30 de mayo de 2010

La curva resfriada o el cono del silencio

La indiferencia se convirtió en un creciente catarro, un hermoso resfrío, un delicioso concierto de atchises y toses varias. Pasé mi cumpleaños número 36 en cama y no precisamente en la posición que me hubiese gustado. Y sola, desde luego. O, para ser justa, en compañía de mis gatos, porque si algo distingue también a los felinos es que saben cuándo se los necesita con mayor urgencia. El día de mi cumpleaños, día también de los fastos del bicentenario, pensaba venir y escribir muchas cosas aquí, cosas que ya he olvidado. Creo recordar que iba a mencionar algo acerca del número 36, puesto que es un número que me gusta, me cae simpático, digamos. Pero no sé qué otra cosa aparte de ésta iba a decir. Que todo sigue igual. Que la meseta no registra ningún desnivel aún. Que el entusiasmo está lejos de aquí. Que sólo la lectura de Jack London ha logrado penetrar este muro de indiferencia y desdén del que casi sin darme cuenta me he rodeado. Sólo salí un día a la calle para comprobar que no estaba tan bien como pensaba y que, después de todo, me podría haber quedado en mi casa/mi cama. Pero tenía que salir. Tenía obligaciones ineludibles que atender. Las cosas no han mejorado mucho, sin embargo. Ayer tenía taller y lo obvié en vista de la lluvia que no cesó de caer en todo el bendito sábado. Y aunque hoy salió el sol, tampoco estuve de ánimos para salir. Y así. ¿Estoy entrando en una depresión y no quiero admitirlo? Mañana se lo preguntaré a mi psicoanalista. ¿Es posible que todo deje de importarme así como así? ¿No es más bien un escudo protector el que me estoy fabricando con esta falsa indiferencia? No lo sé. ¿Por qué, entonces, ciertas imágenes de ciertas películas y ciertos pasajes de El llamado de la selva de Jack London me hicieron caer de cabeza en las lágrimas? No estoy tan indiferente entonces. Pero sé que algo pasa. Sé que no estoy bien, aunque haya estado mucho peor. Los otros días decía, en broma, que me sentía en el cono del silencio. Comienzo a pensar que no es una simple metáfora y que hay allí mucho de realidad. La pregunta es cómo sacármelo, cómo salir de él. No quiero hacer más oídos sordos a todo lo que me molesta y perturba, debe haber otras formas de enfrentarse con todo eso. Debo estar en lo más bajo de la ola, si es verdad esa teoría que reza que las mujeres somos como las olas del mar... Pues bien, prepárense para cuando vuelva a estar en la cresta.

