Leo en un comentario de D. al último posteo de este blog que "siempre escribiremos desde cero".
No estoy de acuerdo. Es imposible escribir ex nihilo nihil. Es el deseo de lo que en otro lugar llamo los poeñoños y de todos aquellos escritores principiantes que creen que el mundo ha nacido con ellos y por ende les toca renombrarlo todo e inventar a cada paso el agua caliente. Cuando dije que estaba escribiendo algo "desde cero", quise decir que me había entregado al puro placer de la fabulación, acaso lo más placentero del oficio de escribir. Pero incluso en ese escribir desde cero hay siempre cosas que vienen de no se sabe qué insospechados rincones de nuestra psique, de nuestra experiencia y de nuestras influencias, por citar sólo tres instancias importantes.
Escribir desde cero, en mi opinión, se diferencia radicalmente del tipo de escritura que puedo desplegar aquí o en otros sitios en lo siguiente: en un blog o en un reseña crítica hay muy poco lugar para la fabulación. Quizá en un blog haya más que en una crítica teatral, de acuerdo, pero la fabulación es patrimonio exclusivo de la ficción. Este tipo de escritos (aunque instauren una ficción, pues TODOS los textos lo hacen, y esto es algo que tampoco comprenden los novatos, los neófitos y los poeñoños) no pertenecen al género de la ficción, no al menos como yo lo entiendo. Aquí a veces puede haber textos que de lejos parezcan ficción, pero técnicamente no lo son. Se trata de reflexiones, de impresiones, de semblanzas, incluso de recuerdos y de vivencias, pero en modo alguno estamos aquí en el terreno de la ficción. Menos ficción, así entendida pues, puede haber en las críticas teatrales o en las reseñas de libros.
Escribir desde cero significa empezar a contar una historia de la que nada o casi nada sabemos pero que se va gestando en nuestra cabeza al mismo tiempo que se va volcando sobre el papel. Eso es fabular. En la primera página sólo sé que hay determinado personaje y que le pasa (o no le pasa) tal cosa. A veces incluso sé menos que eso. Tal vez sólo tengo una frase. Una frase que por alguna razón insiste en mi cabeza hasta que la pongo en un papel. A partir de ahí no hago más que tirar de esa frase del mismo modo que tiraría de un hilito suelto en un pulover tejido a mano. El pulover se desteje, es cierto. Pero el texto se teje así justamente. En ese desovillarse es donde la historia se ovilla y finalmente nace. Si en la primera página sólo sabía que había un personaje es muy probable que si sigo tirando, si sigo el camino que esa frase me muestra, en la página veinte ya me encuentre con toda una situación en pleno proceso, una situación que todavía no tengo ni puta idea de cómo va a terminar, pero que si sigo tirando un poquito cada día voy a encontrar no sólo cómo termina sino un montón de sorpresas en el medio de ese camino.
A este momento maravilloso de la creación, el más explosivo, el más liberador, el más entusiasmante de todos, mi maestro lo llama la "etapa volcánica". En efecto, uno es como un volcán dormido que se ha despertado al tintinear de una frase o una idea. Surgen tremendas nubes pirocrásticas alrededor de uno (son esos momentos previos al sentarnos a escribir en el que todo nos molesta y no sabemos bien por qué: es porque la erupción está a punto de comenzar) y momentos después, si somos lo suficientemente inteligentes como para permitirnoslo, acontece la erupción: el texto brota, incontrolable, fluido, maravilloso. Nada importa. Y toda nuestra vida empieza a girar alrededor de él. Todo lo que antes estaba muerto, inerte, inconmovible, empieza a deshielarse, a desentumecerse gracias al enorme poder de la lava creativa. Todo se empieza a vivir en función de lo que estemos escribiendo, todo va a parar a esa molienda continua que es el estrujarnos la cabeza para seguir escribiendo nuestro texto. Stephen King, mi nuevo dios, recomienda escribir 3000 palabras por día (en todo caso, no menos de 1000) para no perder continuidad y estar en permanente contacto con aquello que pugna por ser contado. Aquello que se pare a través nuestro. En esta etapa no interesa si es bueno, malo, regular, original o decididamente tonto. Todo eso viene después (y a lo mejor es mucho más conveniente que ni venga).
Después, llega la etapa más crítica del proceso de creación. Una vez que todo ha salido (y nunca antes e incluso habiéndolo dejado leudar como un buen pan de campo) llega la etapa que muchos (la mayoría) evitan como si del diablo mismo se tratara: es el momento de la corrección, es "la etapa quirúrgica" siguiendo a di Marco, donde habremos de extirpar, modificar, reescribir y corregir nuestro texto para que alcance su mejor versión, su máximo brillo, su vividez más plena.
Y con esto paso a un posteo que leí hoy aquí: no creo que haya que tener demasiada fuerza de voluntad para escribir una novela ni un cuento ni un poema ni nada. De hecho, no creo que escribir tenga que ver con eso que llamamos la "voluntad". Los textos se escriben solos, como he dicho en otra parte, uno es sólo un canal. Para lo que sí hay que tener mucha voluntad, una enorme fuerza de voluntad, es para sentarse a corregir. Hay que tener mucha voluntad para observar nuestros textos con los ojos más objetivos posibles y empezar a sacarles brillo como si fueran gemas en bruto (que es lo que son, vamos). Hay que tener una fuerza de voluntad enorme, titánica, ciclópea para sentarse a hacer ese tremendo laburito... y una paciencia de chino y un buen humor del carajo y un amor por la letra escrita que no abunda en ningún sitio. Por eso nos encontramos con tantas chapuzas de este y del otro lado del Atlántico porque la cultura del esfuerzo no está bien vista que se aplique a algo tan "gratuito" como el arte en estos días. Es mejor dejar todo como está, total... No molestarse siquiera en revisar la ortografía. ¿Para qué, si Arlt escribía mal y le fue bien? Es mejor dejar todo a su aire, porque yo soy un artista libre y espontáneo.
Quizá sería hora de empezar a pensar que nada hay menos espontáneo que el arte. El arte verdadero, claro, no las paparruchas que nos quieren hacer pasar como tales.
1 comentario:
Tenés razón, retiré lo dicho no muy pensado.
Muy buen post.
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