31 de diciembre de 2009

Japi niu iar

Así que aquí estamos: es el último día del 2009, al menos en esta parte del mundo. He decidido esperar el nuevo año escribiendo. En silencio y escribiendo. En los últimos días escuché por todas partes "qué año de mierda", "ojalá que se termine pronto", "la verdad que fue un año díficil" y otras tantas frases por el estilo. En mi caso, soy más optimista. Fue un buen año. No fue el mejor pero, definitivamente, no fue nada malo. Incluso fue mejor que el 2008 y se pasó mucho más rápido, signo claro de que las cosas me fueron bastante bien. 
Sé que en lo externo hay desastres por todos lados, pero hoy me interesa detenerme en lo interno. Ya hay demasiada gente que se ocupa de transmitir las catástrofes nacionales y mundiales con una tenacidad envidiable. Yo quiero ocuparme de mi circunstancia, aunque parezca egoísta, antisocial o sencillamente autorreferencial. Qué se le va a hacer. La escritura o es autorreferencial o no es nada, y si no te gusta, andá a cantarle a Freud (o a Galán, es más o menos lo mismo). 
Fue un buen año, decía. Hubo logros laborales que estaban en el horizonte pero que dependían de tantas cosas ajenas a mi desempeño que no se podía confiar demasiado en ellos, y sin embargo se dieron. Hubo logros personales que sí dependían completamente de mí y que fueron tomados como desafíos a vencer -y fueron vencidos. Hay, desde luego, cantidad de asignaturas pendientes, cantidad de issues por resolver, cantidad de zonas oscuras que el análisis, el arte y la escritura aún no iluminaron... No importa. Lo que importa es que hubo avances, avances que ahora yo misma noto. Antes no lo notaba. Bueno, no notaba casi nada...
Fue un buen año incluso en lo amoroso, aunque mi objetivo dorado (conocer a alguien maravilloso, enamorarme de nuevo y tener una relación fabulosa) aún no lo haya alcanzado. Fue un buen año a pesar de algunos cachetazos, de varias decepciones y de la terrible sensación de estar conformándome con menos cuando podría, con todo derecho, aspirar a más. ¿Qué sucede ahí, eh? Ah, no pinchéis, no metáis vuestro dedito mugriento en esa llaga, que duele... Yo sé que duele pero tal vez deba doler aún más para cicatrizar al fin. El hombre maravilloso, fabuloso, fantástico quizás llegará. Pero es más probable que llegue primero el hombre posible, si me atrevo a aceptarlo al fin. Pero ¿me atreveré? Puede ser uno de los desafíos de cara al 2010.
Fue un buen año incluso cuando escribí bastante menos de lo que deseaba. Este y todos mis demás blogs pueden desmentir esto a los ojos de los profanos, pero a los ojos de los obsesivos-compulsivos-fanáticos como una servidora no. No escribí todo lo que yo quería escribir, mucho menos corregí todo lo que yo quería corregir. La poesía estuvo remisa, aunque certera (es la impresión que me llevo tras la lectura de este poema en el primer Eros Aires). Los cuentos anduvieron ahí nomás. La novela quedó una vez más trunca. Pero las críticas teatrales salieron siempre en tiempo y forma, y hasta junio de este año mantuve un ritmo más que aceptable de reseñas bibliográficas. ¿Las retomaré el año próximo? No lo he decidido aún.
Y fue un buen año también porque descubrí la maravilla del arte correo. Esa forma de expresión plástica, totalmente liberadora y enriquecedora, no sólo me abrió las puertas a una forma totalmente impensada, para mí, de expresión, sino que me llevó a conocer un grupo de gente muy copada y estimulante, con quienes espero seguir en contacto gracias a esta maravillosa excusa del "mail art". 
Y el 2009 me trajo también un viaje impensado (mi aventura de un día por Azul) y numerosísimos encuentros literarios y poéticos, entre los que destaco "Reunión de Voces", siempre de la mano de las divinas de Pretextos, y "Padua es una Rosa", lugar donde conocí gente muy especial ahora para mí. Todo esto sin contar la maravillosa experiencia que ha sido conducir el ciclo "Bendita Erato" a lo largo de todos estos meses, un ciclo que me colmó de alegrías y momentos inolvidables. 

Y, por si todo esto fuera poco, este ha sido el año en el que se instauró la hermosa costumbre de salir a almorzar con las chiquis, costumbre que ha incluido también salidas nocturnas, otros encuentros y toda clase de "aguantes" femeninos que, ahora me doy cuenta, me hacían mucha falta y nunca podré terminar de agradecer y celebrar como es debido. 
En suma: no me puedo quejar. Ni remotamente podría hacerlo. Todo lo que no logré o no se dio es simplemente porque no hice lo que debía hacer o porque no estoy preparada aún para ello. Todo lo que venga de aquí en más será producto, como lo fue cada cosa de este año, de esas pequeñas semillitas que fui sembrando no en el exterior sino en lo profundo de mí: creyendo, pensando, analizando, procurando cambiar (¡perdón por la terrible sucesión de gerundios...!), poniendo todo lo que hacía falta, asustándome mucho también. 
Y bien: toda esta palabrería desarticulada no es más que un intento de reafirmar lo que dije en la Nochebuena pasada. Que hay que creer. En lo que sea. Pero, mayormente, en uno mismo. Yo estoy en eso. Espero que ustedes también. 
Y ahora sí, que se venga el 2010 y que traiga lo que tenga que traer!!! 
Luz, amor y poesía para todos!!!

24 de diciembre de 2009

Creencias


¡Qué rápido se pasó este año...! Increíblemente, ya es Nochebuena. ¿Y qué demonios hago acá, os preguntáreis con toda razón? Sucede que ya cené, sucede que las celebraciones familiares de horas y horas y platos y platos de duración son cosa del pasado. No me molesta, siempre he sido bastante antisocial, bastante antipática, bastante anti-todo o casi todo. Lo señalo, simplemente, porque sé que contraviene las "normas" que esta sociedad considera apropiadas para estos días de celebración natal. En el pasado, había una larga mesa llena de primos, tíos, primitos, abuelos, tíos abuelos y otros parentescos similares todos hablando al mismo tiempo y saboreando las delicias que mi abuela, sola, desde hora muy temprana, había estado preparando: los pollos a la manteca, la ensalada rusa, la ensalada de frutas después, en la que yo tenía colaboración privilegiada. Y al día siguiente, al mediodía del 25 de diciembre se almorzaba ravioles de seso y verdura, aunque hiciera 35 grados a la sombra, y nadie se quejaba ni estaba a dieta ni hacía rancho aparte (ni siquiera yo). 
Ubi sunt todas esas cosas? En el pasado, como he dicho. Mi abuela falleció hace ya mucho, algunos de esos tíos también, mis primos tomaron distintos rumbos, otros están, desde hace ya bastante, en España... Y yo sigo acá, en la misma casa, ¿ocupando el mismo lugar? No lo sé. A estas alturas y en momentos como éstos me pregunto -al menos desde hace un par de años- si no tendría que haber formado mi propia familia ya, si no sería hora de tener esas interminables discusiones acerca de con quién pasamos las fiestas, si los tuyos o los míos, si hago matambre o vittel toné, si llevo budín marmolado o con chips de chocolate (¡odio el pan dulce!), si compro Mantecol y corro el riesgo de ganarme una hermosa patada al hígado como de costumbre... 
Si no sería hora, me pregunto, de transformarme sigilosamente en Mamá Noel y descubrir la forma de dejar los regalos en el arbolito (pero ya ni arbolito tengo) sin que los "peques" se den cuenta... Porque, la verdad, yo nunca me daba cuenta. Era una pavota de trece o catorce años cuando "supe" que ni Papá Noel ni los Reyes Magos existían y que eran -perdonen niños que estén leyendo esto- los padres (terrible decepción). Para mí nunca fueron los padres. Para mí existían. Y existían porque me sentaba con muchos días de anticipación para escribir, con letra desprolija y temblorosa, la cartita a Papá Noel (ahora entiendo por qué siempre había un grande vigilando atentamente esta acción: para ir sabiendo a qué atenerse y ver si era posible comprar aquello que uno solicitaba con tan hermoso desparpajo: una Barbie de las que se doblan las rodillas, mucha ropita para la Barbie, una bicicleta, un monopatín, una motito eléctrica, un auto a control remoto...). Existían porque cada 5 de enero salía corriendo a buscar mucho pasto para los camellos -tan cansados venían, ¡pobrecitos!, venían de tan lejos...- de los Reyes Magos y preparaba también un gran balde de agua porque seguramente venían con mucha sed -¡vienen desde el desierto, imagínense!- y existían porque al día siguiente, no importara a qué hora me levantara, el pasto no estaba, el agua del balde tampoco y los zapatos estaban llenos de regalos. ¿Cómo podría jamás nadie convencerme de que, efectivamente, no existían? Imposible. 
En el fondo de mi ser yo sigo creyendo que existen porque aún recuerdo la emoción, el asombro, la maravilla absoluta que fue la mañana en que los Reyes Magos me habían traído exactamente lo que yo les había pedido: ¡la Pelopincho! Ahí estaba, la caja de cartón que la contenía y que decía "Pelopincho" por todas partes, dando fe de aquel milagro. Y no contentos con eso, los Reyes Magos habían regado todo de caramelos, ¿para que yo tuviera el verano más dulce? ¿Para que siempre tuviera la vida más dulce? (qué lástima que ese buen deseo no siempre fue posible). ¿Quién puede derribar el muro de creencia que un simple truco paterno suscita en la mente de un niño? ¿Quién puede llevarse ese trofeo? Nadie. Nadie pudo aún, aunque lo han intentado mucho y muchos, quebrantar mi credulidad, mi ingenuidad, mi terrible inocencia.
Así que hoy, en esta Nochebuena del 2009, les deseo que nadie pueda quebrantar la suya. Porque nada se iguala a creer. Ya sea en Dios, en Papá Noel o los Reyes Magos. Crean. Deseen y crean, y nadie podrá derribarlos jamás. 

