6 de abril de 2010

La curva de las despedidas

Se suponía que ya no iba a hablar de vos, que ya nos habíamos despedido, que el año pasado había sido la última vez que te nombraba en este blog, pero ya ves, no es así. Tantas cosas se suponen usualmente que no es extraño que esto que no se suponía fuera a suceder, haya sucedido.
Hoy te vi. Estabas con tu hija (¡tan parecida a ella...!) en la estación de tren. Tantas veces que soñé, deseé y supliqué por un encuentro así y ya lo había desestimado, porque suponía que ya no andabas por el barrio. Pero no, ahí estabas. Cuando yo ya me había olvidado de esos pecaminosos deseos de volver a verte y encandilarte, cuando ya ni se me cruzaba por la cabeza que fuera posible, ahí estabas. Vos, el mismo, el de siempre, mi músico lisérgico y fantasmal, narcótico, vándalo, peligroso... Te dediqué tantos adjetivos en mis poemas que podría escribirse todo un glosario con ellos. Y ninguno nunca daba ni dio ni dará en la tecla. La tecla. ¿Qué tecla oprimiste para que yo te amara siempre así? No lo sé. Creo que nunca lo voy a saber. ¿Qué tecla oprimo ahora para seguir mi camino? ¿Delete? ¿Enter? ¿Backspace? No lo sé tampoco. 
Sólo sé que aunque no lo pareciera, ésta fue nuestra despedida. Visto desde afuera eran sólo dos personas, dos conocidos (¿quién sospecharía que éramos en verdad dos amantes?) que se encuentran, se saludan, charlan de banalidades y cada cual sigue su camino. Pero desde adentro fue distinto. Ni toda mi cháchara sobre los lamentables sucesos de que fui objeto los otros días (que le roben a uno tiene ciertas ventajas: se obtiene el protagonismo en cualquier conversación) ni lo poco que vos me contaste pudieron opacar ni ocultar lo que se estaba jugando por detrás. El tan anunciado y vilipendiando y buscado y evitado a la vez fin. Ahora sí. Ya lo venía sintiendo desde hacía rato (porque ni siquiera después de lo que pasó el año pasado podía aún admitirlo) y hoy quedó plasmado. Nada en la actualidad me une a vos y eso está muy bien. Allá quedó el pasado: en una cuenta de gmail que nunca volví a abrir, en algunos recovecos de tu blog, en pasados posteos de este mismo blog, en mis diarios y en mis poemas. 
Se terminó. Y está muy bien que se haya terminado. 
No me resulta fácil decirlo, sin embargo. Lo digo con lágrimas en los ojos, una vez más, pero sé que es lo mejor. Más aún, es lo adecuado, que siempre es mucho mejor que lo correcto. Ya no podría estar con vos: la vestal se fue hace mucho, se arrojó, feliz, como profetizo en varios poemas, en el centro de su propio fuego, del fuego que con tanto celo cuidaba día y noche. La sierva, la supliciada, la émula de Alejandra Pizarnik, de Sylvia Plath, de Erica Jong y de todas las mujeres maltratadas por el bruto de turno murió allí también. La prueba está en que hasta te fuiste de mi poesía. Otros son los musos que me inspiran ahora, otros los vientos, otros los caminos que recorro y que quiero empezar a recorrer con ansiedad adánica (o evánica, digamos). Otros son y nada hay de malo en ello y sé que si algún día llegás a leer esto lo comprenderás perfectamente porque vos también recorrés ya otras sendas y otras auras y otros duelos y eso está perfecto, es lo que tiene que ser, lo que siempre tuvo que ser (lo nuestro no, lo nuestro nunca tenía que ser). 
Me quedo, eso sí, con el abrazo que me diste y con lo que creí percibir en tu mirada: una mezcla de nostalgia y encanto, como esas últimas llamitas que quedan ardiendo cuando ya se enfrió toda la lava y el volcán que antes nos arrastró tanto y tan lejos empieza ya a humear, despacio, tranquilo, aliviado al fin. No quería quedarme con las imágenes del encuentro anterior, porque estaban cargadas de odios, rencores y tantos otros sentimientos negativos que siempre estuvieron amalgamados con lo más profundo de nuestro amor (o con lo que demonios haya sido). No quería odiarte ni cuando te dije que te odiaba ni cuando te eché de mi casa (oh, he sido siempre tan melodramática, ¿no?) ni cuando te dije cosas horribles e irrepetibles. Nunca hice otra cosa que no fuera amarte, ya no importa si a vos o a la idea mítica que yo tenía de vos. Pero no quería quedarme con esa piedra oscura y fría adentro, con ese peso que me llagaba, con ese dolor todavía presente. Por eso celebro que nos hayamos visto así, como se encuentra un día cualquiera la gente civilizada y mientras en la superficie se discurre acerca de las banalidades diarias, en lo profundo se restañan y curan todas las heridas. 
Ojalá haya sido algo así para vos también. 
Chau, amor, que estés bien, como te dije hoy. 


P. D.: Hoy me voy a dar el lujo de poner una foto tuya, de la misma manera que en su momento puse fotos de Zappa o de cualquier otra persona que juzgué digna de estar aquí. 

P. D.: Hoy volví a entrar en esa cuenta de gmail que ya no frecuento y encontré todos esos maravillosos, delirantes, enojosos, malévolos, hermosos y apasionados mails que intercambiamos hace ya tanto tiempo y me encontré con esta cita de la novela de Philip Roth, El teatro de Sabbath, novela de la que saqué otro de mis tantos seudónimos (Drenka Balich, el mismo con el que aún aparezco en tu blog): 

"Parodia, juego, el talento y el gusto de lo clandestino, el conocimiento de que todo lo subterráneo supera con mucho a lo terráneo, cierto equilibrio físico, el equilibrio que es la expresión más pura de su libertad sexual."

P. D. (última): En febrero pasado se cumplieron quince años exactos desde la primera vez que nos vimos... Y todavía hay sensaciones, momentos, palabras y miradas de esa primera vez que me resulta del todo imposible olvidar. Intuyo que eso nunca cambiará, al igual que la posesión demoníaca a la que aún me somete, con tanta facilidad y maestría, tu música.  

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya que si! Esta es una despedida bien, bien femenina...
Una despedida cabal y tajante, con sensualidad, aprecio y respeto, pero a fondo y sin trampas.
Creo que a esta instancia se llega con cierto beneplácito y eso se advierte fácilmente. Es un agradable atisbo de madurez en una relación, es una señal de que el tiempo cura las heridas del alma, y siempre brinda nuevas oportunidades.
Es un corte que despierta fantasías melancólicas, que llegan con cierta calidez a la piel, pero que apunta hacia un futuro abierto y plausible.

Es agradecer lo vivido. Decantados ya los rencores, lo sufrido y disfrutado; y esperar sin apuros los misterios del devenir

lakimchi dijo...

dos y dos
son cuatro

cuatro y dos
son seis

seis y dos
son ocho

y ocho, dieciséis

y ocho, veinticuatro
y ocho, treinta y dos

ánima bendita
me arrodillo
en voZ

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