Una vez más, gracias a las alertas de Google, acabo de enterarme que existe una tabla periódica de los elementos curvada. Sí, señor, "con todos los lantánidos y actínidos" (chiste simpsoniano) y las tierras raras (nunca supe por qué eran "raras") y los gases nobles (idem) y los metales pesados. Aún recuerdo la emoción de recorrer la tabla periódica convencional y encontrarme con ese festival de musicalidad palabreril (ya ven, he sido poeta desde muy pequeña): ahí estaban el estaño, el bismuto, el antimonio, el nitrógeno, el kurchatovio (les juro que existe un elemento llamado así, búsquenlo), el cromo, el zinc, el estroncio, el telurio (!!!), el bario, el berilio, el magnesio, el infernal azufre... Y todos rodeados de, para mí, extraños e indescifrables números (su peso atómico, si no recuerdo mal; su cantidad de moléculas o algo así) y con sus nombres abreviados... Ag = plata; Cl = cloro; H = hidrógeno... Algo todavía recuerdo.
Es que cuando era chica yo soñaba con ser bioquímica. Pues sí. Mientras otras niñitas soñaban con casarse y tener muchos niños, yo, la eterna rebelde, soñaba con trabajar en un laboratorio (incluso ya había decidido en cuál: en el laboratorio de YPF que se encuentra antes de llegar al Cruce Varela), rodeada de tubos de ensayos, mecheros Bunsen, erlenmeyers (¡creo que lo soñaba sólo por el sonido y la desusada longitud de esta palabra!), retortas y matraces... Soñaba con hacer algún descubrimiento trascendental o simplemente con investigar, comparar datos, extraer conclusiones mediante complicados y complejísimos experimentos.
Mi sueño se vio fortalecido por un regalo de los "reyes magos", a los diez u once años, no recuerdo ya. Los benévolos reyes, en pos de mi insistencia con querer ser "bioquímica" (y nótese que incluso ya había elegido, con toda determinación y precocidad, la especialidad que iba a seguir en mi carrera científica), me regalaron un juego de química. Así se llamaba, sí, señores. Consistía en dos tubos de ensayo "de verdad" (o sea, de vidrio), un pequeño mechero que funcionaba con alcohol, un implemento de metal para mezclar los diversos compuestos y... ¡maravilla de maravillas...! Un montón de tubitos de plástico con sustancias químicas dentro...! Las sustancias eran de diversos colores (recuerdo que el permanganato de potasio o algo similar era... ¡violeta! Mi all-time favourite colour!) y estaban debidamente rotuladas... ¡igual que en un laboratorio de verdad! Acompañaba todo esto una suerte de manual de experimentos donde se explicaba cómo combinar las sustancias y qué efectos se podía esperar. También explicaba, recuerdo, cómo conseguir "negro de humo". En ningún lado decía, eso sí, que esa sustancia violeta manchaba la ropa de forma absolutamente indeleble.
Pero mi sueño bioquímico no prosperó. Mi ya mencionada negación con la matemática impidió que una carrera de ese estilo fuera una opción viable para mí. Cuando al fin tuve Química en el colegio comprendí que no estaba hecha para eso: tan sólo me fascinaban los nombres (nunca comprendí, tampoco, cuál era la diferencia entre "química", "merceología" y "estequiometría", por ejemplo) y el hecho de combinar sustancias y ver qué ocurría, pero jamás pude desenredar ni la más sencilla de sus fórmulas ni aprender los rudimentos más básicos de esa ciencia. Sin embargo, la musicalidad de esos nombres me ha seguido acompañando y ahora celebro haber encontrado esta belleza de tabla periódica que aquí les comparto, vía Google alerts, vía Wikipedia:
1 comentario:
Recuerdo cómicamente también al kurchatovio. Dice Wiki que ahora es rutherfordio (antes kurchatovio y unnilquadio) por Ígor Vasílievich Kurchátov (1903-1960), un jefe de investigación nuclear soviética.
A mí me inspiró esto: “¿Y si en bismuto me muto y de cómo hacerlo escribo un "tuto"? idiotez que ya Twittee: www.twitter.com/DAM_GBA
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