2 de diciembre de 2009

Otra vez la música me dispara reflexiones desviadas...

Está tan lejos que casi no puedo creerlo. Pero está tan lejos como quiero que esté. Y no quiero que se acerque ni un milímetro. Antes, sin embargo, hubiera dado cualquier cosa, hasta un brazo, por tenerlo unos centímetros más cerca, mejor dicho, porque volviera. Que volviera era el máximo anhelo hasta no hace mucho. Que se produjera ese bendito llamado telefónico, que se concretara el demorado reencuentro, que al fin mis ojos volvieran a verlo y a admirarlo y a sucumbir como cada vez... Que de nuevo se reiniciara la larga marcha, que el exquisito martirio volviera a coronar mis días, que de nuevo yo fuera la vestal, la supliciada, la suplicante, la sumisa y devota amante que a su (propio) hechizo se rinde, la que a nada se niega, la que a todo se entrega con ferocidad digna de mejor causa...
Pero no sirvió. El llamado telefónico se produjo, el reencuentro aconteció y los ojos volvieron a quedar prendados en su maldición eterna pero no sirvió. Quedó todo tan lejos que, insisto, casi no puedo creerlo. Ya no sé quién es ese que me provocaba torrentes de ardiente lava ante la sola mención de su nombre mundano. Ya no sé quién es ni me importa. Ha desaparecido. Murió el ídolo dentro mío y no queda ya sino una solitaria lápida, desgastada por el agua de numerosas y grises lluvias. "De lo que había ya no hay más...", es cierto. No hay nada. Con excepción de una cosa. Su música.
Su música, su obra, lo único que en verdad perdura. Su arte. Su particular manera de empuñar una guitarra, de arrancarle sonidos extraños, distintos, infrecuentes. Sus melodías y sus ritmos entrecortados, disonantes, diferentes. Sus modos. Sus entonaciones. Eso que sólo él sabe producir y que siempre me hacía decir que era "él" y no cualquier otro cristiano. Todo lo que lo hacía tan distinto al resto, tan único, tan maravilloso, permanece intacto allí, en la sonoridad evanescente de su música. Es lo único que ha quedado. Y está bien. No hace falta más. Todo lo demás ha sido sepultado y no vale la pena exhumarlo. Hasta ha abandonado mi poesía, tan lejos, reitero, está.
Y ahora temo, como si de un fatal sino se tratara, que haberlo recordado en este post salido out of nowhere (salido en realidad de haber escuchado atenta e impensadamente uno de sus solos de guitarra) oficie de invocación y reaparezca para decirme algunas de las estupideces que yo tanto amaba que me dijera, y todo recomience, en un eterno loop...

Los dejo con uno de mis temas favoritos de Zappa, que siempre me lo recuerda por razones que ya caducaron...



17 de noviembre de 2009

Language is a virus (and music too)

Sigue por aquí este aire crepuscular, melanco, antiguo, desgastado, un río yéndose a la deriva, una hoja desprendida de vaya a saber qué arbol, ya amarilla, ya caduca, pero aún crujiente y viva. Sigue este perturbador estado de cansancio y agotamiento físico y mental extremo que combate, sin embargo, con las ganas de hacer mil cosas a la vez (y hacerlas todas bien). No son sólo los libros los que pueden transportarme a este particular y encantador (por lo decadente) zeitgeist, sino también la música.
"De ahora en adelante / la música vendrá a azotarme / será el látigo que nunca nadie usó", escribí en un poemario que aún no ha sido dado a la luz. Pero su significación era otra. Se refería, ciertamente, a determinada música, a la música compuesta y ejecutada por determinado músico, que juzgo innecesario nombrar a esta altura de las circunstancias. Me refería a su música, claro está (claro está para mí, vaya usted a saber qué interpretará el público lector o los esmerados filológos a la vuelta de las eras a partir de esa música que vendrá a "azotarme").
Es otra la música que viene a instilarme su porfía y su deja-vu en estos días. Todos tenemos pecados musicales inconfesables. Los míos no son muy escandalosos (bueno, depende cómo se lo mire), pero orgullosamente puedo decir que Ricardo Arjona me parece, cuando menos, vomitivo, el más expeditivo y seguro de los laxantes. Lo mismo me sucede con todo un rango similar de "cantautores latinos" con los que otras mujeres sencillamente mueren mientras se humedecen sus bombachas. Con la llamada "música nacional" me sucede algo similar: la mayoría de las bandas pasadas y actuales me parecen horribles, aburridas, previsibles, con las honrosas excepciones de Divididos (obvio), Babasónicos y alguna otra que ya ni siquiera existe, como Los Brujos. Pero una banda del pasado que para mí siempre vuelve y que vuelve a traerme una época que quedó muy, pero muy muy, atrás es Virus.
Ahora que puedo escuchar música en mi trabajo, para el forzado beneplácito de mis compañeros (mejor no hablemos del gusto musical de algunos de los sujetos que trabaja allí dentro...), en lugar de llevar música de mi propia colección, cosa que los espantaría sin remedio y me confinaría al mayor de los ostracismos (sinceramente, díganme, quién se bancaría todo un disco de guitar craft, por ejemplo, sin mencionar, claro está, no todo un disco sino ocho horas seguidas de Frank Zappa...) opté por revisar sus máquinas (¡oh benditas carpetas compartidas!) y ver qué encontraba allí. Luego de llevarme muchas sorpresas agradables (como discos de Primus y Liquid Tension Experiment que no tenía) me encontré también con un hermoso disco de Virus, el famoso doble en vivo que en estos días vengo haciendo sonar contra viento y marea...
Hay algo mágico en esa banda. Mejor dicho: había algo mágico en Federico Mouras y murió con él, sin duda. Pero escuchar a Virus me lleva a mi más tierna infancia. Cuando Mouras falleció yo apenas tenía doce años pero ya hacía bastante que venía escuchándolo. Que veníamos escuchándolo, debo ser sincera, porque el disco era de mi mejor amiga de aquel entonces. Ella se había comprado el casette (¡qué antigualla!) de "Locura", un disco perfecto de principio a fin, mágico, insisto, con esos arreglos de teclados hiper-ochentosos, con esas letras sensuales y poéticas, con la dúctil voz de Federico seguramente en su mejor momento... una gloria de disco es. Y lo escuchábamos en interminables tardes en su casa, en uno de esos horrendos e infaltables grabadores con radio, sin equalización alguna y por alguna razón incomprensible nos encantaba. Digo "razón incomprensible" porque ahora, a la vuelta de las eras, vuelvo a escuchar esas letras y me percato de que trataban cuestiones que atañen, principalmente, a quienes están nel mezzo dil camin di nostra vita, o sea, a los treintañeros, o sea yo hic et nunc. ¿Qué podía comprender yo entonces de obsesiones amorosas, de pieles sensuales y perfumadas, de estar atrapada por quien te va a atrapar, de ser tan feliz que la dicha invade mi felicidad, de querer estar todo el tiempo enamorado, de esas noches llenas de calor, llenas de ansiedad, de los caramelos de miel entre tus manos y de otras tantas -ahora- clarísimas referencias sexuales? Por no hablar de una canción como "Sin disfraz", una abierta declaración de homosexualidad. ¿Qué era lo que llamaba tanto mi atención? ¿Entendía algo? ¿No entendía nada y me fascinaba igual?
Luego, durante años enteros, no volví a escuchar esas canciones. Pero, hace un par de años, cuando en una visita a Zivals encontré el CD de "Locura" en oferta y volví a escucharlas, todas vinieron a mí como si nunca se hubieran ido, como si siempre me hubieran estado acompañando, y más las escucho y más las comprendo y menos entiendo, entonces, qué me podía gustar tanto a esa "tierna edad". Así, escuchar a Virus ahora me lleva de vuelta a esa niña extrovertida y charlatana que yo era (algo pasó luego con ella, todavía estoy tratando de averiguar qué, que la volvió exactamente todo lo contrario) y me lleva también a otro lugar, impensado, imaginario, ¿inexistente?, a interminables noches de verano en un jardín rezumante y perfumado, con ricos licores a la mano y con un hombre escandalosamente sensual y atractivo aún más a mano... Que es, aprovecho a decirlo, mi ya no tan secreto deseo para el verano que, lento, sinuoso, tranquilo, se va acercando.
Aquí, otra de mis canciones favoritas, de una poesía exquisita ("un remolino mezcla los besos y la ausencia / imágenes paganas / se desnudan ensueños..."):

