No es un secreto para nadie que amo la música. Tampoco es un secreto, aunque lo fue durante mucho tiempo, que amé (y todavía amo, para qué engañarme) a un músico. (No pensaba incluirlo aquí, pero es inútil: él está aquí y yo estoy allí, por más que ahora estemos separados, quizá para siempre. O no, quién sabe. Podría haberme ahorrado este comentario, sólo necesario, quizá, para mi propia tranquilidad mental, pero en vistas de que los lectores de este blog son bien escasos, o, "un bien escaso" -quizá no, ojalá que no- pero que, en cualquier caso, son extremadamente silenciosos, me siento con libertad para no autocensurarme lo que podría tildarse de "mera referencia autobiográfica" comprensible sólo, tal vez, para la autora y destinataria de tal referencia).
Podría decirse que la música es tan importante para mí como la poesía. Comparten un mismo rango en mi sensibilidad, aunque cada cual ocupe su lugar definido: a la poesía la creo, la leo, la observo, la estudio, procuro desentrañarla, procuro aprehenderla, procura establecer coordenadas, paradigmas, esquemas, dispositivos para apresar su eterna e instantánea fugacidad; procuro también que me llegue más y más hondo cada vez, y procuro más aún, más todavía escribirla desde el fondo de las tripas (esas mismas que lo aman con tanta saña y violencia a C. A. H.); pero a la música me limito a la ilimitada y fabulosa sensación de disfrutarla. La dejo, como a un amante, él u otro, invadirme, inundarme ("dejarse inundar por la música" te escribí en una servilleta -una no black napkin- una vez, ¿te acordás?; servilleta que guardaste en el estuche de tu fagot -esta aclaración nuevamente innecesaria fue hecha sólo para usar dos palabras tan bellas como 'estuche' y 'fagot'), la dejo, decía, llenarme cada hueco o poro posible. A la música la dejo ser, sin intentar comprenderla, aprehenderla -menos todavía aprenderla- o estudiarla excesivamente. Me limito a escuchar, a percibir, a "recepcionar" (perdón por un verbo tan horrible pero viene bien), me limito a ser un vasto recipiente para que se vuelque en mí y haga de mí lo que quiera. Su música, la de Frank Zappa, la de quien sea que me agrade y cuya sustancia sea afín con la mía, es suficiente, no importa nada más. Ni siquiera con qué esté hecha.
La música, entonces, no podía estar ausente aquí (prometo subir más canciones con curvas y desvíos, aunque sea en el título, como la de John Petrucci aquí junto) y no lo estará. Hoy recibí en una de mis casillas de mail una excelente nota acerca, precisamente, de la música. Más exactamente, acerca de algunas patologías y "desviaciones" musicales, por así decirlo. Ya que el artículo es demasiado largo para postearlo entero, he seleccionado los párrafos en mi opinión más interesantes. Se trata de una reseña del libro de Oliver Sacks Musicophilia: tales of the music and the brain (Knopf, 2007). El artículo original (en inglés) puede leerse aquí y la traducción, completa, aquí.
Espero que lo disfruten tanto como yo.AP
El misterio musical (fragmentos)
"La música es tan ubicua y antigua en la especie humana, tan integral a nuestra naturaleza, que debemos haber nacido con la habilidad de responder a ella: debe haber un instinto de la música. Así como adquirimos naturalmente el lenguaje, como un asunto de nuestras dotes innatas, así la música debe tener una base genética específica, y ser parte de la estructura misma del cerebro humano."
