31 de marzo de 2010

La literatura, ese espacio curvo


Hace una noche espléndida (fue un día climáticamente espléndido, cabría acotar). Hace una de esas noches en las que me gustaría estar en alguno de los siguientes escenarios, junto con un hombre deseado y amado (cada vez más deseado y amado): en un balcón que diese al mar y desde el que se escuchase la música arrulladora de las olas, los matices del viento, el agitarse inquieto de los arbustos y los árboles, tomando algo fresco, mirando al cielo sin preocupación alguna y hablando de bubalinos perdidos; o bien, en la acogedora galería de una mansión-estancia, el cielo tan lleno de estrellas que parezca a punto de caerse sobre nosotros, grillos inquietos por todas partes, luciérnagas invitándonos a la levedad y la lujuria...
Pero, en lugar de todo eso, estoy en mi estudio y escribo. Escribo impelida por algo que leí en el tren, mientras volvía a mi hogar luego de una jornada laboral moderada intensa y de una clase de taller no muy iluminada de mi parte. Porque la literatura, en definitiva, es eso. Escribir a partir de lo que otros han escrito, retomar allí donde otros dejaron, rellenar esos espacios que quedaron huecos, o bien hacer algunos intersticios en las sólidas murallas de un texto que parecía haberlo dicho todo ya. Y aunque es probable que todo esté dicho (o Escrito), siempre se puede agregar algo más, porque esto no es otra cosa que un diálogo, el trasvasamiento de ese diálogo que yo quisiera tener, tanto en el balcón como en la fresca y deliciosa galería, con ese hombre amado-deseado que hace tanto tiempo estoy buscando. 
Hace tiempo también que me siento diferente. Rara. Y reitero: clara, distinta, diáfana. Hoy se me ocurrió que se debe a que estoy encontrando a mi yo, a mi verdadero ser, al yo que yo quería ser, valga el juego de palabras. Y lo que encuentro me agrada y quiero saber más, conocerlo más. Y entonces descubro que mi ser participa del aire y del fuego y que se alimenta abundantemente de ambos; participa de las contradicciones, los encuentros y los desencuentros, le agrada surfear al borde de las paradojas, se relame con la ironía, disfruta de todos sus sarcasmos. Participa de la fría crueldad de la Luna pero también del ardoroso rumor de los volcanes. Y es agua y es viento y su nombre abiertamente secreto es Deseo, es Llama, es Locura, es Atrevimiento. Fulgura tanto en el desenfreno como en el rigor. Los quiere a ambos, coquetea con todos, me vuelve este sensual misterio que desborda ciertos corazones y eriza otras ciertas pieles. 
Pero, ay, amigos, este ser es también pura literatura. Es puramente literario, es mitológicamente borgeano, es pura ficción y es ficción pura, es ardientemente libresco, es el más feliz cada vez que se halla entre libros y hojas impresas, entre textos y versos. Cuando lee, cuando escribe es cuando alcanza su máximo esplendor, el cenit de su propia estrella, el equinoccio de su propio corazón. Cuando encuentra esos cósmicos puntos de unión y comunión entre los textos y los autores más dísimiles, igual que Borges. Cuando arriesga una etimología y gana, cuando acuña un verso y no lo olvida aunque se lo roben, cuando empuña su arma cargada de futuro y sale a pelear contra maravillosos molinos de viento...
En ese tembladeral, en esa sima, en ese delicado y turbulento abismo, mi ser encuentra su felicidad. Y la comparte, la expande, la libera al mundo a través de esta vía. Esta vez, la felicidad vino de la mano de un texto de Genette, algo que nunca se me hubiera ocurrido posible. Pero el crítico francés acaso describió mejor que nadie algunas cuestiones relativas a la concepción borgeana de la literatura que me son, he descubierto, muy caras. Y, por eso, por esa felicidad del descubrimiento que siempre realizan los lectores que no desconocen las secretas redes textuales que vinculan todos los textos ya paridos y los por parir, es que quiero compartir esos fragmentos con mis curvos y desviados leyentes. 
Helos aquí: 
"Según Shelley, todos los poemas son otros tantos fragmentos de un poema universal único. Para Emerson, "diríase que una sola persona ha redactado cuantos libros hay en el mundo."
"Esta visión de la literatura como un espacio homogéneo y reversible en el que las particularidades individuales y los datos cronológicos no tienen cabida, ese sentimiento ecuménico que hace de la literatura universal una vasta creación anónima donde cada autor no es más que la encarnación fortuita de un Espíritu intemporal e impersonal, capaz de inspirar, como el dios de Platón, el más bello de los cantos al más mediocre de los cantores, y de resucitar en un poeta inglés del siglo XVIII el sueño de un emperador mongol del siglo XIII, esta idea puede parecer a los espíritus positivos una simple fantasía o una pura locura."
"(...) el mundo de los libros y el libro del mundo no son más que uno, y si el héroe de la segunda parte de El Quijote puede ser lector de la primera y Hamlet espectador de Hamlet, es posible concluir que nosotros, sus lectores o espectadores, somos sin saberlo personajes ficticios, y que en el momento en que leemos Hamlet o Don Quijote alguien está ocupado en leernos, escribirnos o borrarnos."
"Pero la idea excesiva de la literatura, a la que Borges se complace a veces en arrastrarnos, designa tal vez una tendencia profunda de lo escrito, que consiste en atraer ficticiamente a una esfera la totalidad de las cosas existentes (e inexistentes) como si la literatura sólo pudiera mantenerse y justificarse ante sus propios ojos dentro de esa utopía totalitaria. El mundo existe, decía Mallarmé, para llegar a un Libro. El mito borgiano resume ese moderno todo está por escribirse y el clásico todo está escrito en una fórmula más ambiciosa aún que sería: todo está Escrito."
"(...) a la literatura, ese monstruo insaciable, no puede concedérsele nada sin abandonárselo todo (...)."
"(...) la obra pertenece desde su nacimiento (y tal vez antes) al dominio público, y vive sólo de sus innumerables relaciones con las otras obras en el espacio sin fronteras de la lectura. Ninguna obra es original, porque "el número de fábulas o de metáforas de que es capaz la imaginación de los hombres es limitada", pero toda obra es universal, ya que esas contadas invenciones "pueden ser todo para todos como el Apóstol."
"Está permitido encontrar en este mito más verdad que en las verdades de nuestra 'ciencia' literaria. La literatura es ese campo plástico, ese espacio curvo en el cual las relaciones más inesperadas y los encuentros más paradojales son posibles a cada instante."
"El sentido de los libros está delante de ellos y no detrás, está en nosotros: un libro no es un sentido dado de una vez para siempre, una revelación que nos toca sufrir, es una reserva de formas que esperan sus sentidos, es la 'inminencia de una revelación que no se produce...' y que cada uno debe producir por sí mismo. (...) La literatura es esa tarea imperceptible e infinita."
Gérard Genette, "La utopía literaria". En Figuras - Retórica y estructuralismo. Reproducido en Borges y la crítica. CEAL; Buenos Aires, 1981. Capítulo, Biblioteca Argentina Fundamental, nº 80. 

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