23 de noviembre de 2015

Dejenmé putear tranquila, carajo

Eso. Eso mismo. Porque tengo mucha bronca y siento mucho asco y me rebela e indigna desde la más absoluta visceralidad el resultado de ayer. Y me importa un rábano que "así sea la democracia" y todos esos cuentitos que nos contamos para que la sociedad civil siga subsistiendo sin que tengamos que volver a las cavernas. Me importa un pepino ser una "mala perdedora" porque ojalá hubiera perdido yo sola. Perdimos todos, manga de pelotudos. Sí, los (y nos) llamo manga de pelotudos, a todos, pero muy especialmente a los que votaron a esta basura que ni siquiera pienso nombrar. Los llamo pelotudos porque no se puede creer que personas que yo creía inteligentes o con un cierto grado de discernimiento puedan creer que este tipo es la solución a problemas tan graves como la corrupción (¡ja! hola, Niembraaaa), la inflación o la inseguridad, por citar sólo tres. Yo soy alta ingenua pero los votantes del niño bien me ganan por afano. No me entra en la cabeza y no me entrará jamás (tengo ascendente en Tauro, recuerden, así que es completamente inútil que traten de convencerme de nada) que alguien con dos dedos de frente pueda ni tan siquiera considerar que MM es la solución para algo. No entiendo, no lo entenderé jamás, cómo alguien puede suponer algo tan demencial. Y sin embargo, el 51% de los pelotudos lo cree posible. Y lo votaron, pero en el fondo, y como decía hoy una de mis alumnas, no lo hicieron porque crean eso. Lo hicieron por el famoso voto castigo. Que, como quedará demostrado dentro de poco (ojalá que no, pero soy muy pesimista), no sirve porque ¡oh sorpresa! se vuelve contra el propio votante. El voto castigo servía el 25 de octubre, papanatas, cuando había varias opciones en danza si tanto te desagradaba la cadena nacional y demás. En el ballotage se jugaba otra cosa, pero no la entendieron. No la quisieron entender. Son como esas minitas que el novio les dice "te acabé adentro pero no va a pasar nada, tonta" y a los nueve meses llega una criaturita al mundo. En este caso, a pesar de que se les explicó y machacó y hasta ¡bendito sea Dios! los mismos macristas dejaron entrever qué pensaban hacer, el votante medio pelo y pelotudo del todo hizo caso omiso a todas las señales y nos despeñó, tan alegremente, en el abismo. Bien por vos, pedazo de hijo de mil puta. No tenés perdón. No vengas a llorar cuando este nuevo gobierno sin ideas, sin carisma y sin nada más que ofrecer que puro oprobio te deje en la calle o te dé de palos por osar protestar ante alguna medida un poquito desagradable. No quiero escuchar ni una queja cuando recorten el presupuesto de salud, de educación o el que fuera. No quiero que nadie diga nada porque te lo avisamos, te lo dijimos, te lo explicamos, pero vos, forro, te quedaste con tu "quiero un cambio, quiero un cambio" y cuando se te preguntó qué querías cambiar nunca respondiste nada coherente, porque estos hijos de puta hasta vaciaron a las palabras de contenido. Es puro marketing y humo, pero se ve que al argentino tilingo le encanta que le vendan cualquier mierda, con tal de no tener que ponerse a pensar. Y lo peor no es eso: lo peor es que perdimos todos. Y ganó solamente Magnetto, la Sociedad Rural y las mismas corporaciones de siempre. La grieta existe desde 1810 y es cada vez más difícil achicarla. Yo no quiero compartir nada con gente que cree que una lacra servil y asquerosa como MM puede ser la solución a nuestros problemas. ¿No viviste el 89, no viviste el 2001? Si no lo viviste, ¿no te los contaron, aunque sea? ¿Vos tenés idea de lo que se puede llegar a venir? Y no me vengan con esa gilada de "ay, no hagas futurología": no hago futurología, gil, veo, pienso, escucho y, sobre todo, me acuerdo de lo que ya pasamos. No me olvido de cómo se vivió en esos años y no tengo la menor