22 de marzo de 2010

La curva más peligrosa

¿Cuál es la curva más peligrosa de todas? ¿No es el amor? De pronto viene uno volando en picada o planeando con más gracia que un águila o flotando en la mismidad del aire como un colibrí y ¡bum! Lo bajan a uno de un hondazo, lo tiran de un cachetazo, lo hacen rodar por los aires y por los suelos todo junto. ¿Es el ser amado el que nos propina semejante contratiempo? No, es nuestro psicoanalista. 
Pero la reflexión igual nunca está de más (uno se dice eso para seguir justificando el gasto semanal, se entiende). Está bueno, a pesar de los enojos diferidos (porque el lunes que viene ya me habré olvidado de esto y hablaré de otra cosa y nunca mencionaré el cabreo, como dirían los españoles, que me agarró post-sesión hoy), y está bueno también que sirva como punto de partida para un posteo... Qué sé yo, me sigo diciendo todo esto para no ir hasta el Colegio de Psicólogos o la Asociación de Psicoanalistas Argentinos y denunciar a la mía por meter el dedo en la llaga, hacer las preguntas que no tendría que hacer y pincharme donde más duele, ay. 
De cualquier manera, es inútil enojarse. El psicoanalista no es el padre ni la madre y uno siempre termina haciendo lo que quiere, lo que puede, lo que le sale. Entonces, si mis actitudes no son las que se supone que deben ser las de una mujer que se las aguanten. No me sale. No puedo ser pasiva y tranquilita, no puedo poner cara de mermelada cuando ardo por dentro o cuando quiero tanto algo que no paro de maquinar estrategias para conseguirlo. Lo siento. No soy así. Y no, en realidad, no lo siento nada. Que se jodan los que creen que las mujeres deben ser siempre un pan con manteca, un pañuelito de papel tissue, un bocado suave y tentador y nada más. Habemos mujeres que no somos, que no podemos, que no nos sale, que no queremos ser así. Y avasallamos. Atropellamos, avanzamos a codazos y empujones. No nos detiene nada, nadie. La moral se nos va al carajo. Rompemos con todo. No paramos hasta que nuestro objetivo se cumple, así tarde un día o cinco años. 
Entonces, volviendo a mi pregunta inicial: ¿no es el amor la curva más peligrosa? Lo es, pero también es la única que vale la pena tomar aunque nos estrellemos y volemos por el aire un millón de veces. 
Todo esto surgió a partir de esta nota y esta foto, más mi enojo post-psicoanalítico del que ya deberé rendir cuentas ante el sagrado tribunal de Freud-Lacan, supongo...


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