12 de octubre de 2010

¡Las curvas cocinan!

Sí, señores, así es. Qué se creían ustedes. ¿Que porque soy escritora no sé cocinar? ¡Error! Y soy muy buena cocinera, o así me han dicho. Pero para no caer en alardes baratos, en el transcurso de este post encontrarán pruebas irrefutables de mis dotes culinarias.
Porque lo cierto es que cocinar me encanta. Incluso me "inspira", como he anotado por ahí, si bien yo no creo mucho en eso que el vulgo llama la "inspiración" (más bien creo en la transpiración y en las "horas-culo", como las llamaba mi maestro). Pero sí, me encanta cocinar. Y era un placer del que me venía privando hace años, por las más peregrinas y estúpidas razones. O quizá no tanto. 
El caso es que desde que me vine a vivir sola (¡hace ya más de un mes y medio!) volví a cocinar. ¡Y qué placer es poder hacerlo al fin como yo siempre quise! En una cocina pequeña, pero limpia y ordenada, donde todo está en su lugar, donde nadie me va a cambiar las cosas de lugar, donde yo mando, ¡qué tanto! Y qué maravilla es poder sentarse después a comer lo que uno se cocinó y encontrarlo única y exclusivamente ¡ex-qui-si-to! Desde que me mudé que ni una comida me salió mal o fea o más o menos. Todo me viene saliendo de rico para arriba. Y eso que hacía por lo menos cinco años que no cocinaba (bah, de vez en cuando me hacía un triste plato de fideos -cfr. infra- o preparaba alguna receta "familiar", pero nada más). 
Y no cocinaba por varias razones, la principal de ellas, que empecé a trabajar y llegaba muy tarde y muy cansada a mi casa del conurbano, sin ganas de absolutamente nada, y entonces mi padre decidió ocuparse de eso. Pero. Siempre había alguna que otra rencilla porque el punto de las papas no era "ése", porque la acelga no se corta así sino asá, porque le faltaba sal (o tenía demasiada) o por esto, aquello o lo otro. Sin contar otras rencillas más graves... Todo eso ha desaparecido ahora. Si le falta sal, le pongo. Si se me fue la mano... bueno, veo cómo solucionarlo. No más peleas insensatas, no más espantosas pérdidas de tiempo, no más caprichitos infantiles de mi parte (de su parte también había, no vayan a creer). También dejé de cocinar porque mi padre carece de la obsesión ordenadora que a mí me caracteriza y un día dejaba las cosas en un lugar, otro día en otro y así yo nunca encontraba nada donde mi manía particular me decía que debía estar... otro factor de alto stress para mi psique siempre frágil, entonces mejor dejarlo. Y así me fui privando de uno de los placeres más bellos que existen.
Ayer leía en alguna página web que hay que darse por lo menos cuatro gustos (placeres, lujos, deleitos) al día para ser relativamente feliz. Y a ser posible, más de cuatro, más de diez, más de veinte...! El truco es encontrar aquellas cosas, grandes, pequeñas o medianas que nos dan felicidad, y practicarlas a conciencia. Es decir, prestando atención a lo que se hace y disfrutándolo. Cocinar es justamente una de esas cosas que requiere toda nuestra atención y todos nuestros sentidos puestos allí: olores, colores, sabores, sonidos y texturas nos avisan siempre cuándo algo está en su punto justo, cuando se está pasando o cuándo se quemó indefectiblemente. 
Cocinar es, y perdón por la perogrullada, un acto tan creativo como escribir, pintar un cuadro o componer música. ¿Por qué rayos uno va a privarse de semejante lujo? Queridos lectores, si les gusta cocinar, por favor, no se priven de ello, encontrarán un aliciente magnífico en medio de tantas porquerías que nos atosigan día tras día. ¡Y resistan la tentación de llamar al delivery más próximo! (a menos que sea para pedir una porción de arrolladitos primavera, ja ja). Fíjense qué hay en la heladera, qué hay en la alacena y lárguense a inventar. Es imposible que les salga mal, si lo hacen con atención y afecto. 
Así que ahora que tengo mi propia cocina, con sus pertinentes utensilios y sin que nadie venga a molestarme o a decirme "ponele esto, ponele aquello, cortalo así, dejalo asá", pongo en práctica mi creatividad allí también como hace tantos años no lo hacía. Y, como decía más arriba, quiero compartir con uds. el plato que preparé esta noche (por ahora cocino para mí sola, pero, quién sabe, tal vez pronto pueda deleitar a alguien más con mis creaciones culinarias). La receta no me pertenece (venía en los quesitos Adler de hace por lo menos quince años) pero les puedo asegurar que es un golazo indiscutido, apto para cocineros principiantes o chefs en regla. Tomen nota: 

Fideos verdes con salsa de fontina y salteado de tomates & cebolla (resisto la tentación de llamarlos "Cintas de masa a la clorofila en láctea transición cremosa con hortalizas concassé sudadas", como en el sketch de Capusotto)

- Fideos verdes (la cantidad depende de cuántos vayan a comer...; yo siempre calculo "a ojo")
- Tomates peritas, bien maduros (también pueden ser cherry; yo hoy usé de los dos)
- Cebolla (1 chica o media grande)
- Aceite (apenitas, para saltear)
- Quesito fontina de Adler (yo usé 1 triángulo aprox)
- Leche (para ablandar el quesito)
- Sal y pimienta blanca

Pongan el agua para los fideos como acostumbran y mientras tanto piquen la cebolla (no muy chica, se tiene que notar). Corten los tomates y sáquenles toda la parte de las semillas (si son cherry, sólo córtenlos al medio). Pongan una sartén al fuego y salteen, muy suavemente, la cebolla primero, hasta que se transparente, y luego los tomates. No se tienen que dorar. Sazonen y reserven. 
Pongan en la licuadora o en la minipimer (¡como la que me compré yo el domingo!) el quesito Adler y la leche. Licúen hasta obtener una crema y pongan al fuego, hasta que espese y tome consistencia. Sazonen con la pimienta blanca. 
Cuando los fideos están listos (cada cual sabe el punto que le gusta, a mí me gustan tirando a "pasados", pero sin pasarse), los cuelan y sirven, salseándolos con el queso fontina y echándoles el salteado de tomates y cebollas por encima. El resultado debe ser algo como esto: 


¿Que si salen ricos? ¡No se dan una idea! Corran a buscar los ingredientes y a hacerlos. ¡Ah! No vale hacerlos con fideos "comunes", deben ser de los verdes. La receta original pedía que se les rallara queso, como a cualquier fideo que se precie de tal, pero en mi opinión es excesivo. Uds. verán.
Estoy segura de que este desvío culinario ni se lo esperaban... estén atentos, porque puede haber más.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sorprendente plato! Lleno de colores, y ese aroma que se presiente en la imagen...mmmhhh...

Vaya Chica, aún a esta hora de la mañana, con el mate como sóla compañía, creeme que haría a un lado este ritual mañanero para fagocitar sin contemplaciones esta rica pasta hecha por tus manos prodigiosas.

Y pienso: Quien ama la estética (o la ética, que viene a ser lo mismo)en los detalles de su vida, lo traslada a cada una de tareas cotidianas. El trabajo, la originalidad, la lectura, el ocio, la cocina... El respeto hacia los demás.
Aquí encuentro todo eso.

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