"Sacks comienza su libro con un caso impactante, más bien literalmente impactante. Tony Cicoria, un cirujano ortopédico de cuarenta y dos años de edad, estaba haciendo una llamada telefónica a su madre cuando fue impactado en el rostro por un rayo. Inmediatamente después del evento pensó que estaba muerto, pero no recibió lesiones serias y regresó a trabajar unas pocas semanas después. Entonces, muy inesperadamente, experimentó unas intensas ansias de escuchar música de piano, algo que no había sentido nunca antes. Comenzó a escuchar música de piano todo el tiempo, nada le era suficiente. Entonces, poco después, empezó a oír música de piano en su cabeza, insistente y poderosamente; sentía la necesidad de escribirla, aunque no tenía ningún entrenamiento en notación musical. Pronto estaba enseñándose a tocar el piano, tocando las tonadas que le venían sin pedirlo, a todo momento. Tocaba el piano en toda oportunidad posible, llegando a causar distracción en su esposa. Él sufría de un mal caso de musicofilia súbitamente declarada, de algún modo desencadenada por las alteraciones cerebrales traídas por el rayo. Se había convertido, en realidad, en una persona completamente nueva, evidentemente, porque su cerebro había sido eléctricamente recableado."
"Sacks nota que los seres humanos no solo escuchan mucha música, sino que constantemente la imaginan; de modo que si los oídos no estén siendo musicalmente estimulados, uno puede autoestimularse musicalmente el resto del tiempo. A veces, voluntariamente producimos imágenes musicales, como cuando cantamos una canción para nosotros por el gusto de hacerlo, pero también podemos ser sujetos de una imaginería musical involuntaria. Todos estamos familiarizados con esa tonada insistente que recorre nuestra cabeza contra nuestra voluntad y nuestros gustos (Recientemente, por cerca de una semana fui presa del coro de la canción de Tom Jones, “She’s a Lady”, una canción que no me gusta y que desprecio).
Sacks llama a esas experiencia “gusanos cerebrales”, y el término es apropiado: las imágenes cerebrales pueden ser notablemente invasivas y fastidiosas, al subvertir nuestra habilidad de controlar nuestras propias vidas imaginativas. Se meten ahí y no hay manera de soltarlas. Ese es el caso “normal”, pero puede ponerse mucho peor en los casos anormales. Para algunas personas, las imágenes musicales imaginarias cruzan la línea hacia la abierta alucinación musical, con música estridente y no bienvenida que asalta la conciencia del aquejado desde el amanecer hasta el anochecer. Sacks describe varios casos de alucinaciones musicales, uno de los cuales, el caso de cierta señora O’C., de ochenta y ocho años de edad y ligeramente sorda, comenzó súbitamente escuchando canciones irlandesas de su juventud, tan alta y claramente que pensó que había dejado el radio encendido; las canciones se detuvieron sin razón aparente después de unas pocas semanas. Gordon B., violinista profesional, no podía detener sus opresivas alucinaciones musicales, pero podía controlar su curso, cambiando de un tema a otro. Generalmente, tales alucinaciones no fueron bienvenidas."
"Luego están quienes sufren de epilepsia musicogénita, donde las convulsiones son producidas por estimulación musical. Lo que es notable es que el estímulo puede ser extremadamente específico; solo particulares tipos de música provocan las convulsiones epilépticas —podrían ser canciones de Frank Sinatra. En estos casos, la sensibilidad musical no es un don sino una maldición: el cerebro musical perdiendo todo control, sin consideración del bienestar de su dueño. Quizá, especula Sacks, estos días haya demasiada música, con el advenimiento del sonido grabado; quizá el cerebro humano simplemente no puede lidiar con este grado de bombardeo musical, y desarrolla extrañas patologías como reacción. O quizá la música es solamente demasiado buena, en el sentido de su poder de penetración sicológica."
"También tenemos el fenómeno de la sinestesia musical, en la que notas particulares son asociadas con impresiones visuales: Sacks informa que para el compositor Michael Torke, por decir, Re mayor está asociada con el color azul, y Sol menor con el ocre. Se ha especulado que los infantes son naturales sinestésicos, con sus sentidos no completamente diferenciados, y que perdemos esta capacidad a medida que maduramos (al menos, la mayoría la pierde). Incluso puede ser que el talento musical esté más difundido de lo que creemos, porque el cerebro trabaja activamente para suprimirlo; cuando se libera la inhibición, la habilidad natural es libre de flotar.
