17 de noviembre de 2008

Las bibliotecas curvas, I

Hace bastante que tenía estas imágenes dando vueltas para postear por aquí. Pero en lugar de sólo postear las imágenes como he hecho en otras ocasiones, esta vez he pensado agregarles algo de interés citando pasajes de obras literarias que vienen al caso.
Ya que justamente se da el caso que las bibliotecas son lugares que siempre han ejercido una fascinación sin límites sobre mí, cuando descubrí estas imágenes caí en absoluto éxtasis. No sé cuántos de mis potenciales y reales seguidores/suscriptores/lectores sentirán la misma devoción por tales edificios y su contenido, pero espero inculcarles algo de mi pasión por ellos. Sobre todo porque lo haré subrepticiamente -como deben hacerse estas cosas-, o vicariamente, mejor dicho, es decir, a través de la literatura, el mismo contenido que, entre otros, estas moles a veces ingentes, a veces modestas, pretenden proteger.
Para mí las bibliotecas son lo que las catedrales y basílicas (dos bellísimas palabras) a los católicos fervientes. Para mí hay pocas cosas más deleitosas que perderse entre los estantes de una biblioteca, así sean dos tablitas enclenques o descomunales andamios del techo hasta el piso (sueño, anhelo, deseo tener una habitación completamente tapizada, amurallada de libros y no me importan las implicancias mortificantes y aparentemente 'inmovilizantes' que ello pueda acarrear según el mundo psi-). Cada vez que llego temprano al taller literario donde religiosamente concurro cada sábado, dejo mis cosas en una silla y me zambullo a chusmear los libros de mi maestro, que por cierto no son pocos y que se ven incrementados, además, por la biblioteca ambulante formada por los préstamos de los talleristas (lo que me recuerda que aún no he hecho mis préstamos pertinentes pero es que... ¡arrancarle un libro a un bibliófilo es como arrancarle un hijo! Es muy díficil elegir qué libro llevar, puesto que ninguno -ni siquiera los libros más innobles o innombrables- entrarán jamás en la categoría de 'libro descartable o canjeable o desechable' así sea una bosta de principio a fin). Una mañana, Marcelo -mi maestro- entró y me sorprendió hurgando sus libros: "Sabía que te iba a encontrar así" dijo y agregó: "Eso denota quién es un verdadero escritor y quién no lo es".
Así pues, vaya la primera imagen de estas impresionantes "bibliotecas curvas", acompañada del primer fragmento literario que se me vino a la mente ni bien pensé en este post. Desde luego que hay todavía escenas más famosas que ésta que transcurren en o alrededor de bibliotecas, pero el romanticismo y los versos de mi padre tutelar que la coronan no podían sino hacer que ella fuera la primera. Nótese además como en medio de una situación de inminente peligro (puesto que han entrado a la biblioteca para robar) los adolescentes se ponen a hablar de amor, especialmente el protagonista, Silvio Astier, quien no puede dejar de recordar a su amada; más todavía, nótensen los signos del mercado literario de entonces (mediados de los años 20) no muy diferentes del actual: los libros "técnicos" son los que serán mercados mientras que los libros literarios o bien son dejados de lado (Las Montañas del Oro, libro de poemas de Lugones, el "poeta nacional", libro convenientemente agotado como bien señala Enrique) o bien atesorados como algo invaluable (los versos de Baudelaire) y no me extiendo más, así disfrutan por ustedes mismos:

