Bueno, digo "arte" pero más modestamente quería decir, el posteo curvo y desviado de hoy. A pesar de tener otros materiales para presentarles, cosa que espero hacer en el transcurso de la semana, hoy preferí, nuevamente, tomar otro camino. Un desvío, claro.
Hace algunos días estaba leyendo los RSS de uno de los mejores blogs literarios que he encontrado hasta el momento, Hablando del asunto, y había, entre otras cosas, reportajes al compilador y a los autores de Uno a uno, una antología de cuentos ambientados en los 90, esa otrora década gloriosa, ahora nefanda y nefasta, demonizada y, lo que es peor, tan demonizable sin ayuda de nadie... En fin, a lo que iba es que uno de los entrevistados, me perdonarán que no recuerde quién, decía que una de las cosas que había podido hacer en los 90 era comer papitas Pringles. Como yo también fui una de las felices afortunadas que engulló las papas curvas, sonreí y seguí leyendo. Pero hoy, buscando materiales para este posteo in the afternoon, ya que la UNLP festeja sus 103 años en este día, me encuentro con esta noticia:
A la eternidad en una lata de Pringles
El creador del envase pidió que sus cenizas sean enterradas en una caja de papas fritas. Murió hace unas semanas.
SPRINGFIELD, Estados Unidos.- El hombre que diseñó el envase de las papas fritas Pringles estaba tan orgulloso de su invento, que hizo enterrar sus cenizas en uno de estos envoltorios.
El estadounidense Fredric Baur, originario de Cincinnati, murió el pasado 4 de mayo. Según trascendió hace unos días, los hijos decidieron cumplir el deseo del padre y pusieron sus restos en una caja que fue sepultada en el cementerio de Springfield.
Baur -químico orgánico y técnico de la industria alimentaria, especializado en investigación y desarrollo de control de calidad de la compañía Procter y Gamble Co- pidió la patente del envase curvo de patatas en 1966. Le fue concedida en 1970 y se retiró en los años 80, según información proporcionada por la compañía.
Según declaraciones de sus hijos Linda y Lawrence, el extinto exigió este tipo de entierro porque sentía mucha honra del diseño del envase, puesto que se trató del primer modelo para apilar las papas fritas curvas. Baur murió a los 89 años en una residencia de su tierra natal.
En http://www.lagaceta.com.ar/nota/275239/Informacion_General/la_eternidad_una_lata_Pringles.html así como la imagen que ilustra este post.
Por eso decía que el arte es unir de pronto dos ideas que estaban separadas: el envase curvo de las papas Pringles y la ominosa/luminosa década de los 90 se fusionaron instantánteamente en mi mente (con perdón de la rima interna) y me ofrecieron la oportunidad de recordar en este posteo qué hice yo en los 90. Si tuviera que resumirlo en pocas líneas, lo pondría así:
- comí papas Pringles, aunque nunca me terminaron de convencer;
- a los ponchazos, terminé el secundario (en el 93, pero tendría que haber terminado en el 91; no fui a Bariloche, pero me opuse férreamente a la provincialización de mi colegio, que a partir de entonces perdió toda su aura y dejó de llamarse "Colegio Nacional de Quilmes" para ser una simple "Escuela de Educación Media Nº 14", ajjj, nunca pude acostumbrarme);
- entre el 90 y el 95-96, aprox, salí todos los fines de semana, mayormente a recitales, mayormente a Cemento;
- tomé mucho alcohol; mucho quiere decir mucho;
- fui a todos los grandes festivales de rock, pero no vi ni a los Rolling Stones ni a los Guns N' Roses;
- vi a todas mis bandas favoritas: Megadeth (2 veces), Metallica, Sepultura (2 veces), Pantera, Black Sabbath (con Dio), Kiss, Faith No More, Ozzy Osbourne, Rollins Band, Suicidal Tendencies, Iron Maiden, Accept, Saxon, Motörhead y más bandas que ahora no recuerdo;
- entre el 90 y el 95 seguí a mi grupo favorito, Hermética, por todos los lugares que pude;
- cuando se separaron, comprendí que mi adolescencia (bastante estirada ya) había terminado y aunque seguí yendo a recitales, ya no fue lo mismo; poco tiempo después, abandoné la sana costumbre de ir a "agitar", "evitar el ablande" y "hacer el aguante";