15 de noviembre de 2009

El museo de la soledad

Es esa época del año donde el cansancio se siente más que nunca. Donde la promesa de las vacaciones, el sol y el tiempo libre es prácticamente lo único que nos (me) permite levantar la cabeza de la almohada cada mañana. Es ese momento en el que nos decimos, sorprendidos, ¿ya estamos en noviembre? Y con igual asombro ya vemos asomar los horrendos arreglos y ofertas navideñas en los negocios céntricos. Ya está. El año ya se termina. Se va. Uno más. ¿Y qué nos dejó? Dejo esa respuesta para el momento del balance, que es, por supuesto, diciembre.
Pero algo que recuperé con creces este año fue la lectura. Volví a mis mejores épocas de devoradora de libros. No compré tantos como solía comprar antaño por la sencilla razón de que ya no tengo lugar donde ponerlos (es decir, se apilan en cimbreantes columnas en una mesa unos; otros van a parar arriba de los que milagrosamente aún conservan su lugar en los anaqueles), pero sí leí pilas y pilas aprovechando las horas de viaje diarias que tengo en el tren. Leer mucho es lo mejor que un escritor puede hacer. Por contacto, por ósmosis, por admiración las estructuras, las formas y todo aquello que hace a nuestra actividad se van metiendo en el inconsciente, instilando sus benéficas acciones, y afloran en los momentos indicados, es decir, al momento de fabular y luego corregir.
Posiblemente este posteo debió haber ido a parar a Fauna Abisal pero como no quiero hacer un análisis sino simplemente compartir unos fragmentos he decidido colocarlo aquí. Poco sé de este autor, más bien nada, sólo que es español, que se llama Carlos Castán y que su libro de cuentos Museo de la Soledad es hermoso. Me acompañó durante esta última semana con maravillosos cuentos de belleza otoñal, crepuscular, antigua y moderna a la vez. Perfectamente bien escritos, con buenas tramas pero, sobre todo, con pasajes llenos de verdades y sentencias tan duras y tan hermosas como diamantes, que son los que quiero compartir en este domingo nublado, apto para arrebujarse en las siempre cálidas páginas de un libro:

"Un hombre y una mujer se aman, ese hombre y esa mujer se dicen adiós para siempre y mientras tanto no dejan de sucederse las guerras y las estaciones y siguen saliendo los periódicos y el sol y los barcos y a nadie le importan todos los que tras ventanas anónimas lloran cada noche boca abajo tumbados en la cama, los que confunden su alma con esa ausencia que crece, como una amarga nube de nada, llenándoles el pecho."

"Había saltado al ruedo de improviso, al territorio donde se cruzan por el aire las amenazas a gritos y la furia del deseo, las palabras de amor y los insultos, me sentía empapado de todo ese peligro, sucio y vivo y canalla, a pecho descubierto. Ya nunca más volvería a estar a salvo: era un guerrero traidor, pero hermoso, con la cabellera suelta contra todos los vientos."

"Ser solitario, piensa, es habitar más que nadie la memoria y el deseo y, en cambio, haber desaparecido hace tiempo de los recuerdos y las ganas de los demás; mucho más que la soledad física, lo que duele es ese estar ausente de todas las conciencias, no vivir en cerebro ajeno, saber que no aparece tu nombre escrito en ninguna agenda."

"Lo que a uno va a cambiarle la vida puede estar acechando detrás de la siguiente esquina en forma de dulce perfume, sombra filosa o música que se descuelga sin avisar hasta el centro de nuestras entrañas; pero también puede suceder que durmiera durante años entre las páginas de un libro que nunca antes habíamos abierto, y que un día el azar pone ante nuestras narices envuelto en papel de regalo, con toda esa inocencia, junto a una tarta de cumpleaños."

"Como todo el mundo, diseñó un ser que encarnara una idea, a imagen y semejanza de su deseo. En el amor, si bien miramos, sólo nuestras propias creaciones nos deslumbran."

"La ausencia tiene un peso. No sé si puede haber un lastre más pesado que la ausencia."

"Por lo general, la gente borra de su memoria lo desagradable, todo lo que le araña o arañaría, desde dentro, y compone la película de su vida a base de fragmentos favorables, instantes atrapados al vuelo para ser colocados en un álbum imaginario con su nombre en la cubierta de terciopelo, que en realidad no es otra cosa que un hatajo de sucias mentiras."

"Nunca una confidencia, ni una mirada especial, de esas que se nos quedan unos minutos dentro como una música que parece que nunca va a terminar del todo de abandonar el aire, ni una palabra sentida."

"Yo me preguntaba qué clase de cosas podría haber expuesto un hombre así en las vitrinas de una sala que llevara el nombre de "Museo de la Soledad". Y, por encima de todo, no podía evitar preguntarme qué habría puesto yo en su lugar. Más que objetos, se me venían a la mente historias y música, esos discos que ponemos los días de lluvia al principio del otoño para que nos ayuden a leer los latidos amargos que nos llaman a veces desde el pecho, y también imágenes como un velero perdido en el centro del mar, una tienda de campaña agitándose bajo una tormenta de nieve en el Polo Norte, o un niño en el patio de recreo con el que nadie quiere jugar y, sentado en el suelo, hace garabatos en el tierra con el mango de un polo de peseta."

"En mi opinión, un Museo de la Soledad tendría que ser más bien una colección de historias, un racimo de relatos que dejaran un regusto al licor a granel y a la ceniza fría de tantas noches como quedaron atrás, vacías y heladoras en la memoria."

"(...) uno de esos besos largos como túneles infinitos repletos de esa húmedad oscuridad de fresas y de música y de sangre que gira y que se enreda (...)"

"La memoria va tejiendo pegajosas trampas y, en el momento más inesperado, la identidad se quiebra como una copa de cristal."

"Y también hay recuerdos que no quieren irse, dolores que regresan siempre, fantasmas carniceros. Digamos que eso es así, que no existe la manera de arrancarse el peso de ciertas derrotas. Pero, no sé, en los recodos de algunos caminos puede aguardar el Séptimo de Caballería y tener ojos verdes, por ejemplo, y una mirada en la que poder ser otro. Quizá no sólo fieras acechan en la niebla."

