión, su máximo brillo, su vividez más plena.
Y con esto paso a un posteo que leí hoy aquí: no creo que haya que tener demasiada fuerza de voluntad para escribir una novela ni un cuento ni un poema ni nada. De hecho, no creo que escribir tenga que ver con eso que llamamos la "voluntad". Los textos se escriben solos, como he dicho en otra parte, uno es sólo un canal. Para lo que sí hay que tener mucha voluntad, una enorme fuerza de voluntad, es para sentarse a corregir. Hay que tener mucha voluntad para observar nuestros textos con los ojos más objetivos posibles y empezar a sacarles brillo como si fueran gemas en bruto (que es lo que son, vamos). Hay que tener una fuerza de voluntad enorme, titánica, ciclópea para sentarse a hacer ese tremendo laburito... y una paciencia de chino y un buen humor del carajo y un amor por la letra escrita que no abunda en ningún sitio. Por eso nos encontramos con tantas chapuzas de este y del otro lado del Atlántico porque la cultura del esfuerzo no está bien vista que se aplique a algo tan "gratuito" como el arte en estos días. Es mejor dejar todo como está, total... No molestarse siquiera en revisar la ortografía. ¿Para qué, si Arlt escribía mal y le fue bien? Es mejor dejar todo a su aire, porque yo soy un artista libre y espontáneo. 
Quizá sería hora de empezar a pensar que nada hay menos espontáneo que el arte. El arte verdadero, claro, no las paparruchas que nos quieren hacer pasar como tales.

2 de marzo de 2009

Las curvas del cuerpo humano, para comenzar la semana

Luego de un fin de semana en el que por fin sentí que hice algo (porque lo que en realidad hice, a diferencia de otros fines de semana menos felices, fue escribir -y cuando digo 'escribir' no me refiero a la escritura de los blogs, a la corrección de textos o a cosas similares, sino que me refiero a escribir algo desde cero, sin saber muy adónde se dirige ni de qué se trata, pero absolutamente convencida de que sólo se trata de seguirlo o, mejor, de saltar para que aparezca la red y nada más), he decidido comenzar aquí la semana con un posteo breve pero intenso. 
Ayer, en un momento dado, me encontraba surfeando una página que suelo frecuentar bastante (no diré cuál... no es Facebook) y me encontré con algunas imágenes que me gustaron mucho y que rápidamente me encanuté para compartir con uds. Lamentablemente no tengo la fuente original, así que si alguien se siente ofendido en sus derechos, por favor que reclame a mi mail y serán puestos los debidos créditos de inmediato. 
Las he llamado "las curvas del cuerpo humano" pero ahora me temo que muchos (sobre todo las queridas bestias masculinas) se sentirán algo decepcionados al ver de qué se trata. O tal vez no... Y buah... ya me diréis qué opináis, si son tan gustosos...




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