7 de enero de 2010

Y usted, ¿cómo empezó el año?


Yo empecé el año ordenando la biblioteca. Posiblemente este sea un posteo más adecuado para Fauna, pero dejémoslo correr aquí, ya que no hablaré ni reseñaré ningún libro, sino que hablaré de la experiencia de ordenar una biblioteca. "Ordenar", bueno, en fin, qué presunción la de ciertos verbos, ¿verdad? En puridad, no se ordena nada: se asigna una cierta ubicación a ciertos objetos que, en breve tiempo, muy breve, se desordenarán y volverán a rodar por donde ellos quieran. Se asigna un criterio de ordenación que, nuevamente en puridad, puede ser cualquier otro porque ¿quién me impide ordenar los libros por color, si así lo quisiera? Nadie. Y aunque jamás haría tal cosa, no siempre he ordenado la biblioteca tal como ahora. 
Antes, cuando con dos estantes de un escritorio era suficiente para albergarla toda, usaba el criterio "orden de adquisición". Era lo más práctico y expedito. Sencillamente usted va poniendo un libro detrás de otro, según su fecha de adquisición. Y listo. Eso sí, siempre y cuando tenga el cuidado de anotar algo en apariencia tan trivial como la fecha en que se compra un libro. Pero para mí no tiene nada de trivial, porque cada vez que agarro un libro mío y veo la fecha recuerdo exactamente qué momento de mi vida era ese (¿estaba en el secundario? ¿ya estaba en la facultad? ¿estaba con él? ¿era la primera separación? ¿la segunda? ¿era el momento en el que nos reencontramos? ¿fue después de la debacle? ¿antes?) y en ocasiones recuerdo también qué me llevó a comprar ese libro en ese momento y qué otras cosas acontecían en mi vida y en el mundo también. 
Pero la fecha de adquisición es un criterio que sólo sirve para unas pocas decenas de libros. Cuando se empiezan a acumular centenas y no ya decenas, en mi opinión no queda otra opción que el orden alfábetico. Pero cuando ya se acumulan tantas centenas que se transforman en miles, entonces la amenaza del caos está siempre allí, acechando, y hay que apelar a otras tácticas. En mi caso, a una mixtura de criterios, que podríamos denominar el criterio "genérico-alfabético", complementado con el criterio de origen. Así, para mí la poesía va siempre primero y aparte de todos los demás libros. Por otra parte, el criterio de origen refiere a qué literatura pertenecen los susodichos libros. Se podría hilar muy fino y tener tantas literaturas como seres humanos tiene el mundo pero yo, para simplificar, escogí dividir mi biblioteca en cuatro grandes grupos: literatura argentina, literatura española, literatura latinoamericana y literatura universal. De los cuatro, el sector latinoamericano ocupa apenas dos estantes, contra los doce o trece de literatura universal, los siete de española y los ya perdí la cuenta cuántos de literatura argentina. 
Entonces, dijimos, la poesía primero. Después, dependerá del grupo en cuestión: puede haber más o menos crítica literaria, algunas antologías específicas, el resto seguramente será todo mayormente narrativa (también se podría separar el teatro). Pero a medida que voy escribiendo esto me doy cuenta de que la cosa no es tan así. Aquí mismo, donde tengo la PC, hay, por supuesto, estantes. ¿Y qué hay en esos estantes? Veamos: enciclopedias y diccionarios de toda clase (incluido el que redacté y corregí); libros de gramática castellana y otros textos de lingüística (ahhh, dónde quedaron mis ganas de convertirme en la nueva Chomsky...); libros de crítica literaria de variada especie (léase un Vladimir Propp junto con un Umberto Eco junto con Pierre Bourdieu junto con un Alfonso Reyes); una guía de viaje sobre Europa (ahhh, qué ganas que tenía de irme a Europa en un momento... ¿dónde habrán quedado?); una enciclopedia (desarmada) de literatura argentina (pero, momento, ¿qué hace aquí? ¿No debería estar en el sector de literatura argentina? Hum...); un hermosísimo libro sobre la película "Moulin Rouge", que viene con una sobrecubierta de raso amarillo bordada con canutillos rojos formando el famoso molino de marras; algunos libros fotocopiados (¡oh, sí, sacrílega de mí!); una historia de la literatura publicada en 1902 (con seguridad, el libro más antiguo de toda mi biblioteca); un "almanaque de lo insólito"... ¿Qué criterio impera aquí entonces?
Pero eso no es todo. En mi mesa de trabajo, hay más libros. ¿Y qué tenemos allí? Todos los libros tallerísticos de mi maestro, Marcelo di Marco, junto con el libro de Stephen King Mientras escribo y el maravilloso Qué es ser un escritor de Abelardo Castillo; también se encuentran El camino del artista y El camino del artista en acción, el primero uno de los libros que más me ayudado en toda mi existencia; Cómo se escribe un poema, en sus dos versiones (poetas en lengua inglesa y poetas en lengua castellana y portuguesa); Cómo se escribe un diario; otros libros sobre poesía; otros libros curiosos e inclasificables... De nuevo, ¿qué criterio he aplicado allí? Vaya uno a saber. ¿Libros que quiero/necesito tener cerca? Tal vez.
Pero volviendo a la primera gran clasificación, dentro de cada grupo hay subdivisiones, por así decirlo. Todavía no he terminado de ordenar tooooodaaaaa la biblioteca: falta el grupo más controversial, el de la literatura argentina. ¿Por qué digo "controversial"? Porque ese sector creció en forma desmesurada a partir del 2006, momento en el que empecé a trabajar en el bendito diccionario. Con esa formidable excusa, entonces, compré auténticas carradas, paletadas, paladas de libros que, de un modo u otro, sirvieran para tamaña empresa y así aparecen cosas inimaginables como los Estudios histórico-literarios de Juan María Gutiérrez, las biografías de Arlt, Mujica Lainez, Martínez Estrada, Lucio V. Mansilla, Alejandra Pizarnik y un gran etcétera; la Breve historia de la literatura argentina de Martín Prieto, comprada ni bien salió a la venta; toneladas y toneladas de poesía, a las que se agregan todos los libros de poesía que me regalaron el año pasado sus propios autores; ediciones raras o extrañas de viejos clásicos; las Páginas de Lord Kendal; el Manual de la lengua pampa del coronel Federico Barbará; libros sobre Rosas y Sarmiento; libros de historia; antologías de las más variadas especies y calañas... Todo esto sin contar los estantes ya superpoblados de poesía, crítica y narrativa que existían pre-diccionario (y que nos salvaron las papas en más de una ocasión). 
Como Borges dijera, ordenar una biblioteca es como ordenar un universo y cualquiera sea el orden que establezcamos, rápidamente quedan en claro dos cosas: 1) cualquier orden que se aplique es absolutamente arbitrario y azaroso; 2) establecer ese orden, por simple y nimio que parezca, exige complicadas elucubraciones acerca de sus ventajas y desventajas frente a otros posibles ordenamientos de la materia. Lo que nos lleva a pensar qué complicado debe ser Dios y decidir qué cosa crear y cuál descartar. O más modestamente, nos ilumina acerca de nuestra tarea como artistas: encontrar lo que está de más, saber cuándo hay materia de menos, embellecer sólo hasta alcanzar el punto justo y no más. Saber diagnosticar, como dice mi maestro. Saber discernir, más aún: cuándo parar. 