Carlos Castán, Museo de la Soledad. Espasa, Madrid, 2000. 

19 de octubre de 2009

Fechas

Ayer fue el día de la madre y hoy me toca contestar un cuestionario en el que se me pregunta, por sí o por no, si tuve embarazos (y cuántos), si tuve partos, si tuve cesáreas y, pregunta crucial, si tengo hijos. ¿Qué responder? Sólo hay lugar para el sí o para el no. Términos medios nunca contemplan estos cuestionarios, que ni siquiera tienen un precavido "no sabe/no contesta" como en las encuestas. Lo cierto es que no sé qué poner. 
Porque ha llegado la hora de que declare mi doble orfandad. Hoy estoy en un día típico de mi personalidad Anita la huerfanita, así que es el momento ideal para expulsar esto fuera. Entiéndase ex-pulsar en su sentido etimológico, como un tirar hacia adelante algo que nos molesta para poder seguir un trecho más sin ese peso. Doble orfandad, dije. Dije bien. No sólo murió mi madre cuando yo era muy pequeña sino que hace ya diez años perdí un embarazo. Un embarazo gemelar. Un embarazo del que sólo me quedaron unas pocas estrías en los pechos y unas caderas fabulosas. Un embarazo del que me vuelven flashes, a veces. Porque llegué a tener mi panza prominente, llegué hasta el punto en que me cedían (¡qué placer!) el asiento en el colectivo con sólo verme, llegué a comprar unas batitas, llegué a sentirlos patear y moverse dentro mío. Pero nada más. Nada más, porque mi útero se dio por vencido. Acostumbrado a las ligerezas y las liviandades de los poemas no pudo con dos robustos niñitos y pidió tregua al quinto mes. Horacio y Cristian, como los bautizamos, sólo sobrevivieron una hora fuera de él. 
Entonces. Entonces qué respondo en el cuestionario. ¿Tuvo embarazos? Sí. ¿Cuántos? Uno. Pero doble, ¿eh? Porque yo hago todo así, a lo grande, je. Partos. Sí, uno. Y qué dolor, mamita. Pero no el parto en sí, chicas, no se asusten. Las contracciones. Ay, mamita, dónde estabas en esos momentos, nunca pudiste decirme lo que iba a sentir, nadie pudo, nadie podrá. Pero yo hoy quiero contarles. En mi ingenuidad creía que dolía la panza. Minga. Duele la parte baja de la espalda, es un dolor rarísimo, similar al que a veces nos puede atacar en el síndrome pre-menstrual, sólo que unas dos mil veces más fuerte. Sigamos. Cesáreas. No, fue parto natural, mire ud. qué cosa. Y doble, vuelvo a insistir, quiero que quede bien claro. Entonces... Hijos. Sí. No. ¿Sí? ¿No? ¿Qué se responde? ¿Qué tengo que responder yo? ¿Fue mi día ayer? No. ¿O sí?  ¿Se es madre por parir o por criar? ¿O por el mero hecho de engendrar y portar? No lo sé. Dudo. Hoy no tengo respuestas (bueno, casi nunca las tengo, gracias a Dios). Sólo preguntas incómodas como las de este cuestionario, a las que cabría aún agregar otras que me guardo sólo porque esto era lo que quería ex-pulsar de mí hoy para exorcizarlo, para volverlo algo más amable, menos ominoso, literatura, bah, esa vieja conocida.





Imagen: Thomas Rücker.

14 de octubre de 2009

Regreso con imágenes curvas

Ando ausente de aquí aunque no quiera estarlo. Sucede que aún no encontré la fórmula para hacer las doscientas mil millones de cosas que quiero hacer en el mismo día (o por lo menos en la misma semana). Tampoco encontré la fórmula para dominar mi curiosidad, que siempre me lleva de aquí para allá, de allá para aquí y de acá a acullá. No puedo. 
Debe ser porque pertenezco a un signo de aire, y como una ráfaga, hoy paso por este lugar pero no es seguro que la misma ráfaga vuelva a pasar por el mismo lugar mañana o pasado. Pero, como mi ascendente es un signo de tierra, a veces (muchas veces) sucede el milagro de que la ráfaga vuelva una y otra vez al mismo lugar y así pude sostener, no sin altibajos, este y los demás blogs. Ahora la tierra se ha definitivamente volatilizado y el aire danza a su antojo. ¿Es porque el tonto de mi corazón comprendió al fin lo inútil de su empresa -pero no son todas las empresas del corazón maravillosamente inútiles? No lo sé. ¿O es porque he decidido ser una "multiartista" -con perdón del término y lo rídiculo que suena- y expandir mis horizontes hacia otras artes? Quizás. 
Cada vez me siento más privilegiada en un mundo y en unos momentos donde los privilegios son cosa cada vez más rara. Me han otorgado muchos dones y me parece una pena desperdiciarlos o dejarlos que se atrofien por no usarlos. He sido bendecida con el don de la escritura, el que he abrazado desde los quince años y sigo abrazándolo con el mismo fervor que entonces (ya han pasado veinte años... auch!). Pero también he sido bendecida con el don de la imagen ya que, si bien no sé dibujar -quizá sólo cuestión de ir a un taller y ver qué pasa...-, ya van dos fotográfos profesionales que me dicen que debería considerar seriamente dedicarme a la fotografía. Una rama del arte que, sencillamente, me fascina y me ha fascinado siempre. 
Y desde que pude lograr la amalgama entre poesía e imagen todavía más, como da cuenta este rinconcito, también un poquito abandonado, pero al que prometo volver próximamente. Así que hoy, que he decidido al menos aparecer con un posteo solitario, luego de comprobar que pese a la poca o nula actividad del blog se suman nuevos seguidores día tras día, les traigo algunas imágenes que tomé el lunes pasado en un campo de las afueras de La Plata, donde solemos reunirnos con mis compañeros de trabajo a asadear como se debe (y también a celebrar a Baco como se debe). He aquí las calas de Arana, con sus maravillosas y delicadas curvas (y otras imágenes conexas): 

















23 de septiembre de 2009

La curvilínea ahora también es cultora del arte correo: ¡tomá!

¡Tanto tiempo sin verlos, queridos leyentes! No me he esfumado ni me he deprimido y encerrado ni he sucumbido a las garras del amor desamorado una vez más. Tampoco me he borrado del ciberespacio, aunque mi actividad por aquí haya sido casi nula en las últimas semanas. No he renunciado a mi trabajo, no he abandonado la poesía en pos de un amante fugitivo ni he cambiado de religión (que sigue siendo el lenguaje y ninguna otra). Simplemente, me he estado abocando a nuevas tareas. Mejor dicho, a nuevos placeres, a nuevos rumiajes, a nuevas curvas y desvíos. 
Pero ya va siendo hora de volver. Por lo menos hoy tuve ganas de venir a saludarlos y, sobre todo, de compartir mi nuevo entusiasmo con uds.: el arte correo, en su vertiente ATC. ¿Lo qué? se estarán preguntando. Esta Chica Rumiante siempre salta con alguna cosa loca e inesperada ¿no? (salvo cuando de amor y hombres se trata, siempre asediada y obnubilada por músicos de toda calaña...). Aquí podrán averiguar de qué se trata el interesantísimo movimiento del arte correo y aquí descubrirán qué cornos es una ATC (o "Artist Trading Card"), que es lo que he estado haciendo las más noches desde que me he ausentado de por aquí y de otros allíses. 
Y quiero aprovechar a dejarles una pequeña muestra de, precisamente, estas pequeñitas, divertidas y expeditas obras de arte, en las que está permitido todo y en las que nada ni nadie se puede o se debe quedar afuera. Así como hace ya un tiempo les recomendé la magia milagrosa de los mandalas, hoy les pido encarecidamente que vuelvan a la felicidad de la plasticola y el papel glacé y dejen salir a su artista interior que anda allí enjaulado pugnando por salir... Háganlo, no se arrepentirán. Y no quiero excusas de parte de los escritores del tipo "pero yo no sé dibujar", "no sé combinar los colores", "no se me ocurre nada...". ¡Nada de eso! ¿No se le ocurre nada? Busque un poema suyo cortito, imprímalo y péguelo en una tarjeta: ¡listo! ¿A veces recorta cosas de las revistas y no sabe qué demonios hacer con ellas? Haga un collage y péguelo sobre una tarjeta. ¿Que no tiene tarjetas o no sabe dónde conseguirlas? Tome una hoja canson o una cartulina cualquiera, recórtela de 6,4 cm. x 8,9 cm. y ¡voilá! Ya tendrá un soporte/superficie disponible. No hay excusas (y esto me lo digo bien fuerte, a ver si lo registro para otras áreas de mi existencia...). 
Los dejo con algunas de mis tarjetitas (las más lindas ya salieron disparadas por correo a sus destinatarios en la sexta ronda de ATCs, ver más info aquí): 





1 de septiembre de 2009

Otro blog... y van...!

