28 de marzo de 2010

La curva de la inseguridad

Algunos ya lo saben, pero otros quizás no: anoche me robaron. Estimo que más de uno me dirá "bienvenida al club" e incluso "bueno, ya era hora de que te pasara", lo cual, más allá del chiste, implica un grado de acostumbramiento espeluznante a este tipo de sucesos. Por empezar, a nadie deberían robarle nada (pero qué podemos decir al respecto en un país donde se robaron no ya millones de dólares sino miles de personas por tener ideas ligeramente "diferentes" o defender lo que ellos creían una causa justa...?). Para seguir, en caso de que igualmente alguien pudiera ser robado, tendría que tener o bien la posibilidad de recuperar sus pertenencias, por exiguas y modestas que sean, o bien tener la posibilidad de ver tras las rejas a los autores del hecho. 
Pero no.
Ni una cosa ni la otra. 
Está bien: todo lo que había en mi bolso (fucsia rabioso, con un prendedor amarillo que decía "Attitude is everything", con lo cual ahora me pregunto si realmente la actitud lo es todo...) lo puedo recuperar, renovar, suplantar. Puedo tramitar de nuevo el documento, puedo cambiar la cerradura de la puerta de mi casa, puedo volver a comprarme el libro sobre Borges (Enrique Pezzoni, lector de Borges, por si alguien lo ve tirado en alguna esquina bernalense...), puedo recuperar mi infaltable e infalible guía T, puedo reponer todo el kit de supervivencia femenina que tenía en mi neceser, puedo suspender las tarjetas hasta que tramite las nuevas... Puedo incluso comprarme u obtener un nuevo teléfono, con más prestaciones incluso, pero... ¿y los cuadernos con mis páginas de la mañana y con los poemas que estaba escribiendo en los talleres y cursos que estoy haciendo? ¿y la libretita con otros poemas y comienzos de cuentos que no había pasado todavía a la PC confiando en ese idílico futuro en que tendría tiempo para hacerlo? 
¿Qué puede hacer un vil ratero, un imbécil, un estúpido marca cañón (no es negocio robarle a una escritora, pelotudo!), con eso? ¿Qué rédito puede sacar? No tenía más de 40 pesos y el celu (mi querido Rokr w5, con mi música favorita dentro, fotos que aún no había podido bajar y mensajes de texto que guardaba por diferentes razones...). ¿Cuánto puede valer en el mercado negro un teléfono con dos años de uso, bastante baqueteado ya? Pero bueno, ya sé, esto no interesa. Lo que nunca voy a poder recuperar son los poemas y los textos que estaban en mis cuadernos. Eso es lo que verdaderamente me duele. Todo lo demás, se recupera, se cambia, se repone, se hace de nuevo. Pero la palabra escrita no. Mi palabra escrita no. 
Y aquí agrego: y quién me saca el susto ahora, y cómo vuelvo a salir a la calle sin el temor-temblor de que me vuelva a pasar lo mismo, y qué recaudos tomo, y ¿es cierto entonces que ando tan distraída por el mundo?, y tanto que me jodía mi viejo con que si me pasaba algo, al final me pasó con él al lado y no pudo hacer nada para evitarlo, en dónde me voy a sentir segura ahora entonces, y así sucesivamente. 
Pero así y todo, y como un pequeño triunfo sobre la porca miseria de esos tres imbéciles, de esos tres des-educados, de esos tres que creen ser los victimarios y no ven que son también las víctimas, de esos tres que se deben estar riendo de todas las pelotudeces que una poeta puede guardar en un bolso, pude recordar uno de los poemas que había escrito ayer mismo y que había estado corrigiendo junto a alguien que es cada vez más especial para mí (y por eso más bronca me daba haber perdido los cuadernos). Cuando la palabra escrita se esfuma, por la razón que sea, todavía queda un recurso más: la memoria. Borges lo sabía y por eso en sus últimos años se dedicó a escribir sobre todo poesía y textos muy cortos, para poder dictárselos a alguien en medio de su amarilla ceguera. Así, como un mentís y una demostración del único coraje que tengo, que es el de la palabra, y como una forma de decir esto no me lo pueden robar nunca, comparto con uds. ese poema arrancado del fondo de la memoria, invencible, invulnerable, triunfante: 

DESEO

Abrir los ojos y que estés ahí
Cerrar los ojos y que sigas ahí
Encontrarte donde menos lo espero
Perderme
en la crueldad hermosa
de tu dominio

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