Addenda: mi teoría de los criterios de ordenación se viene abajo estrepitosamente cuando me doy cuenta de que además de todo lo que enuncié existe un por ahora inexistente estante que albergaría mi colección de literatura erótica junto con otro igualmente inexistente por el momento (hasta que encuentre dónde ubicarlos) con los libros de filosofía y algo que vagamente podríamos denominar "antropología" o "psicobiología" o algo así (donde se incluyen libros como El zoo humano o una Historia de la locura). Sin contar tampoco las dos pequeñas columnatas de libros de romani y de aqueos que sostienen uno de los estantes que siempre amenaza con venirse abajo. Como por ahora los libros en latín y las tragedias griegas no los frecuento, me parecieron los ideales para oficiar de pilares. Después de todo, Grecia y Roma son la cuna de la ¿sabiduría? occidental, ¿no? 


Segunda addenda: Peor aún, ahora me doy cuenta de que también hay un sector no oficialmente reconocido aún con libros de humor (como, por ejemplo, Cómo ser una idische mame de Dan Greenburg o Dónde están los hombres de Serena Gray) que se complementa con algunos libros de astrología, uno de Maitena, otros de simil cómic y un par de cosas más "por el estilo"... pero sabrá Dios qué estilo es ese... Algún día les hablaré de mi colección de revistas de historietas también. ¿Forman o no parte de la biblioteca? Hum... en qué berenjenal me metí, mejor ¿lo dejamos ahí?

1 comentario:

Susana Lizzi dijo...

Buenísimo este texto...me encantó. Buen blog. Bien ordenado...el mío es caótico...¿cómo hacés?!!!

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