No sé ustedes pero a mí, cuando era chica, me fascinaba ver libros de medicina o recorrer las hojas en papel ilustración de la enciclopedia donde se mostraban los distintos sistemas del cuerpo humano por dentro. Así, estaban las láminas donde el rojo de los músculos sobresalía ante todo; otras, en donde el recorrido de las venas y los vasos sanguíneos hacían pensar en mapas de territorios no hollados aún por el hombre; y también estaban aquellas, las más tétricas, las más hórridas, las que en el amarillento color de la muerte mostraban nuestros poderosos y frágiles doscientos seis huesos, nuestro simpáticamente feo esqueleto.
¿Qué morbo se (nos) despierta al ver eso? No lo sé, pero evidemente uno muy grande. No hay más que pensar en la cantidad de series que hoy día se ocupan de cosas por el estilo en la tele (Bones, CSI, Dexter y tantas más). Recuerdo ahora también la muestra "Bodies", a la que al final no fui, pero de la que había visto algunas imágenes en un documental (justamente) por Discovery o History Channel. ¿Nos gusta la muerte? ¿O es otra cosa?
Creo que es otra cosa, aparte de la necrofilia. Es el misterio de lo que se nos mantiene, por nuestro bien, oculto. Es el misterio ahora profanado por radiografías, ecografías, tomografías y otros chismes de última generación semejantes. Podemos llegar, con ellos, a ver hasta el último recoveco de nuestro cerebro. Podemos conocer la silla turca (ese huesito donde se asienta la hipófisis) o el huesito vómer (un hueso detrás de la nariz) que siempre me cayó simpático por su nombre. Podemos conocer la inclinación de nuestro útero, el estado de todos nuestros órganos, pero aún así no podemos conocernos lo suficientemente a nosotros mismos y menos a quienes nos rodean. ¿No es realmente paradójico que el conocimiento de todos los cableados de nuestro interior no nos revelen ni un ápice de quiénes somos realmente?
Toda esta diatriba anatómica viene a cuento de dos cosas que vi en estos días y que quiero compartir con uds. Una salió ya en el blog de Jorge Gómez Jiménez y la otra me llegó vía Curious Expeditions, ese hermoso sitio donde están las imágenes de las bibliotecas curvas que publiqué hace unos meses. La primera se trata de una exposición en la biblioteca de Nueva York, titulada "Imágenes de la ciencia: 700 años de ilustración científica y médica", que pueden ver acá. Es, sencillamente, amazing, como dirían los yanquis. La otra es este blog, de temática similar. Lo que más me espeluznó, en todo sentido, son las figuras de cera usadas por los antiguos estudiantes de Medicina. Y también la colección de animales conservados en formol.
Vuelvo a mi pregunta inicial: ¿qué es, entonces, lo que tanto nos fascina? ¿Por qué yo sigo mirando programas como los que pasan en Discovery Home & Health acerca de extraños casos médicos? ¿Por qué nos gusta tanto Doctor House? Estoy segura de que no es sólo por lo bien construido que está el personaje. Hay algo más. Lo distinto. Lo extraño. Lo que se sale de la norma. En definitiva, lo que se desvía. Lo que no sigue el curso preestablecido... pero ¿preestablecido por quién?
1 comentario:
...perdon, ¿pero sos chica rumiante? por the "rum diary" de hunter s. thompson?
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