gana de volver a vivirlos. Pero parece que hay gente emperrada en que volvamos a eso, o a algo todavía peor (cfr. el editorial de La Nazión de hoy), porque se cansaron de la "corrupción" (si conocés un lugar donde no haya corrupción, avisanos, por favor, así vamos a ver cómo es), de la "soberbia" (¿sabés que podés apagar la tele de vez en cuando, no?), y de tantas forradas más. Pero seguro que no te cansás de cobrar el primero de cada mes, de tener tu trabajo en blanco, de comprarte tu auto, de tener tu casa nueva o remodelada, de irte de vacaciones cada verano y en cada puto fin de semana largo que hubiera, no te cansás de ir a comer afuera, no te cansás de comprarte cuanto artifundio electrónico se te cruza... ¿y no se te ocurrió pensar que todo eso era posible porque había un Estado decidiendo y protegiendo ciertas cosas para fomentarlo? ¿No se te ocurrió pensar, pedazo de infeliz, que todo eso se puede ir a la mismísima mierda el 11 de diciembre? ¿Qué película están viendo estas personas para dejarse llevar por los inmundos globos amarillos y un mensaje tan ñoño que hasta avergonzaría a Paulo Coelho? Yo no quiero cambiar, yo quiero mantener y profundizar lo que está bien y corregir lo que está mal. Si no me equivoco (y reitero: ojalá me equivoque y mucho), lo que estaba más o menos bien pasará a estar mal y lo que estaba mal estará cien mil veces peor. Y, antes de que los bienpensantes salgan con los boludeos de siempre, aclaro algunas cosas: 1) no soy K, nunca lo fui, nunca lo seré; voté a Scioli en todas las instancias porque mi límite es M*cri y lo será siempre; 2) no soy peronista, nunca lo fui, nunca lo seré; no obstante, grito "Viva Perón, carajo" de vez en cuando; 3) si algo he sido políticamente hablando es radical, pero hoy el radicalismo, con excepción de Leopoldo Moreau, es poco menos que un chiste, y muy malo; 4) por supuesto que condeno la corrupción, la inseguridad y blah blah, no soy tan necia, pero si de algo estoy segura es de que MM no es la solución para ninguno de esos males; 5) sigo absolutamente convencida de que el único camino es el de la educación, pero es un camino largo y arduo, y los frutos se verán dentro de varios años; no obstante, los frutos que estamos viendo ahora mismo deberían hacernos replantear muchas cuestiones educativas que no pienso enumerar ahora, pero destaco, entre todas, la capacidad de discernir y discriminar que toda institución educativa debiera fomentar y que sólo puede hacerse si los alumnos manejan bien el lenguaje; lamentablemente, me consta con creces que esto no sucede y no creo, de nuevo, que un gobierno de este corte neoliberal lo pueda solucionar (por el contrario, en la campaña quedó claramente demostrado que vaciar de contenido los significantes es la mejor estrategia para conseguir votos); 6) no vengan a bardear ni a decirme nada, ni acá ni en Facebook, no quiero discutir, solamente quería expresar lo que siento en un medio público; si querés debatir, debatí en tu propio blog o en tu propio muro, yo estoy sumamente enojada conmigo, con vos y con todos en este momento y no respondo de mí; tampoco me vengan a decir que el gobierno todavía no empezó (empezó el 25 de octubre, por si no te diste cuenta); hablo por lo que veo y lo siento y lo que veo y siento ya me revuelve las tripas y no pienso callarme; ah, y tampoco me vengan con que es una estupidez eso de estar en la "resistencia": yo nunca estuve en otro lado porque la poesía, que es mi oficio, es precisamente eso, resistir la miseria y la estulticia de este mundo y todas sus maquinaciones; 7) vuelvo a decir, por las dudas y por si no quedó claro, que lo que más quiero es estar sumamente equivocada, recontraremil equivocada y que nada de lo que yo creo que va a pasar suceda o suceda en su versión más piadosa. 
Hoy, dejenmé putear tranquila, carajo.