24 de mayo de 2010

La peligrosa curva de la indiferencia

Mañana es mi cumpleaños número 36 pero no quiero hablar de eso hoy. No hay que festejar por anticipado, dicen, y me apegaré a esa superstición sólo para usar esa hermosa palabra aquí (superstición, y casi pongo superchería). Pretendo hablar de otra cosa en este extraño feriado sandwich que nos regaló la presidencia K. 
Un manto de indiferencia, un peligroso manto de indiferencia sería mejor decir, se ha cernido sobre mí en estos últimos días (¿en estos últimos tiempos, mejor?). Nada me inquieta demasiado, con excepción de alguna explosión de rabia, como la última que adorna estas páginas. Nada me perturba mucho o cuando empieza a perturbarme demasiado logro correrme y evitarlo. Tampoco nada me entusiasma demasiado, con excepción de la literatura (la ajena, porque la propia es siempre un problema, un problema que no debería ser tal sino todo lo contrario, pero mi mente loca se sigue empeñando en que lo sea y aún no puedo resolverlo, aunque Dios, la Patria y Freud me ayuden con esto). Nada roza la superficie, nada altera el curso de los días, no digamos ya el ritmo de mi siempre inquieto corazón. Nada dije. Quizás sea mejor decir "nadie" pero no quiero reducir todo a la mera ausencia de un significant other porque intuyo que esto va más allá. No se trata de que falte alguien del otro lado sino de que no hay demasiada disponibilidad por este lado. Quizás el nuevo amor de mi vida (habría que revisar este concepto de "amor de mi vida" y/o "hombre de mi vida" pero lo dejo para otro posteo) esté frente a mis narices y yo no me de cuenta. O haya estado e idem. O vaya a estar y lo mismo, obnubilada como siempre con mis enredos psicoanarquistas personales. No sé. Tampoco me interesa demasiado, en consonancia con este feo estado de indiferencia supina. ¿Qué me llevó a esto? No sé. Pero mejor: ¿cómo salgo de esto? Tampoco lo sé. ¿Tiempo al tiempo? Quizás. ¿Son los planetas que se están reacomodando? Acaso. ¿Es que se viene otra etapa de gran jaleo y rock n' roll emocional y por eso esta aburrida meseta carente de toda emoción? Puede ser. ¿Soy responsable de esta ausencia de acontecimientos, de esta falta de vértigo y adrenalina? También puede ser. El robo de que fui objeto hace ya dos meses fue una suerte de freno muy grande, malditos sean una y mil veces esos miserables rateros: dejé de ir a cubrir obras de teatro, procuro no volver muy tarde a mi casa, no volví a tomar el 22, decliné montones de invitaciones a distintos eventos por el tema del "horario", volví un montón de veces casi corriendo a mi casa y otras conductas paranoicas que les ahorro sólo por el miedo de que me volviera a pasar algo similar. Y lo peor es que el miedo, si bien ya no es tan fuerte, continúa. Y ahora encima anochece enseguida, hace frío (aunque es cierto que todavía no hizo frío "de verdad") y todo conspira, sospechosamente, claro, para que estar en casa sea la mejor opción. La más "sana" y "natural". La menos arriesgada. La más aburrida, buhhh. Oh... dilemas existenciales. Y a todo esto lo único que quisiera en ocasiones es tener ese amigo especial, el que me puede dar lo que nadie más, con el que reírme de estas y muchas otras pavadas, además de pasarla bien en la cama, claro... ¿Quién será? Y ¿cuánto tiempo faltará?

14 de mayo de 2010

La curva escondida (y enojada)