Días de mucha agitación, de idas y venidas, de cubrir eventos, tomar colectivos, subtes, taxis, micros y trenes, moverse por la ciudad, saltar de aquí para allá, coordinar horarios, armar agendas, tomar notas, oír excelente música (como la del Círculo de Guitarras de Buenos Aires, mis nuevos amigos que tocaron un tema de Zappa, sí, señor!), de reuniones con amigos, de salidas con amigas... ¡Ah, la glamorosa vida de una escritora, poeta, editora y periodista cultural! ¡Encima galardonada! ¡Y ahora también presentadora de libros oficial! 


Y, por si fuera poco, con un nuevo blog bajo el brazo...! ¿Es que acaso ha enloquecido? ¡No! ¡Es aún peor! ¡Se ha despertado! 
Y así es, amigos queridos, los invito a ir leyendo mi nuevo/próximo blog, todavía en construcción, pero con dos posteos ya: se trata de The Violet Press, un rinconcito para rejuntar mis críticas teatrales en ANSud hechas hasta el momento y las muchas más que planeo seguir haciendo. En cuanto me reordene un poco, volveré con las curvas, los desvíos, los poemas y las imágenes... He abandonado la fauna abisal, pero sólo por el momento. Como ven... no puedo parar...!

25 de agosto de 2009

La curva de la insistencia (o los fantasmas del pasado tornan a reaparecer incesantemente...)

Los fantasmas del pasado se obstinan en reaparecer. Insisten. Insisten como insiste mi poesía, tan porfiada como yo misma. Porque la poesía no es sólo testamentaria sino que es, también, la manifestación de un fracaso. Uno ha querido decir amor y ha dicho otra cosa. Uno ha querido decir casa y lo que en realidad dice es, siempre, otra cosa. Lo mismo pasa con toda la comunicación humana. ¿Cómo podría haber transmitido hoy mis tironeos, mis propias contradicciones, mis avances y retrocesos? ¿Cómo dar cuenta de esos cimbroneos si el lenguaje no nos deja (pero qué otra cosa tenemos...)? Porque el lenguaje es fascista, ya lo dijo Rolito. Es un fascista puro, que no admite desobediencias. Una vez que entramos en su éjida, no hay forma de salir de él ni de decir ninguna otra cosa que no sea la que él quiera. Y los fantasmas del pasado (lo digo en plural porque queda mejor, a pesar de que es uno y sólo uno) tal vez querían decirme otra cosa y yo he entendido esta otra. Y yo también tal vez quería decirles otra muy distinta de la que finalmente les dije y así se va tejiendo el perfecto malentendido que es el amor (y todas las relaciones humanas).
Pero a pesar de la tiranía cruel del lenguaje (no más cruel que otras ejercidas por manos lo suficientemente tibias como para derretir cualquier resistencia) el poeta logra vencer. Es decir: logra decir algo, que es su único triunfo, aunque no sea lo que él (o ella) quería decir. Ella quería decir hoy podría haberte matado y terminó despidiéndose de quien ya se había despedido. Él quizás quería consolarla o seguir burlándose de ella y terminó confesando sus viles crímenes. Y ¿cómo no caer en esta maravillosa trampa / red / malla /jaula /reja que es el lenguaje? ¿Cómo evitar las palabras, esos vagos signos que sin embargo pueden designar a la persona amada, o a su espectro, ya poco importa? ¿Cómo romper con las palabras, con las perras negras cortazarianas, con la filita de hormigas trabajadoras e incansables que se baten contra nuestros oídos cada día? ¿Con qué otra cosa combatirlas sino con más palabras? ¿De qué asirse, cuando ya no hay nada más de que asirse?
Porque yo nunca es yo y es sólo yo respecto a un tú, un tú que sólo será yo si tiene a su otro tú a mano... Porque yo es una forma vacía, un vestido viejo colgado en el ropero que se llena momentáneamente de materia cuando alguien lo viste, cuando alguien dice yo, pero que queda inmediatamente vacío al momento siguiente, hasta que alguien vuelve a llenarlo y así... Y así como el amor, yo y tú y él nunca están donde se supone que debieran estar, son más fugaces que la fugacidad misma, enloquecen a la poeta con su vibrátil permanencia impermanente e impertinente, la vuelcan hacia las furibundas prosas de la sinrazón, le exigen indecencias e insensateces que ella comete con admirable altivez pero también con gran alevosía... Ni yo ni tú ni él están nunca donde deben estar. Tampoco el amor. Menos la poesía, que siempre está más allá.

Adendda: una frase de Horacio Quiroga (me pongo de pie, pues es uno de mis maestros) que, aunque no venga, en apariencia, al caso, resume mucho de lo que pienso actualmente (y pido disculpas por lo críptico de este posteo, si salió como creo):

"Porque en la alianza de Enid y Wyoming no había habido nunca amor. Faltóle siempre una llamarada de insensatez, extravío, injusticia -la llama de pasión que quema la moral entera de un hombre y abrasa a la mujer en largos sollozos de fuego-." (en "El espectro")

20 de agosto de 2009

Las narcóticas flores de la primavera ya se acercan...

En apenas un mes ella habrá llegado, en apenas treinta días ella estará aquí; ella, que ya nos anda avisando que se acerca con un día como el de hoy, sereno, soleado, brillante. Los árboles aún están en letargo, los cogollos no asoman todavía, pero en el aire ya se siente su presencia, ya se respira, mejor dicho, otro aire. ¿O soy yo la que, finalmente, respira otro aire?
Contra todo lo que pueda pensarse dados mis últimos posteos, estoy bien. Estoy mejor. Y voy a estar aún mejor cuando el agosto de los adioses haya pasado. Increíblemente (o no tanto...) parece que agosto es siempre el mes en el que él y yo nos decimos adiós. Sólo que esta vez fue el adiós definitivo. Ni siquiera una romántica empedernida, militante y ferviente como yo cree ya que haya un retorno ni nada que se le parezca, ni siquiera dentro de diez, quince o veinte años, nada, no es posible, se rompió... Y lo que se rompe mejor no arreglarlo, porque nunca volverá a ser como era, nunca volverá a funcionar y deslizarse como otrora.
Pero, claro. Tengo furibundos ramalazos de tristeza, y de rabia, y de dolor. Accesos de llanto, cóleras repentinas por hechos que sucedieron el mismo domingo o hace más de diez años o hace un rato. Nudos en la garganta díficiles de destrabar, imposibles de disimular. Agujeros negros en el estómago, allí donde antes siempre había un millón de mariposas danzantes hipnotizándome con sus élitros. Hay pozos de materia oscura aún, negros presentimientos, funestas advertencias acerca de cómo deberá ser mi conducta en el futuro, respecto a él y a cualquier otro. ¿Cómo pude haber cedido a los cantos sirenaicos que tan bien había esquivado primero? ¿Por qué no fui más fuerte, por qué no pedí auxilio a los santos, por qué me dejé una vez más?
Hoy se me ocurrió pensar que nada de lo vivido retornará. Ni lo bueno ni lo malo ni lo intermedio. Nada. Nada podrá ser recuperado, nada podrá repetirse jamás. Pero. Pero sí puedo revivirlo si lo escribo. Ahora sí. Ahora estoy lista para escribir esta novela. No podía escribirla mientras la vivía, como quedó claramente demostrado en uno de los tantos comienzos truncos que tengo dando vueltas por ahí. No podía vivir y escribir al mismo tiempo. Pero ahora sí. Ahora bastará echar mano a los diarios y a los recuerdos para escribir la más fantástica de las novelas de amor y desamor, la más alucinante versión del "odi et amo" catuliano, la más fabulosa de las fábulas fabulescas acerca de dos seres que creían estar cósmicamente conectados a través de las galaxias y las esferas... Ahora, cuando quiera, cuando guste, podré hacerlo.
Pero antes será necesario completar el duelo de este amor. Puede que eso lleve algún tiempo. Puede que tenga, en el proceso, alguna recaída, algún tropezón. Quizás no (tengo la esperanza de que no). Puede que llore más todavía, puede que aún tenga otras mil poesías para él u otro millón, no lo sé, puede todo eso y mucho más. No importará. Porque sobreviví, la tragedia ya quedó atrás. Aún humea su pira, aún destella, con palidez suprema, su resplandor. Aún se calcina mi corazón en esa hoguera pero pronto llegará la ceniza salvadora, el hueso pulverizado, la fina sombra de la muerte se cernirá sobre todo ello como la nieve en el final de "Los muertos" de Joyce.
Entonces, podré ir al cementerio de los amores fenecidos, al camposanto más bendito, y dejarle unas flores y llorarlo en la privacidad salvaje de la naturaleza cada tanto. Lloraré mi amor, mis esperanzas, mis ingenuas patrañas, mis poemas nonatos, y a Ariadna; lloraré su pelo, su espalda, su voz; lloraré por "Paraíso" y por cada una de las canciones que no me dedicó; lloraré por mí, por aquella ella que lo adoraba tanto como para olvidarse de que existía y de que tenía una vida aparte; lloraré por mi pena, por mi única y exclusiva pena; lloraré por todo lo que merezca ser llorado; lloraré por cada uno de los besos robados, de las lágrimas ofrendadas, de los abrazos no dados; lloraré por cada una de las imágenes que me azotan y acongojan con furia y saña morbosas; lloraré hasta que los ojos se me partan y las manos se me abran y el cuerpo diga un gran y tenebroso basta... y le llevaré flores, flores narcóticas, flores de otro mundo, flores malditas cada vez que me acerque al túmulo que erigiré conmemorando los restos de lo que no fue, de lo que, ahora sé, nunca tuvo que haber sido.