26 de agosto de 2015

Cinco años y contando

Días pasados, el 23 de agosto, se cumplieron cinco años desde que me vine a vivir sola. Esta ardua empresa, que para otros puede ser una situación de lo más normal y anodina, para mí, en su momento, fue una auténtica quijotada, algo que no estaba muy segura de lograr, algo que ni siquiera sabía cómo encarar. Había vivido siempre con mi padre: independientemente de que en algún momento haya tenido lo que se dice "una familia normal", lo cierto es que siempre viví con él. Irme de esa casa, con la que esta mañana he vuelto a soñar, fue el acto más heroico y de mayor valentía que enfrenté, hasta el momento, en mi vida. Fue un verdadero acto de arrojo, fue mi epopeya del coraje.
Puede sonar exagerado, pero no lo es. Viví siempre entre libros y algodones. Mi padre no permitió que me molestara ni la más mínima brisa nunca. Por miedo, por creer que era lo mejor, porque fue lo que le salió, ya no importa, el caso es que así como él no me soltaba por nada del mundo (siempre decía que yo era, valga la frase hecha, "la luz de sus ojos"), yo tampoco dejaba de aferrarme a las incómodas comodidades que me ofrecía aquella vida, tan pegada a él, tan pendientes (los dos) uno del otro, tan encima, molestándonos incluso. 
Hace cinco años llegué con la mitad de mis libros, mi cama casi a estrenar, mis cosas de cocina recogidas de por aquí y por allá y mi ropa a este departamento, cuyas estanterías se vieron rápidamente desbordadas y cuya cocina se llenó de inmediato de los olores y los sabores de la cocina casera, valga de nuevo la frase hecha. Hace cinco años que la vista de mi balcón no deja de sobrecogerme, con su cambiante cielo y su perpetua llama a lo lejos, vacilante a veces, fogosa otras, salvaje en algunas ocasiones. Hace cinco años que no dependo de nada ni de nadie que no sea mi propia persona, una utopía que nunca creí posible alcanzar (ni sobrevivir). 
Hace cinco años que me ocupo de todo lo que me tengo que ocupar, de todo lo que antes se ocupaba mi padre santo. Hace cinco años que dejé de decir cosas como "me pasás a buscar?", "me traés?", "me llevás?", "me comprás esto...?". Hace cinco años, también, que dejé de dar explicaciones, que dejé de avisar mi paradero y que me reporto sólo con ciertas personas en ciertos momentos y nada más. Hace cinco años que no negocio nada si no es conmigo misma y que me pliego a los planes ajenos sólo si coinciden con los míos y con mis ganas. 
Hace cinco años que soy, de algún modo, feliz. Salvo en esos momentos en los que pienso en todo lo que podríamos hacer y disfrutar mi padre y yo ahora, cada uno en su casa, cada uno en su lugar, cada uno independiente del otro, sano, contento y hasta optimista, como yo cuando arribé a este, mi pequeño hogar, hace ya cinco años.

Imagen: Analía Pinto (2010)

(Este texto es lo que mi gurú Julia Cameron denomina una "copa" y por eso quise compartirlo acá)

9 de agosto de 2015

Dormir tranquila

Domingo de elecciones, voto pantufla triste y crispado como dije en Facebook. Llegué como a la una y pico, casi dos, a mi casa, momento en el que almorcé, boludeé reglamentariamente en Facebook y al ver el tiempo tan espantoso que se ha ensañado con la ciudad de las diagonales, me fui a dormir la siesta, a pesar de que sé que eso luego incide en que a la noche me cueste dormir y mañana sea literalmente un parto levantarme a una hora más o menos decente. No importó. Me acosté igual. Hasta Catina vino a dormir la siesta conmigo.
Entonces soñé. Soñé con mi viejo. Será que ayer lo estuve recordando cuando fui a Buenos Aires, será que hoy también lo recordé mientras estaba en la cola más lenta del planeta... me acordaba de que en otras votaciones las mesas estaban divididas en mesas para hombres y mesas para mujeres y que yo siempre hacía rápido y él tardaba más... qué sé yo, esas cosas que piensa uno cuando no llevó un libro y su teléfono no es Facebook-friendly. En el sueño, yo estaba, al parecer, en mi vieja casa y él no llegaba. Tardaba. Tardaba y tardaba. Esta situación la debo haber vivido cientos de veces. Todas las noches él salía y volvía alrededor de las doce o así. Siempre lo mismo: yo escuchaba el ruido de su auto, un ruido que podía identificar entre los cientos de ruidos de autos que hay en una avenida importante como Calchaquí, luego escuchaba el ruido del portón y sabía que, a partir de entonces, todo estaba bien, porque él había llegado y entonces sí yo me podía ir a dormir tranquila, confiada, segura. Pero en el sueño él no llegaba y alguna parte de mí quería decirle a la parte que lo esperaba que ya no lo esperara, que él no iba a venir, que me fuera a dormir o hacer lo que estuviera por hacer porque era inútil esperarlo. Pero esto tampoco era posible y yo seguía esperando, con esa horrible sensación de angustia, inquietud, con el ánimo intranquilo y nervioso... Él no llegaba y yo no podía decirme a mí misma que tampoco iba a llegar. Así me desperté. Con esa sensación tan insidiosa de creer en el sueño que él todavía está y que va a llegar y que entonces yo me voy a poder ir a dormir tranquila. 

