21 de marzo de 2010

Otoño 2010

Ha llegado el otoño. Aún no se lo siente tanto, pero los días ya han empezado a acortarse, por las noches refresca, los pies reclaman su par de medias finitas para dormir. Llegó el otoño, mi estación favorita del año, cuando suelo estar o perdidamente enamorada o perdidamente desesperada, penando por lo que fue o lo que no fue o lo que pudo haber sido y tampoco fue. ¿Cómo me encuentra, entonces, este otoño 2010? Me encuentra felizmente azorada, sorprendida, maravillada, a apenas un paso de decir "bueno, sí, qué tanto, estoy enamorada". No lo digo aún por decoro, porque es muy pronto, porque no sé, porque me asusta, porque es muy fuerte, porque hay días que no lo creo y sostengo que no puede ser, porque es complicado, porque ¿la historia se repite?, porque no sé qué pasará, porque he vuelto a escribir, porque aún no escribo lo suficiente, porque no quiero asustarlo, pero él lo sabe y yo lo sé y los dos sabemos que lo sabemos, porque sí, porque no, porque qué sé yo y yo qué sé... No lo digo porque aún no lo puedo creer. 
Pero lo que sí puedo creer es que el pasado, ese pasado del que tantas muestras he dejado en estas bonitas y curvas páginas, ha quedado exactamente allí, en el pasado. He dejado atrás a mi dios del Olimpo, a mi músico narcótico y fantasmal, a mi único vendimiador posible. He terminado con la univocidad, ese cáncer del alma para mi vida y mi escritura. He concluido un período de duelo y planto, he finalizado con toda un aura que nunca creí que fuera posible abandonarla. Se cerró el capítulo, el largo, el larguísimo, el casi casi interminable capítulo "I." en mi vida. Ya no había nada más que decir, por eso los poemas tampoco venían. Ya nos habíamos dicho todo (y si faltaba algo, seguro que ya no tiene importancia o se hubiera dicho). Ya no había nada allí donde antes florecieran las maravillas más estremecedoras, donde la poesía y la música se hicieran dueñas de todo, donde ni un recoveco del alma podía permanecer indiferente a su belleza, sus dones, su magnífica creación.
Son otros los vientos que ahora vienen, con otoñal risa, a despeinarme. Es otro el color de los ojos que me miran y que miro. Es otra la piel y seguro que es otro el sabor. Y ya no importa que sea otro dios del Olimpo o un ser humano común y silvestre (pero desde luego, no es común y mucho menos, silvestre). Ya no importa todo lo que antes importaba, porque es todo nuevo, aun cuando algunas situaciones parecieran repetirse. Pero ni siquiera. No hay dejà-vu. Es todo nuevo. Es todo excitación, nervios, ardorosos retorcimientos de la médula espinal, bruscos cambios de ritmo en el acompasado bombeo del corazón, súbitos vaivenes en la marcha, alteraciones violentas en la respiración. Es otra voz la que me insta ahora, la que me ayuda a volcarme en el papel, la que me parte con su aire. Es todo otro. Y, mejor aún, yo soy otra también. Clara, distinta, diáfana, como escribí en algún poema hace mil años, cuando aún distaba mucho de ser todo eso.
Por eso celebro la llegada de este otoño y aguardo con auténtica fruición sus primicias, cada una de las hojas que ya se cayeron o que están a punto de caer, cada una de las flores que nacerán y morirán en cada esquina, cada uno de sus vientos, de sus brisas y, más aún, cada una de sus amarillas noches.


Imagen: Mary Dineen

2 comentarios:

casa da poesia dijo...

...qué es poesia?!...

salud!

Lisarda dijo...

La mejor estación! Y la mejor luz, entre dorada y cenicienta.

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