Robo de un blog hermosísimo esta cita para reflexionar acerca de algo en lo que he venido pensando estos últimos días:
¿Por qué será que, tanto los hombres como las mujeres, pero sobre todo los hombres, estamos dispuestos a aceptar los impedimentos y los rechazos de las relaciones reales, cada vez más rechazos a medida que transcurre el tiempo, cada vez más humillantes y, sin embargo, seguimos intentándolo? La respuesta: porque no podemos prescindir de la relación auténtica real; porque sin lo real perecemos, como si muriésemos de sed.
La cita es de J. M. Coetzee, a quien no he leído (y quien también ha dicho: "Amor: eso que el corazón ansía dolorosamente", -!!!-), pero a quien ya mismo me gustaría estar leyendo (ya saben qué regalarme para mi cumpleaños!). Dice allí que "sin lo real perecemos" y yo me atrevería a afirmar que sin lo ilusorio también. Mejor dicho, sin la ilusión, sin la fantasía, sin la ensoñación que, en muchas ocasiones, nos impide (o usamos como excusa para no) ponernos en acción e ir hacia aquello que deseamos.
Ya he hablado en muchas ocasiones de mi vida amorosa aquí, así que volveré a hacerlo una vez más, porque tiene que ver con lo que plantea Coetzee y con lo que me interesa plantear en este primer domingo de otoño. Los músicos me pueden. No es que habiendo estado mucho tiempo con uno, ahora quiera reeditar todo aquello estando con otro. No, señor Freud, no se adelante. Los músicos me pueden desde que tengo uso de razón, e incluso quizá antes. La primera vez que me enamoré perdidamente de alguien fue, desde luego, de un músico. Un músico en ciernes, bueno, porque tenía la misma edad que yo (quince, diéciseis años), pero ya se veía que era capaz de sacarle sonidos, sonidos ármonicos y melodiosos, desde luego, a cualquier cosa (a una mesa, a las piedras, a mi corazón). No sé qué habrá sido de él, dejé de verlo hace muchísimos años y aunque cada tanto googleo su nombre, nunca aparece nada suyo en la red. Cosa por demás extraña: ¿quién no está hoy en la red?
Más allá de eso, el caso es que tengo un olfato especial para detectar a un músico a varios kilómetros de distancia y además de ese primer amor adolescente, luego tuve muchos otros entuertos fugaces y no tanto con otros músicos hasta el encuentro, fatal y decisivo, con quien aún es (pero ya debería dejar de serlo, se sabe) "el amor de mi vida". Como ya he hablado de él bastante más de lo aconsejable en estas y en otras páginas, juzgo interesante no agregar nada más al respecto. Acaso sólo podría agregar que es el día de hoy que su música me sigue conmoviendo como siempre, que eso no ha variado ni un ápice y que no creo que vaya a cambiar nunca, y que, como le dije una vez, "ojalá no me gustara tu música", pero, dios, me gusta y me gusta porque es la mejor representación de lo mejor que hay en él, de eso que muy pocas, pero realmente pocas, veces deja salir.
El caso es que acordamos dejarnos en paz hace ya casi dos años, paz que sólo se vio perturbada por una increíble (o no tanto) invitación suya a su hi5, sitio del que prudentemente me borré luego de un tiempo, y por esos dos fugaces avistajes el año pasado por la calle... Lamentablemente para mi espíritu y para mi psique, aún (sí, aún) aguardo el tercer y definitivo avistaje, aquel que nos permita al menos decirnos "hola, cómo estás" y después sí, seguir como si nada hubiera sucedido (pero nunca se puede seguir así después de reencontrarse con alguien a quien se ha amado hasta la inconsciencia más absoluta y dañina).
El caso es, decía, que ya debería haberlo superado o por lo menos haber aceptado el hecho de que no estamos juntos y no lo volveremos a estar, sencillamente porque nos hacemos mal. No porque técnica y fácticamente no sea posible, que lo es, las cosas cambian, nada es para siempre, se pudo haber separado ayer mismo incluso, si no porque ha sido fehacientemente probado que, por nuestras características psíquicas y emocionales actuamos en el otro como un verdadero pharmakón: un lento envenenamiento, una narcotización sinuosa y ondulante, que empieza primero con una terrible y maravillosa e insuperable euforia, con la sensación más entusiástica y orgiástica que imaginarse puedan y que termina, siempre, invariablemente, en los abismos más profundos de la desesperación, de la miseria y de la desolación. ¿Exagerado? En absoluto. Cualquiera que sepa lo que es una verdadera pasión, comprenderá que estas palabras apenas si descubren-describen una mínima parte de ella.