Imagen: "Bellagio" en http://www.flickr.com/photos/52923129@N00/517439237

19 de agosto de 2009

Libros terapéuticos

Me tendrán que perdonar los lectores habituales de este blog así como sus followers estos excursos por la vía netamente personal. Hoy las únicas curvas y los únicos desvíos que me interesan son los que transita mi espíritu, una vez más "bamboozled by love" (*). El que dijo que abril era el mes más cruel, se equivocaba. En mi caso, parece que es agosto nomás el que se lleva todas las palmas en lo que a crueldad se refiere. Y para colmo se terminó el veranito que estábamos viviendo hasta hace poco y hoy volvió el frío, el gris, la intemperie... Extranjera a la intemperie, así me sentí ya saben cuándo. Extraña, ajena, lejana. Más lejana que Alina Reyes que es la reina y... Pero no me sentí sola ni desahuciada ni desolada. Extraña paradoja que al momento de enfrentar la verdad cruda y pura no me sintiera más desvalida, desasida, rota para siempre, como solía sentirme antes.
Pero me estoy desviando, una vez más. Y ahora me pregunto: ¿esto, lo del domingo, también fue un desvío? Quizás. Porque en mis planes no estaba. En mis planes el reencuentro era soñado, era perfecto, era fantasmalmente irreal. En mis planes sólo cabía un reencuentro de novela, de telenovela, de folletín, de novelín de Corín Tellado, y lo digo sin ninguna vergüenza. Soy y siempre he sido una romántica absurda, ingenua, batallante y apasionada. Una militante del romanticismo a cualquier precio (así me va, claro). Una idiota absoluta, una fantástica pelotuda en lo que a cuestiones amorosas se trata. Pero no me importa, porque no pienso dejar de creer, ni de ilusionarme ni de querer querer y querer que me quieran. Así me haga bolsa de nuevo contra éste u otros muros de hipocresía y frialdad. Contra la misma cara de las mentiras y de las verdades a medias y de todos los entredichos habidos y por haber. No pienso dejar de creer en todo, hasta en las dedicatorias, como decía Baldomero.
Ya que el reencuentro (llamarlo así es una falta de respeto a tan bella palabra, pero no sé qué otro nombre ponerle a lo que nunca supe cómo nombrar y a lo que siempre me afané y esforcé por nombrar en todos mis poemas) no fue como mi mente enamorada y mi corazón agónico y mi cuerpo extático lo esperaban, debo recurrir, una vez más, a lo que hace ya un tiempo denominé "libros terapéuticos" y que no son, como su nombre pudiera indicar, los típicos manuales de autoayuda. Bah, en realidad sí, pero no están escritos por Osho, Bucay y otros embaucadores famosos sino por escritores, por pares, por almas gemelas a través de la historia y los siglos.
Son esos libros que uno sabe que los abra por donde los abra encontrará siempre un gramo de sabiduría, encontrará consuelo, encontrará perdón, explicación, causa y efecto de todos sus malditos pesares. Son, por lo general, esas novelas con cuyos personajes nos identificamos hasta la saciedad, que leemos sin parar, que podemos releer quinientas veces sin cansarnos jamás. Son, por lo general, de esos autores que leímos en la adolescencia cuando somos una esponja que lo absorbe todo sin tasa y sin filtro, cuando somos una tabula rasa al raso, que de a poco se va llenando de lecturas, conflictos, pesares y experiencias.
Son esos libros que nos marcaron un camino, que como una madre o un amigo comprensivos nos restañaron las heridas y nos secaron las lágrimas en los momentos de zozobra extrema. Son los que nos acompañarían hasta el fin del mundo, los que salvaríamos de una catastrófe sin dudarlo o los que aprenderíamos de memoria si se cumpliera la profecía de Bradbury. Son esos libros que nos ayudaron a crecer como seres humanos pensantes y no como meras máquinas de reproducir conductas y estados políticamente correctos (ya saben lo que pienso de la corrección política...). Son los libros que, ay, hay que decirlo, uno quisiera haber escrito, aquellos por los que se muere de sanísima envidia, los mismos que nos empujan a escribir (y si un libro os da ganas de escribir, amigos, es que está maravillosamente bien escrito y ha cumplido con su cometido).
Así, hoy quiero compartir algunas citas-curitas, algunas citas-carilinas, algunas citas para recomponer las trizas de mi alma y salir a perseguir, ahora sí (algún día tenía que ser, está claro), todos mis pedazos, todos mis sueños, todo lo que está en germen pugnando (¿existe verbo más bello?) por salir de una vez por todas.
Si quieren compartir sus propios libros terapéuticos, serán muy bienvenidos.

ü “Lo que es más importante, jamás se permite que en la soledad la mujer sea ella misma (a pesar de que bien sabe cuán infelices son sus amigas casadas). Vive como si estuviese siempre al borde de una gran realización. Como si estuviese esperando que el Príncipe Encantado la arranque “de todo esto”. ¿Y qué es todo esto? ¿La soledad de vivir en el ámbito de su propia alma? ¿La certidumbre de ser ella misma y no la mitad de algo diferente?”

ü “Sólo quería recordarme lo que me había dicho muchas veces:

—Usted no es una secretaria, sino una poetisa. ¿Por qué cree que su vida debe ser simple? ¿Qué le hace pensar que puede evitar todos los conflictos? ¿por qué supone que puede evitar el dolor? ¿O la pasión? Bien puede decirse algo a favor de la pasión. ¿Jamás se tomará libertades para perdonarse luego?”

ü “En mi caso nada es real hasta que lo escribo —corrigiéndolo y embelleciéndolo a medida que lo desarrollo. Siempre estoy esperando que las cosas concluyan para llegar a casa y pasarlas al papel.”

Erica Jong, Miedo a volar.