Imagen: Analía Pinto (2008)

1 de agosto de 2015

Tribulaciones de una bloguera

Desde hace unos días que me estoy preguntando por el destino de mis blogs. Es decir, ¿qué hacer con ellos? ¿Cuál es el sentido de tener tantos si al final no escribo en ninguno o sólo lo hago muy esporádicamente? 
Una vez más, volví a reflotar Poemas sobre Imagen, porque tiene un objetivo claro y es claro también lo que debo subir allí: un poema escrito a partir de una imagen, nada más, nada menos. Me he propuesto que el día de publicación sea el jueves y por si acaso me arrepiento dejé dos posteos programados. Bien, con Poemas... entonces no habría mayores problemas. El único problema, claro, es producir contenidos, pero dejando eso de lado, su función y su objetivo están claros y se cumplen. 
Ahora bien... ¿qué pasa con el resto? Dejé de publicar en Fauna Abisal sabe Dios por qué. Por la misma razón por la que dejamos de hacer cosas que nos gustaban de golpe y porrazo, imagino. No obstante, hay una razón para no retomarlo y es la siguiente: estoy trabajando en la corrección de todos sus posteos para transformarlos en un e-book. Mi idea es que esas reseñas circulen en un e-book que se pueda descargar y leer en cualquier momento. Cuando ello ocurra, le daré de baja para que sólo quede disponible el e-book (es decir, las versiones mejoradas y corregidas, claro). Si alguna editorial digital está leyendo esto y le interesa dicho material, que me contacte y lo charlamos (este es un posteo multipropósito, como puede observarse). 
Dejé de publicar en Nulla die sine linea tampoco sé por qué. A veces me gustaría retomarlo, a veces no. Creo que el problema allí es que ni yo misma supe muy bien qué quería hacer. Ese es el quid de la cuestión con los blogs, en mi opinión: si no se tiene un objetivo bien claro y delimitado el entusiasmo inicial decae y después es muy difícil sostener el proyecto. 
Dejé de publicar en The Violet Press porque ya no me dedico a la crítica teatral. Fue una linda etapa y también he pensado hacer un e-book con las críticas y quizás subirlo a Issuu. En ese caso, también daría de baja el blog o bien lo mantendría, para que no se caigan los enlaces... Esta puede ser una buena idea para que esas críticas también circulen un poco. 
Dejé de publicar en Rumiante porque... qué sé yo. Debería retomarlo: darle una lavada de cara, cambiarle el fondo, las fuentes y todas esas boludeces con las que tanto me gusta perder el tiempo y volver a mi faz combativa. Pensé esto cuando vi que alguien citó, en un paper presentado en un congreso, una de mis diatribas. Todavía tengo mucho para decir al respecto, pero en vez de ir y decirlo me lo guardo o lo digo fragmentariamente en Facebook. Ah, la Facebook-dependencia es terrible. Cuesta mucho redirigir los esfuerzos hacia otra parte cuando el gigante cara-libro nos ha atrapado. Debería aprovecharlo justamente para hacer bambolla de los posteos y no para encolerizarme fragmentariamente por allí. 
Dejé de publicar en Poematriz porque también fue una etapa. No me siento ahora en esa posición. No lo reflotaría. De hecho, creo que a este sí le daría de baja sin más.

Imagen: Analía Pinto (2015)

Y entonces llegamos a Curvas y Desvíos, donde precisamente estoy escribiendo esto. Éste es el blog que más me preocupa: quisiera remozarlo y a la vez quisiera fundar uno nuevo, uno que tenga más que ver con mi "realidad actual", sea esto lo que sea, pero a la vez me pregunto por qué fundar uno nuevo si, en realidad, todavía hay montones de cosas que me identifican en este blog y que sigo sosteniendo. ¿Quiero tirarlo porque lo fundé en una época ya muy lejana de mi vida, a la que no quiero volver? Es posible, pero ¿no es un poco drástico? ¿Y por qué no mejor, me digo, cambiarle un poco la onda visual y seguir poniendo todo lo que se me antoje acá? ¿Y por qué no, me digo también, volver a los posteos diarios o, por lo menos, establecer algún ritmo de posteos que permita cierta fluidez y continuidad? 
Tribulaciones de una bloguera: seguir o no seguir, remozar o no remozar, reiniciar o no reiniciar...

1 de julio de 2015

¿¡Todavía!?

