La indiferencia se convirtió en un creciente catarro, un hermoso resfrío, un delicioso concierto de atchises y toses varias. Pasé mi cumpleaños número 36 en cama y no precisamente en la posición que me hubiese gustado. Y sola, desde luego. O, para ser justa, en compañía de mis gatos, porque si algo distingue también a los felinos es que saben cuándo se los necesita con mayor urgencia. El día de mi cumpleaños, día también de los fastos del bicentenario, pensaba venir y escribir muchas cosas aquí, cosas que ya he olvidado. Creo recordar que iba a mencionar algo acerca del número 36, puesto que es un número que me gusta, me cae simpático, digamos. Pero no sé qué otra cosa aparte de ésta iba a decir. Que todo sigue igual. Que la meseta no registra ningún desnivel aún. Que el entusiasmo está lejos de aquí. Que sólo la lectura de Jack London ha logrado penetrar este muro de indiferencia y desdén del que casi sin darme cuenta me he rodeado. Sólo salí un día a la calle para comprobar que no estaba tan bien como pensaba y que, después de todo, me podría haber quedado en mi casa/mi cama. Pero tenía que salir. Tenía obligaciones ineludibles que atender. Las cosas no han mejorado mucho, sin embargo. Ayer tenía taller y lo obvié en vista de la lluvia que no cesó de caer en todo el bendito sábado. Y aunque hoy salió el sol, tampoco estuve de ánimos para salir. Y así. ¿Estoy entrando en una depresión y no quiero admitirlo? Mañana se lo preguntaré a mi psicoanalista. ¿Es posible que todo deje de importarme así como así? ¿No es más bien un escudo protector el que me estoy fabricando con esta falsa indiferencia? No lo sé. ¿Por qué, entonces, ciertas imágenes de ciertas películas y ciertos pasajes de El llamado de la selva de Jack London me hicieron caer de cabeza en las lágrimas? No estoy tan indiferente entonces. Pero sé que algo pasa. Sé que no estoy bien, aunque haya estado mucho peor. Los otros días decía, en broma, que me sentía en el cono del silencio. Comienzo a pensar que no es una simple metáfora y que hay allí mucho de realidad. La pregunta es cómo sacármelo, cómo salir de él. No quiero hacer más oídos sordos a todo lo que me molesta y perturba, debe haber otras formas de enfrentarse con todo eso. Debo estar en lo más bajo de la ola, si es verdad esa teoría que reza que las mujeres somos como las olas del mar... Pues bien, prepárense para cuando vuelva a estar en la cresta.