Domingo. Frío. Preguntas existenciales a rolete. Poemas que asoman. Más frío. El porvenir semanal que comienza a instilar, despacito, su tedio. Música. Otros poemas. Y más preguntas, como ¿por qué late todavía?, se propagan por el cuerpo como una piedrita arrojada a una tranquila laguna. Pero éste es mi blog principal y lo que me concita aquí son las curvas y los desvíos. No volveré a justificarme ni a perorar acerca de lo que va o no va aquí.
Así que, sin más, revisemos las alertas de Google. No, esto no. Esto mejor otro día. A ver esto... Bien, ya se ha tomado la decisión editorial correspondiente: hablemos, pues, de las montañas curvas, ya que un grupo de geólogos se ha conformado para averiguar por qué las cadenas montañosas tienen una forma curva, aún en puntos muy distantes del globo terráqueo sobre el que danzan nuestros frágiles cuerpos.
No me interesa tanto la nota en sí (aunque aprendí algunas palabras nuevas, como "paleomagnetismo" y me anoticié sobre un océano desaparecido hace trescientos millones de años, el Oceáno Reico), sino los ecos que despierta en la dominguera desazón de mi alma. El vocabulario geológico es muy rico y sonoro: están las amadas placas tectónicas, hay lava, hay magmas; hay también espeleológos; está la orografía, la mineralogía... Hay vetas, hay piedras preciosas, hay volcanes, hay fumarolas y géyseres. Hay gemas, hay cuarzo, hay lapislázuli, circonios y diamantes, brillantes geodas...
Estoy citando palabras que estoy segura de haber usado ya en mi poesía. Siempre me ha fascinado ese mundo de rocas y piedras. Me estaba olvidando el par de palabras más fabuloso de este campo semántico (después de lapislázuli, por supuesto): las estalactitas y las estalagmitas. ¿Qué es esta fascinación por las piedras, por lo calcáreo, lo rocoso? ¿Es que nos retrotrae a los tiempos prehistóricos -reitero mi objeción moral hacia este término-, a los tiempos en los que vivíamos en cuevas -y cada cueva tenía su himno nacional como dice Mel Brooks en un capítulo de Los Simpsons? ¿Qué mundo de sensaciones se abre ante la mención de cosas como Pangea, deriva continental o lecho submarino? ¿Por qué me resultan tan poéticas? No sabría decirlo a ciencia cierta, ni creo que importe demasiado. Sería como querer explicar por qué me gusta tanto el color violeta.
Pero ya que he citado tantas palabras tan bonitas, voy a repetir un ejercicio que ya hice en estos parajes, con muy buenos resultados (o eso creo). Ya que me encuentro volátil y poética, nostalgiosa y atribulada por mi predador interno (cuya faz externa encarna en un amadodiado ser humano que ronda mis noches de desasosiego aún), démosle curso a la poeisis a través de la geología, como antes lo fue a través de la botánica:
de la deriva continental partí un día:
llevaba conmigo gemas
cuarzos
intoxicantes geodas
y una única veta de minerales antiguos
hacia el océano donde todo está perdido
dirigí mis pasos y mis alforjas:
no tuve que escalar mucho
apenas unos pocos picos
andinista siempre de los repechos
por donde las placas continentales ya no se mueven
aletargué todos mis deseos
hice noche en sus sacros vivaques
y puse a descansar mis lágrimas
el cruento lapislázuli de mis rezos
(12/07/09)
Imagen: National Geographic News
1 comentario:
Lindo.
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