2 de diciembre de 2009

Otra vez la música me dispara reflexiones desviadas...

Está tan lejos que casi no puedo creerlo. Pero está tan lejos como quiero que esté. Y no quiero que se acerque ni un milímetro. Antes, sin embargo, hubiera dado cualquier cosa, hasta un brazo, por tenerlo unos centímetros más cerca, mejor dicho, porque volviera. Que volviera era el máximo anhelo hasta no hace mucho. Que se produjera ese bendito llamado telefónico, que se concretara el demorado reencuentro, que al fin mis ojos volvieran a verlo y a admirarlo y a sucumbir como cada vez... Que de nuevo se reiniciara la larga marcha, que el exquisito martirio volviera a coronar mis días, que de nuevo yo fuera la vestal, la supliciada, la suplicante, la sumisa y devota amante que a su (propio) hechizo se rinde, la que a nada se niega, la que a todo se entrega con ferocidad digna de mejor causa...
Pero no sirvió. El llamado telefónico se produjo, el reencuentro aconteció y los ojos volvieron a quedar prendados en su maldición eterna pero no sirvió. Quedó todo tan lejos que, insisto, casi no puedo creerlo. Ya no sé quién es ese que me provocaba torrentes de ardiente lava ante la sola mención de su nombre mundano. Ya no sé quién es ni me importa. Ha desaparecido. Murió el ídolo dentro mío y no queda ya sino una solitaria lápida, desgastada por el agua de numerosas y grises lluvias. "De lo que había ya no hay más...", es cierto. No hay nada. Con excepción de una cosa. Su música.
Su música, su obra, lo único que en verdad perdura. Su arte. Su particular manera de empuñar una guitarra, de arrancarle sonidos extraños, distintos, infrecuentes. Sus melodías y sus ritmos entrecortados, disonantes, diferentes. Sus modos. Sus entonaciones. Eso que sólo él sabe producir y que siempre me hacía decir que era "él" y no cualquier otro cristiano. Todo lo que lo hacía tan distinto al resto, tan único, tan maravilloso, permanece intacto allí, en la sonoridad evanescente de su música. Es lo único que ha quedado. Y está bien. No hace falta más. Todo lo demás ha sido sepultado y no vale la pena exhumarlo. Hasta ha abandonado mi poesía, tan lejos, reitero, está.
Y ahora temo, como si de un fatal sino se tratara, que haberlo recordado en este post salido out of nowhere (salido en realidad de haber escuchado atenta e impensadamente uno de sus solos de guitarra) oficie de invocación y reaparezca para decirme algunas de las estupideces que yo tanto amaba que me dijera, y todo recomience, en un eterno loop...

Los dejo con uno de mis temas favoritos de Zappa, que siempre me lo recuerda por razones que ya caducaron...



2 comentarios:

O. dijo...

Todavía quedan viejos nazis entre nosotros. ¿Quieres conocer a uno?

http://opalazon.blogspot.com

Gustavo Tisocco dijo...

Ani felices fiestas a ti y a los tuyos, con cariño Gus.

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