No debería hacer esto. Debería hacer lo único que sé más o menos hacer: abrir un nuevo documento y escribir lo que, entre sueño y vigilia, pensé esta tarde después de releer la novela Engaño, de Philip Roth. Pero si hago esto y no aquello es porque vuelvo a preguntarme, por mil millón vez, ¿es posible que todavía pueda (y quiera) seguir escribiendo sobre esto? Y esto es, desde luego, lo mismo de lo que trata El depredador y su sonrisa y los quichicientos mil horrorosos poemas y las pequeñas prosas y prácticamente todo lo que he escrito: él. Siempre él. Una vez más, él. 
No es extraño, de todos modos, que la novela de Philip Roth, un escritor a quien amo, haya producido estos obscenos pensamientos: la novela consiste en la transcripción, sin intervención alguna del narrador, de conversaciones entre dos amantes (y algunas otras conversaciones conexas). Fue imposible (realmente im-po-si-ble) no recordar, no pensar, no añorar las conversaciones que tenía con él, en tonos muy parecidos a los del libro. ¿No es cierto que daría cualquier cosa por tener siquiera una de esas conversaciones de nuevo? Oh, sí, claro que sí. Aun sabiendo que no debo, que no es bueno, que para qué, etc. ¿No es cierto que el páramo sentimental en el que me encuentro propicia el viaje hacia el pasado más que cualquier otra cosa? Sí, lo es. 
¿Por qué, entonces, me pregunto, negarse a ello? ¿Qué gano evitándolo? ¿No sería mejor abrir ese documento y escribir lo que pensé hoy? Que, por supuesto, y en el colmo de la originalidad, no es otra cosa que hacer lo mismo que Roth: transcribir aquellas conversaciones que teníamos. Con mínima (o nula o muy sesgada) intervención del narrador. Por lo menos estaría escribiendo algo, no como ahora, me dice una voz no muy amistosa. Puede ser, replico, pero ¿de nuevo lo mismo? ¿Tengo más para decir? ¡Todavía! ¿No es como mucho ya? ¿No se suponía que con la novela esto quedaba zanjado? Y no, esto nunca estará zanjado, ya lo sabemos. 
Después de mucho buscarla, en el lugar menos pensado encontré la foto de la guitarra "con ojitos" y nuevamente supe que esto no se terminará nunca, ni siquiera en la tumba, como dice el bolero.


21 de mayo de 2015

Entrañas agitadas

Sí, otra vez. De nuevo. Esto que nunca sé cómo se llama y que sin embargo se ha esparcido en siete poemarios, innumerables poemas sueltos y una novela reescrita más veces de las tolerables, sigue insistiendo. Esto que aún no se calma y que ya debiera estar muerto. Muerto y enterrado y vuelto a morir y vuelto a enterrar, por las dudas. El amor Frankenstein, el amor perdición, el amor imposible, insensato e inaudito. El amor que no es amor, insiste. De algún modo, siempre logra infiltrarse y volver a poner frente a mis ojos la figura del único, del nunca nadie jamás, del hijo de puta más grande, del que ya ni siquiera necesita aparecer, decirme estupideces en un mail o provocarme en Facebook, para continuar con su santa tarea de destrucción. Esto, como la poesía, como la literatura, como la creación, insiste. Ya debería pertenecer a ese innominado sitio que, a falta de mejor nombre, llamamos "pasado", pero no hay caso. Se resiste a ser colocado allí (o en cualquier otro lugar). Se resiste a todo lo que no sea la consabida pleitesía. Se resiste a dejarme paz, como nos pedimos alguna vez. Esto que tendría que ser el fugaz recuerdo de algunos bellos momentos, se las arregla para ser siempre lo que viene a desestabilizar y revolver y agitar todo. En palabras de Safo, esto, una vez más, "ha agitado mis entrañas como el huracán que sacude monte abajo las encinas". 

Imagen: Analía Pinto (2015)
Y lo consigno porque no puedo creer que aún me suceda, que aún no sepa cómo manejarlo, que aún no pueda nada contra él, contra esto, contra la roca ígnea que acarreo en la psiquis, contra mi propia piedra de Sísifo, para seguir helénica. No puedo creer, no logro concebir que habiendo pasado tanto y tanto tiempo y tantos poemas y tantas páginas reescritas y tachadas y vueltas a escribir, esto siga apareciendo. Y así, en los momentos más vulnerables, desde luego, cuando la guardia está baja, cuando los vigías se distrajeron oteando el océano dorado e infinito y no hay nadie que me defienda. No tengo más remedio que entregarme, como me entregaba a él, cuando me decía aquellas hermosas novelerías que, yo sé, mi corazón (ese músculo rojo e idiota), todavía sigue creyendo ("no quiero morirme sin haberme casado con vos", "quiero tener una hija tuya", "nadie me quiere como vos"). Novelerías que ni yo misma me hubiera atrevido nunca a pensar, mucho menos a decir. Y sin embargo... Sin embargo, esto que debiera estar muerto y recontramuerto insiste. Persiste con afán y sin sosiego. Porfía, procura, brama. O es que no tiene morir o es que nunca podré matarlo.
O, más bien, que nunca querré matarlo.

