29 de abril de 2010

La curva felina

Ya dije por acá mismo que no me gustan las celebraciones del "día de...", pero como hoy es el día del animal, al menos en estos parajes dejados de la mano de Dios, voy a aprovechar tal circunstancia para hablarles (y mostrarles) de mis gatos. Ningún escritor que se precie de tal, sostiene un amigo mío, puede carecer de la esquiva y maravillosa compañía de un gato. 
Hay, incluso, gatos famosos por pertenecer, justamente, a escritores. Flanelle y Adorno fueron algunos de los gatos de Cortázar; Beppo, el gran gato blanco, acompañó muchos años a Borges. Baudelaire, mi padre nutricio, escribió hermosos sonetos dedicados a los felinos. Entre nosotros, Olga Orozco hizo otro tanto con sus Cantos a Berenice. Poe inmortalizó a todos los gatos negros con su cuento homónimo (del que he hablado ya aquí). Y los ejemplos siguen por cientos, he citado sólo los que recuerdo ahora. Esta página atestigua que lo dicho hasta aquí es apenas una ínfima parte de la inquebrantable alianza gatos-escritores.
Es probable que lo que sigue sea una sarta de insoportables  lugares comunes acerca del cáracter tan particular de los mininos pero no me privaré de ello porque los compruebo día tras día desde que tengo uso de razón. Siempre tuve gatos. 
Mi primer gato se llamaba Leo y era uno de esos atigrados de ojos profundamente verdes. Después vino mi relación gatuna más duradera: Alfonsina. Una esquiva, histérica y arisca (¿como su dueña...?) gata gris perlado que condescendió a convivir conmigo casi 10 años. Tenía unos modales y unos humos dignos de una princesa y era la gata más huraña que yo haya conocido. Sin embargo, dormía siempre conmigo y me dedicaba los ronroneos (o "motorcitos") más dulces que yo haya recibido. Durante algún tiempo estuvo con nosotras Chandon, un joven felino amarillo y atrevido que le hizo la vida imposible hasta que decidió irse tal como había venido. Después que Alfonsina murió pasé bastante tiempo sin compañía gatuna y la vida era francamente un erial. Así, apareció un día un gatito blanco y negro, al que bauticé Piru y luego llegaron dos hermosos gatos, hermanos: uno blanco y negro y la otra con muchas manchitas. Como eran hermanos, les puse Pericles y Merlina, un sentido homenaje a la familia Addams, por supuesto. Pericles un día también se fue pero no sin antes dejar preñada a Merlina (entre gatos no hay moral) y así apareció otro gato blanco y negro hermoso al que bauticé, nuevamente, Piru y muchos otros gatitos que fueron creciendo y yéndose por su propio camino a lo largo de estos años. Una de ellas era una hermosa gata gris y blanca que me dio otra gatita exactamente igual que ella, acaso como regalo de despedida, porque un día se fue y nunca más regresó pero me dejó a su hermosa hijita, a quien llamo Bebé. Y hace ya algún tiempo otra gata se unió a la familia sin permiso de nadie y se convirtió en la más mimosa de todas. Sin embargo, yo sigo llamándola Intrusa. Recientemente, tanto Merlina como la Intrusa tuvieron gatitos y ahora la casa está sembrada de miaus, pelos y bigotes. Ahora tenemos dos demonios negros, una osita de pelaje manchado, una de patitas blancas, una rayitas, dos a los que aún no sabemos como identificar y otro chandonito. A pesar de las molestias, no sabría vivir sin un gato cerca. 
Como dice en la página que les cité más arriba, los gatos son animales políticamente incorrectos. Son sinceros, independientes, orgullosos. Saben de nuestra admiración, de nuestro regocijo al verlos caminar tan seguros por cualquier superficie; saben que llaman poderosamente nuestra atención con sus ojos verdes y dorados, con su pelaje suave y tibio, con el lenguaje prístino de sus colas. Saben el poderío que ejercen desde tiempos inmemoriales, saben de su supremacía sobre los perros y sobre cualquier otra mascota que nunca provocará la misma fascinación que ellos. Traen lo más salvaje y lo más refinado en el mismo envase. Nos aligeran de las pesadas cargas del día con que sólo los acariciemos o les prestemos atención. No son babosos ni impertinentes ni tontos como los perros (que me perdonen los amantes de los perros, pero salvo excepciones es así). No son codependientes, no se rebajan nunca a la esclavitud, no son reductibles a nada que no sea su soberano deseo. Son mágicos, son nocturnos, son pequeños dioses con bigotes, deslumbrantes faros que alumbran las noches más oscuras con el fulgor de sus ojos. Son inteligentísimos, son hedonistas, son gozadores de todos los placeres por los que vale la pena haber venido a este mundo: comer, dormir y fornicar. 
Aquí, algunas fotos de mis mininos: 


Alfonsina, alias "Tutuni", ca. 1992.



Uno de los tantos Pirus, ca. 2003.



Merlina y yo, ca. 2007


La madre de mi Bebé, Merlina y la hermana del Piru en una mañana de sol, 2008.



La Intrusa y una camada de gatitos, 2008.



Merlina y mi Bebé, cuando ésta era un idem, 2009.



El Piru actual, alias "Mi príncipe", entrando por la ventana de mi estudio, 2009.



Mi Bebé, durmiendo, 2009.

P. D.: Soy, por supuesto, de esas personas que van por la calle y cuando ven un gato inmediatamente se detienen y se agachan (es decir, se ponen a su nivel) a acariciarlo y a recibir sus interminables mimos. Con orgullo puedo decir que jamás ningún gato, callejero, familiar o doméstico, se me ha resistido.

1 comentario:

Eowyn dijo...

Justo hoy vi un gatito en la calle y pense que necesito uno en mi vida. Yo tuve dos gatitos, Mini que era atigradito marrón y se hizo dueño de la casa hasta conquistando a mi abuela! Despues vino Kero, ese termino siendo más de mi mamá porque yo al tiempo me fui de casa, y desde entonces (hace nueve años!) estoy desgatada... Y coincido con vos, los gatos son lo más!!!

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