ü “Si escribiera esta novela, el tema principal quedaría soterrado al comienzo, y sólo más tarde iría predominando. El tema de la esposa de Paul, de la tercera persona. Al principio, Ella nunca piensa en esa mujer, pero luego tiene que hacer un esfuerzo deliberado para apartarla de su mente. Esto ocurre cuando ella se da cuenta que su actitud es despreciable: se siente triunfadora, satisfecha de haberle quitado a Paul. Entonces se horroriza y avergüenza tanto, que rápidamente esconde sus sentimientos. No obstante, la sombra de la tercera persona vuelve a alzarse y le resulta imposible no pensar en ella. Reflexiona mucho sobre la mujer invisible a la que Paul siempre vuelve (y junto al la cual siempre acabará volviendo) y no tiene sensación de triunfo sino de envidia.”

ü “Y, mientras está allí, contemplándose a sí misma comprendió que aquella locura estaba relacionada con el extravío que le impidiera comprender que la aventura debía terminar, irremediablemente, en la ingenuidad que la había hecho tan feliz. Sí, aquella estúpida ingenuidad suya, y su fe, y su confianza, la condujeron, lógicamente, a permanecer de pie junto a la ventana, esperando a un hombre que ella sabía muy bien, no iba a regresar.”

ü “Me causa miedo el hecho de que, cuando escribo, parece que tengo un terrible sexto sentido o algo así, cierta intuición. En esos momentos, empieza a trabajar en mí un tipo de inteligencia que en la vida ordinaria sería demasiado dolorosa, pues me sería imposible vivir si la usara en la vida.”

Doris Lessing, El cuaderno dorado.

ü “Esto es una locura pasada de moda que ningún novelista moderno se atrevería a escribir, se decía. El enamoramiento no es político. Y tampoco es rentable. El enamoramiento no es una historia, es una retahíla de emociones descontroladas. Una traición a todo, incluso al feminismo. Algo que no le interesa a nadie. Le pasa a mucha gente, decía Natalia, te crees protagonista de una relación que, hoy en día, es habitual. Señora independiente que ama a señor casado, nada más.”

ü “Las sensaciones que tenemos después de haber amado, la mezcla de placer y dolor, el punto concentrado en algún lugar del cuerpo..., el agudo sentimiento de gozo y melancolía, explicar la oscura emoción, compenetración viva, insensata, pueril, felizmente inocente que nos envuelve bajo el misterio de la inconsciencia... “

Montserrat Roig, La hora violeta.

ü “... los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también.”

ü “Todos necesitamos que alguien nos mire.”

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.

ü “¡Tú no podías atrapar por tí misma la presa, pero podías esperarla!”

August Strindberg, La más fuerte.

ü “¡Qué día gris, triste, funesto aquel en que el amante se da cuenta de pronto de que ya no está poseído, de que está curado por así decirlo, de su gran amor! (…) El sentimiento de alivio que engendra ese despertar puede a uno hacerle creer con toda sinceridad que ha recuperado su libertad. ¡Pero a qué precio! ¡Qué libertad tan pobre! ¿No es una calamidad volver a contemplar el mundo con la mirada cotidiana, con el discernimiento de todos los días? ¿No es doloroso encontrarse rodeado por seres conocidos y vulgares? ¿No es espantoso pensar que uno tiene que seguir adelante, como dicen, pero con piedras en las entrañas y guijarros en la boca? ¿Encontrar cenizas, nada más que cenizas, donde antes había soles resplandecientes, maravillas, magnificencias, una maravilla tras otra, una magnificencia tras otra y todo creado espontáneamente como por alguna fuente mágica? Si hay algo que merece ser llamado milagroso ¿no es el amor? ¿Qué otro poder, qué otra fuerza misteriosa existe que pueda investir a la vida de un esplendor tan innegable?”

Henry Miller, Nexus.

(*) "Bamboozled by love" es un tema de Frank Zappa, cuya traducción podría ser "embaucado por el amor".

17 de agosto de 2009

La curva del desengaño

Después de la muerte, ¿existe algo más triste que un desengaño amoroso? No me refiero a la infidelidad, me refiero a ese momento en el que el que ama, deja de amar. ¿Por qué deja de amar? Porque ya no puede seguir sosteniendo la ficción que él mismo se había construido a partir de una persona real de carne y hueso, a la que -sin su consentimiento- ha investido con las maravillas más magníficas de la creación, téngalas esta persona o no. No importa.
El que ama se contenta con contemplar su propia creación, su espejo, su laguna de plateado narcisismo. El que ama no necesita nada, en realidad. Le basta una palabra, una mirada, un gesto nimio e imperceptible para vivir en extásis durante semanas, meses y hasta años. ¡Cuánto no habrán de durarle un beso, un abrazo, toda una noche de maravilloso amor del bueno! Pero un día todo eso se acaba. Un día no hay palabra, gesto, beso o recuerdo que alcance para llegar al nirvana. Un día todo se termina. Generalmente esto sucede cuando uno ya se ha separado hace mucho de la persona amada. Cuando ya no lo ve ni lo siente ni lo huele más. Cuando deja de formar parte de la realidad cotidiana, del tedio urbano, de la misma mierda que día tras día intenta sumergirnos en su oscuro lodo. Y así, cuando de pronto volvemos a ver al otrora ser amado, el desengaño sobrevuela rasante y triunfa. Ya no hay maravillas. Ya no hay magia. Ya no hay nada.
Eso es lo que me ha sucedido ayer, exactamente two years later de esa dolorosa pero necesaria separación. Dos años después de no verlo más que en esas dos fugaces oportunidades, ya reseñadas aquí, dos años después de no saber casi nada de él, dos años después de aburrir a muchas personas con mi historia, con nuestra historia, con nuestras idas y venidas, dos años después de penar, sufrir, esperar, suponer, ansiar, anhelar pero nunca accionar porque sabía que no debía hacerlo, se produjo el ansiado, temido, postergado reencuentro.
¿Y te arrepentís?, me pregunta alguna parte de mi ser. No, no me arrepiento, nunca me arrepentí de nada, no creo en el arrepentimiento. Pero no te hizo bien, estás muy triste, por lo que veo, sigue esa u otra parte de mí. Pero tampoco me hizo mal, porque lo que no me mata, etc. A decir verdad, me hizo un favor, igual que hace dos años. Sólo viéndolo por mí misma iba a ser capaz de dar los pasos decisivos para ir hacia mi propio encuentro. Sólo experimentándolo iba a poder pararme sobre mis propios dos pies sin tambalearme ahora que realmente empieza lo bueno. Pero lo amás, continúa esa vocecita que nunca se calla. Por supuesto, pero eso no tiene la menor importancia. Amo algo que ya no existe, amo todo lo que puse yo allí, amo lo que le di, lo poco que me dio, amo lo que tuvimos y ya no volveremos a tener jamás, por supuesto.
¿Cómo no amarlo?, grita el idiota de mi corazón. Pero eso ya no hace ninguna diferencia, ya ni siquiera tiene importancia. No creo que se deje de amar a nadie nunca, a nadie a quien realmente se haya amado, desde luego, a alguien que se haya amado con las tripas, con las entrañas, con el vientre mismo del alma y del cuerpo no creo que se lo pueda dejar de amar jamás, a alguien con quien uno conoció la pasión, o, al menos, una versión de ella, no creo que haya fuerza humana posible capaz de extinguir ese fuego... desde luego. Pero, reitero, no importa. Ya no importa. Y no importa porque el que ama ha dejado de fascinarse al fin. No encontrando todo aquello que antes había cultivado con tanta dedicación y esmero, viendo al fin, y quizá por primera vez, a la persona tal cual, sin nuestros aditamentos, la ficción cae, la fascinación se desploma y todo el ser queda profundamente conmovido, desguarnecido, más desnudo y vulnerable que nunca y, a la vez, vaya paradoja, más fuerte y potente que nunca, más maduro e implacable, más humano, más uno mismo que nunca.
Y en un momento así, un solo libro viene a mi mente y aquí dejo algunas citas. Se trata de Fragmentos de un discurso amoroso, de Roland Barthes. Cuando la tristeza pase (será pronto) este blog retomará su ritmo habitual y mi vida también:

Saber que se escribe para el otro, saber que esas cosas que voy a escribir no me harán jamás amar por quien amo, saber que la escritura no compensa nada, no sublima nada, que es precisamente ahí donde no estás: tal es el comienzo de la escritura.