26 de febrero de 2015

La génesis de una novela aún no terminada

Es de rigor aclarar que escribo esto más para mí que para los amables lectores, por lo que están dispensados de retirarse ahora mismo de este post, sin perjuicio alguno. Sin embargo, si alguien quiere saber cómo se gesta, cómo se escribe, cómo se vive una novela desde adentro, tal vez le interese quedarse y leer un poco. Desde luego, escribo todo esto acá porque tal vez, quizás, acaso, quién sabe, también termine utilizándolo para la novela, a su debido momento. 
La intención de este posteo es ordenar un poco el caos que es el cosmos en el cual se mueve todo escritor. Hay ideas que bullen y nunca se llevan a cabo. Hay ideas que surgen de golpe y en menos tiempo del que se necesita para enunciarlas ya fueron ejecutadas. Hay ideas que dan vueltas y vueltas y nunca cristalizan, quedan en esa eterna suspensión de lo no dicho o insinuado. Y hay ideas que nacen junto con la experiencia, con el pathos por el cual se está transcurriendo y se llevan a cabo no una ni dos sino varias veces, sin que su autor esté nunca satisfecho. Eso es lo que pasa con mi novela. 
Su primera versión o, por mejor decir, la protoversión de todo esto, nació hace 20 años al igual que la historia de la que trata de ser vehículo. 20 años atrás conocí al depredador, al músico lisérgico y fantasmal, al hombre fauno, al que me miraba con el catalejo de su invención y otros tantos apelativos que fueron jalonando mi poesía (y la propia novela) en todo este tiempo. Aquella tímida, insulsa e inoperante protoversión no era más que una apenas disimulada ficcionalización de lo que estaba viviendo entonces, llámese el deslumbramiento (y la decepción) más grande. Su título probable era Cebolla y ají y no pasó de unas dos o tres páginas escritas a mano con lapicera-fuente y tinta negra (he sido siempre una fetichista de la escritura). Era obvio que esa protoversión no iba a prosperar: no sólo los acontecimientos que narraba estaban sucediendo al tiempo que se escribían sino que su autora, vale decir, aquella yo de entonces, tenía apenas 20 años y muy poca idea acerca de cómo escribir nada, mucho menos una novela. No obstante, lo intentaba.
El tiempo pasó. Mi camino y el de mi depredador se bifurcaron y luego de algunos años de atisbarnos en las sombras, nuestros caminos se intersectaron de tal modo que ya nunca (o eso creía yo entonces) habrían de separarse. Se sucedieron escenas memorables, dignas de una película de Almodóvar, como siempre digo, y seis años después de aquel primer tímido intento sobrevino el segundo. Las cosas eran distintas ahora: lo que antes había sido sólo un anhelo, una fantasía, una fábula de mi imaginación inquieta basada en dos o tres signos equívocos ahora era una vibrante realidad (y resultaba que nunca había sido sólo producto de mi imaginación y que los signos equívocos eran bien elocuentes y yo los había decodificado correctamente). No sólo eso, el depredador y yo ya nos habíamos conocido carnalmente y seguiríamos haciéndolo durante tantísimo tiempo. 
Más aún, fue la lectura de una novela maravillosa, Nubosidad variable, la que me empujó a reintentar la empresa de escribir la novela de mis días o, parafraseando a Philip Roth, a escribir la novela de "mi vida como mujer". Animada por esa y otras tantas novelas amadas (como Miedo a volar de Erica Jong), aplomada en mi escritura por el paso de los años, la práctica asidua y mi paso por la universidad, me largué a escribir con todo y a punto tal que aparecieron personajes realmente ficticios, no basados en la trastornante carne de mi músico favorito, sino basados en la más pura nada de dónde salen todas las ficciones (esa nada que está hecha, desde luego, de vastas series culturales, lecturas, influencias, determinaciones, y nuestra propia psique). Los personajes ficticios de aquel nuevo intento, titulado Lía Daussen desaparece, cobraron vida y exigieron más protagonismo. La historia principal, la que yo tanto quería contar, la de ser la otra, la amante del marido de mi ex mejor amiga, seguía escurriéndoseme, negándoseme. No había caso, terminaba siempre tomando otros derroteros. Pero al menos comprendí que, si quería, podía crear personajes ficticios verosímiles y hacer algo con ellos.
