8 de diciembre de 2010

Curva inmaculada

A pesar de que ya hace varias semanas que los desesperados negocios vienen pregonándola, hoy comienza oficialmente la temporada navideña (iba a poner "la navidad", pero es demasiado). Con estridente puntualidad, todos los negocios comenzaron a llenarse de guirnaldas, pelotitas, papá noeles chinos y taiwaneses, lucecitas, estrellas de belén, renos y todas las zarandajas y perendengues pertinentes. Hace ya varios años que procuro permanecer ajena a la algarabía navideño-añonuevense, pero esta vez es diferente. Este año quise volver a formar parte del redil, sumarme a los rituales consabidos, no esquivar las ceremonias que jalonaron durante años nuestras vidas (o, por lo menos, mi vida). 
Así que, con gran orgullo, hoy armé, como corresponde, el arbolito de Navidad. Una tarea que había dejado de realizar hace ya varios años, precisamente por esta indolente (y cansadora) conducta de establecerme como bicho raro, como diferente, como rebelde buey. Hoy pienso que la rebeldía (bien entendida) pasa por otro lado y no por esquivar con intelectualismos de cuarta las tradiciones (y acá me ahorro el discursito acerca de la tradición selectiva, las operaciones culturales y demás). Sabemos que son idioteces, sabemos que son series impuestas culturalmente, sabemos que hay oscuros designios tras ellas, sabemos que hay claros designios comerciales a la vista, sabemos. No por saber habemos de disfrutar menos o de evitarlas con un dejo de falsa superación, que tanto daño hace al espíritu. 
Pero, como es mi primer arbolito "independiente" tuve que ir a comprarlo. Precisamente, aproveché el fanático rigor de los comerciantes sureños y semanas atrás compré un pequeño árbol, sus correspondientes pelotitas, sus recursivas guirnaldas y sus infaltables lucecitas. Todo en los colores que me caracterizan (a excepción del árbol, realistamente verde) y que, según me dijo un amigo, representan el cambio. Sí, ese color violeta por el que tanto me cargan mis compañeros, por ejemplo, al punto de llamarme "Violet" uno de ellos, significa cambio. Ahora, tal como nos preguntamos con el amigo que me dijo esto, sería bueno saber si mi permanente compromiso con el violeta (y todos sus matices) es porque estoy en perpetuo cambio o porque necesito del cambio. Yo diría que un poco y un poco. 
Por eso, hoy, en este día feriado tan raro, mientras recordamos la triste muerte de un grosso y yo procuro continuar a trompicones con la escritura de mi novela, les presento a mi flamante arbolito de Navidad, aunque no sea católica, no crea demasiado en estas ceremonias, cultive un paganismo y agnosticismo moderados y siga creyendo que mi única religión, sin lugar a dudas, es el lenguaje. 
Y ustedes, ¿ya armaron sus arbolitos?


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