En este contexto, desde que me he separado de él, y por otras circunstancias que no viene al caso enumerar aquí, he procurado conocer a otros hombres y he elegido, quizá equivocadamente, este medio como un modo ¿más expedito? ¿más seguro? ¿más cómodo? de hacerlo. Y así me he visto envuelta en historias francamente risibles, rídiculas, estúpidas y hasta malsanas. Me he llevado numerosos chascos (en todos los sentidos del término), he conocido monigotes y fantoches que ni salidos de un bestiario medieval, he gastado mis mejores armas de seducción (la verba pero también las curvas, claro) en chimangos y otras aves despreciables, he perdido tiempo, energías y horas de escritura por sólo intentar conocer a alguien y estar relativamente bien. Pero, si he de ser justa, también tengo que decir que a pesar de todo eso también conocí algún que otro hombre interesante (a tal punto que estoy en un proyecto artístico muy copado con uno de ellos) y que, como dice Coetzee, he seguido intentándolo a pesar del evidente fracaso que ha sido todo esto.
¿Por qué he seguido intentándolo? es lo que me pregunto a partir de la cita de Coetzee.
Porque aquí no puede hablarse de una "relación real" sino meramente virtual, fantasiosa, ilusoria. Y aquí viene la última parte de este largo rodeo. Dije que los músicos me pueden. Bien, en consonancia con ese hecho casi fisiológico, diría yo, siempre procuro que mis candidatos lo sean. Si no lo son, al menos tienen que estar vinculados, de una forma u otra, al arte. De otro modo, me parecen irremediablemente (y lo son, qué quieren que les diga) insulsos, aburridos, esquemáticos, sin gracia, etc. Mi último candidato virtual era músico. Lindo hasta decir basta. Divertido. Al parecer alto (otro requisito fundamental). Al parecer interesado (muy) en mí. Teníamos charlas diferentes a las que suelo mantener por el MSN. Hablábamos mucho de música. Saqué a relucir mi sapiencia musical en más de una ocasión. Le hablé de la música contemporánea, de Stockhausen, de Ligeti, de Luigi Nono, de John Cage (ya se puede ver qué culta soy). Del cuarteto de helicópteros de Stockhausen, de "4' 33''" de Cage. Le pasé temas de Ritchie Kotzen, de Jaco Pastorius, de John Zorn (no cualquiera, ¿eh?). Le hablé hasta el cansancio de Zappa, claro. ¡Incluso le pasé música de mi ex! Oh, sí, hasta ese sacrilegio cometí, tanto me gustaba este muchachito. Porque encima le llevo diez años. Y hablabámos casi todas las noches, casi siempre cuando él estaba cenando y siempre me decía que yo le hacía compañía. Y otras cosas por el estilo. Esas dulces melosidades que le entibian el corazón a cualquiera. Y me dejaba notitas en mi muro de FB o comentarios en mis fotos de Tagged. Y yo lo mismo. Y así se construyó una auténtica relación virtual, con oxímoron y contradictio in adjecto incluidos.
Sin embargo, había algo que a mí me llamaba la atención: siempre que yo mencionaba la posibilidad de conocernos, él decía "sí, sí, claro", pero no concretaba nada. Lo invité a ver a Manuel Ochoa, pianista de jazz del carajo y no me respondió. Lo invité a ver alguna peli en el Festival In-Edit Cinzano y tampoco. ¿Debería haber sospechado antes? Quizás. Pero los seres humanos somos especialistas en no ver aquello que no queremos ver. Todo venía más o menos bien hasta que en un momento, desapareció. Literalmente. Es decir, desapareció del mundo virtual. Su perfil de Tagged ostentó la tétrica leyenda "no longer exists" y se esfumó también de FB. Me preocupé. No entendía qué sucedía. Pero en el fondo lo sospechaba, claro que sí, pero me hubiera matado antes de admitir tal cosa. Yo siempre me había apoyado en su declaración de que no estaba con nadie en este momento, de que su corazón estaba libre. Tomada de esa creencia, desplegué con él también mis artes seductrices, a las que agregué el condimento extra que nos unía, la música. ¿Dónde va a encontrar otra mina que conozca a Jeff Beck, a John Scoffield, a Stanley Jordan? pensaba yo con ingenuidad digna de mejor causa. Y además escritora. Y además curvilínea. Y además... tarada de remate.
