En apenas un mes ella habrá llegado, en apenas treinta días ella estará aquí; ella, que ya nos anda avisando que se acerca con un día como el de hoy, sereno, soleado, brillante. Los árboles aún están en letargo, los cogollos no asoman todavía, pero en el aire ya se siente su presencia, ya se respira, mejor dicho, otro aire. ¿O soy yo la que, finalmente, respira otro aire?
Contra todo lo que pueda pensarse dados mis últimos posteos, estoy bien. Estoy mejor. Y voy a estar aún mejor cuando el agosto de los adioses haya pasado. Increíblemente (o no tanto...) parece que agosto es siempre el mes en el que él y yo nos decimos adiós. Sólo que esta vez fue el adiós definitivo. Ni siquiera una romántica empedernida, militante y ferviente como yo cree ya que haya un retorno ni nada que se le parezca, ni siquiera dentro de diez, quince o veinte años, nada, no es posible, se rompió... Y lo que se rompe mejor no arreglarlo, porque nunca volverá a ser como era, nunca volverá a funcionar y deslizarse como otrora.
Pero, claro. Tengo furibundos ramalazos de tristeza, y de rabia, y de dolor. Accesos de llanto, cóleras repentinas por hechos que sucedieron el mismo domingo o hace más de diez años o hace un rato. Nudos en la garganta díficiles de destrabar, imposibles de disimular. Agujeros negros en el estómago, allí donde antes siempre había un millón de mariposas danzantes hipnotizándome con sus élitros. Hay pozos de materia oscura aún, negros presentimientos, funestas advertencias acerca de cómo deberá ser mi conducta en el futuro, respecto a él y a cualquier otro. ¿Cómo pude haber cedido a los cantos sirenaicos que tan bien había esquivado primero? ¿Por qué no fui más fuerte, por qué no pedí auxilio a los santos, por qué me dejé una vez más?
Hoy se me ocurrió pensar que nada de lo vivido retornará. Ni lo bueno ni lo malo ni lo intermedio. Nada. Nada podrá ser recuperado, nada podrá repetirse jamás. Pero. Pero sí puedo revivirlo si lo escribo. Ahora sí. Ahora estoy lista para escribir esta novela. No podía escribirla mientras la vivía, como quedó claramente demostrado en uno de los tantos comienzos truncos que tengo dando vueltas por ahí. No podía vivir y escribir al mismo tiempo. Pero ahora sí. Ahora bastará echar mano a los diarios y a los recuerdos para escribir la más fantástica de las novelas de amor y desamor, la más alucinante versión del "odi et amo" catuliano, la más fabulosa de las fábulas fabulescas acerca de dos seres que creían estar cósmicamente conectados a través de las galaxias y las esferas... Ahora, cuando quiera, cuando guste, podré hacerlo.
Pero antes será necesario completar el duelo de este amor. Puede que eso lleve algún tiempo. Puede que tenga, en el proceso, alguna recaída, algún tropezón. Quizás no (tengo la esperanza de que no). Puede que llore más todavía, puede que aún tenga otras mil poesías para él u otro millón, no lo sé, puede todo eso y mucho más. No importará. Porque sobreviví, la tragedia ya quedó atrás. Aún humea su pira, aún destella, con palidez suprema, su resplandor. Aún se calcina mi corazón en esa hoguera pero pronto llegará la ceniza salvadora, el hueso pulverizado, la fina sombra de la muerte se cernirá sobre todo ello como la nieve en el final de "Los muertos" de Joyce.
Entonces, podré ir al cementerio de los amores fenecidos, al camposanto más bendito, y dejarle unas flores y llorarlo en la privacidad salvaje de la naturaleza cada tanto. Lloraré mi amor, mis esperanzas, mis ingenuas patrañas, mis poemas nonatos, y a Ariadna; lloraré su pelo, su espalda, su voz; lloraré por "Paraíso" y por cada una de las canciones que no me dedicó; lloraré por mí, por aquella ella que lo adoraba tanto como para olvidarse de que existía y de que tenía una vida aparte; lloraré por mi pena, por mi única y exclusiva pena; lloraré por todo lo que merezca ser llorado; lloraré por cada uno de los besos robados, de las lágrimas ofrendadas, de los abrazos no dados; lloraré por cada una de las imágenes que me azotan y acongojan con furia y saña morbosas; lloraré hasta que los ojos se me partan y las manos se me abran y el cuerpo diga un gran y tenebroso basta... y le llevaré flores, flores narcóticas, flores de otro mundo, flores malditas cada vez que me acerque al túmulo que erigiré conmemorando los restos de lo que no fue, de lo que, ahora sé, nunca tuvo que haber sido.
Imagen: "Bellagio" en http://www.flickr.com/photos/52923129@N00/517439237
2 comentarios:
El duelo de un amor:tan doloroso como necesario
Lo que no nos mata nos fortalece (o eso me han dicho).
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