21 de abril de 2014

El diario íntimo, el blog, las páginas de la mañana

Vale decir, todos esos lugares donde el escritor no estaría haciendo ficción, sino relatando los avatares de su existencia mortal. Que son tan anodinos como los de cualquiera otra existencia mortal, pero, ah, él siempre sabe cómo contarlos para que parezcan interesantísimos, insoslayables, únicos y dignos de ser recordados. Todas esas páginas en las que el escritor escribe, pero no escribe, terminan siendo, muchas veces, las más interesantes de todas. ¿Quizás porque allí se revela la verdad (o un mínimo fragmento/atisbo de ella)? ¿Quizás porque vemos al escritor sin sus máscaras, sus personajes, sus juegos? Pero esto también es un juego, acá también hay máscaras (dónde no las hay, me pregunto), hay personajes y todo. ¿Entonces...? No sé, pero la fascinación persiste. Me sigue encantando leer diarios de escritores, o tomos de correspondencia o cualquier otra cosa donde no aparezca la Obra. Sí, así, con mayúscula. Porque el diario (modesto, anodino, testamentario, aburrido, exasperante, bobalicón, bucólico, desenfrenado, telegráfico, kilométrico, torrencial, entrecortado, seducido y abandonado y retomado siempre) y la Obra se excluyen mutuamente, incluso en el paradigmático caso de Anaïs Nin, donde buena parte de la obra es el propio diario. 
Toda esta reflexión acerca de los diarios (y todas esas páginas colaterales similares, como este mismo blog) viene a cuento de que, como dije ayer, estoy pasando a un doc todos los posteos curvos y desviados, al tiempo que los leo. Que me leo. Y lo que más encontré, hasta ahora (voy por la mitad del 2009, aprox), es una constante disculpa/justificación/queja/bochorno/autoinculpación acerca de no poder sostener la frecuencia diaria que yo misma (neurótica y masoquistamente) me impuse. Esa letanía, que se repitió en incontables ocasiones y entradas, me recordó precisamente que los diarios íntimos tienen un imperativo similar y que la escritura en general tiene el mismo imperativo neurótico y extenuante para el escritor: como si lo hubieran puesto a escribir cien veces en su cuaderno "debo escribir y no distraerme con [ponga aquí la distracción de su preferencia; yo, por ejemplo, pondría "debo escribir y no distraerme con Facebook, con el chat de Facebook, con el WhatsApp, con lo que postea o deja de postear Fulano, con lo que dijo en el grupo Mengano, con lo que dicen los imbéciles de aquí o de allá, con el incesante recuento de esto o aquello, con el constante chequeo, constante e inútil, de mails, con las notificaciones de Facebook, con la timeline de Facebook, con la reputamadre que lo parió a Facebook..." y así]. El escritor parece (yo parecía en esos comienzos de posteos culposos) un alumno castigado por su mal comportamiento (se está tocando en vez de escribir, se fue al supermercado en vez de escribir, se puso a mirar fotos viejas en vez de escribir, se puso a cocinar, a cantar, a escuchar música, a mirar Seinfeld en vez de escribir, ¿cómo puede ser posible, Señor? ¡hay que hacer algo para disciplinarlo, ya!). Y lo cierto es el que escritor también vive, también hace cosas y no siempre tiene ganas o tiempo o lo que sea para escribir. Y más cierto aún es que, si mantiene cierto ritmo, NO PASA NADA. Quiero decir: no pasa nada si un día escribe y otro no. Mejor si escribe seguido, si aunque sea mantiene esta gimnasia (el diario, el blog, las páginas de la mañana, todo ayuda, está clarísimo; la obra... ya vendrá, si él se mantiene haciendo esto lo más seguido posible), si por lo menos es capaz de comprometerse con algo así chiquito, pero con calma. Sin enloquecer. ¡Sin sentirse culpable si un día o dos o un par de semanas no escribe! No pasa nada, insisto. 
Imagen: Analía Pinto (2014)
Pero, por lo que veo, es inútil. A todos les pasa lo mismo o parecido. Leo en Cómo se escribe el diario íntimo, por ejemplo, que Katherine Mansfield escribió en el suyo: "(...) mi voluntad es débil. Hacer cosas, incluso escribir absolutamente para mí y por mí misma, me resulta terriblemente duro, Dios sabe por qué, cuando mi deseo es tan fuerte". Y Virginia Woolf anota: "(...) oh, terminar de una vez. Quiero decir, escribir es un esfuerzo, escribir es una desesperación". Chan. Ninguna de las dos se equivoca. 
Así que, para esta nueva etapa de Curvas he decretado lo siguiente: no más lamentaciones ni autoinculpaciones ni justificaciones de ningún tipo. Escribiré lo que me de la gana, haré lo que se me cante y sólo me comprometo, ante mí misma (no ante mi neurótico superyó) a mantener una frecuencia lo más diaria posible, sin que el quebrantamiento de esa frecuencia redunde en un concierto de ayes y flagelaciones verbales sin término. Me niego a volver a ser esa y me insto a ser la que escribió posteos intensos, delicados, viscerales, desde el fondo de sus entrañas, desde lo profundo de su alma, si tal cosa hubiera, sin concesiones para con nadie, sin dar un paso atrás, sin más sustento que el puro deseo y la terrible necesidad de haberlos escrito (también decreto señalar estos posteos "de garra y diente" cuando termine de pasar todo al Word).

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