23 de junio de 2009

Llegó el invierno curvo (o el curvo invierno)

Queridos leyentes de estos devaneos curvos y desviados: heme aquí de nuevo con ustedes para regalaros una nueva curva desviada por la inquieta chica rumiante que me habita. Nunca ausente, pero en estos días algo alejada, vuelvo hoy, para anunciar, con algo de atraso, el comienzo del invierno. Si bien es una estación que detesto y que despierta en mí los más feroces deseos de tirarme a dormir bajo una pila de frazadas y asomar mi nariz sólo cuando la primavera se haya anunciado en toda su plenitud, este invierno parece ser ligeramente diferente de otros inviernos menos felices y, en consecuencia, y una vez más, gracias a San Google, aquí les traigo una curiosité digna de ser compartida.
¿Saben ustedes qué es un petroglifo? Para decirlo rápidamente, es una piedra tallada. Pero no una piedra tallada cualquiera, si no una piedra tallada propia de los pueblos prehistóricos (me abstengo aquí de comenzar una diatriba acerca de la injusta denominación "pueblos prehistóricos" como si los hombres de Neanderthal o el visionario que pintó las cuevas de Lascaux y Altamira y otros tantos, no tuviesen "historia"; precisamente, hallazgos como el que veréis a continuación son un mentís a dicho aserto). Me fascinan desde muy pequeña todas estas cuestiones que revelan nuestros orígenes, que nos hablan de otros tiempos, otros espacios y, fundamentalmente, otras cosmovisiones, otras cosmogonías. Otras maneras de ver, concebir y entender el mundo. Casi casi, otros mundos.
Así, una alerta de Google me ídem acerca de un fascinante descubrimiento (y qué descubrimiento no lo es, me pregunto ahora, incluso el más triste, lastimoso y deplorable descubrimiento tiene su componente fascinante) en tierras de Galicia. Como probablemente sabéis, dignos leyentes míos, el pueblo galego no es, ni por casualidad, tan "bruto" o tan "tosco" como lo pintan. No hay más que pensar que es de allí, según se cree, que descienden los celtas, con cuya música tanto nos maravillamos y otros pueblos que fueron a asentarse precisamente fuera de Britannia... y también se esparcieron más allá, hacia la actual Polonia, y prueba de ello es la ciudad de Galitzia... Pero me voy de tema. A lo que iba es que en Amoeiro, un pueblo gallego, descubrieron "una roca única en Galicia para los investigadores, pues tiene el mayor número de grabados pétreos de pies (once 'petroglifos podomorfos'), y formas de herraduras, pequeñas cuevas o 'cazoletas' y círculos concéntricos."
Pero no sólo eso descubrieron allí, sino también dólmenes, castros, pazos y hasta "un petroglifo en forma de pez, grabado en el interior del 'abrigo de A Zarra', [que] marca el inicio del solsticio de verano; mientras que el llamado 'abrigo do raposo' marca el solsticio de invierno, ya que el sol coincide con un grabado curvado en los últimos días de diciembre."
¿No se dispara vuestra imaginación hacia no sé qué confines al pensar en el primer hombre que descubrió que en determinado día del "año" (o como ellos lo designaran) el sol se colaba de una manera especial por entre esas -y no otras- rocas y que ello podía ser utilizado como una marca en el fugaz e irreparable paso del tiempo? ¿No mueren de saber qué pensaba ese hombre o qué le dirían los demás o cuál sería su rango dentro del clan o la tribu? ¿No matarían por estar allí en el momento en el que se realiza ese descubrimiento o en el momento en el que se decide dejar asentado en la piedra algún otro acontecimiento semejante?
Preguntas para arrancar un invierno que promete ser, al menos, movidito.

3 comentarios:

Leo Mercado dijo...

¿Cómo no comentar este post? Máxime preguntándome a diario el por qué de tal o cual cuestión, el para qué y el cómo de tal otra. Llevo largos años sosteniendo el intento de dilucidar, o al menos de aproximarme lo mayor posible a la dilucidación, este tipo de cuestiones sugeridas en las palabras de tu post.
Hay tres preguntas que me surgen, inevitables: ¿qué?, ¿cómo? y ¿para qué?, y que forman parte del intento por resolver lo que, en esa medida de nuestro tiempo, es el pasado.
Me resulta particularmente imposible olvidar aquella tarde de invierno, hace muchos años ya, en medio de esa selva salteña repleta de descubrimientos esperándome. Esa tarde en la que mi novato cucharín dibujó el contorno de una enorme escudilla indígena. No puedo olvidar ese sudor envolvente que me cubrió entero. La euforia. La fascinación. Aquel encuentro a destiempo…
Una situación similar se desató un tiempo después en la helada puna, lugar de fríos medulares. Ahí pude entrar en contacto no sólo con el pasado, con los objetos del pasado, con aquel registro del paso del tiempo, sino también con ese hombre creador, manipulador de lo natural, del cielo y de la tierra. No sé si yo lo descubrí o fue él quien se percató de mi presencia. Lo cierto es que estuvimos cara a cara por no sé qué espacio de tiempo de reloj. Él tenía aproximadamente 1.500 años de edad; yo, por el momento era un simple mortal.
Las preguntas de entonces, las de los días que se sucedieron desde aquellos momentos, las preguntas de hoy y las de mañana…
¿Qué?, ¿cómo? y ¿para qué? …nos siguen latiendo.
Y en eso estamos, tratando de que lo incierto siempre nos depare una sorpresa, un cosquilleo, una inquietud que nos permita acrecentar la bola de nieve, que acumula, por suerte, muchas más preguntas que respuestas. Y eso es lo que nos mantiene en la senda.
Abrazos!

PD: Perdón por tanta cháchara, pero me resultó imposible contenerme.

erker dijo...

ANALIA, soy erker de maldita ginebra... ayer comentabamos que nos encanta tu escritura con urrus y otros ginebreros, muy bueno tu blog... esperamos tenerte mas seguido. un beso

mariarosa dijo...

Interesante nota Analía, cuantos misterios aún nos rodean, gracias por compartir tu descubrimiento.

María Rosa

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