Acabo de darme cuenta de que hace exactamente siete días que no posteo aquí. ¿Dónde quedó mi siempre vapuleado propósito de escribir a diario en este rincón...? ¿Una vez más he de culpar al tiempo tirano de ello? No. Si alguien tiene la culpa no es precisamente el tiempo, que no hace otra cosa que pasar siempre igual. Los distintos somos nosotros. Los ocupados o los predispuestos somos nosotros. Los tiranos, desde luego, somos igualmente nosotros. 
Vengo teniendo unas semanas un tanto grises. Quisiera recuperar el optimismo que supe derrochar no hace mucho por acá mismo pero está complicado (¿o yo lo complico? Es probable esto último, en fin). Quisiera volver a creer en esas sendas de promisión en las que creía hasta no hace mucho, pero los nubarrones del pasado y la propia fuzzyness mental hacen que sea difícil. Y "nubarrones del pasado" no hace referencia a cierto músico lisérgico y fantasmal, como muchos de uds. podrían pensar. No, nada que ver. Hace referencia, más bien, a otros asuntos de mi vida que todavía están sin cerrar, o pendientes de resolución o, también, en vías de resolución. No importa qué asuntos. Lo que importa es que están ahí, pesan, tienen sus avances y sus retrocesos, tienen sus días y sus momentos, y me molesta soberanamente cuando alguien tiene la mala idea de poner sus sucios dedos en esa llaga. 
Recuerdo ahora con gran cariño una sección del boletín literario que hacíamos con mi amigo Cristian Vaccarini, La Granda Milito, llamada "Un minuto de ofuscación". En esa sección, y de manera humorística y satírica, nos despachábamos a gusto contra todas aquellas cosas que nos molestaban, desde el coco rallado hasta los niños que gritan e invaden todo; desde los insectos más horrendos hasta los ilusos que siguen reenviando hoaxes y cadenas por e-mail. No teníamos piedad con nada ni con nadie, y así exorcizábamos numerosos demonios personales, siempre con altura, sarcasmo y mucho humor. Pues hoy me permitiré hacer algo parecido, quizá sin demasiada altura, con mucho sarcasmo y poco humor, pero no importa. Un blog también es una tribuna desde la cual gritar los mayores improperios que nos broten del alma sin miramientos de ningún tipo (como ya saben, ABORREZCO la corrección política). 
¿Qué es lo que me tiene tan enrrabietada? Nada. Todo. Mejor dicho: la ligereza de alguna gente para juzgar a quienes ni siquiera conocen. Lo fácil y barato que resulta hablar de otros en lugar de mirarse un poquito para adentro. Lo natural que es para muchos pontificar desde vaya uno a saber qué púlpito. Lo mucho que me desagrada que alguien pretenda reducirme a sus canónes y a sus prejuicios. La escandalosa cantidad de psicólogos ambulantes que hay en este país, sin la menor idea de lo que están diciendo, desde luego (y, más aún, necesitados ellos mismos de un psicoanalista matriculado con urgencia!). Mejor dicho: lo que realmente me molesta es lo que puede llegar a repercutir en otros lo que dicen estos sujetos tan a la ligera. 
Jueves. Bar "La Ópera", taller de escritura creativa. El coordinador del taller propuso una consigna que no me gustó, no por la consigna en sí, sino por lo que implicaba. Había que realizar una lista de preocupaciones/miedos/obsesiones y luego compartirla con el resto. Insisto: son semanas grises, no tengo ni la menor gana de meterme en esos tembladerales psíquicos y, por lo demás, ya le pago religiosamente una vez por semana a mi psicoanalista para ello. Me negué tanto a hacer el listado como a compartirlo con el resto, no estaba de humor, sorry. Berrinche mío. Censura generalizada del resto. Los demás leyeron sus miedos y preocupaciones, no muy distintos de los míos, ni tampoco distintos entre sí. ¿Quién no le tiene miedo a la enfermedad, a la vejez, a la pobreza, al paso del tiempo? ¿A quién no le preocupan esas cosas? En fin, pasó. Posteriormente, se leyó un texto de mi pertenencia que respondía a una consigna anterior. Era un ejercicio, un juego de palabras, un ingenioso (y nada más, desde luego) juego de palabras. No inventé ni una, lo juro. Todas esas palabras tan "raras" están en el diccionario (y con esto ahora pienso en mi abandonado blog etimológico... ¡algún día lo reviviré!). El texto era absurdo al mil por mil, puesto que se trataba de poner de manifiesto eso y nada más. 
La cosa es que uno de los asistentes al taller, a propósito de otra cuestión (¿justo a mí se le ocurre preguntarme por una letra de Andrés Calamaro? Por si no lo saben, aclaro: ODIO a Andrés Calamaro, me resulta indigesto, insoportable, insufrible, pero lo dejo para otro minuto de ofuscación), soltó un juicio sobre mí que decía más o menos así: "detrás de tantas palabras no hay nada" o bien "no puedo verla" o algo similar. En el momento creo que ni lo escuché o si lo escuché activé la escucha selectiva y no reparé en ello. Hoy me lo hizo notar el coordinador en un mail y allí estalló mi bronca, mi más griega y digna ofuscación (ate, en griego, significa ceguera, ceguera del alma, se entiende): ¿qué carajo le importa a ese tipo, que no es precisamente santo de mi devoción, si detrás de mis palabras hay o no hay algo? Más aún: si no me puede "ver" ¿no será porque yo he elegido voluntariamente que no me vea? ¿Qué mierda le importa si me ve o no me ve? ¿Quién carajo es o quién carajo se cree que es para tener derecho alguno a "verme"? Esto y otras cuestiones que no vienen al caso me hizo enojar mucho (tengo ascendente en Tauro, agárrense cuando me enojo!!!), pero no por el sujeto en cuestión sino porque detesto que me digan cosas que ya sé y de las que (gracias al psicoanálisis) soy perfectamente consciente.
Si me escondo, es problema mío. Si me escudo en libros, palabras o chistes, también es problema mío. Si considero que debo ocultar ciertas partes de mí (incluso a mí misma), también es un problema mío. No tengo por qué "dejarme ver" si no es mi deseo. Nótese la similitud de los significantes (siendo la senda psi) entre esconderse y escudarse. No niego el juicio de este "señor", reniego de su autoridad moral para hablar de mí sin conocerme siquiera (lo he visto tres o cuatro veces en el taller y nada más). Es cierto que he pasado mucho tiempo "escondida" (¿habré de decir que ya lo hacía, literalmente, cuando era chica? ¿agregaré que en mi infancia la escondida era uno de mis juegos favoritos? ¿agregaré que el arte de seducir es, en gran parte, el arte de saber esconderse y de mostrarse sólo hasta cierto punto? ¿diré también que en esta tierra hubo un solo hombre al que le dejé ver casi todo -pero no todo- de mí? ¿insistiré en que sólo aquel al que yo considere adecuado tendrá el mismo privilegio que tuvo él?); es cierto que me escudo en mi "saber", que tengo una fortaleza de libros en mi casa detrás de la que seguramente me parapeto, que he tapiado muchas paredes con ellos (paredes internas, se entiende), que probablemente aún lo siga haciendo, que probablemente lo haga siempre; es cierto que me escudo también en el humor, que me escapo siempre que puedo de todas las situaciones, que me excuso, que me evado con la literatura en todas sus formas, y si no es con ella es con la fantasía y si no es con la fantasía es con la música o con otra cosa, pero a todo esto me salta a la cara sólo una pregunta: ¿Y QUÉ? ¿Cuál es el problema? Otros se refugian en las drogas, el alcohol, el sexo... y nadie les dice nada. Nadie se atreve a decirles nada. ¿Cuál es el gran problema de que yo me esconda/me escude/viva a través y en los libros y la literatura? No hago daño a nadie. No me hago daño a mí misma (ahora al menos... antes, lo discutimos). No arrastro a nadie en mi tremenda perversión (ayyy, qué miedo, ¿no? una mujer llena de palabras y de curvas, buhhh, cuidado!). No meto a nadie en mi mundo más que a aquellos que estimo lo merecen (y tengo stándares muy altos, sí, qué le vamos a hacer). O sea: como no jodo a nadie no me vengan a joder a mí con estas pelotudeces.
Fin del minuto de ofuscación.
Disfruten del fin de semana y si es posible, y ningún aguafiestas (que es lo que más abunda) se los impide, de la vida también.

