Viernes. Los viernes de los últimos meses suelen ser raros. O sea: son raros porque estoy sola en la redacción. Y ahora es todavía más raro: el próximo viernes será el último que pase sola en la redacción, ya que el siguiente me encontrará, por un capricho del calendario, en mi nuevo trabajo.
Decía que los viernes son días raros porque estoy sola en la ofi, pongo música, hago horóscopos y no doy bola a nadie (igual, casi nunca doy bola a nadie, pero el resto de los días estoy con mi compañero Christian). Los viernes son los días propicios a las distracciones (y/o bloqueos creativos más queridos y díficiles de abandonar) que más daño me hacen, aquellas que comienzan con la letra I... Pero este viernes, que está a punto de terminarse, no fue, por suerte, uno de esos viernes.
Fue raro, primero, por la increíble, nauseabunda e insoportable humareda que cubrió con sus algodón grisáceo y nocivo la ciudad. Trabajo en un piso 14. Los edificios de enfrente apenas si se distinguían en medio de esa masa humosa. El clima, pesado. El sol, tapado por esa monstruosidad ubicua e impalpable, producto de la codicia y de la negligencia, dos auténticas plagas que azotan sn piedad al ser humano. Tardó mucho en disiparse. Cuando salí de trabajar y me fui para el MALBA, recién entonces la ciudad recobró su aspecto habitual.
Y entonces, otra sorpresa, mucho más agradable que el humo maldito, asfixiante y pegajoso. Otra muestra más de cuánto se equivocan los poeñoños cuando intentan "capturar" lo incapturable. Imposibilitados de dejarse fluir con los elementos, todo lo nombran y tipifican, lo catalogan y etiquetan con un espíritu positivista digno de mejor causa: el cielo es azul, el pasto verde y el sol amarillo. Ya sabemos que es todo mentira, que los colores ni siquiera existen per se. Pero más todavía: a las seis de la tarde, cuando bajé del colectivo en Rond Point, a unas cuadras del museum, el sol era una pelota incandescente y naranja. Más naranja que todas las naranjas exprimidas de Florida juntas. Más naranja que toneladas de zanahorias. Naranja. Bordeado de rojo intenso y con un halo transparente que lo volvía aún más rojo y aún más naranja. Del amarillo tópico ni noticias.
Pero en este post quería hablar de otra cosa. De las alertas de Google y su ya probada eficacia. Aquí encontrarán unas sillas en las que, estoy segura, más de uno querrá sentarse y otros más, querrán sentárselas encima. Se me ocurren otras sillas igualmente interesantes, no necesariamente con curvas, por eso detengo el post aquí, antes de que esto se transforme un degenere rimbombante (bueno, tan mal no estaría...).
1 comentario:
Me entró curiosidad por saber dónde trabajás. Porque: (a) parece que somos colegas; (b) vamos a la misma Facultad; (c) lejos no podemos estar.
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