21 de mayo de 2015

Entrañas agitadas

Sí, otra vez. De nuevo. Esto que nunca sé cómo se llama y que sin embargo se ha esparcido en siete poemarios, innumerables poemas sueltos y una novela reescrita más veces de las tolerables, sigue insistiendo. Esto que aún no se calma y que ya debiera estar muerto. Muerto y enterrado y vuelto a morir y vuelto a enterrar, por las dudas. El amor Frankenstein, el amor perdición, el amor imposible, insensato e inaudito. El amor que no es amor, insiste. De algún modo, siempre logra infiltrarse y volver a poner frente a mis ojos la figura del único, del nunca nadie jamás, del hijo de puta más grande, del que ya ni siquiera necesita aparecer, decirme estupideces en un mail o provocarme en Facebook, para continuar con su santa tarea de destrucción. Esto, como la poesía, como la literatura, como la creación, insiste. Ya debería pertenecer a ese innominado sitio que, a falta de mejor nombre, llamamos "pasado", pero no hay caso. Se resiste a ser colocado allí (o en cualquier otro lugar). Se resiste a todo lo que no sea la consabida pleitesía. Se resiste a dejarme paz, como nos pedimos alguna vez. Esto que tendría que ser el fugaz recuerdo de algunos bellos momentos, se las arregla para ser siempre lo que viene a desestabilizar y revolver y agitar todo. En palabras de Safo, esto, una vez más, "ha agitado mis entrañas como el huracán que sacude monte abajo las encinas". 

Imagen: Analía Pinto (2015)
Y lo consigno porque no puedo creer que aún me suceda, que aún no sepa cómo manejarlo, que aún no pueda nada contra él, contra esto, contra la roca ígnea que acarreo en la psiquis, contra mi propia piedra de Sísifo, para seguir helénica. No puedo creer, no logro concebir que habiendo pasado tanto y tanto tiempo y tantos poemas y tantas páginas reescritas y tachadas y vueltas a escribir, esto siga apareciendo. Y así, en los momentos más vulnerables, desde luego, cuando la guardia está baja, cuando los vigías se distrajeron oteando el océano dorado e infinito y no hay nadie que me defienda. No tengo más remedio que entregarme, como me entregaba a él, cuando me decía aquellas hermosas novelerías que, yo sé, mi corazón (ese músculo rojo e idiota), todavía sigue creyendo ("no quiero morirme sin haberme casado con vos", "quiero tener una hija tuya", "nadie me quiere como vos"). Novelerías que ni yo misma me hubiera atrevido nunca a pensar, mucho menos a decir. Y sin embargo... Sin embargo, esto que debiera estar muerto y recontramuerto insiste. Persiste con afán y sin sosiego. Porfía, procura, brama. O es que no tiene morir o es que nunca podré matarlo.
O, más bien, que nunca querré matarlo.
Related Posts with Thumbnails