7 de mayo de 2010

La astuta curva de las flores

Nihil novum sub sole, me obstiné en repetir ayer en el taller de escritura creativa al que asisto. Quería enfatizar la idea de que no inventamos nada, de que ya está todo inventado, sobre todo en literatura. Que a lo sumo podemos aspirar a encontrarle otros usos y otras vueltas a los esquemas ya conocidos. Pero hoy quiero referirme a otra cosa, si bien está vinculada con esta idea: el hombre supone que su ingenio le ha dado numerosas invenciones, de las que se cree dueño y señor. Sin embargo, tales "adelantos", tales "frutos del ingenio" reposaban en otros seres desde hace miles de años y no había más que detenerse a observarlos cuidadosamente para procurar luego aplicarlos para nuestro propio beneficio. Me refiero al mágico mundo de las flores, esas, en apariencia, frágiles pátinas de color y belleza que adornan cualquier superficie, aun cuando sean remedos artificiales; esas astutas, inteligentes, sagaces criaturas que deben ingeniárselas mucho más que nosotros para un único objetivo vital: reproducirse
Los lectores consuetudinarios de este blog sabrán ya que he incurrido varias veces en el desvío botánico. Hoy vuelvo a él de la mano de un libro que también reposaba calmadamente en mi biblioteca. Recuerdo haberlo leído (pero no terminado) hace muchos años. No recuerdo qué me impulsó a dejarlo, pero estoy segura de que aquel no era el momento indicado para nuestro encuentro. Hoy día sí. Porque fue nomás abrirlo y comenzar a leer para pensar que debía hacer referencia a él aquí (y no aquí) y que le debía sin duda alguna un post lleno de maravillosas y coloridas flores. El libro se titula La inteligencia de las flores y su autor es Maurice Maeterlinck. Puede que este nombre no le signifique nada a casi nadie, pero Maeterlinck fue un autor belga (1867-1949), que en 1911 obtuvo el Premio Nobel y cuyo libro más famoso es La vida de las abejas, donde, en palabras de Borges, "estudia con imaginación y rigor los hábitos de un ser famosamente celebrado por Virgilio y Shakespeare". 
Borges, cuándo no. Él fue el culpable de que lo comprara, ya que el libro se encuentra incluido en una excelente colección que Hyspamérica sacaba en los 80, llamada precisamente "Jorge Luis Borges - Biblioteca Personal". Hay allí numerosos tesoros que recomiendo comprar con los ojos cerrados cada vez que se topen con algunos de ellos (son azules, de tapas duras) ya que, siempre según el maestro, "deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de tantas literaturas". En mi caso, objetivo logrado. 
Volviendo al libro de Maeterlinck, se trata de una serie de ensayos inconexos y dispares pero el que abre el fuego es precisamente "La inteligencia de las flores", un breve pero jugoso (¡y poético!) repaso por algunas de las infinitas astucias de las flores para reproducirse y subsistir. Lo leí maravillada, pensando en todo el tiempo que perdemos en las minucias más fantásticas cuando estos seres han dedicado todas sus energías a un único objetivo: lograr, con los mínimos medios de que fueron dotadas, reproducirse y esparcirse por el orbe a cualquier costo, valiéndose de todo y de todos. ¿No es acaso un milagro, un portento, algo que debe ser saludado cada mañana con una reverencia? ¿No deberíamos dejar de perder las preciosas horas -que nunca regresan- en discutir, pelear, anhelar imposibles y otras deplorables conductas humanas para dedicarnos a la contemplación de las innúmeras maravillas que nos rodean a diario? Llámenme ilusa, pero creo que todos seríamos un poquito más felices, estaríamos menos angustiados, dejaríamos de correr detrás de quimeras banales y podríamos concentrarnos en, sencillamente, ser, algo que rehuimos, de las maneras más torpes e ingeniosas a la vez, todo el tiempo. 
Además de ilustrar este post con algunas fotos de flores, quiero compartir algunos fragmentos de Maeterlinck imperdibles: 