Han sido necesarias muchas casualidades, muchas coincidencias sorprendentes (y tal vez muchas búsquedas), para que encuentre la Imagen que, entre mil, conviene a mi deseo.

Sea lo que fuere del objeto amado, que desaparezca o pase a la región Amistad, de todas maneras, no lo veo desvanecerse: el amor que ha terminado se aleja hacia otro mundo a la manera de un navío espacial que cese de parpadear: el ser amado resonaba como un clamor y helo aquí de golpe apagado (el otro no desaparece jamás cuándo y cómo se lo espera).

El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo.

No se puede regalar lenguaje (¿cómo hacerlo pasar de una mano a otra?), pero se lo puede dedicar —puesto que el otro es un pequeño dios.

para C. A. H., por última vez.

14 de agosto de 2009

Lo de adentro (o tiempo de balances)


Hoy no hay alertas ni botánica ni astronomía ni matemática. No hay nada tampoco. O, mejor dicho, hay de todo. Fue una semana rara, las noches se fueron complicando solas, se pusieron espesas con estos maravillosos calorcitos pre-primaverales y me entretuve con otras cosas, o con nada en particular, y al final no vine a postear ni un día, ni acá ni en ningún otro lado. Mal, muy mal. Así que hoy quiero resarcirme.
A decir verdad, es tiempo de balances. No lo parece, no es diciembre, no es ese momento del calendario pero sí lo es en el calendario interno, en el de adentro. Algunas constataciones me merecen ciertas reflexiones: por ejemplo, hace unos días caí en la cuenta de que desde mis primeros balbuceos poéticos, desde aquellos primeros versitos trémulos, enclenques y rimosos, ya han pasado veinte años. ¡Veinte años! Mi yo poético ya tiene veinte años, ya está bastante grandecito el tonto. ¿Será por eso que me gustan cada vez menos las ñoñeces cursileras y sensibleras y me inclino cada vez más por los autores clásicos o bien contemporáneos, pero muy pocos, realmente muy pocos, de los que están escribiendo a la par de mi yo poético? Quizás. No compro más los espejitos de colores ni la falsa bijoutería, las baratijas de la lengua. Pretendo ir cada vez más hondo, desviarme cada vez más de lo que está al uso y meterme aún más a fondo en mis curvas, en mis propias curvas. Y cada vez más pensar, reflexionar, abstraer y "esenciar", si se me permite el neo-logon, a través de la poesía. Confesar, sangrar, renegar, "broncar", amar y odiar a la par también, desde luego. Pero siempre en búsqueda de una trascendencia, de un trasfondo, de un trasunto. La poesía no puede ser ya, en mi vida y tras veinte años de ejercicio (dispar, caótico, intermitente, salvaje, furioso, pálido y arrebatado), un simple pasatiempo o un modo de matar las horas (aunque en el fondo todo lo que hacemos, todo lo que hagamos, no sea más que eso, un matar las horas hasta que la hora total, la hora final nos mate). La poesía ha pasado ya a otra categoría, ha llegado a ser mi vida, aunque eso implique la espeluznante posibilidad del tan temido infierno-límite del lenguaje, de llegar, como llegaron otros poetas, a las únicas tres vías que quedan cuando ese límite se traspasa: el silencio (que puede ser el silencio de la mudez total ante el estremecimiento vital, ante ese quedarse pasmado, anonado, casi anulado frente a la experiencia; o que bien puede ser el silencio tan cargado de sentido que no hay palabra humana para decirlo, y adquiere así un rasgo supranatural, un ir más allá de todo); el suicidio o la locura (*). No sé por cuál meandro me extraviaré, si es que me extravío, pero ya es claro que la poesía ha tomado, por fin, el timón de mis días.
Otros balances son más banales e implican cuestiones laborales que no interesan aquí, pero que también está bueno ver como otra de las tantas aristas que me conforman. Pero luego viene el otro balance, el que tal vez me interesa más que todos: el amoroso.
En la novela de mi vida (que ya lleva varios tomos, como A la recherche... proustiana -y aclaro: no me gusta Proust, no lo pude pasar, no me pude conectar, no hubo forma de que nos entendiéramos) en apenas unos días, poquísimos días, se cumplirán dos años desde que "voluntariamente abandoné este lugar" (traducción: desde que me separé de cierto músico). Y es probable, plausible, posible que en el mismo exacto día en que se cumplen esos fatales dos años, volvamos a encontrarnos (chan). No, si Almodóvar conmigo se perdió no menos de cuatro o cinco películas, a cual más bizarra y tremenda. ¿Será como cuando hablamos por teléfono, no hace mucho? ¿"Como si el tiempo no hubiera pasado"? ¿Es posible eso o es una ficción con la que nos engañamos, con la que todos los amantes se engañan para seguir creyendo en sus amadas patrañas, en sus fieles ficciones? Porque él es una ficción, es un hombre que yo creé con mi poesía, con mis palabras, casi se diría con mis manos. No existe en la realidad. Pero claro que existe en la vibrante realidad. Existe una carne, existe una música, existe una voz, una espalda, un olor. Existe algo intangible e imperecedero que se entiende a las mil maravillas con mi algo también intangible e imperecedero, y esos algos no se pueden olvidar, no se pueden dejar atrás, no se resignan a seguir si el otro algo no está, aunque sea, cerca.
¿Y te vas a ir a meter a las fauces del lobo, tan contenta, tan inocente, tan valiente como Caperucita? ¿Llevás linterna? preguntó mi blonda amiga. No llevo nada. No necesito llevar nada. Si está oscuro, haré luz como pueda. Quizá no haga falta ver nada. Sólo sentir. Quizás ni eso. ¿Y otra vez te vas a dar la cabeza contra la pared? susurra mi mente cuerda. Tal vez. ¿Otra vez el vértigo, el abismo, la noche oscura del alma, el tormento, el exquisito suplicio de ver cómo nunca será tuyo, cómo siempre se escapa, se evapora, se esfuma en el aire como las notas de su música? Tal vez. ¿Otra vez lloros y sollozos, congojas, pataletas, llantos, fracasos y decepciones largamente rumiadas? Tal vez. ¿Otra vez supurar, abrir los bordes de la herida, meter el cuchillo mellado y escarbar hasta que sangre, hasta que se pudra la carne, hasta que la podre llegue a la médula ardida del hueso y lo astille, lo parta, lo vuelva ceniza blanca? Tal vez, me digo, tal vez. Y preguntareis (y me pregunto): ¿por qué? ¿para qué? No lo sé, me contesto y les contesto, pero advierto que sucede y a diferencia de Catulo no me atormento, procuro comprenderlo. Pero ¿qué hay que comprender? ¿Se 'comprende' el amor, se 'comprende' la pasión? No. Igual que la poesía, suceden o no. Y con él siempre me sucede algo.
No importa qué. No importa si me lastimo, si me raspo, si vuelvo con la ropa hecha jirones y la cara llena de arañazos, los brazos mordidos, las piernas con moretones, el pelo arrancado. No importa. No importa si no vuelvo, si me pierdo, ni tampoco importa si vuelvo victoriosa, con la cabeza del monstruo cercenada y colgando de mi cintura. Si logro matar al dragón, si transformo al diablo en un ángel de bondad lleno. No importa. ¿Qué importa entonces? me preguntareis con justa razón. Importa que lo de dentro se conmueve, que lo de adentro tiembla, que padece estertores y crispaciones, que como el mar se irisa y se escama y se repliega sobre sí para volver a extenderse; importa que lo de adentro se retuerza, se contorsione, denuncie a gritos su pathos que es el mío mismo, que entre en pánico, que quiera huir (pero que también quiera ir), que las tripas den cuenta de su existencia, que todo adentro sienta que allí está, tan cerca, tan lejos, donde siempre, donde nunca, donde jamás, su otra mitad, su fabulosa y mítica (ay, esta palabrita) porción faltante, aunque todo sea una mentira, aunque no podamos ser "amigos" ni nada que se le parezca, aunque la fascinación mutua dure cinco minutos y después se transforme en el cortante anhelo de lo imposible de nuevo.

(*) Tomo estas ideas del curso de poesía que empecé hoy con Jorge Monteleone (¡un capo!) en el MALBA.

Imagen: L. Ramoth, "Tao of silence".
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