La capacidad de la melodía para calmar, y la del ritmo para excitar, son obvias para cualquiera que tenga sensibilidad musical. La música está tan íntimamente conectada con la emoción y el movimiento que su poder puede ser aprovechado para producir ambos tipos de respuestas. Se sabe que la música excita la corteza motora incluso cuando quien la escucha realmente no se está moviendo, así de íntimamente vinculados están el oído musical y el movimiento corporal. Esta es la razón de por qué sentarse sin moverse durante un concierto va contra los impulsos de la mayoría de las personas. Con todo, el poder propulsor del ritmo, tan evidente en nuestra experiencia cotidiana de la música, es en realidad bastante enigmático. ¿Por qué la mera regularidad de un ritmo debería causar que el cuerpo se sacuda? ¿Cuál es la precisa relación entre la secuencia temporal de los sonidos escuchados y los movimientos de las extremidades y el tronco? No respondemos de ese modo al lenguaje y a otros sonidos, ¿por qué sí a los sonidos musicales?"
"Sacks escribe: Normalmente en cada individuo hay un balance, un equilibrio entre las fuerzas excitativas y las inhibitorias. Sin embargo, si hay un daño en el (más recientemente evolucionado) lóbulo temporal anterior del hemisferio dominante, entonces este equilibrio puede ser alterado, y puede haber una desinhibición o liberación de los poderes perceptivos asociados con las áreas parietales y temporales posteriores del hemisferio no dominante.
Esta es una teoría extremadamente intrigante, porque sugiere que el cerebro contiene un potencial no explotado que es liberado solo en condiciones inusuales. Con daños al hemisferio izquierdo, en el que el lenguaje está primariamente ubicado, el hemisferio derecho tiende a actuar por sí solo. La ceguera y la sordera pueden resultar en un acceso al logro musical, a medida que el cerebro se dedica a actividades diferentes a ver y escuchar. Los derrames pueden producir talentos encontrados por primera vez, precisamente porque desconectan los mecanismos inhibitorios del cerebro. La sinestesia podría estar rondando en todos nosotros, si nuestro cerebro no estuviera ocluyéndola todo el tiempo. Los genios pueden llegar a ser como son simplemente porque no tienen los circuitos cerebrales que le ponen bloques a las habilidades naturales que todos compartimos.
En otras palabras, el cerebro siempre está restringiéndose a sí mismo, haciéndose él mismo más lento, suprimiendo sus poderes naturales, todo con el fin de preservar ese precioso equilibrio. Quítese las estructuras abstractas racionales y lingüísticas, y las porciones suprimidas del cerebro podrán liberarse y florecer. En el caso de la música, puede ser que, a pesar de nuestra obvia musicalidad, musicalmente seríamos potencialmente mucho más de lo que parecemos, si tan solo nuestro cerebro musical no fuera mantenido bajo control por el resto de nuestro cerebro."
"La habilidad de cantar y bailar bien, en particular, sirve par atraer parejas, porque señala inteligencia, agilidad y cualidad emocional, aunque no siempre vaya junto con una propensión al compromiso de largo tiempo para criar a los hijos. Levitin conjetura que esta es la razón de por qué las estrellas masculinas del rock y su música son tan eróticamente atractivas, a pesar de las pobres perspectivas de tales músicos como esposos dedicados: ellos están aprovechando el poder primordial de la selección sexual a través del despliegue musical.
Desde este punto de vista, la habilidad musical inusual parece una ventaja evolutiva, a pesar de su rareza cuando se la considera puramente como una adaptación al medio ambiente. La razón de por qué somos una especie musical es que nuestro éxito en el juego del emparejamiento depende de ello. En ese respecto, no somos tan diferentes de las aves. El poder erótico de la música, tan tentativamente aludido por Sacks, es por tanto central a su prevalencia en la especie humana. ¿Por qué, después de todo, es la canción de amor la más popular forma de música en el mundo? Porque las canciones de amor tratan de la cosa misma para la que está diseñado el instinto musical: la selección de parejas."
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