4 de agosto de 2008

Un desvío entomológico

Luego de tanto hablar de las curvas y de postear toda clase de imágenes sobre o de ídem, se me planteaba el desafío acerca de qué rayos voy a hablar hoy. Anoche veia en un programa de canal (á) al escritor y periodista Juan Sasturain diciendo que está bueno inventarse "mecanismos" o formatos que lo obliguen a uno a escribir todos los días. A inventar algo todos los días. Aunque él se refería a formatos como la columna diaria o el folletín, creo que los blogs tienen eso de bueno (y de malo también), en tanto uno pacte consigo mismo algún tipo de frecuencia más estable que postear "cuando se me da la gana" (diaria, semanal, quincenal...). Es en este contexto en el que me enfrentaba al desafío de qué hacer hic et nunc.
Y una vez más pensaba recurrir a las salvadoras alertas de Google, pero ya casi me parecía abusivo, por no decir que en los últimos días no he recibido nada digno de reproducir aquí... Podía también poner más poemas con curvas (con el riesgo de restar poemas para el próximo domingo) o bien seguir posteando imágenes... Feas salidas todas.
Así, de entre la maraña de mensajes que suelo recibir a diario, hoy apareció este, otra vez de la mano de Juan Blanco:

Todo su cuerpo es amor

Las bellísimas mariposas son el desarrollo adulto de un insecto cuya única función, llegado a este estadio, es la reproducción.
Hasta tal punto es así que muchos de estos revoloteantes animalitos ni siquiera tienen estómago ni modo de alimentarse.
Por ello, si son machos, mueren después de realizar la cópula y, si son hembras, después de la puesta de huevos.

Pilar Sancristóbal
sexóloga, en El Mundo, 2003.

Y entonces apareció el posteo, este posteo, la emoción de haber encontrado de qué hablar al fin, ya que amo las mariposas. Los insectos en general me parecen repulsivos (y fascinantes también por la misma repulsión que nos suscitan) pero las mariposas, las libélulas y las luciérnagas me parecen de los más bellos, e incluso creo que están un escalón más arriba que los demás (al menos en mi poética concepción del mundo), justamente por esta innegable cualidad de belleza intrínseca que los adorna. Hasta sus nombres son poéticos. O por lo menos musicales (li-bé-lu-la; lu-ciér-na-ga, es música pura!). Y sus existencias tan efímeras y el derroche de belleza y fantasía que pueden desplegar en apenas unos segundos, esos poquísimos segundos en que los vemos pasar...
Me maravillan, sin más. Me maravillaron siempre. Cuando era chica vivía en las afueras del conurbano bonaerense, en un lugar con calles de tierra (increíblemente, asfaltaron casi todas las calles de ese barrio hace algunos años, menos la calle donde yo me crié siendo muy chica, no más de 3 o 4 años), donde las mariposas de día y las luciérnagas de noche eran compañía frecuente (y esperada y buscada). Después la vida me mudó a uno y otro lugar y dejé de ver mariposas durante mucho tiempo.
Hasta el año pasado, donde las veía a cada momento, e increíblemente en lugares como la avenida Corrientes o la avenida Alem, no en deliciosos parajes campestres como el de mi infancia. Cada vez que me encontraba con una mariposa la seguía con la vista hasta que desaparecía y siempre las consideraba un buen augurio. Además, estaba viviendo un romance en el que las mariposas tenían una significación añadida, en especial cierta clase de mariposa, cuya imagen ilustra estos palabreos. Por otro lado, hubo también un augurio no del todo feliz relacionado a las mariposas: yo tenía un anillo en forma de mariposa, una baratija sentimental, que usaba casi todo el tiempo, y lo perdí o lo olvidé o vaya uno a saber después de una noche de amor, tras de la cual ¿todo se vino abajo? ¿todo empezó a desmoronarse? Algo así.
Y esto de las mariposas me trajo a la mente otra cosa (de ahí que haya titulado este post con la otra pata de este blog, los desvíos). Hoy alguien me preguntó cuál era mi película favorita. Le respondí que creía no tener una película favorita, pues en ese momento sólo se me ocurría citar la última peli que vi en el cine (Sex and the city) y alguna otra, pero nada más. Al ponerme a buscar imágenes y cosas sobre las adoradas butterflies (lo que nos lleva, desde luego, a una de las arias de ópera más bellas que existen, al menos para mí: la que empieza "Un vel dí vendremo...", cantada por Renata Tebaldi, por favor) salieron los títulos de dos películas españolas que si no llegan a la categoría de "películas favoritas", están muy pero muy cerca: una es La lengua de las mariposas (José Luis Cuerda, 1999), basada en tres relatos del escritor gallego Manuel Rivas, y la otra es El efecto mariposa (Fernando Colomo, 1995; musicalizada por Ketama, además). Ambas son películas entrañables y poéticamente hermosas: la primera en tono de tragedia, con la impagable actuación de Fernando Fernán Gómez, como el profesor de "ideas liberales"; la segunda en tono de comedia de enredos amorosos absolutamente desopilantes, fundamentados en el conocido "efecto mariposa" de la Teoría del Caos, el que puede resumirse, poéticamente claro, como: "el aleteo de una mariposa en Hong Kong puede desatar una tormenta en Nueva York".
Aquí encontrarán data sobre las mariposas, aquí sobre el efecto mariposa (incluída la peli) y aquí el diario del rodaje de La lengua de las mariposas. Ah, y si pueden leer a Manuel Rivas, mucho mejor aún.

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