26 de agosto de 2015

Cinco años y contando

Días pasados, el 23 de agosto, se cumplieron cinco años desde que me vine a vivir sola. Esta ardua empresa, que para otros puede ser una situación de lo más normal y anodina, para mí, en su momento, fue una auténtica quijotada, algo que no estaba muy segura de lograr, algo que ni siquiera sabía cómo encarar. Había vivido siempre con mi padre: independientemente de que en algún momento haya tenido lo que se dice "una familia normal", lo cierto es que siempre viví con él. Irme de esa casa, con la que esta mañana he vuelto a soñar, fue el acto más heroico y de mayor valentía que enfrenté, hasta el momento, en mi vida. Fue un verdadero acto de arrojo, fue mi epopeya del coraje.
Puede sonar exagerado, pero no lo es. Viví siempre entre libros y algodones. Mi padre no permitió que me molestara ni la más mínima brisa nunca. Por miedo, por creer que era lo mejor, porque fue lo que le salió, ya no importa, el caso es que así como él no me soltaba por nada del mundo (siempre decía que yo era, valga la frase hecha, "la luz de sus ojos"), yo tampoco dejaba de aferrarme a las incómodas comodidades que me ofrecía aquella vida, tan pegada a él, tan pendientes (los dos) uno del otro, tan encima, molestándonos incluso. 
Hace cinco años llegué con la mitad de mis libros, mi cama casi a estrenar, mis cosas de cocina recogidas de por aquí y por allá y mi ropa a este departamento, cuyas estanterías se vieron rápidamente desbordadas y cuya cocina se llenó de inmediato de los olores y los sabores de la cocina casera, valga de nuevo la frase hecha. Hace cinco años que la vista de mi balcón no deja de sobrecogerme, con su cambiante cielo y su perpetua llama a lo lejos, vacilante a veces, fogosa otras, salvaje en algunas ocasiones. Hace cinco años que no dependo de nada ni de nadie que no sea mi propia persona, una utopía que nunca creí posible alcanzar (ni sobrevivir). 
Hace cinco años que me ocupo de todo lo que me tengo que ocupar, de todo lo que antes se ocupaba mi padre santo. Hace cinco años que dejé de decir cosas como "me pasás a buscar?", "me traés?", "me llevás?", "me comprás esto...?". Hace cinco años, también, que dejé de dar explicaciones, que dejé de avisar mi paradero y que me reporto sólo con ciertas personas en ciertos momentos y nada más. Hace cinco años que no negocio nada si no es conmigo misma y que me pliego a los planes ajenos sólo si coinciden con los míos y con mis ganas. 
Hace cinco años que soy, de algún modo, feliz. Salvo en esos momentos en los que pienso en todo lo que podríamos hacer y disfrutar mi padre y yo ahora, cada uno en su casa, cada uno en su lugar, cada uno independiente del otro, sano, contento y hasta optimista, como yo cuando arribé a este, mi pequeño hogar, hace ya cinco años.

Imagen: Analía Pinto (2010)

(Este texto es lo que mi gurú Julia Cameron denomina una "copa" y por eso quise compartirlo acá)

1 comentario:

Bibliotecaria Susú Vidal dijo...

¿Es cursi decirte que se me piantó un lagrimón?, seré cursi, porque me pasó.Gran historia,tan tuya,Analia,mucho.Gracias por compartirla con tus lectores.

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