El tiempo volvió a pasar y la idea de la novela nunca cejaba. Estaba siempre presente en algún cuarto de mi cabeza y mientras yo escribía cientos de poemas, relatos eróticos, editoriales, críticas teatrales, trabajos para la facultad, ejercicios narrativos de toda laya, ensayos y reseñas críticas, la idea de la novela estaba siempre ahí susurrando, despeinándome levemente con su brisa. Hubo entonces un momento decisivo, del que este blog fue testigo: me fui a vivir sola. Y una de las maravillosas cosas que trajo aparejado esto fue que, entonces sí, pude sentarme a escribir la novela. La novela que yo quería. La novela definitiva sobre mi historia con él, con el hombre fauno, con el músico lisérgico y fantasmal, etc. Todas las tardes, al volver del trabajo, prendía la compu y me ponía a teclear como loca. No sabía cómo hacerlo, no tenía mucha idea de cómo arrancar, menos de cómo seguir, pero sabía que todo lo que tenía que hacer era sentarme y escribir. Ya vendrían las aclaraciones, las iluminaciones, los súbitos cambios de rumbo, las decisiones de última hora, el título, la disposición de los capítulos, la existencia o no de capítulos, la apuesta por los diarios íntimos, las cosas que había escrito en otras circunstancias y con otros fines que ahora podían servir y tanto más.
Imagen: Analía Pinto (2015)
Así fue. A medida que escribía la novela se iba armando y desarmando, cambiando y transformando sola. Hubo momentos de risa al recordar cosas que ya había olvidado, hubo lágrimas en certeros y determinados momentos (pero se sabía que iba a ser así); volvió el ingente deseo, volvió el anhelo, quise volver el tiempo atrás y que todo fuera mágico como cuando él y yo... y tanto lo deseé y tanto lo profeticé y tanto lo escribí que en medio de la redacción él reapareció y yo me preguntaba, alelada, qué final iría a darle a la novela ahora y volvía a vivir en vilo y a sentir aquellos amados colmeneos y... pero, desde luego, no funcionó. Y la novela se siguió escribiendo, como pude, porque en medio de todo esto tan intrascendente sucedió lo impensado, lo que nunca creí que fuera a pasar ni yo estar lista para sobrellevarlo: mientras yo escribía la novela de mis días, el autor de mis días, el que me cuidó siempre como a una princesa, el que no soportó que me fuera lejos, mi fan número uno aunque nunca me hubiera leído, es decir, mi padre, falleció. Pero la novela, tras el duelo, tras el dolor, salió. Hubo una primera versión de Nunca nadie jamás, tal su pomposo título original.
Por entonces conocí a un escritor con el que nos intercambiamos textos para leerlos y comentarlos recíprocamente. Su lectura de la novela fue extremadamente detallada y extremadamente útil. Marcó todos los errores (y todos los aciertos), destacó las audacias, condenó los clichés, me hizo ver lo ridículo de algunas posturas, y, sobre todo, creyó en mi proyecto creativo. El verano siguiente tomé el ejemplar anillado de la novela que le había dado y leí detenidamente todas sus observaciones. Comencé a corregir con rigor, pues, como dice Abelardo Castillo vía Valery, corregir un texto es "una empresa de corrección espiritual" más que ninguna otra cosa. De esa corrección nació la segunda versión de Nunca nadie jamás, título al que estaba aferrada cual lapa al casco del Pequod y que, fiel a mi ascendente en Tauro, no pensaba abandonar jamás (pero lo abandoné, ya ven). 
Esta segunda versión fue leída por varias personas, incluido el principal protagonista masculino, aunque bien se guardó de ofrecerme su opinión. También fue leída por mi psicoanalista, a quien le estaba dedicada, pues sin ella nunca hubiera llegado a escribirla. Y asimismo fue leída por otro escritor amigo, con quien me une una profunda amistad y cuya opinión respeto sin reparos. Su lectura también fue extremadamente detallada y extremadamente útil. Pero pasó un año o quizás más hasta que me senté con la novela en el hermoso Big Sur y decidí cuál sería el próximo paso. El próximo paso fue, como bien saben, la reescritura total.
A ello estuve abocada buena parte del año pasado, dando por finalizada la nueva versión (ya la tercera de Nunca nadie...) en octubre. Había que dejarla reposar por lo menos tres meses, incluso más. Pero, como vi rápidamente, no hacía falta tanto tiempo porque esta nueva versión, que quiso mostrar otras cosas aparte de lo que se mostraba en todas las encarnaciones, no salió bien. Ni siquiera la salvó el cambio de título, nada. Al leerla este verano descubrí, con horror, que eso NO era lo que yo había querido hacer. Estos accidentes son frecuentes en la escritura y todo escritor debe esperarlos y estar preparado. No debe desanimarse, aunque es muy frustrante, y debe ingeniárselas para rehacer lo necesario o directamente hacer todo de nuevo... como estoy haciendo ahora.
No puedo asegurar que esta vaya a ser la versión definitiva de El depredador y su sonrisa pero sí puedo asegurar que estoy disfrutando enormemente, a pesar de ocasionales remembranzas y nostalgias de su risa loca, con su escritura. Estimo que siendo así, no puede fallar. Esta vez algo (y espero que algo hermoso) saldrá.