Pero bueno, sigamos, que ya se está haciendo muy largo. Hace unos días reapareció. Oh, sí. Su fotito volvió a aparecer entre mis contactos del FB. Y se conectó al fin al MSN y me habló. Me pidió disculpas por su "desaparición", proclamó haber tenido muchos quilombos pero "ahora ya estoy bien". Qué bueno, pensé yo, pero algo no cerraba en la ecuación. Me alegré, de todos modos, y se lo dije. Y le dije también cuánto me había preocupado por él. "¿Tanto se me extrañó por esos lados". "Por acá sí" fue mi respuesta. Y entonces aconteció el baldazo de agua fría que ya todos deben estar sospechando: su mensaje siguiente fue "te presento a mi gordita", seguido de la aparición de una foto suya con una fémina en actitud amorosa. Lindo melodrama, ¿no? Lo peor del caso no es eso, que era obvio desde el vamos, si se quiere, si no que me haya producido tanto malestar (por ponerle algún nombre) algo que proviene de alguien ¡a quien ni siquiera conozco personalmente!
Por eso me atrevo a reformular lo dicho por Coetzee. En los tiempos que corren, no sólo estamos hambrientos de realidad, también de ilusión. Y cuando encontramos una nos agarramos con todas nuestras fuerzas a ella y cuando se rompe nos lamentamos, pataleamos, fingimos que está todo bien (él: "¿no te alegrás por mí?"; yo: "sí, me alegro un montón"), fingimos que no nos duele, seguimos incluso insistiendo (yo: "¿o sea que ya no tengo chances contigo...? malo"), pretendemos que todo sigue igual que antes y decimos "bueno, lindo, que estés bien, me voy a ocupar de mis blogs" y recordamos que esa misma mañana habíamos soñado con nuestro ex y en el sueño habíamos llorado como niños arrancados a la fuerza de los brazos de su madre y seguimos pretendiendo que todo está bien, que ya pasará, que el amor estará en alguna otra parte (pero dónde, dóndeeeeeee), que quizá sea mejor dejarnos de joder con esta pelotudez de Tagged, del MSN, del FB y salir a la calle (si tan sólo no nos diera tanto miedo hacer eso) y de nuevo contemplamos el altar sagrado donde reposa la imagen de nuestro amado/odiado ex y volvemos a pensar que sólo con él podríamos ser felices, que sólo él, aunque fuera un hijo de puta desalmado, nos merecía, que todos los demás son unos imbéciles redomados, que el único genial y hermoso era él, que con él éramos más felices aunque se pasara MESES enteros sin dirigirnos siquiera una paloma mensajera o aunque nos dijera "no sé si te amo" después de habernos dicho que sí nos amaba, y con locura, y que no quería morirse sin casarse con nosotras (como soy geminiana puedo decir tranquilamente nosotras) y que quería tener una hija con nosotras, que se iba a llamar Ariadna, y que siempre nos había amado, a nosotras, no a ella, y así por el estilo.
¿Por qué la ilusión tiene esta fuerza? ¿Por qué sigo eligiendo colgarme de la ilusión, cualquiera sea? ¿Por qué es más real para mí lo que leo o lo que imagino que lo que realmente "pasa"? Pero, sobre todo, ¿por qué sigo insistiendo con lo que evidentemente me hace mal? Aunque ya sé, otros pensarán que no es ese el problema sino por qué me sigo enganchando con músicos y no pruebo con otras ramas del arte o del saber... porque soy una groupie en cuerpo y alma y porque alguien capaz de hacer belleza con los sonidos como quien estoy escuchando ahora mismo (Zappa, obvio) siempre va a poder obtener de mí lo quiera.
Acaso allí resida el problema. En que no sé ser una perra. Una auténtica yegua, una verdadera hija de puta que se caga en todo y en todos. Tal vez haya llegado el momento de aprenderlo.
2 comentarios:
acertado ese "desvío por las relaciones virtuales"... a mí también... si la otra parte no es arte no forma parte...
grand blog grand el tuyo, me llevará un tiempito recorrerlo todo... pero valdrá la pena andar por estas curvas y desvíos...
no soy músico pero sí amante de la música... y en muchos de tus favoritos coincidimos... te comprendo...
¿Exagerado decís? No.
Hay cosas que pueden vivirse y otras que se padecen.
Esos amores son de la segunda categoría. Cosas que debemos vivir (o padecer), pero en las cuales no se puede vivir.
La vida nos presenta dilemas y en ellos permanecemos como marinos frente a los cantos de sirenas.
La verdad enlatada y correcta nunca gestó poetas.
Publicar un comentario