Sigue por aquí este aire crepuscular, melanco, antiguo, desgastado, un río yéndose a la deriva, una hoja desprendida de vaya a saber qué arbol, ya amarilla, ya caduca, pero aún crujiente y viva. Sigue este perturbador estado de cansancio y agotamiento físico y mental extremo que combate, sin embargo, con las ganas de hacer mil cosas a la vez (y hacerlas todas bien). No son sólo los libros los que pueden transportarme a este particular y encantador (por lo decadente) zeitgeist, sino también la música.
"De ahora en adelante / la música vendrá a azotarme / será el látigo que nunca nadie usó", escribí en un poemario que aún no ha sido dado a la luz. Pero su significación era otra. Se refería, ciertamente, a determinada música, a la música compuesta y ejecutada por determinado músico, que juzgo innecesario nombrar a esta altura de las circunstancias. Me refería a su música, claro está (claro está para mí, vaya usted a saber qué interpretará el público lector o los esmerados filológos a la vuelta de las eras a partir de esa música que vendrá a "azotarme").
Es otra la música que viene a instilarme su porfía y su deja-vu en estos días. Todos tenemos pecados musicales inconfesables. Los míos no son muy escandalosos (bueno, depende cómo se lo mire), pero orgullosamente puedo decir que Ricardo Arjona me parece, cuando menos, vomitivo, el más expeditivo y seguro de los laxantes. Lo mismo me sucede con todo un rango similar de "cantautores latinos" con los que otras mujeres sencillamente mueren mientras se humedecen sus bombachas. Con la llamada "música nacional" me sucede algo similar: la mayoría de las bandas pasadas y actuales me parecen horribles, aburridas, previsibles, con las honrosas excepciones de Divididos (obvio), Babasónicos y alguna otra que ya ni siquiera existe, como Los Brujos. Pero una banda del pasado que para mí siempre vuelve y que vuelve a traerme una época que quedó muy, pero muy muy, atrás es Virus.
Ahora que puedo escuchar música en mi trabajo, para el forzado beneplácito de mis compañeros (mejor no hablemos del gusto musical de algunos de los sujetos que trabaja allí dentro...), en lugar de llevar música de mi propia colección, cosa que los espantaría sin remedio y me confinaría al mayor de los ostracismos (sinceramente, díganme, quién se bancaría todo un disco de guitar craft, por ejemplo, sin mencionar, claro está, no todo un disco sino ocho horas seguidas de Frank Zappa...) opté por revisar sus máquinas (¡oh benditas carpetas compartidas!) y ver qué encontraba allí. Luego de llevarme muchas sorpresas agradables (como discos de Primus y Liquid Tension Experiment que no tenía) me encontré también con un hermoso disco de Virus, el famoso doble en vivo que en estos días vengo haciendo sonar contra viento y marea...
Hay algo mágico en esa banda. Mejor dicho: había algo mágico en Federico Mouras y murió con él, sin duda. Pero escuchar a Virus me lleva a mi más tierna infancia. Cuando Mouras falleció yo apenas tenía doce años pero ya hacía bastante que venía escuchándolo. Que veníamos escuchándolo, debo ser sincera, porque el disco era de mi mejor amiga de aquel entonces. Ella se había comprado el casette (¡qué antigualla!) de "Locura", un disco perfecto de principio a fin, mágico, insisto, con esos arreglos de teclados hiper-ochentosos, con esas letras sensuales y poéticas, con la dúctil voz de Federico seguramente en su mejor momento... una gloria de disco es. Y lo escuchábamos en interminables tardes en su casa, en uno de esos horrendos e infaltables grabadores con radio, sin equalización alguna y por alguna razón incomprensible nos encantaba. Digo "razón incomprensible" porque ahora, a la vuelta de las eras, vuelvo a escuchar esas letras y me percato de que trataban cuestiones que atañen, principalmente, a quienes están nel mezzo dil camin di nostra vita, o sea, a los treintañeros, o sea yo hic et nunc. ¿Qué podía comprender yo entonces de obsesiones amorosas, de pieles sensuales y perfumadas, de estar atrapada por quien te va a atrapar, de ser tan feliz que la dicha invade mi felicidad, de querer estar todo el tiempo enamorado, de esas noches llenas de calor, llenas de ansiedad, de los caramelos de miel entre tus manos y de otras tantas -ahora- clarísimas referencias sexuales? Por no hablar de una canción como "Sin disfraz", una abierta declaración de homosexualidad. ¿Qué era lo que llamaba tanto mi atención? ¿Entendía algo? ¿No entendía nada y me fascinaba igual?
Luego, durante años enteros, no volví a escuchar esas canciones. Pero, hace un par de años, cuando en una visita a Zivals encontré el CD de "Locura" en oferta y volví a escucharlas, todas vinieron a mí como si nunca se hubieran ido, como si siempre me hubieran estado acompañando, y más las escucho y más las comprendo y menos entiendo, entonces, qué me podía gustar tanto a esa "tierna edad". Así, escuchar a Virus ahora me lleva de vuelta a esa niña extrovertida y charlatana que yo era (algo pasó luego con ella, todavía estoy tratando de averiguar qué, que la volvió exactamente todo lo contrario) y me lleva también a otro lugar, impensado, imaginario, ¿inexistente?, a interminables noches de verano en un jardín rezumante y perfumado, con ricos licores a la mano y con un hombre escandalosamente sensual y atractivo aún más a mano... Que es, aprovecho a decirlo, mi ya no tan secreto deseo para el verano que, lento, sinuoso, tranquilo, se va acercando.
Aquí, otra de mis canciones favoritas, de una poesía exquisita ("un remolino mezcla los besos y la ausencia / imágenes paganas / se desnudan ensueños..."):
1 comentario:
yo también soy fan de Virus! hermoso post, lleno de "mirada speed"...abrazo
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