5 de febrero de 2015

Es extraño escribir

En el último posteo, el gran Abelardo Castillo nos decía: "Corregir, corregir mucho. Hasta poder decir: esto es lo que yo intentaba". Hoy, tras haber dejado pasar unos días desde que terminé la primera corrección de la novela, debo decir que el resultado todavía ni se acerca a ese "esto es lo que yo intentaba". No, definitivamente no, esto NO es lo que yo intentaba. Me encuentro en un estado de inquietud y desasosiego pronunciados. No veo de qué forma resolver todo lo que me resultó molesto, excesivo, escaso, no logrado, aburrido, esquemático (y un enorme etcétera que les ahorro) de la novela que no sea escribiéndola de nuevo. ¡Otra vez! ¿Te parece? dicen algunas voces por allí. 
Sí, me parece. Por lo que dice Castillo. Porque lo que yo quería mostrar (que ser una amante al comienzo puede parecer idílico, maravilloso y hasta encantador pero que al final resulta ser una verdadera mierda), con mi alma romántica y decimonónica siempre a cuestas, no se mostró. O no llegó a mostrarse. O apenas aparecieron unos tímidos atisbos por aquí y por allá. Porque lo que yo quería hacer, que era expresar vivamente ese tremendo contraste entre la realidad y la fantasía (hola, sí, ¿se encuentra madame Bovary?), ese estupor y desencanto provocados cada vez que la realidad hacía su hórrida aparición en el mundo de mi fantasía (hola, qué tal, quisiera hablar con Alonso Quijano), no fue logrado. No está o está muy levemente o quedó demasiado difuminado entre vaguedades diversas y otros condimentos que agregué pensando que así funcionaría. Lo triste es que no funciona. 
Alguien me podría decir que exagero, que no debe ser taaaan así, que seguramente mi terrible autoexigencia, mi sentido del deber, mis ganas de escribir como mis tótems literarios hacen que no pueda ver las cosas como son. También me podrían decir que en vez de angustiarme tanto podría darle a leer el borrador a alguien (de hecho, ya me lo han dicho), a un lector idóneo, para que opine incontaminado y con eso que yo no puedo lograr, la escurridiza objetividad (suponiendo que exista). Lo he pensado y no es una mala idea, pero como estoy tan disconforme con lo obtenido (en el crisol no encontré ni el oro ni la piedra filosofal, apenas los resabios de turbias sustancias) me da hasta vergüenza dar a leer algo que yo no considero medianamente terminado o cercano a lo que pretendía lograr. 

Imagen: Analía Pinto (2015) 

"Es extraño escribir" dijo una de mis escritoras francesas preferidas, Christiane Rochefort, y es cierto. Mientras escribía esta nueva versión de lo mismo y lo mismo (oops, qué buen título) estaba muy contenta con lo que iba saliendo, las cosas que se me ocurrían, la nueva disposición de las partes en pequeños capítulos, el hecho de haberles puesto nombre a los personajes, y mucho más (como puede leerse aquí mismo, algunos posteos atrás). Ahora, todo eso que parecían golazos se transformó en pelotazos en contra, uno atrás de otro, sin solución de continuidad. ¿De verdad soy muy hinchapelota o esto aún no ha hallado su manera de contarse? ¿Hay otro depredador y no logro ubicarlo? ¿Un nuevo intento será la solución o será mejor encarar otros proyectos de escritura y volver cuando las aguas de éste se hayan serenado un poco? No tengo idea. Pero seguiré buscando el sendero que me lleve a lo que yo quería lograr. Si para algo me sirve tener ascendente en Tauro es precisamente para insistir y perseverar hasta el final y más allá. Como aquel amor, o lo que demonios fuera.
Related Posts with Thumbnails