25 de agosto de 2009

La curva de la insistencia (o los fantasmas del pasado tornan a reaparecer incesantemente...)

Los fantasmas del pasado se obstinan en reaparecer. Insisten. Insisten como insiste mi poesía, tan porfiada como yo misma. Porque la poesía no es sólo testamentaria sino que es, también, la manifestación de un fracaso. Uno ha querido decir amor y ha dicho otra cosa. Uno ha querido decir casa y lo que en realidad dice es, siempre, otra cosa. Lo mismo pasa con toda la comunicación humana. ¿Cómo podría haber transmitido hoy mis tironeos, mis propias contradicciones, mis avances y retrocesos? ¿Cómo dar cuenta de esos cimbroneos si el lenguaje no nos deja (pero qué otra cosa tenemos...)? Porque el lenguaje es fascista, ya lo dijo Rolito. Es un fascista puro, que no admite desobediencias. Una vez que entramos en su éjida, no hay forma de salir de él ni de decir ninguna otra cosa que no sea la que él quiera. Y los fantasmas del pasado (lo digo en plural porque queda mejor, a pesar de que es uno y sólo uno) tal vez querían decirme otra cosa y yo he entendido esta otra. Y yo también tal vez quería decirles otra muy distinta de la que finalmente les dije y así se va tejiendo el perfecto malentendido que es el amor (y todas las relaciones humanas).
Pero a pesar de la tiranía cruel del lenguaje (no más cruel que otras ejercidas por manos lo suficientemente tibias como para derretir cualquier resistencia) el poeta logra vencer. Es decir: logra decir algo, que es su único triunfo, aunque no sea lo que él (o ella) quería decir. Ella quería decir hoy podría haberte matado y terminó despidiéndose de quien ya se había despedido. Él quizás quería consolarla o seguir burlándose de ella y terminó confesando sus viles crímenes. Y ¿cómo no caer en esta maravillosa trampa / red / malla /jaula /reja que es el lenguaje? ¿Cómo evitar las palabras, esos vagos signos que sin embargo pueden designar a la persona amada, o a su espectro, ya poco importa? ¿Cómo romper con las palabras, con las perras negras cortazarianas, con la filita de hormigas trabajadoras e incansables que se baten contra nuestros oídos cada día? ¿Con qué otra cosa combatirlas sino con más palabras? ¿De qué asirse, cuando ya no hay nada más de que asirse?
Porque yo nunca es yo y es sólo yo respecto a un tú, un tú que sólo será yo si tiene a su otro tú a mano... Porque yo es una forma vacía, un vestido viejo colgado en el ropero que se llena momentáneamente de materia cuando alguien lo viste, cuando alguien dice yo, pero que queda inmediatamente vacío al momento siguiente, hasta que alguien vuelve a llenarlo y así... Y así como el amor, yo y tú y él nunca están donde se supone que debieran estar, son más fugaces que la fugacidad misma, enloquecen a la poeta con su vibrátil permanencia impermanente e impertinente, la vuelcan hacia las furibundas prosas de la sinrazón, le exigen indecencias e insensateces que ella comete con admirable altivez pero también con gran alevosía... Ni yo ni tú ni él están nunca donde deben estar. Tampoco el amor. Menos la poesía, que siempre está más allá.

Adendda: una frase de Horacio Quiroga (me pongo de pie, pues es uno de mis maestros) que, aunque no venga, en apariencia, al caso, resume mucho de lo que pienso actualmente (y pido disculpas por lo críptico de este posteo, si salió como creo):

"Porque en la alianza de Enid y Wyoming no había habido nunca amor. Faltóle siempre una llamarada de insensatez, extravío, injusticia -la llama de pasión que quema la moral entera de un hombre y abrasa a la mujer en largos sollozos de fuego-." (en "El espectro")

1 comentario:

Leo Mercado dijo...

Los fantasmas, la mayor parte del tiempo, no son más que nuestros otros yo despintados, velados. Uno juraría que tienen una existencia física probable, porque incluso es posible confundirlos con personas reales, de carne y hueso, con nombre y apellido. Pero en realidad habría que asumir, alguna vez, que la mayoría de nuestros fantasmas son exorcizables a partir de la posibilidad de ajustarlos a la norma (sí, cruel, si UD. quiere) de la palabra (y aquí entra indefectiblemente esa maraña que es el lenguaje); esto es, de dotar de asiento a la cuestión. La palabra es útil para insuflar cosmos al caos, para que el mundo tenga cierto sentido estético, cierto orden de continuidad.
Quiero decir, si los fantasmas aparecen, ordénelos, clasifíquelos, numérelos incluso, si es necesario; dótelos de sentido, asúmalos. De esta forma, cualquier conjuro es más efectivo.
Besos!

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