"Enrique abrió cautelosamente la puerta de la Biblioteca.
Se pobló la átmosfera de olor a papel viejo, y a la luz de la linterna vimos huir una araña por el piso encerado.
Altas estanterías barnizadas de rojo tocaban el cielo raso, y la cónica rueda de luz se movía en las oscuras librerías, iluminando estantes cargados de libros.
Majestuosas vitrinas añadían un decoro severo a lo sombrío, y tras de los cristales, en los lomos de cuero, de tela y de pasta, relucían las guardas arabescas y títulos dorados de los tejuelos.
Irzubeta se aproximó a los cristales.
Al soslayo lo iluminaba la claridad refleja y como un bajorrelieve era su perfil de mejilla rechupada, con la pupila inmóvil y el cabello negro redondeando armoniosamente el cráneo hasta perderse en declive en los tendones de la nuca.
Al volver a mí sus ojos, dijo sonriendo:
-Sabés que hay buenos libros.
-Sí, y de fácil venta.
-¿Cuánto hará que estamos?
-Más o menos media hora.
Me senté en el ángulo de un escritorio distante pocos pasos de la puerta, en el centro de la biblioteca, y Enrique me imitó. Estábamos fatigados. El silencio del salón oscuro penetraba nuestros espíritus, desplegándolos para los grandes espacios de recuerdo e inquietud.
-Decime, ¿por qué rompiste con Eleonora?
-Qué sé yo. ¿Te acordás? Me regalaba flores.
-¿Y?
-Después me escribió unas cartas. Cosa rara. Cuando dos se quieren parecen adivinarse el pensamiento. Una tarde de domingo salió a dar una vuelta a la cuadra. No sé por qué yo hice lo mismo, pero en dirección contraria y cuando nos encontramos, sin mirarme alargó el brazo y me dio una carta. Tenía un vestido rosa té y me acuerdo que muchos pájaros cantaban en lo verde.
-¿Qué te decía?
-Cosas tan sencillas. Que esperara... ¿te das cuenta? Que esperara a ser más grande.
-Discreta.
-¡Y qué seriedad, che Enrique! Si vos supieras. Yo estaba allí, contra el fierro de la verja. Anochecía. Ella callaba... a momentos me miraba de una forma... y yo sentía ganas de llorar... y no nos decíamos nada... ¿qué nos íbamos a decir?
-Así es la vida -dijo Enrique-, pero vamos a ver los libros. ¿Y el Lucio ése? A veces me da rabia. ¡Qué tipo vago!
-¿Dónde estarán las llaves?
-Seguramente en el cajón de la mesa.
Registramos el escritorio, y en una caja de plumas las encontramos.
Rechinó una cerradura y comenzamos a investigar.
Sacando los volúmenes los hojéabamos, y Enrique que era algo sabedor de precios decía:
-"No vale nada", o "vale".
-Las Montañas del oro.
-Es un libro agotado. Diez pesos te lo dan en cualquier parte.
-Evolución de la materia, de Lebon. Tiene fotografías.
-Me lo reservo para mí -dijo Enrique.
-Rouquete. Química Orgánica e Inórganica.
-Ponelo acá con los otros.
-Cálculo infinitesimal.
-Eso es matemática superior. Debe ser caro.
-¿Y esto?
-¿Cómo se llama?
-Charles Baudelaire. Su vida.
-A ver, alcanzá.
-Parece una bibliografía. No vale nada.
Al azar entreabría el volumen.
-Son versos.
-¿Qué dicen?
Leí en voz alta:

Yo te adoro al igual de la bóveda nocturna
¡oh! vaso de tristezas, ¡oh! blanca taciturna.

Eleonora -pensé- Eleonora.

y vamos a los asaltos, vamos,
como frente a un cádaver, un coro de gitanos.

-Ché, ¿sabés que esto es hermosísimo? Me lo llevo para casa.
-Bueno, mirá, en tanto que yo empaqueto libros, vos arreglate las bombas.
-¿Y la luz?
-Traétela aquí.
Seguí la indicación de Enrique. Trajinábamos silenciosos, y nuestras sombras agigantadas movíanse en el cielo raso y sobre el piso de la habitación, desmesuradas por la penumbra que ensombrecía los ángulos. Familiarizado con la situación de peligro, ninguna inquietud entorpecía mi destreza."

Roberto Arlt, El juguete rabioso.



La fuente original de las imágenes es esta: http://curiousexpeditions.org/2007/09/a_librophiliacs_love_letter_1.html

1 comentario:

Zippo dijo...

No dude que logra propiciar en sus lectores, al menos en este, el amor por la buena literatura, de la que es cultora y hacedora.

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