- vi a Divididos cuando no lograban llenar ni la mitad de Cemento;
- idem Babasónicos;
- compré muchas revistas importadas, las cuales fueron debidamente tijereteadas para adornar, del techo hasta el piso, las paredes de mi habitación;
- fumé algunos porros, sin demasiado éxito;
- compré muchos CDs originales, que con el tiempo vendí, regalé o cambié por otros y que ahora, por la magia de Internet, recuperé con creces (a veces demasiados creces);
- me vestí íntegramente de negro durante la mitad de la decáda;
- usé tachas, cadenas, alfileres, cintos y campera de cuero, púas, zapatillas y jeans chupines hasta para la fiesta de fin de año del colegio;
- escribí mucha, mucha, mucha poesía;
- leí desaforadamente;
- pené un amor imposible varios años;
- conocí a mi verdadero amor, tal vez más imposible que el anterior, en el 95;
- fui madre por una hora, en el peor año de todos, el 99;
- compré platos franceses, vasos checoslovacos, fideos italianos, chocolates alemanes (posta);
- tuve mi máquina de escribir eléctrica, verdadera emoción entre los dedos, luego de la vieja, dura y pesada Olivetti;
- salí a festejar Italia 90;
- entré a la facultad en el 97 (todavía no salí de ella);
- putié mucho al innombrable (ya saben quién, no me hagan nombrarlo por dió);
- vi a Brandford y Wynton Marsalis en un arranque de buen gusto;
- admiré a Enrique Symns;
- le regalé un poema a Omar Chabán, quien nos dejó entrar gratis a Cemento años enteros (sí, Raúl Villarreal siempre fue su mano derecha);
- fui a la inauguración de Die Schule, otro antro de Chabán, donde tocó Divididos y conocí a Marcelo Pocavida;
- fui a Ave Porco, un lugar fabuloso;
- decidí que la poesía y la literatura eran lo mío, aunque creo que esa decisión era anterior a mí incluso;
- besé por primera vez a mi verdadero amor imposible en ese mismo nefasto año, el 99;
- soñé mucho, activé poco;
- participé por primera vez en concursos literarios, con moderada repercusión;
- compré muchos pero muchos muchos muchos libros (siempre saldos y ofertas o usados);
- amé a Roberto Arlt, a Julio Cortázar y a Manuel Puig, los primeros autores que vi en la facultad; a Borges ya lo amaba de antes;
- conocí a mi actual mejor amiga;
- traicioné a mi anterior mejor amiga (a quien volví a ver, fugazmente, el año pasado);
- fui a ver a Los 7 Delfines, una de las mejores y más desconocidas bandas argentinas;
- fui a ver a Durazno de Gala, idem;
- empecé cuentos, novelas, narraciones que nunca terminé;
- descubrí a mis padres nutricios en la poesía: Charles Baudelaire y Alejandra Pizarnik;
- me deprimí mucho;
- viví de noche durante una temporada (evitaré el chiste fácil de: "en el infierno"; Rimbaud fue, justamente, un descubrimiento de esos años, pero su influjo en mí no ha sido tan poderoso y perdurable como el de Baudelaire);
- descubrí a César Vallejo, a Roberto Juarroz, a Alberto Girri, a Oliverio Girondo... y sigue la cuenta, como con las bandas;
- tomé vodka (mucho; la botella de Moskovita Moskovskaya estaba escondida en mi ropero y cuando se terminó fue reemplazada por otra y otra y otra);
- tomé Campari anhelando dar besos con ese gusto dulce y amargo a la vez, cosa que sólo logré hacer en la decáda del ??? (como leí en los mismos RSS de Hablando del asunto, esta década, la que estamos transitando ahorita mismo no tiene nombre: ¿la del cero cero? ¿la del 2000?);
- pasé muchas noches olvidables y algunas pocas buenas;
- engordé muchos kilos, bajé más de 15 entre el 95 y el 96, volví a engordar al finalizar el primer año de facultad, bajé de nuevo y volví a subir en el 99, con el embarazo;
- lloré mucho;
- rabié mucho;
- hablé idem;
- callé otro tanto;
- disfruté todo lo que pude pero, la verdad, creo que podría haber disfrutado un poco (o mucho) más.
Y ustedes, lectores queridos, ¿qué hicieron en los 90? Cuenten, confiesen, nadie está libre de pecado.
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