24 de diciembre de 2009

Creencias


¡Qué rápido se pasó este año...! Increíblemente, ya es Nochebuena. ¿Y qué demonios hago acá, os preguntáreis con toda razón? Sucede que ya cené, sucede que las celebraciones familiares de horas y horas y platos y platos de duración son cosa del pasado. No me molesta, siempre he sido bastante antisocial, bastante antipática, bastante anti-todo o casi todo. Lo señalo, simplemente, porque sé que contraviene las "normas" que esta sociedad considera apropiadas para estos días de celebración natal. En el pasado, había una larga mesa llena de primos, tíos, primitos, abuelos, tíos abuelos y otros parentescos similares todos hablando al mismo tiempo y saboreando las delicias que mi abuela, sola, desde hora muy temprana, había estado preparando: los pollos a la manteca, la ensalada rusa, la ensalada de frutas después, en la que yo tenía colaboración privilegiada. Y al día siguiente, al mediodía del 25 de diciembre se almorzaba ravioles de seso y verdura, aunque hiciera 35 grados a la sombra, y nadie se quejaba ni estaba a dieta ni hacía rancho aparte (ni siquiera yo). 
Ubi sunt todas esas cosas? En el pasado, como he dicho. Mi abuela falleció hace ya mucho, algunos de esos tíos también, mis primos tomaron distintos rumbos, otros están, desde hace ya bastante, en España... Y yo sigo acá, en la misma casa, ¿ocupando el mismo lugar? No lo sé. A estas alturas y en momentos como éstos me pregunto -al menos desde hace un par de años- si no tendría que haber formado mi propia familia ya, si no sería hora de tener esas interminables discusiones acerca de con quién pasamos las fiestas, si los tuyos o los míos, si hago matambre o vittel toné, si llevo budín marmolado o con chips de chocolate (¡odio el pan dulce!), si compro Mantecol y corro el riesgo de ganarme una hermosa patada al hígado como de costumbre... 
Si no sería hora, me pregunto, de transformarme sigilosamente en Mamá Noel y descubrir la forma de dejar los regalos en el arbolito (pero ya ni arbolito tengo) sin que los "peques" se den cuenta... Porque, la verdad, yo nunca me daba cuenta. Era una pavota de trece o catorce años cuando "supe" que ni Papá Noel ni los Reyes Magos existían y que eran -perdonen niños que estén leyendo esto- los padres (terrible decepción). Para mí nunca fueron los padres. Para mí existían. Y existían porque me sentaba con muchos días de anticipación para escribir, con letra desprolija y temblorosa, la cartita a Papá Noel (ahora entiendo por qué siempre había un grande vigilando atentamente esta acción: para ir sabiendo a qué atenerse y ver si era posible comprar aquello que uno solicitaba con tan hermoso desparpajo: una Barbie de las que se doblan las rodillas, mucha ropita para la Barbie, una bicicleta, un monopatín, una motito eléctrica, un auto a control remoto...). Existían porque cada 5 de enero salía corriendo a buscar mucho pasto para los camellos -tan cansados venían, ¡pobrecitos!, venían de tan lejos...- de los Reyes Magos y preparaba también un gran balde de agua porque seguramente venían con mucha sed -¡vienen desde el desierto, imagínense!- y existían porque al día siguiente, no importara a qué hora me levantara, el pasto no estaba, el agua del balde tampoco y los zapatos estaban llenos de regalos. ¿Cómo podría jamás nadie convencerme de que, efectivamente, no existían? Imposible. 
En el fondo de mi ser yo sigo creyendo que existen porque aún recuerdo la emoción, el asombro, la maravilla absoluta que fue la mañana en que los Reyes Magos me habían traído exactamente lo que yo les había pedido: ¡la Pelopincho! Ahí estaba, la caja de cartón que la contenía y que decía "Pelopincho" por todas partes, dando fe de aquel milagro. Y no contentos con eso, los Reyes Magos habían regado todo de caramelos, ¿para que yo tuviera el verano más dulce? ¿Para que siempre tuviera la vida más dulce? (qué lástima que ese buen deseo no siempre fue posible). ¿Quién puede derribar el muro de creencia que un simple truco paterno suscita en la mente de un niño? ¿Quién puede llevarse ese trofeo? Nadie. Nadie pudo aún, aunque lo han intentado mucho y muchos, quebrantar mi credulidad, mi ingenuidad, mi terrible inocencia.
Así que hoy, en esta Nochebuena del 2009, les deseo que nadie pueda quebrantar la suya. Porque nada se iguala a creer. Ya sea en Dios, en Papá Noel o los Reyes Magos. Crean. Deseen y crean, y nadie podrá derribarlos jamás. 

4 comentarios:

Daniel Medina dijo...

Santa existe - eso lo dice Burt -
Los Reyes también existen ¿No los ves?
Al menos yo sigo creyendo. Algunos escriben pavadas un casi 25 de diciembre ¡
¡TE JURO QUE LOS VEO!

Karina Sacerdote dijo...

TE QUIEROOOOOOOO,COMPI MÍA!!!

Alejandro Schmidt dijo...

nada se iguala a creer

Eowyn dijo...

Me gusto mucho este post :) Mi familia fue siempre reducida y con los años más retovada. tengo recuerdos de cenas medio temprano en la casa de la playa. Eramos 6 en total. Ya al final del secundario yo me quedaba sola en navidad en Bahia para "festejar" con los amigos. Papa Noel no era la gran cosa, pero los Reyes Magos eran definitivamente mágicos. Seguirán vigentes? Espero que si :) Gracias por compartir, te quiero mucho!! Y si, quiero seguir creyendo (pero me cuesta).

Related Posts with Thumbnails