"Ese mundo vegetal que vemos tan tranquilo, tan resignado, en que todo parece aceptación, silencio, obediencia, recogimiento, es por el contrario aquel en que la rebelión contra el destino es la más vehemente y la más obstinada."

"Toda semilla que cae al pie del árbol o de la planta es perdida o germinará en la miseria. De ahí el inmenso esfuerzo para sacudir el yugo y conquistar el espacio."

"(...) la disposición, la forma y las costumbres de esos órganos varían de flor en flor, como si la naturaleza tuviese un pensamiento que aún no puede fijarse o una imaginación que se precia de no repetirse nunca."

"En el órgano femenino, el pistilo, que comprende el ovario, el estilo y el estigma que lo corona, todo es del género masculino y todo parece viril. En cambio, la antera, la parte del órgano masculino que encierra el polen o polvo fecundante, es del género femenino."

"En el nacimiento de la flor [se refiere a la arañuela o "cabellos de Venus", ver foto], los cinco pistilos, sumamente largos, se hallan estrechamente agrupados en el centro de la corona azul, como cinco reinas vestidas de verde, altivas, inaccesibles. En torno de ellas se agolpa sin esperanza la innumerable multitud de sus amantes, los estambres, que no les llegan a las rodillas. Entonces, en el seno de ese palacio de turquesas y zafiros, en la dicha de los días estivales, empieza el terrible drama, sin palabras y sin desenlace, de la espera impotente, inútil e inmóvil. Pero las horas, que son los años de la flor, transcurren. El brillo de aquella se empaña, los pétalos empiezan a desprenderse, y el orgullo de las grandes reinas, bajo el peso de la vida, parece replegarse. En un momento dado, como si obedecieran a la consigna secreta e irresistible del amor, que considera la prueba suficiente, con un movimiento concertado y simétrico, comparable a las armoniosas parábolas de un quíntuplo surtidor de agua que vuelve a caer en la taza, todas se inclinan a la vez y recogen graciosamente de labios de sus humildes amantes el polvo de oro del beso nupcial."



"(...) la sabia orquídea ha observado la vida que se agita en torno de ella. Sabe que las abejas forman un pueblo innumerable, ávido y afanoso, que salen a millares a las horas de sol, que basta que un perfume vibre como un beso en el umbral de una flor que se abre, para que ellas acudan en masa al festín preparado bajo la tienda nupcial."

Maurice Maeterlinck, La inteligencia de las flores. Hyspamérica, Buenos Aires, 1985. Jorge Luis Borges - Biblioteca Personal (nº 8). Título original: L'intelligence des fleurs. Traducción: Juan Bautista Ensenat. Primera edición original de 1907. 
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